Lc 3, 10 – 18

En estas palabras tan sencillas de Juan el Bautista hay un programa de convertir este mundo en Reino de Dios. Es un programa de una simplicidad, de una claridad meridiana y de una profundidad tan inmensa que todavía los más grandes políticos de este mundo no se dan suficientemente cuenta. ¡Tantos Organismos Internacionales: la UNESCO, la ONU, la Sociedad de Naciones, la FAO…!

¿Qué tendríamos que hacer socialmente? Lo dice. Los países ricos, que tienen más de lo necesario, pues ayudar sinceramente, de verdad y eficazmente. Primero, cubriendo las necesidades perentorias de los países pobres. Después enseñándoles, compartiendo con ellos también tecnologías, técnicas, etc, para que ellos mismos se valieran por sí mismos para producir y ajardinar su mundo para nivelar el estado de todos. El que tiene dos vestidos, vestir también a la gente que tiene necesidad. Es como la suma de todas las necesidades, no tantas como las del comer, pero que también son complementarias de ello.  ¡Qué sencillo! Juan Bautista no se pierde en teorías. Da unos ejemplos concretos, dan en diana sobre lo que son los puntales esenciales para que el hombre pueda tener un equilibrio feliz, estar en paz, contento, y desde ahí desarrollar otras potencias lúdicas. Da en el clavo. ¡Si le hicieran caso…!, ¡tan sencillo! Pero los sabios de este mundo, a base de complejidades, no saben ver la verdad en lo sencillo, simple y profundo. 

Después, cuando viene gente que no son judíos: los publicamos – que son los de hacienda, los que cobran los tributos- ¿qué les dice?. Que los cobren – dando por supuesto que el gobierno empleará bien estos impuestos para bien de todos, para el bien común-, pero que cobren lo justo, no más de la cuenta. 

A los policías – aquí dice militares, pero la traducción es: los guardadores del orden de todo tipo, como la guardia civil-  les dice que no extorsionen, que no empleen su poder para extorsionar a la gente en beneficio propio. En fin, que la gente cumpla sencillamente su deber. Si los que mandan supieran equilibrar estas naciones pobres con las naciones ricas: ¡Qué programa Dios mío! 

Y eso todavía no es Jesús, éste dice mucho más. Pero si le hicieran caso los poderosos de este mundo en eso que es la punta de lanza del judaísmo bueno – san Juan Bautista  – , ¡qué pronto podrían arreglar tantos inmensos problemas que hay en esta faz de la tierra en la que viene la Navidad con la estrella gozosa a predicar el amor a los hombres de buena voluntad! 

Siguiendo con el Evangelio, hay una cosa muy bonita. Más abajo dice lo siguiente: “Yo os bautizaré con agua, pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias”.  Juan Bautista, sí que es un hombre de este mundo: ¡puede tomar agua, lavar la ropa, lavar todo lo sucio, limpiar todos los suelos o limpiar el alma! Pero vendrá otro que puede más. No solo tiene dominio sobre el agua sino que tiene dominio sobre el Espíritu Santo: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. O sea que nos Bautizará. Cuando recibimos el Bautismo recibimos al Espíritu Santo, al fuego, es decir, a esa tercera persona que en Pentecostés, lo recordamos, era como lenguas de fuego.

“Tiene en la mano la horca para aventar su parva”.  Aquella cosa que es como un tenedor – la horca-, que servía para echar al aire todo lo que se había segado y el aire hacía que se separará el trigo de la paja: ésta se la llevaba el viento y el trigo caía más cerca.

“ Y reunir su trigo en el granero”. O sea, que cuando ya el trigo está separado de la paja, se lleva al granero. ¿Qué pasa con la paja? 

“Y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Toda hoguera, tarde o temprano, con bomberos o sin bomberos, se apaga. Una hoguera, un fuego que no se apaga es un fuego eterno: es el Espíritu Santo. Aquí es donde yo quería hacer hincapié. El Espíritu Santo- que no se apaga nunca- es el que quema la paja. Si nosotros aventamos nuestro Espíritu, nuestra alma… lo que es bueno se guardará en el granero y lo malo no se guardará porque maldita la gracia que nos haría que se guardaran todas nuestras malas cosas . ¿Dónde se iban a guardar? Sería un olor putrefacto el que saldría de ahí que nos indicaría y nos recordaría lo malo que hemos hecho y que somos. No, la misericordia de Dios hace que esa paja de nuestros defectos, de nuestros pecados… el Espíritu que no se apaga- este fuego del Paráclito- que separa lo bueno para que pueda ser guardado en el granero del Cielo, tiene esa acción supletoria : Él mismo quemará la paja y no quedará nada; cenizas que ya no se sabe de qué son, y que servirán todavía para abonar la tierra. El Espíritu quema nuestra paja. 

¡Qué hermoso saber que la misericordia del Señor guardará nuestro trigo y destruirá nuestro mal! 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía de Adviento de 1985. Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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