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El Caballo, seguro que lo sabe.
No comprendo, si no, cómo estaría
tan quieto cuando al fin en la herrería
le clavan clavos y él sigue suave.
Bien sabe es por su bien. Claro que cabe
que el Ángel de su Guarda, en ese día
se lo haya dicho, o ¡quién se lo creería!
juegue con él y así no sea grave.
A mí también me clavan muchos clavos
y me duelen en lo hondo de mi alma.
¡Ay, Ángel mío! dame algunos cabos
para subir del pozo de este infierno
y así de nuevo alcanzaré la calma.
Y llévame después, al Cielo eterno.
Alfredo Rubio de Castarlenas