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Soneto

 

Cuando duermo y ni siquiera sueño

no sé que existo y caigo en el olvido

de mí mismo y de todo lo vivido

y debo perecer cortado leño.

 

No sé quién me despierta a nuevo empeño,

si la luz, los pájaros o el frío.

Pero al ver que de nuevo existo, río

y rehago de la vida, su diseño.

 

Presiento que la muerte es semejante.

Que aunque me deje de sentir viviente

mi yo duerme en la espera del Levante.

 

En tus manos, Señor, como almohada,

–que no en mi cuerpo– duermo mansamente.

¡Ya Dios me llamará en su alborada!

 

 

                    Amb tot l´afecte,

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

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