(Le 18, 1 – 8)

María, modelo de las mujeres su lucha por la justicia y la paz.  ARÍA, 

Hoy, este sábado, ha coincidido la misa en Belén (Iglesia parroquial de Belén en Barcelona), por ser día uno, con esta misa en la Universidad. De manera que unos han ido a Belén y otros habéis venido aquí; quizá alguno haya ido a los dos sitios. Es hermoso; eso es como cuando en un piano se toca una melodía y luego queda un acorde. Pues hoy, con esta coincidencia de José y de María (la misa en la Universidad tiene por patrona María Inmaculada) también celebramos el nuevo año litúrgico este domingo. 

Estamos ahora, no en la celebración de san José en Belén, que ha tenido lugar a las doce, sino en la de María. Nos pone en el Evangelio así, por casualidad también -porque estamos leyendo este Evangelio que toca- a esta viuda a la que no le hacían justicia y que la reclama a este juez inicuo que no se la quiere hacer. Tanto le clama ella que, para que le deje en paz y que no le dé una bofetada en plena calle para irrisión de la gente de ver cómo un hombre es abofeteado por una mujer – claro, él no hubiera podido chillar porque sabía que la mujer tenía razón- le hace justicia. La consecuencia es decir: Dios, que es un juez bueno, ¡cómo no va a hacer justicia si le clamáis, si le pedís!

Pero bueno, estamos pensando en María en este sábado último. María, que fue soltera, casada, viuda y, más que viuda, porque su hijo murió, o sea, que está más allá de la viudez: en total “solitud”. Por eso es patrona de las vírgenes, de las solteras, de las casadas y de las viudas. Pero hay que descubrir en María todavía ese más allá: el ser patrona también de aquellas mujeres que se han quedado solas como ella, sin José, sin Jesús, realmente con una tremenda “solitud”; el serlo de las mujeres que se consagran como María, a un servicio total de seguimiento de Cristo, que viven toda su vida en ese estado de “solitud”. Bien, la recordamos hoy de una manera muy especial al final de este año litúrgico. Se termina el año litúrgico antes de empezar con la alborada y la esperanza de la Navidad; se termina con esa tremenda “solitud” de María, como esta vida que clama que le hagan justicia. 

El domingo, como sabéis, fue fiesta de Cristo Rey. Rey en los Cielos. Pero María se quedó aquí en este mundo en ese estado de “solitud” , acompañada -cómo no- de Juan Evangelista, como un hijo amantísimo que la retuvo con ella hasta su muerte,  acompañada del cariño y de la devoción de los apóstoles. Pero después de haber perdido a José y de haber perdido a Jesús, ¡qué cosa podía llenar este vacío! Nada. Era un consuelo, ciertamente, era un sostenerla en su fortaleza esta presencia del discípulo más amado de Jesús, de los apóstoles, que acudieron todos devotos cuando ella murió. Sí, era un consuelo, pero no podía llenar este vacío inmenso de estar sola en este mundo sin José y sin Jesús.

Nosotros nos unimos a este clamor de María, a ese clamor de tantas mujeres que están en estas condiciones de “solitud” en el mundo – unas porque han llegado a ella, otras porque se han consagrado desde el principio a ella-, de pedir justicia para el mundo, no tanto para ellas, ¡para el mundo!, para todos los que sufren, para todos los marginados. Ella en esta “solitud” es Reina y Patrona de los marginados. Todas las mujeres que se unan a María en esa “solitud” claman, claro que sí, insistentemente. ¡Qué duda cabe que este clamor, por perseverante, llegará a doblegar a las autoridades de este mundo para atenderlas! Un ejemplo maravilloso es la madre de Calcuta. Ella, en su pequeñez incluso física porque es pequeñita, ha hecho de su vida una llama encendida de “solitud” en este mundo, y sin embargo, precisamente por esto, se ha constituido en esa pobre viuda solitaria sin hijos, como María, clamando por la justicia, perseverante con todos aquellos moribundos de las calles de aquellas ciudades gigantes de la India. Y lo ha conseguido. Incluso le han dado el premio Nobel de la Paz. Ha conseguido muchas cosas: la han recibido los reyes, los reyes de España por ejemplo, y de tantas otras partes. Ha conseguido hacerse oír; ha conseguido muchos actos de justicia para los marginados. 

Pues bien, que, en este sábado en que – como os digo- en un acorde hermoso han coincidido la misa de san José y la misa de María, en este final de año, gocemos de este acorde. No ocurre todos los años así, pero este sí. Meditemos este Evangelio. Todas han de sentirse como María, Reina de todas las mujeres, sea cual sea su condición, como estas viudas que claman justicia para el mundo a los poderosos. ¡Qué papel el de las mujeres, qué papel el de las claraeulalias en este clamor: de una manera u otra, siempre, perseverantes, hasta que oigan y hagan justicia! Qué hermoso sería que las mujeres del mundo, que saben lo que es un hijo – porque ellas son casa, eso lo saben, ténganlo o no lo tengan, saben lo que vale un hijo -, se levantaran ahora en un clamor mundial para pedir la paz en vez de la guerra que puede venir. Por lo menos vosotras que estáis aquí, las claraeulalias, pedid por la paz, ¡pedid por la paz! ¡Qué el Espíritu Santo toque el corazón de estos hombres gobernantes! ¡Qué pidan la paz! Pedid sin cejar esta paz tan entrevesada hoy, para que en esas conversaciones que parece que va haber como un último intento (el ministro de Asuntos Exteriores americano va a hablar en Bagdad (se está refiriendo en la guerra del Golfo) mientras que el ministro de Asuntos Exteriores de Bagdad lo va a hacer en Washington), el Espíritu Santo les toque el corazón. Porque un solo soldado vale más que todo el petróleo del mundo. Vosotros pedid al Espíritu Santo. 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del Sábado, 1 de diciembre de 1990. En la capilla de la Universidad de Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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