Dn 6, 11- 27

Los reyes de este mundo dominan a las gentes y las manipulan para sus intereses, ideologías, poder, gloria y fama. Este mundo es una carrera competitiva de todos para querer ser primeros. Es una carrera implacable para lograrlo, por eso, todo es prisa. No hay tiempo para la sonrisa, la paz, la convivencia sosegada, la alegría ni para la verdadera fiesta de estar simplemente juntos.

Nosotros no somos del mundo. Nosotros queremos vivir en un área de Reino de Dios en que Él mismo se ha hecho último. Todos últimos, por lo tanto, todos con santa libertad. Precisamente por eso nos podemos querer bien, somos unos y no tenemos necesidad de que mande nadie. Hay tal unanimidad que todo se ve, todos coinciden en las mejores soluciones y todos están prontos a servir a los demás. Así es un remanso de paz en medio de la turbulencia del mundo. Éste es el Reino de Cristo que estamos celebrando esta semana: un Reino de Justicia, de paz, de amor, de alegría, de gozo, de unión con Dios Padre y de esperanza cierta de caridad. Pero estamos en medio de este mundo que, como un torbellino o huracán, gira alrededor de nosotros como leones rugientes, como nos dice el salmo y como dice esta primera lectura de Daniel. El mundo está siempre alrededor nuestro. Como somos un escándalo para él, nos ve como ocupando un sitio que ellos consideran de menos, nos querrían barrer como se barren las basuras de las calles. ¿Qué hacen las basuras aquí?: impiden el paso, estorban. Nos consideran una basura del mundo, como gente que no tiene apetencias de lucha para ser importantes, para crecer mucho, por tanto, estorban. Les impedimos el paso, porque sí le ocupamos un espacio, un pasillo en una calle. Sí ocupamos un sitio, pues evitamos que aparque un coche, en fin, estorbamos. Basura del mundo. 

Por otra parte, tienen envidia. Dicen: esta gente tan desgraciada no son nada, son últimos, ¡y mira qué contentos están, que felices! Cuántas veces se puede ver una familia humilde, sencilla, que no tiene muchos recursos, que trabaja, pero ¡como se aman, con qué ternura se aman los esposos, con qué ternura padres e hijos! Y en esa ternura están felices, no la cambiarían por nada del mundo. Eso estorba y, además, es una envidia porque los demás siendo tan importantes, teniendo tantas cosas, a lo mejor no son nada felices en el seno de su familia. Porque, claro, si las apetencias están en otras partes, si todos están en tensión, si todos buscan por ambiciones… no están felices, no tienen tiempo ni siquiera de estar juntos apaciblemente para sonreírse unos a otros ni para acariciarse. No tienen tiempo. No son felices. Encima, se ponen furiosos de ver que otros que no tienen nada, sin embargo, son felices porque lo tienen todo. 

Pues por esa doble cosa, primero porque se estorba como una basura, y segundo porque, como un espejo, refleja la infelicidad de ellos y la felicidad de este trocito de Reino, se ponen rugientes como leones alrededor de los que quieren vivir un trocito de Cielo, como dice Daniel. Pero si nosotros, como Daniel, rezamos confiados a Dios Padre, confiamos enteramente en Él, no en nuestras fuerzas – pocas son-… vendrá el mundo a nuestro alrededor como esos leones de la mazmorra, ese foso de los leones donde le echaron y, milagrosamente – porque el ángel del Señor tiene cerradas esas fauces- no nos hará ningún rasguño. 

Pero hemos de saber que el mundo quiere echarnos a la fosa de los leones. Hemos de saber también que nuestro escudo, nuestra defensa, es sólo el poder de Dios. Si lo pedimos, si nos confiamos a Él, ya mandará sus ángeles a defendernos en esta vorágine del mundo.

Pues bien, que en esta semana de Cristo Rey, pongamos nuestra confianza en Dios Padre todos nuestros asuntos apostólicos y todos nuestros asuntos de la vida de grupo. Nuestra confianza en Dios Padre. Lo hemos de hacer precisamente porque, amorosamente, como niños, sabemos acurrucarnos junto a Él para, con toda confianza, pedírselo en nuestra conversación, en nuestra oración.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del jueves, 28 de noviembre de 1985.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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