A pesar de tratarse de un personaje contemporáneo, María Corral Cucalón, es un personaje desconocido para muchas personas. Fue una mujer trabajadora, discreta y sencilla pero a la vez una gran creativa y una generosa benefactora.

María Corral nació en Talavera de la Reina, provincia de Toledo, (España) el 6 de diciembre de 1896. Tenía un hermano mayor, Francisco. La familia Corral se trasladó a Barcelona después de una breve pero intensa estancia en Cádiz.

María buscó trabajo, y lo halló en la casa de modas «Marinette», la primera de sombreros femeninos en Barcelona. Empezó de aprendiz cuando contaba tan solo con 14 años. La joven María, de negros ojos vivarachos, entró bien en el oficio. A poco ascendió a primera oficial de taller, a modo de vigilante o supervisora pero sin dejar de hacer su trabajo. Cuentan la anécdota de que como era pequeña de estatura tuvieron que hacerle un taburete más alto, para alcanzar a ver todas las oficialas. Allí cumplió los 17 años.

Al desaparecer la casa «Marinette», se instaló por su cuenta. María se había especializado en una artesanía que cobró entonces un auge espectacular. Era el discurrir de los «felices 20». María, según palabras de algunas clientas y trabajadoras, obraba con tesón, con desvelo… usando un estilo muy suyo de trabajar sobre la misma cabeza de las clientas. El taller de María Corral, de Maruja, como la llamaban familiarmente, iba abriéndose paso en la sociedad barcelonesa.

Los años inmediatamente anteriores a la guerra civil marcan el apogeo de Modas Maruja. Trabajando sin descanso, incluso hasta altas horas de la noche, para tener a punto los encargos, siempre «urgentes» aunque fuese cinco minutos antes de la boda, del banquete o de la recepción. Llegó a conseguir un cierto desahogo económico y pudo adquirir una finca en las inmediaciones de Barcelona, en el término municipal de Terrassa, Barcelona (España), ella acariciaba el proyecto de dedicarla a alguna obra social.

María era una mujer de enraizadas convicciones cristianas que ejerció con iniciativa y creatividad su condición de seglar, de laica emprendedora. Su fe alimentó su compromiso durante toda su vida.

Le tocó vivir las convulsiones del siglo XX, los movimientos obreros, la Semana Trágica, la guerra civil y la dureza de la post-guerra ¿Qué podía ella hacer para paliar tanto dolor? ¡Aquella finca de Terrassa! Allí acogió a muchachas convalecientes de tuberculosis. El proyecto la ilusionaba y por ello iba a trabajar en ella hasta los domingos.

La intención de María Corral era crear una obra que pudiese sostenerse por sí misma. Que con el producto agrícola de la gran finca se lograsen mantener las camas y la vida de las enfermas. Antes de entregarla a quien fuera, quiso dejar la finca completamente acondicionada, hasta los más mínimos detalles: camas, sábanas, cubrecamas, aceite para dos años, etc. Con los años y gracias a alguna de sus clientas, conseguiría la ayuda necesaria. En 1953 María Corral hizo donación de la finca a la Obra de la Visitación para que fuera destinada a la convalecencia de muchachas pobres. La puso bajo la advocación del Sagrado Corazón de Jesús, a quien tenía una gran devoción.

Fruto de todo ello, en 1954, y gracias al sub-director de Radio Nacional de España, Juan Viñas Bona, la serie radiofónica “Mujeres Extraordinarias”, le dedicó un programa a María Corral. El guión había sido escrito por Maria Teresa Cazurro, quien durante muchos años trabajó con ella. La noticia: “Se acaba de bendecir una obra benéfica que se ha hecho realidad gracias al esfuerzo y generosidad de una modista de sombreros”.

Después de la guerra, el sombrero femenino, quedó restringido a las fiestas y convenciones sociales pero «Modas Maruja» había adquirido tan gran renombre no sólo en Barcelona, sino en toda la geografía del estado. Ella seguía con sus obras generosas y anónimas, que no se conocieron hasta después de su muerte, gracias a numerosos testimonios de quienes la habían conocido.

En 1957  gracias a la voluntad y a las gestiones de Teresa Cazurro, la señorita Maruja, como la llamaban familiarmente sus trabajadoras, iba a recibir el primero y único reconocimiento a su generosidad: la Cruz de la Orden Civil de Beneficencia.

La imagen discreta y elegante que sabía ofrecer en los escasos actos sociales a los que asistía, o en el trato con sus clientas, no podía hacer sospechar la pobreza en que vivía María Corral, ya que todo lo que ganaba vistiendo las cabezas de tantas mujeres, lo convirtió en obras de beneficencia con una discreción total.

En 1964 María Corral enfermó gravemente y en los últimos meses de su vida, sufrió intensos dolores. Cuando empezaron las visitas pidió a la Sra. Comabella, quien la atendió hasta el final, que no hablase a nadie de sus necesidades económicas y de que no aceptase nada. La acompañaron también en todo momento, algunos sacerdotes de la Casa de Santiago, a quienes también donó una casa para el fomento de la formación de vocaciones sacerdotales. A ellos les formuló una serie de características que según ella, debían reunir los sacerdotes.Les hablaba de «un estilo responsable, trabajador, alegre, fino humor, educado, elegancia verdadera, respeto grande a la intimidad de las personas; un estilo de cultivo de la verdad, nobleza, lealtad, caridad, gusto artístico, delicadeza. Les aconsejaba ser hombres universales por ser con amor a la propia tierra, pero sin estrechez de miras. Hombres sin complejos y sin neurosis».

Ya en sus últimas horas de vida, María Corral afirmaba: «Yo sólo he tenido dos amigos a lo largo de mi vida: el trabajo y el Sagrado Corazón de Jesús. El primero ya me ha abandonado, el otro confío que no me abandone nunca». El día 28 de marzo, María Corral, dejó de sufrir. Murió como siempre había querido: pobre. En su casa tenía solamente 80 pesetas y algunas pequeñas deudas a sus proveedores del taller que saldaron sus amigos. Fue enterrada tras una lápida de mármol con la efigie del Sagrado Corazón, que ella misma había mandado realizar.

Su serena sonrisa sigue viva en todos los que gozaron de su amistad y como bien decía un titular de un periódico chileno en reconocimiento a sus capacidades, “María Corral fue una sombrerera que utilizó la cabeza para pensar”.

Pasados algunos años, en 1980, el Dr. Alfredo Rubio de Castarlenas, una de las personas que acompañaron a Maruja en sus últimos años, conocedor de las profundas inquietudes humanas de esta sombrerera, quiso rendirle un homenaje póstumo, poniendo su nombre a una asociación dedicada a la promoción de valores humanos: el Ámbito de Investigación y Difusión María Corral.

Texto: Elena Caballé 

Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría


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