Lc 6, 43-44
Este Evangelio lo hemos oído muchas veces. Habla de que hay que ver bien quién es buen pastor entre aquéllos que se disfrazan de buen pastor, pero que no lo son, son lobos rapaces para aprovecharse de las ovejas, no para servirlas con cariño. Y que para distinguirlos de otros, porque ya que la apariencia puede ser muy parecida, es por los frutos. Y pone unos ejemplos. Unos ejemplos que, por un lado, es decir, un árbol sano da frutos sanos y un árbol enfermo da frutos que están mal. Eso es un ejemplo en que esos árboles eran buenos ambos, y uno sigue siendo bueno, pero también puede haber un árbol bueno que se vuelva malo, es decir, que puede haber buenos pastores que lo siguen siendo, buenos pastores; y puede haber buenos pastores que luego enferman y se convierten en malos pastores. Ésa es una cosa implícita de lo que dice Jesús. Pero es que Jesús pone otro ejemplo; no sólo de un árbol que siendo el mismo puede estar bueno y se puede enfermar, sino que luego pone dos clases distintas: uvas y zarzas. Aquí no es que estén enfermos o sanos, sino que la vid da uvas, y la zarza da moras, y los cardos no sé qué darán, pero darán alguna verdura que también es muy buena, comestible.
Entonces, ¿por qué compara higos y cardos, y uvas y zarzas? ¿Qué es lo malo que tiene la zarza, y qué es lo malo que tiene el cardo, si además la zarza da moras que es un fruto bueno, y el cardo, como digo da unos tallos que son muy comestibles? ¿Dónde está lo malo de la zarza y del cardo? Ya se ve que Jesús dice esto porque, aunque dan frutos, qué difícil es cogerlos sin recibir los arañazos de las espinas de las moras, o de todo lo que está allí picando; e incluso da urticaria de los cardos. Dan frutos, y hasta comestibles, pero ¡caramba!, al agarrarlos, qué peligro hay; las espinas, esas raspaduras que tienen las hojas de los cardos y los tallos, y no digamos la flor del cardo que pincha por todos lados. Yo querría detenerme en este punto.
Puede haber personas que son buenas, porque no están enfermas. No, no, el cardo y la zarzamora ésa no está enferma. Más, incluso pueden dar frutos buenos; las moras, el tallo del cardo. ¿Por qué que Jesús las pone en el capítulo de lo difícil, contraponiéndolo a la vid y contraponiéndolo a la higuera, esa higuera que hasta los troncos los tiene suaves, la vid fácil de alcanzar? Y pone dos ejemplos de cosas buenas como es la higuera y es la vid, que también es curioso porque dan fruto sin dar flor. Vemos otros árboles que dan muchas flores y luego dan frutos, los almendros. En cambió es como si la higuera y la vid se hicieran tan serviciales, quieren convertirse totalmente en fruto, que apenas vemos que la vid tenga flor, y desde luego no vemos que las higueras la tengan. Dan fruto incluso sin flor, como si toda su energía fuera para dar fruto al servicio de los demás.
Pues bien, hace esta contraposición. Y os decía, y con eso termino; puede haber personas que den buenos frutos, pero tienen tantas espinas, ¡tantas espinas! Son tan duras de que nadie se les puede acercar porque tienen tantas esperanzas en sus troncos, en sus flores de cardo, que es difícil.
Bueno, ¡qué lección pues! Hemos de procurar ser árbol sano, árbol bueno, y no tener, aun dando fruto, esperanzas que hieran a los demás, que hagan que los demás, para llegar al fruto que podamos ofrecerles, tengan que rasgarse la piel, la carne, el alma. ¡No tengamos espinas! ¿Para qué? Seamos árboles buenos y además sin espinas. Y también que todos nuestros frutos no se nos vayan en oropel y en espectacularidad, sino concentrados como la viña y la higuera que da jugosísimos frutos, y casi nada más que frutos.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del jueves, 16 de octubre de 1986. Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra