Dios respetando la libertad de las personas, interviene en la historia con el timonazo de la muerte.
Como sabéis, hoy nos hemos reunido muchos sacerdotes con motivo de mi santo. Esto ha sido una oportunidad muy hermosa para dar todos la Unción de los enfermos a Tante. Veo muchísima gente hoy aquí. Os agradezco vuestra presencia por ser san Alfredo, día de mi santo. Pero esto también ha sido una ocasión buena para que estéis muchos. Vamos a ofrecer la misa por Tante que está viviendo estos días últimos de su vida benemérita y tan excelente.
Realmente la muerte siempre es un misterio, pero hemos de pensar en este misterio de que Dios que nos hizo seres humanos inteligentes y libres. Él es el que más respeta nuestra libertad. Pero, por otra parte, Él desea que la humanidad y cada uno de nosotros lleguemos al buen objetivo de llegar al puerto de la salvación. ¿Cómo se compagina el libre albedrío de la gente, que a veces usa muy mal, y el hecho de que, a pesar de todo, Dios vaya conduciendo a la humanidad hacia el camino de la salvación?
Imaginaos una barca en medio del mar, remando mucha gente, y cada uno haciendo lo que quiere. Uno rema por una parte pero otro más fuerte hace ir la barca para un lado o para otro. Pero en esa barca hay un timonel, que respeta que todos los remeros hagan lo que quieran. Él, a golpe de timón, va corrigiendo, va compensando y va haciendo que la barca, a pesar de que todos hagan lo que quieran, llegue a puerto. Eso es lo que hace Dios, respeta nuestra libertad y, a golpe de timón, hace que – a pesar de todo- llegue la barca de la Iglesia a buen puerto con todos los cristianos dentro y toda la humanidad, porque Él murió por todos. ¿Cuál es el golpe de timón del que Él se vale para corregir el rumbo de las cosas y que vayan por su cauce verdadero? De muchas maneras, pero uno de ellos es la muerte. Él permite la muerte de las personas, de cada uno en un momento determinado. Con esa intervención, que está más allá de nuestra libertad -por lo tanto es trascendente, es muy de Dios- Él hace que los acontecimientos vayan de una manera o de otra.
Se lamentaba, no hace mucho tiempo, una persona que estaba muy dolorida con la muerte de su madre. Se había casado, tenía unos hijos. Le dije: -Mira, tú amas mucho a estos hijos y son una bendición de Dios. Si no hubieran ocurrido las cosas como sucedieron tu vida hubiera sido distinta y esos niños no habrían nacido. Quién sabe, te habrías casado a lo mejor, habría otros, pero éstos que existen y que tú amas tanto no existen.
Vistas las cosas así, Dios permitió la muerte de su madre en aquel momento y así han nacido estos niños. Si no, no hubieran nacido.
Eso se ve a posteriori. Cuando uno lo pasa no piensa nada más que en el dolor que siente. Pero has de tener esta paz en el alma, es decir, cuando Dios permite la muerte de una persona, es un golpe de timón que Él da para que el rumbo de la humanidad – de los acontecimientos, de todo- vaya donde Él desea. Eso da mucha paz, no sólo con la muerte de las personas – especialmente los seres más queridos- sino incluso con la propia muerte. Cuando Dios venga contribuirá al buen rumbo de la historia de la salvación. Podríamos meditar también que morirse uno tiene poca importancia, morirse antes o después. Realmente, cuando uno ha nacido se da cuenta de que ha recibido el ser, esta existencia maravillosa en medio del universo. Uno contempla la grandiosidad y la belleza del universo como el mejor mensaje y lenguaje de Dios. Uno ha visto cosas, ha sentido el cariño de una madre, una amistad buena, y dice: – Bueno, ya.
Yo me acuerdo que cuando me ordené celebré, cómo no, la primera misa muy emocionadamente. Después de ello dije: -Ya me puedo morir, porque quizá, si no me muero, en mi vida diré más misas, pero no más misa, porque ya se ha dicho plenamente todo con una.
Pues uno, cuando existe, comprende, agradece a Dios la existencia y espera el Cielo y puede decir: -Podré vivir más días, pero no más plenitud de existencia, de manera que con un instante ya basta.
Esto tiene importancia en la vida de las personas aunque no tanto para uno. Basta ya, con eso uno se da por satisfecho, es decir, ya me puedo morir. Son los demás los que se benefician de la presencia de los seres queridos en este mundo.
De manera que en estos instantes Tante – con esta paz y serenidad que tiene, que no se ha quejado nada nunca, que ha sido obediente en todo- dirá: – ¡Bendito ir hacia el Cielo!
Somos nosotros los que nos quejamos aquí tristes, solidarios, doloridos, transidos, no de sorpresa, porque se ve venir desde hace bastante tiempo. Pero también hemos de entender esto que os decía al principio, que cuando Dios lo dispone, ¡qué docilidad hemos de tener!, y tiene Tante indudablemente. Es dejarse manejar por Dios sabiendo que eso es un timonazo en el momento oportuno para conducir la barca de todo hacia el fin bueno de la salvación. Concretamente en el caso de Tante, qué duda cabe que ella es un instrumento dócil de la intervención de Dios haciendo que ella, cuando Él crea oportuno, nos deje. Es un timonazo impresionante también para todo nuestro grupo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del jueves, 12 de enero de 1989. En la cripta de la catedral de Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra