(Sal I) 

Estamos aquí esta tarde celebrando la Eucaristía por varios motivos. Uno, recordando, ya en la víspera, que es el aniversario de Pilar Martos, esta persona tan buena, tan hermosa en su vida y a que tanta gratitud debemos por la Fundación Pilar Martos. Recordamos aquí también que me voy a América en un viaje no fácil, ¡qué Dios me ayude! Y también, por último, con mucho cariño y mucha alegría, el cumpleaños de Diego {López}. A pesar de que está de revisión de la vista pero estimulado por la lectura que ha hecho antes Patrick {Oriol}. 

Luego nos ha leído Diego el salmo responsorial; me alegro, porque ¿qué le podíamos decir a Diego esta tarde aquí?: este salmo. En este cumpleaños suyo, 24 años, ojalá le digamos todos de corazón, y él lo escuche, lo grabe en su corazón para recordarlo siempre y vivir coherentemente con esto que lleva en lo más hondo de su espíritu: -Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

 Ya vemos en la guerra, (se refiere a la guerra del Golfo) todos han puesto su confianza en sus armas, unos y otros; los norteamericanos que tenían tantas armas poderosísimas, el otro que creía que tenía también un ejército, el cuarto del mundo. ¡Pobre gente! En cambio, dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos.  ¡Qué importante es esto!, todo el mundo nos quiere influir, y nos quieren influir, no precisamente por su amor benevolente, generoso, sino con un amor mezclado de mucho amor propio, y que quieren influirnos para sumarnos a sus intereses, a sus ambiciones. Si más no, por el gozo de influir en otros, lo cual es como un acto de dominio que esclaviza al otro. No, nunca seguir el consejo de los impíos. “Ni entra por la senda de los pecadores”. ¡Claro que deseamos mucho esta tarde que nunca entres por la senda de los pecadores!, “ni se sienta en la reunión de los cínicos: “ Cuantas veces decimos; ¡qué cinismo!, hace el mal y encima no se esconde, encima lo proclama, se vanagloria de ello. ¡Cuando cinismo hay en el mundo, qué tentados están de su cinismo incluso los vencedores! No, nunca seas un cínico; “sino que su gozo es la ley del Señor”: Qué tu gozo sea siempre la ley del Señor. “Meditando tu ley día y noche”: Y no la ley a la que se refería este salmo del Viejo Testamento, no, la plenitud de la ley, ésa de amarse los unos a los otros como Dios nos ama. Servimos los unos a los otros como Cristo dio ejemplo de servirnos lavando allí los pies a los apóstoles, un signo de ínfimo servicio, y lo hace Él que es el Señor. Mediando esta ley día y noche, dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. 

“Será como un árbol plantado”. Aquí he visto que ha hecho “traición”, porque tú has dicho: – plantado al borde de la esquina. Nos hemos quedado todos muy parados, porque, ¿qué tiene de particular una esquina para que un árbol crezca mejor o peor? Quizás al revés , le dan más los vientos del norte, no está defendido por una buena pared en que le dé el sol del mediodía sin más. Pero claro, es que lo que dice: “Será un árbol plantado al borde de la esquina”. Claro, es muy distinto la aceptación de la esquina, je, je ; la acequia es por donde pasa agua, y entonces el árbol tiene raíces profundas, tiene agua y es frondoso. Así, así has de ser tú siempre, un árbol plantado al borde de la esquina, ufano, “da fruto en su sazón”. O sea que realmente es mucho fruto el que digo, tanto como el que desea el Señor que des, como el que esperamos tantas personas con claraesperanza y con fe firme en ti .

“Y no se marchitan sus hojas; y cuando emprende tiene buen fin”. Espléndido. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

“No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento”. “Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal”. Siempre acaba mal. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Ojalá que llegue un día que cuando llegues al Cielo oigas precisamente esta exclamación de este salmo: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”.

Era joven, 24 años. Los jóvenes tenéis buena intuición, queréis ser más mayores. ¡Qué bien! Eso es como subir peldaños; uno sube uno, luego tiene ocho, después tiene veinticuatro, luego tendrá cincuenta, etc. Y no se espanta, es ir subiendo, ir subiendo, hasta alcanzar aquel escalón en que Dios permita ese tránsito al Cielo, quizá porque nos considere ya muy maduros. Bien, sea cuando sea, vamos subiendo escalones, ¡qué hermosura! Llega un momento en que a veces a los viejos nos fastidia seguir subiendo escalones. Qué tonto sería aquel escalador de la montaña que empieza y asciende, y cuando ya está cerca de la cima quisiera volver abajo, qué tontería, después de haber recorrido clavando clavos, subiendo por las cuerdas. Ya ha entrado en la cima. Todo el mundo quiere alcanzar las cimas, sean de seis mil o de siete mil o de ocho mil, o del Anapurna, o de casi diez mil metros como el Everest. Todos queremos subir a la cima.

Años de casa, años de servicio, más cerca de poder oír con alegría que diga el Señor: ¡Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor! 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del jueves, 28 de febrero de 1991. Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

Comparte esta publicación

Deja un comentario