Con motivo del traslado de los restos de Magdalena Aulina, fundadora de las Operarias parroquiales.
Afortunadamente muchos de los que están aquí han tenido la dicha de haberla conocido personalmente, de haberla visto, oído y escuchado sus consejos. Yo mismo guardo el recuerdo de este honor: la conocí precisamente en Roma, en la Iglesia española. La recuerdo con aquel aire serio, sencillo, humilde, pero a la vez segura y señorial.
Hace unos momentos, ahí en esa explanada, cuando llegaron estos restos suyos, hemos tenido todos también la ocasión de escuchar a la madre Filomena que ha leído emocionadamente unas cuartillas, que creo que todos desearíamos tener y conservar para poderlas releer despacio. Allí, emocionada, ha dicho muchas cosas que ninguno de nosotros seguramente habríamos podido decir porque ella la conoció muy bien en todas sus vicisitudes. En este momento yo particularmente, que os dirijo la homilía, tengo que hablar más de Cristo que de la persona que conmemoramos, como manda la Iglesia.
Hoy, que estamos en plena época festiva del tiempo navideño, ha estado cerca el nombre de Jesús, la Maternidad de María y muy pronto – en la Epifanía- recordaremos la huida a Egipto. Es decir, en este tiempo recordamos, participamos, vivimos de todo lo que la piedad popular llama dolores y gozos de san José. Los Evangelios de la infancia, bien sabéis, son como una obertura maravillosa de todos ellos. Están ya todos los temas que después se desarrollarán e irán viviendo esa humanidad de Jesús, de Dios hecho hombre. En el Evangelio se expansionarán todos esos temas del sufrimiento y de la alegría.
Sabemos bien de la devoción popular al Vía crucis, a la vía del dolor. Ciertamente Magdalena Aulina supo mucho de Vía crucis. He estado ahora en un pueblecito que junto a su calvario, tan tradicional en tantos pueblos, han sabido proyectar a continuación de él, de esta vía del dolor, una vía de alegría, un camino de la alegría. Cuando se terminó el calvario, empezaron a proyectar y a realizar esas otras estaciones: las de la Resurrección de Cristo que deja pasmados a los soldados que le custodiaban y que, sin embargo, el dinero de aquellos escribas y fariseos les compra su silencio. ¡Qué tremendo es que todavía hoy, a veces, con el dinero se pretenda comprar el silencio o la gente se deja sugestionar para acallar las glorias de Dios!
Después está, aunque no lo dice el Evangelio, ¡cómo no!, la visita de su madre: ¿Cómo? .Está en la tradición. Si vais a la Pasión de Esparraguera, veréis por ejemplo, cómo la primera aparición de Jesús es a su madre, que en aquel sábado santo, en aquel domingo de madrugada, es la única llama encendida verdaderamente de fe y de claraesperanza. Luego se aparece a Magdalena y se aparece a las mujeres. Les envía dar esta Buena Nueva. ¡Qué maravilla en este misterio encontrar esa misión que tienen las mujeres dentro de la Iglesia, distinta de los hombres, para ser ellas también portadoras de la Buena Nueva, apóstoles de la Buenísima Nueva, no sólo del nacimiento, sino de la Resurrección del Señor. Se aparece en Emaús y, cuando llegan a dar la noticia, se ha aparecido también a Pedro. Sabemos -por las cartas de san Pablo- que se había aparecido a Santiago, a Juan (que estaba también al pie de la cruz) y a los discípulos amados. Luego se aparece también en el cenáculo y Jesús, buen pastor que busca a las oveja perdida, vuelve a aparecerse porque no estaba Tomás para también ponerle dentro del redil. Luego se aparece allí, junto al lago: la pesca milagrosa. Luego a quinientos. Posteriormente, en la Ascensión. Después se reúnen los apóstoles en oración. Trabajando y proyectando, eligen a Matías. Y por fin, Pentecostés.
¡Magnífica Vía de la Alegría a continuación del Vía crucis!
Os he repasado brevemente las estaciones, pero me he olvidado – ex profeso- de una: ante la noticia de las mujeres, Pedro y Juan corren al sepulcro. Juan tiene miedo. Se espera. Llega Pedro, entra y está vacío. Allí había un ángel que ya les había anunciado: ¿qué buscáis aquí?, ¿es que no lo sabéis?, ha resucitado, ya no está aquí; le encontraréis en Galilea.
Llegan Pedro y Juan: no está aquí. Están allí aquellos paños en que lo habían envuelto – nos lo dice el Evangelio -, doblada perfectamente aquella sábana en que lo habían envuelto. Es una reliquia maravillosa esta sábana que está en Turín, trasladada de Jerusalén, donde los mejores científicos del mundo de hoy acreditan que es de la época. Tiene el polvo de aquellos lugares; es de un hombre de aquellas características; sufrió crucifixión – pues claro – , la herida en el costado , coronado de espinas: misteriosamente están estas huellas con una irradiación especialísima. Este signo es realmente algo que convoca para recordar la vida de Cristo.
Esa estación es la que especialmente traigo hoy aquí a consideración. Irá gente, quizás irán allí, a la tumba donde estaba Magdalena Aulina, donde unos amigos buenos – en esos momentos de angustia y deprisa- ofrecieron aquel sepulcro digno, en el lugar que correspondía. ¿Irán quizás allí? Allí estaba.
Es que esas almas buenas de Dios, como ella, están en el Cielo, están en Jesús, están unidas a Jesús que es su cabeza. Donde está la cabeza están todos los que están en el Cielo, todas las almas santas. ¿Es que no lo sabíais, que por méritos de Jesús, por la Resurrección de Jesús – por los méritos propios también – ya no está aquí, que está en el Cielo?.
Ciertamente, como una reliquia maravillosa de aquella sábana santa, vosotras habéis traído aquí ahora también unos signos. También unos científicos que vinieran, con esos signos podrían decir que se trataba de una mujer de tanta edad, de tanta altura… y efectivamente hay polen de esos jardines de aquí. Podrán hacer muchas investigaciones pero esto es un signo, porque ella no está.
Como ha dicho muy bien Filomena: -ella está bien viva, bien presente, bien guiando. La podemos encontrar de una manera misteriosa muy pronto en la Eucaristía. En la Eucaristía está realmente presente de un modo misterioso, pero real, Cristo en su cuerpo, en su Espíritu, en humildad, en su divinidad, glorificado, resucitado, vivo, y donde está Cristo – porque Cristo es el Cielo-, de alguna manera misteriosa, también están todos los salvados en él que forman su Cuerpo Místico. Allí también está de verdad viva, presente, Magdalena Aulina. Desde ahí seguirá guiando el Espíritu Santo a todas las Operarias Parroquiales para hacer tantas cosas buenas.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del domingo, 4 de enero de 1987.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra