Todos vosotros sabéis lo que hemos dicho últimamente: subir a la cartuja alta en soledad y silencio es estar con Dios Padre. No es contemplarle, porque para ello se necesita una cierta distancia. Precisamente subir allí es para estar unido a Dios Padre. 

Todos los tratados de teología y de espiritualidad dicen que hay tres vías para llegar a Dios. La última, la más perfecta es precisamente la vía unitiva (estar más unido a Él). Pues bien, eso es la cúspide que hay que alcanzar con la cartuja alta a solas con Dios Padre: estar unidos a Él. Desde Él y con los ojos de Él contemplar todo el universo.

Es lo que hemos dicho estos días pasados. Os ponía aquel ejemplo de la estatua de la Libertad de Nueva York: la gente sube por dentro y se asoma a los ojos de la estatua que son dos grandes ventanales. Desde allí contemplan toda Nueva York de una manera distinta, global. Cuando caminan por sus calles no tienen esa visión de conjunto. En cambio desde arriba, sí.

Bueno, pues mucho más desde los ojos del Padre  podemos contemplar el universo entero, el mudo entero, las personas, todos los quehaceres, los apostolados, todo lo que hacemos, lo que dejamos de hacer. Se contempla maravillosamente. Con sus ojos vemos la realidad de las cosas. En cambio, si lo miramos luego desde nuestros ojos metidos por las calles, lo vemos según nuestros criterios, nuestros apasionamientos, nuestros prejuicios o el color del cristal que llevamos en los ojos, en las gafas. En cambio, desde Dios se ve tal cual es. Pues bien, eso lo habéis oído. 

Podríamos añadir una cosa que no sé si os la he dicho. Además de contemplar el universo, se contempla también otra cosa: la Santísima Trinidad, se contempla al Verbo y se contempla al Espíritu Santo. Ciertamente ese dogma trinitario aunque lo pensemos desde aquí con nuestra pobre razón, vemos que no es contradictorio: si Dios nos lo dice, Él no se puede equivocar. Segundo, Él no nos puede engañar, luego es verdad, es dogma. Tratamos de descubrir con nuestra razón, desentrañar algo de ese Misterio. Pero ¡qué poco puede desentrañar nuestra razón del Misterio de la Trinidad! Sin embargo, vista la Trinidad desde los ojos de Dios Padre – que es el Origen, es el Engendrador del Hijo y es el que ha engendrado con el Hijo al Espíritu Santo- conoceremos mucho mejor sus secretos que vistos desde abajo con nuestra sola razón. O sea, que con los ojos de Dios Padre podemos contemplar el universo tal cual es, contemplar la Trinidad y tendremos una sabiduría sobre ella que no lograríamos de otro modo sobre el Verbo y sobre el Espíritu Santo. 

Es lo que os he dicho estos días pasados; eso último, no sé si os lo he dicho o no. Pero lo que yo quería deciros es otra cosa relacionada con ésta. 

Sabéis la importancia de las tres cartujas: la cartuja alta, la cartuja media, la cartuja baja. La media, ¡ay si no se hace, si se pasara de la alta a la baja! Eso sería un suicidio, como quien se tira desde lo alto de una torre, se cae al suelo y se estrella, porque bajaríamos llenos de sabiduría y llenos, en fin, de mucho de haber pensado todas las cosas. Al bajar, creeríamos que ya somos otros dioses, otro dios padre, y arremeteríamos con las cosas de las maneras más imprudentes y descabelladas. Sería nuestro suicidio. 

En cambio, si de la cartuja alta se pasa a la baja pero por la media, como estamos haciendo ahora, ¡oh entonces! Como las piedras de los ríos cuando bajan de la montaña antes de llegar al valle… por ese choque, ese roce de unas con otras, cuando llegan al valle son piedras estupendas que no tienen aristas, que son casi hasta de museo de tan bonitas que son. La cartuja media es muy importante. Bien, eso también lo sabéis, hasta aquí no digo nada nuevo. La cartuja media sabéis que está presidida por Cristo, por la Eucaristía. Esto que estamos haciendo ahora es justo el corazón de esa cartuja media. Todos formamos una pequeña Iglesia familiar, doméstica, alrededor de Cristo. 

Bien, hasta aquí eso también lo sabéis. Lo que hoy añado en esta plática es que, entendida la de arriba, ya entendemos esta analogía. Si decíamos que no es contemplar a Dios Padre, que es contemplar a la Trinidad y al universo todo, en esa cartuja media no es contemplar a Cristo, porque lo tenemos aquí, lo tenemos en medio, nos falta distancia porque estamos unidos a Él: dos reunidos en mi nombre… 

No es para contemplar a Cristo, es para contemplar hacia arriba a Dios Padre. Aquí sí, aquí le contemplamos mirando hacia abajo, contemplando también el universo desde este piso más bajo, desde esta encarnación. Podíamos decir, lo contemplamos desde la terraza de los rascacielos de Nueva York. Ya estamos dentro, no como la estatua de la libertad – que está en una isla en medio del mar-, estamos ya en Nueva York, pero estamos en lo más alto: en la terraza del Empire State. Pero contemplamos todos los asuntos, nuestros apostolados, las gentes desde esta altura todavía. Ahora bien, para contemplarlo bien, ¿qué hemos de hacer? Lo mismo que arriba, es una analogía: hay que contemplarlo con ojos de Dios Padre. Bueno, Dios Padre no tiene ojos, lo pintamos allí en un triángulo y entendemos lo que queremos decir con esta metáfora. Aquí es verdad porque Cristo sí tiene ojos. Hemos de templar todas las cosas de este universo con los ojos de Cristo, con su corazón. Los ojos que descubren las cosas son, dijéramos, los órganos de la inteligencia. El corazón es el órgano del amor, de este amor en que el Verbo se ha hecho carne. Este corazón es el mayor templo del Espíritu Santo también en este mundo. Con los ojos de Cristo, con su corazón, con su inteligencia, con su voluntad, hemos de saber contemplar también desde este otro piso, metidos ya dentro de la Encarnación, metidos ya dentro de Nueva York. Contemplar también todos los asuntos, todos los apostolados, las personas, ya sintiéndonos encarnados en ellos. Contemplar a Dios Padre; descubrir dentro de nosotros mismos al Verbo: Cristo tenía el Verbo como persona de esta Encarnación. Descubrirnos también como templos del Espíritu Santo. 

Pero a lo que voy, sin divagaciones: es saber mirar todo con ojos de Cristo y con corazón de Cristo. Entonces ya se ve que en la convivencia en el piso medio no puede haber nada idiota, nada de pérdida insustancial de la vida ni del templo. Porque todo lo hemos de ver y vivir desde los ojos y el corazón de Cristo. Eso no es ni cansancio, ni aburrimiento. Lo que decíamos hace un momento: poniendo la mano, pasa nuestra energía a Tante. {Ella esta presente, muy anciana} .Bueno, estando en Cristo toda su energía pasa a nosotros, la necesaria para que, cuando bajemos al piso primero, tengamos fuerza para actuar en el mundo. Si no nos la da Cristo – quien nos la da para actuar como cristianos- y esto es algo sobrenatural, está por encima de nuestras fuerzas… ¡Cómo vamos a actuar si Cristo no pone su presencia en nuestra cabeza y en nuestro corazón! ¡Cómo vamos a tener fuerzas también para poder contemplar a Dios Padre, ascender a Él, subir a este piso alto, encontrarnos en la cartuja y estar allí unidos a Él si no nos da fuerzas Cristo! 

Si comparáramos estas tres cartujas con un coche, Cristo es el motor, allí está toda la energía, toda la fuerza, todo el movimiento. Si no recibimos fuerza del motor, de dónde la sacaremos… ¿de nuestras pobres fuerzas humanas limitadas, materiales, psíquicas, pero limitadas? ¡Qué poca cosa haríamos, qué pocos kilómetros haríamos! 

Él es nuestro motor. Pero eso le hemos de vivir intensamente aprovechándonos de todas las revoluciones de este motor del corazón de Cristo, de todo este movimiento gigantesco de su inteligencia, de su persona encarnada. ¡Con cuánta intensidad hemos de vivir esta cartuja media juntos, todos unos, amándonos los unos a los otros como Él nos ama, siendo unos como Él y el Padre son unos, tomando fuerza para amar a los enemigos! Porque eso es ser cristiano: estar unido a Cristo. Pero, esto es lo más fundamental: ¡amar a los enemigos! A esta luz hemos de planear nuestros apostolados. De qué servirá tratar de hacerlos con un enemigo si le odiamos, le devolvemos mal por mal, violencia por violencia, y no partimos de la base de que le amamos sinceramente con todas nuestras fuerzas, y hasta estar dispuestos a dar la vida por él. ¿Qué vamos hacer si no partimos de esta base? Esa base es muy difícil, está por encima de nuestras fuerzas; ni los judíos -en este camino hacia la plenitud- tenían esto, y aplicaban la ley del talión o pasaban a cuchillo a los enemigos. Es difícil. Solo llenándonos de la fuerza del motor de Cristo podemos hacerlo. 

Ahora vamos a ir descubriendo cómo hemos de vivir esa cartuja media. Evidentemente no somos dioses ni somos cristos. Él era persona encarnada, nosotros tenemos una persona humana y no tenemos fuerza. Es difícil. Si estamos horas juntos aquí, siempre estamos en esa tensión de no perder ni un minuto, de estar siempre mirando las cosas, el corazón, los ojos, con los ojos del corazón de Cristo… Somos limitados. ¡Quién sabe!, después de mucho tiempo, trabajos y méritos, quizás, algunas personas santas lleguen a estar sintónicas con Cristo: en todo lo que hagan, en todo lo que digan, en todo lo que piensen y en todo lo que manifiesten sean tan sintónicos que sería lo que diría, haría, pensaría y manifestaría el mismo Cristo en estos momentos y en estas circunstancias. Bien, eso es difícil, pero recordamos aquellas frases del Evangelio cuando preguntan a Jesús y hay dos respuestas en dos circunstancias distintas: 

-¿Quiénes están con Cristo? -Dice Cristo: Quién no está conmigo está contra mí. Pero en otro momento dice: -Quien no está contra mí, está conmigo. 

Esa segunda respuesta va más a nuestra medida, a nuestra limitación, a nuestro empezar el camino de la perfección hacia la santidad. Basta aquí en esta cartuja media para nosotros principiantes: que no digamos ni una palabra, ni tengamos ningún pensamiento, ni ningún sentimiento, ni una manifestación que sean contrarias a lo que Cristo haría. No estando contra Él, ya empezamos a estar con Él. De manera que los que sean dignos de ser llamados a esa cartuja media, todavía no son santos, pero sí son llamados porque ya son dignos de estar en esa cartuja media.  

¿En qué se conoce esa dignidad? En que aquí son capaces  de no decir nada, de no pensar nada, de no manifestar nada, de no sentir nada contrario a Cristo, a lo que Cristo pensaría, diría o haría. Quizá nos queda mucho camino por recorrer para que todo lo que digamos, sintamos, hagamos y manifestemos esté con Cristo. Bueno, ¡tranquilos!, quizás algunos de vosotros lleguéis a esto, pero hay que poner este mínimo. De manera que si alguien siente algo que es contrario a lo que sentiría Cristo, eso es como si se hubiera caído por la ventana al piso bajo; tiene que hacer penitencia para poder volver a subir: perdóname Dios mío. Entonces puede encontrarse otra vez tranquilo, gozoso, feliz en la cartuja media, codo a codo con todos los demás.

¿Cuál será el mínimo para estar en la cartuja baja? Bien, ya nos lo hará ver Dios, quizás eso sea tema – quien sabe cuándo- de otras pláticas. Yo no sé. Pero ¡qué claro está la cartuja media! No puede haber ningún movimiento de nuestra alma que esté contra los mandatos de Cristo, contra lo que desea su corazón. Por lo menos no estar en contra. Quien no está en contra, ya empieza a estar conmigo, ya está conmigo. Y, de la mano de Cristo, ya avanzamos para nuestra perfección.

Bien, eso es lo que os que quería decir hoy en está plática. He insistido en que se grabara. Si me muero, ahí queda; todos la pueden escuchar, no como un mensaje mío sino como un mensaje de Cristo.

{Más adelante, casi al final de la misa, añade más.} 

En este momento de la postcomunión quería daros también una regla práctica: ¿cómo sé yo cuando estoy al menos no contra Cristo, que es el mínimo exigible? 

