¡Qué alegría Señor, al aclararnos
que hemos de vivir eternamente!
Cuando estaba perplejo el inquirir,
te acercaste a decirnos: siempre, siempre.
¡Que el Padre nos espera en la otra orilla!
Tú, clavado en la Cruz, eres el puente.
Un puente sin barandas que da miedo.
Mas abrazado a Ti, ¡ay! se hace leve
y besando tus llagas una a una,
estar resucitando ya se siente.
Nos vivifica una nueva sangre
y nos inunda una luz más fuerte.
¡Qué alegría Señor, al demostrarnos
que has resucitado ya perenne!
Si a tu Yo, uno el mío con amor
¡resucité ya, antes de fenecerme!
Desde ahora, revivo en la otra riva.
Va latiendo lo eterno por mis sienes
y morir no es morir pues ya me he muerto
en Ti dormido hasta que me despierte.
Alfredo Rubio de Castarlenas