En el aniversario de una promoción de abogados

El de hoy es un Evangelio en que realmente no es ninguna cosa irreverente el recordar una cosa graciosa, porque es un Evangelio lleno de alegría, lleno de gozo. Este anuncio de Cristo resucitado que dice: Id en mí nombre por todo el mundo a bautizar a la gente. 

Cuando nuestra querida Teresa (Argemí) me anunció esta celebración, me dijo: este año puede usted pedir por todos nuestros compañeros que están en el Cielo aunque – a pesar de que tenemos un año más y estamos un poquito más viejecitos- como no se ha muerto ninguno este año, no hace falta que usted pida por nadie, porque este año, nada, ¡estupendo! 

Pues muy bien, Dios les concede esta vida – que se les conceda muchos años- pero eso es una grave responsabilidad.  Eso quiere decir que Dios les deja aquí todavía -ojalá les deje mucho tiempo- para que hagan más méritos al presentarse a Él con las manos más llenas de cosas buenas cuando llegue el día.  De manera que aprovechen, ¡eh!, aprovechen el tiempo que tienen por delante; ojalá sea mucho, para hacer muchas cosas buenas. ¿Cuáles?  Ni ustedes ni yo ya somos jóvene pero estamos rodeados, parientes y gente de la calle.  Si fuéramos a las estadísticas veríamos que más del 50% de los que se encuentran en las oficinas, por las calles de Barcelona… son muy jóvenes.  Claro, eso para nosotros es una gran alegría, porque en ellos vemos el recuerdo de nuestra vida. Ellos son un testimonio viviente y presente; son nuestra memoria de como éramos.  Uno puede estar encerrado y recordar en su cerebro, en sus neuronas, en su espíritu:  cuando yo era joven era así, soñaba, era impetuoso, era crítico con todas las cosas, me parecía que no estaban bien hechas, que yo y los de mi generación las podríamos haber hecho mejor.  Estábamos llenos de afanes, de tentaciones, angustiados queriendo siempre vivir a la última moda.  En fin, mirando a nuestro alrededor, todas estas fases, todos estos sentimientos, todas esas inquietudes no las vemos como fantasmas de nuestro recuerdo, se han vivificado a nuestro alrededor. Los jóvenes son nuestra memoria, presente y viva. Están acompañándonos, son carne del recuerdo de nosotros mismos y de la sociedad en que nos movíamos.  Cambian ciertamente algunas cosas, las modas siempre vuelven: sin sombrero, con sombrero; con gorra, sin gorra; chaqueta corta, chaqueta …., pocas variaciones.  También en la inquietud: querer siempre estar a la última moda, que es lo que nos pasaba a nosotros y les pasa a ellos. Así pasa con tantas otras cosas que podemos recordar: nuestra ansia de felicidad, nuestra supina ignorancia del mundo y de las cosas, que también la tienen ellos.  En fin, creerse un poco semidioses de que todo lo que nos podían ofrecer era poco y ellos dicen lo mismo pues tienen ambición.  En fin, son nuestro recuerdo.

En este presente y en este recuerdo en el cual convivimos, nosotros somos su futuro.  Muchas veces decimos: esta juventud, la gente del futuro.  ¿De qué futuro? ¡Si el futuro de ellos somos nosotros, si ellos mirándonos a nosotros están conviviendo con su futuro!  Los años pasan veloces y dentro de poco ellos serán como nosotros.  Somos su futuro.  A veces podemos pensar, mirarnos con una cierta tristeza, y decir: y ellos ¿llegarán a tener, a ser este futuro que somos, a ser como nosotros o se quedarán por el camino?