Nosotros decíamos: no somos dioses, somos gente limitada. Pero hay que exigir, dentro de nuestra limitación para estar en cartuja media, esta madurez. A pesar de esto tenemos muchos defectos, las personas tienen mal genio, a veces están cansadas, a veces se les escapa una palabra airada… En fin, estamos llenos de limitaciones y ésas las hemos de aceptar con humildad,  desde luego, mutuamente. Las hemos de aceptar con humor, porque son signos de nuestra limitación y en el fondo hacen gracia. De manera que ¿esta persona tan santa, no puede dejar de decir tal palabrota? Bueno, pues esto hay que mirarlo con humor, eso hace sonreír, eso hace reír.  Por lo tanto, se puede caer en escrúpulos o en una tortura continua de decir: estoy obrando al menos no contra Cristo. Hemos de soportar nuestras  limitaciones, nuestros defectos, y mirarlos unos con otros. Como las piedras aquéllas del río: rozando unas con otras, quedan estupendas. Eso lo hemos de saber mirar con comprensión y con amor unos con otros . 

Entonces, ¿dónde esta esa regla de oro para saber que, a pesar de mis defectos, de los defectos de todos y de cada uno, no estamos contra Cristo? Es muy sencillo: uno no está contra Cristo cuando no obra por egoísmo. Porque uno puede estar enfadado, a uno pueden escapársele palabras gruesas,  puede tener en un momento dado mal carácter… Pero analicemos lo que hay por debajo de eso. ¿Hay egoísmo? El egoísmo es lo que está contra Cristo. Esto está muy clarito. La regla de oro es: el egoísmo. O sea, yo no he sido egoísta, lo que soy es un imbécil que tengo mal genio y no me puedo dominar. Pero no he sido egoísta. No pasa nada, esto se mira con humor. Ese es el punto. Aquí, en la cartuja media no se puede obrar con egoísmo. Porque eso no es de cartuja media; eso es contra Cristo. De esto hay que arrepentirse para poder volver a entrar en ella. A veces uno no es que haya salido de ella físicamente, el cuerpo sigue aquí; el alma no, el alma tiene que arrepentirse para poder otra vez vivir en este cuerpo que sigue estando en la cartuja media, pero se ha quedado inanimado mientras el alma no se arrepienta del egoísmo. Ésta es la regla clarísima, es meridiana. En cambio, si no la tenemos clara, podíamos pensar que están contra Cristo esos defectos nuestros. Esos defectos nuestros son nuestra limitación y los hemos de mirar con paciencia, soportarlos -cada uno los que tiene- tratando de mejorar. Soportarlos en los demás también con comprensión, con humor, y con paciencia, por supuesto. Lo único que es contra Cristo es el egoísmo. 

Si esto es así, ¿qué será lo mínimo para poder entrar en la cartuja alta? 

-¿No ser egoístas? -No no, no, no basta. Eso es lo que basta para entrar en la media. Se necesita mucho más. ¿Cuál es ese mínimo, ese mínimo bagaje que tenemos que llevar cuando nos atrevemos a subir a la alta? 

{Se corta un poco la grabación;} eso ya es ser altruista, pero altruista no filantrópicamente sino altruista con Cristo, llenos de Espíritu Santo para amar a los demás. Para saber si amamos bien a los demás y poder entonces entrar en la cartuja alta, tenemos ese termómetro: que amamos a los enemigos. Cuando una persona dice: amo a los demás, y buena prueba de ello es que también amo a los enemigos. Entonces tiene la nota de suficiente. Luego podrá amarlos más o menos: cuanto más los ames, tendrá notable, sobresaliente, matrícula de honor. Pero para poder entrar en la cartuja del Padre, el apto o el suficiente es: amar a los demás. Sabemos que amamos a los demás porque también amamos a los enemigos. Éste es el carné, el certificado de notas con el cual podemos entrar en la alta. Pero claro, ésa es la labor precisamente de la cartuja media. Entramos con un suficiente de no ser egoístas, y hemos de salir por lo menos con un suficiente de amar a los demás y a los enemigos para poder pasar a la cartuja alta. 

Ya vemos, pues, que en la cartuja media se da la gran lucha que hemos de tener con nosotros mismos: ayudar a todos los demás para morir a nosotros mismos, dejar de ser egoístas. Que el móvil de nuestra actuación, de nuestros pensamientos, de nuestros deseos y de nuestros trabajos no sea el egoísmo. Esto cuesta mucho, muchas horas, muchos años, muchos esfuerzos quizá. Pero vosotros ya lo habéis hecho, ya tenéis el certificado de aptos, de no ser egoístas, de moveros en todo no siendo egoístas. Iréis aprendiendo en la cartuja media, además, el mover todo por amor a los demás. 

Creo que estas reglas técnicas – podíamos decir técnicas del Espíritu- aclaran mucho para poder hacer bien la cartuja media y la alta.

Os diré alguna palabra más: ¿Cómo sabemos que obramos sin ser egoístas? No es fácil tener un criterio que sea fehaciente de ello porque somos tan limitados que a veces obramos con egoísmo y no nos damos cuenta. Hasta somos incapaces de descubrir que obramos así. Ahí está lo que yo os decía: la esencial necesidad de la cartuja media. Ésta no es una cartuja solitaria: hay que saber mucho, hay que tener muy buenas notas ya y muchos aptos para poder estar a solas.

La cartuja media por esencia es comunitaria. Eso quiere decir que hemos de recibir de la comunidad esta ayuda que nosotros solos no tenemos. Somos tan cortos que no somos capaces de descubrir cuándo obramos con egoísmo. La cartuja comunitaria – como decía- es como aquel lugar donde las piedras de los ríos, rozando y rodando, bajando de las montañas hasta el valle, se pulen unas a otras. Hemos de mirar en los demás como si fueran un espejo donde nos reflejamos. Si obramos con egoísmo, los demás sentirán una cara de perplejidad, de sorpresa, de un – no diré disgusto- pero de un no estar cómodos. Viendo las reacciones de los demás ante lo que nosotros hagamos, pensemos, sintamos, manifestemos, es como al mirarnos en un espejo: nos damos cuenta de que llevamos la corbata torcida o una mancha en el vestido de la que no nos dábamos cuenta. Viendo las reacciones de los demás ante nuestra manera de obrar, decirnos:- ¡Uy! 

En este frotar de piedras entre sí, el tono es caridad fraterna . También puede haber una dulce queja de corazón a corazón: -Oye, ¿tú crees que eso que has dicho es lo que nos gustaría oír a todos o es lo que te ha gustado oír a ti, solamente a ti? 

Los demás son nuestro espejo. También nuestro libro de texto, porque entonces nosotros vemos en los demás algunas reacciones de egoísmo, lo cual es contrario a Cristo. Viéndolas, aprendemos a reconocer en nosotros reacciones semejantes y caemos en cuenta: – ¡Toma!, pues esto en mí también es egoísmo. ¡Qué fácil se ve esto en los demás! Porque en esta comunidad -a pesar de que sean como sean los demás- hay alegría, paz y hay gozo. Cuando hay un poco de egoísmo, ¡ay!, se resiente la paz y la alegría. 

Eso uno lo detecta bien, lo ve bien en los demás. Si bajan piedras de arriba y tienen aristas todavía, me arañan, ¡cuánto dolor siempre que el otro es egoísta! Pero eso sirve para aprender, para aprender a reconocer en nosotros la misma arista, para aprender a decir a los demás: -Oye, esto que haces, ¿no te das cuenta que a los demás nos quita un poco la alegría? Así cuando me lo digan a mí yo también sabré escuchar. Entonces, con mansedumbre y con gozo, esta advertencia de los demás para conmigo (si nos queremos todos, si queremos caminar gozosos hacia delante en perfección para poder subir a la cartuja alta con ese certificado de aptos, de nada egoístas y empezar a amar a los demás) … ¡qué maravilla! 

Muchas veces podemos decir: -¡Ay!, se me hace pesada la cartuja media. Eso es porque hay egoísmo en los demás o en uno. Esa cartuja media está muy deshilachada, maltrecha, no hay paz, no hay alegría. O nos puede costar subir a la cartuja alta: -¡Cuánto me cuesta, no sé qué hacer, me aburro allí! Eso es porque está maltrecha, porque te falta amor a los demás; quizá falta mucho amor a los enemigos. 

Pues bien, estas palabras se añaden a las anteriores: saber que los demás son espejo de mis egoísmos que yo mismo no me veo. Segundo, que hay un termómetro. Decimos: -¿Qué temperatura hay? -Hay dos grados. Bien, qué calentitos estamos, ni frío ni calor, qué bien. {—} El mundo está en guerra, sin alegría, todo el mundo tiene caras largas, pero el termómetro aquí dentro, ¡Qué bien!, tiene la temperatura ideal de paz y alegría. Eso quiere decir que no obramos con egoísmo. Los demás te lo detectan; el termómetro que está colgado en la pared, indica paz y alegría, ¡qué bien! 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo, 30 de octubre de 1988. Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

 

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