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En tarde silenciosa
Sin saber yo por qué,
siento que me transcurre el tiempo
como si fuera el hilo de un collar
que, roto, sus cien perlas va perdiendo.
Y esas horas que pasan,
tan sólo raramente las empleo
en presentir los extrasístoles
que me ahogan un momento.
He dejado que borden los demás
–y sin duda lo harán con buen acierto–
los quehaceres que no acabé
de la tierra y del cielo.
Trabajarán para el Señor
mejor que supe hacerlo
en mi azarosa y cansada vida.
¡Ya se serán pastores entre ellos!
para alejar los nubarrones
e irse señalando con denuedo,
detrás de cada esquina de la vida
–¡quién lo diría!– horizontes nuevos.
¿Para qué ya vivir
si casi no rezo, ni pienso
ya ni me importa qué dirán las gentes:
me olvido de mirar y apenas sueño.
Me quedo para Ti, como una vela rancia
que enfermo y viejo,
agosta su pabilo en humareda oscura,
suspirando tan sólo por tu encuentro.
Alfredo Rubio de Castarlenas