Nosotros somos también su futuro vivo, que no se hagan ilusiones, pasarán unos años y vendrá la chaqueta corta en vez de chaqueta larga, cuello de pajarita o ir con camisa sin cuello, ¡qué más da!;  pero este sentido de realismo que nos da la vida lo tendrán ellos. Verán las cosas ya de una manera más sosegada, más veraz, llenos de mucha mayor sabiduría.  En fin, somos su futuro real, vivo, encarnado, al alcance de su mano; conviven con su futuro que somos nosotros.  Ahí es donde vamos a parar cuando les decía yo:  aprovechen ustedes el tiempo de vida que les quede para hacer méritos, para ser realmente unos auténticos testigos buenos de estos jóvenes que nos rodean,  de su futuro que somos nosotros, con una inmensa alegría de vivir, de haber existido, de seguir existiendo aún en medio del universo.  Porque comprendemos nosotros muy bien -cosa que ellos que se creen semidioses quizá lo olvidan- que podíamos no haber nacido, que somos seres contingentes, que no somos dioses, no somos seres necesarios:  ahora somos, antes no éramos y podíamos no haber sido.  Si nuestros padres no se hubieran conocido porque uno hubiera ido a otra fiesta…., ¡Quien sabe!, no existiríamos nunca jamás.  Estábamos en la idea de Dios, claro que sí, porque Dios conocía todo, cómo iban a ser los acontecimientos;  pero si un acontecimiento hubiera sido distinto, Dios también lo habría previsto y no existiríamos nunca jamás. Nos ha tocado esta oportunidad, esta suerte de existir.  Es como una lotería enorme contra tantas posibilidades de que no existiéramos.  Por cualquier cosa de la historia que hubiera sido diferente, habrían cambiado los acontecimientos, ahora habría aquí otros catalanes, otros españoles, otros franceses, ¡ninguno de los que existimos ahora!  ¡Qué alegría pues que nos ha tocado esta oportunidad de existir!  Hemos de transmitir esta alegría a los jóvenes, que lo entiendan, que es una suerte inmensa haber nacido, que es la base de todo otro bien, hasta del Cielo.  Además de esta alegría, está el ser quien es cada uno – porque o somos quienes somos, o no existiríamos-  porque nuestros padres hubieran podido casarse en otro momento, tener otros hijos pero serían ellos, no nosotros.  Mi única posibilidad de existir en el universo es ser quien soy y como soy, y esto nos ha de causar una alegría…. Si ahora se es viejo es porque, si no hubiéramos nacido entonces, no hubiéramos nacido nunca más, ¡Pues claro está que estamos contentos de ser ahora ancianos, pues claro que sí: es nuestra única posibilidad de existir en medio del universo!.

Aceptadas estas dos cosas, hemos de dar el testimonio a la juventud de que tenemos capacidad de mejorar nuestros limites, nuestros defectos-todo ser contingente los tiene- y de que seguimos haciendo esfuerzo para mejorarlos.

Hemos de darles testimonio también de otra cosa: en esta historia de la que tanto nos beneficiamos en cultura, en descubrimientos y en todo – pero que tantos males ha tenido también- nosotros somos como un filtro que queremos encarnar todo lo bueno del pasado, todo lo bueno conseguido por la humanidad en dura lucha. Todo lo bueno y nada de lo malo.  Queremos ser buenos cristianos que se encarnan en todo menos en el pecado, como Cristo.  Hemos de ser filtros de la historia para que luego todo ese pasado se haga en nosotros presente vivo en todo lo bueno y nada de lo malo y no cargar esas cosas malas de la historia, estas herencias malas de la historia. No cargarlas sobre los jóvenes, transmitirles nada más lo bueno: ser luz y guía de lo bueno y nada de lo malo.  Ésa es la gran diferencia entre las religiones naturales y paganas y el cristianismo.  Si leen ustedes, recuerdan, todas las tragedias griegas, el hombre, ¡pobre!, quería ser bueno, quería hacer cosas buenas, pero los hados, los dioses, las erinas, esos dioses que embarullaban las cosas, hacían que – incluso queriendo hacer cosas buenas- todo fuera tremendo. Edipo queriendo obrar bien, mata a su padre y hace todos aquellos incestos y queda ciego. ¡Qué trágico!, la tragedia de que el hombre quiere ser bueno y los dioses no se lo permiten.  En cambio en el cristianismo, ésa fue la gran luz que les convirtió:  hay un Dios que quiere la alegría, la felicidad… que el dolor es realmente ese venir en peregrinaje del mal en donde están encerrados para alcanzar el Reino de Dios que Él ya ha traído aquí -Reino de paz, de amor y de felicidad-,  que hay que pasar por ese dolor para ser liberado, morir con Cristo pero para resucitar ya aquí con el Bautismo en este Reino de Dios, donde quiere que estemos felices.  ¡Qué Dios tan distinto al de las tragedias griegas que se complacía en enredar a los hombres. Es un Dios que es Salvador, que nos abre las puertas del Cielo de par en par, no sólo en la eternidad sino ya aquí!

Hemos de dar testimonio de ser carne viva de todo lo bueno de la historia y nada de lo malo.  Ser luz, comprender a esta juventud. Es muy fácil para nosotros comprenderla ya que nos sabemos muy bien la asignatura, la hemos vivido, la hemos pasado, la tenemos todavía a flor de recuerdo.  Así, comprendiéndoles y no cargándoles con culpas, ayudarles con nuestra humildad óntica de saber que somos seres contingentes. Hay algo que supera nuestros límites de ser contingente: nuestra vida sobrenatural, nuestra vida eterna, el amor de Dios… todo es un don que supera nuestro límite, que la razón misma no puede alcanzar ni aclarar sino que lo tenemos por fe. Van más allá; son don gratuito de Dios.  Tengamos pues este mérito en nuestros últimos años, de verdadera luz para ellos: que confiamos en el don y no en nuestras fuerzas, que somos testimonio de todo lo bueno y nada de lo malo.  Así, ¡qué felices vivirán ustedes estos años postreros de su vida para presentarse al Señor realmente con una sonrisa en los labios!

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del sábado, 26 de abril de 1986. Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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