La esencia de mi ser
es ser amado por Él,
que es el Ser.
Porque la esencia de ese Ser
es el amar.
Y yo, que soy un eco,
estoy vocado a ese amor
tan solamente.
No hay yo, sin tú,
ni tú, sin yo.
La Trinidad es el motor
–por infinito, inmóvil–
de todo otro amor posible.
Ya que del Verbo se inventa el Tú,
yo puedo ser
un otro nuevo tú
para el Yo de mi Dios.
Bien sé que no soy de la única Roca,
como es el Verbo:
la Divinal naturaleza.
Me basta ser el eco de esa Roca
que se clama a sí misma.
Amar así, cual pura vibración
de sus mutuas respuestas,
constituye mi ser.
Pregunto: al Ser que llamamos Ser
–o Dios algunos– ¿por qué no le nombramos
simplemente Amor?
¡Qué fácil nos sería!
Más que el Ser, ser Amor.
Es el Amor quien es el Ser.
Amar es más esplendoroso
que cualquier metafísica.
O más bien: lo que existe es la Persona.
El Ser de Amor
es sólo un Tú,
y un Yo.
La persona, ella sola,
ya es todo el ser que es
y que uno tiene.
¿Será quizás incluso,
muy superfluo,
decir “yo soy”, “tú eres”?
Sí.
Basta mostrarse
sin decirse nada.
“Yo”, “tú”.
Yo, un yo para ti.
Tú, un tú para mí.
¿Y las cosas?
¿Acaso su estar siendo,
es sólo un ser para nosotros?
Una azulada estela del Amor…
Alfredo Rubio de Castarlenas