(Jn 4, 5 – 42) 

Comento una frase interesante de todo este pasaje en que Jesús hace la afirmación a la samaritana de que cuando venga el Mesías nos los dirá todo. Pues ya ha llegado ese momento: -”Yo soy”. La samaritana, habiendo dejado el cántaro para poder correr e ir más veloz sin que se le derramara el agua, va a decir a los samaritanos: -“He encontrado a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho”. Ella, en vez de decir que es el Mesías -que cree que es el Mesías-, en vez de decir: -Él ha dicho que es el Mesías, dice: -“ ¿Será acaso el Mesías?”. O sea, parece como si la convención, el acto de fe de esta mujer no fuera totalmente pleno, se plantea la duda: ¿será acaso, tal como dice, el Mesías?  Lo curioso es que, por lo que cuenta ella, algunos creen ya definitivamente que es el Mesías. Cuando va y predica “muchos más creyeron en Él, ya no por lo que tú has dicho, sino por lo que hemos oído”. O sea, que los primeros creyeron por lo que ella les contaba cuando ella misma no se atrevía a hacer esta afirmación.

¿Será acaso? Y ellos creyeron que lo era. 

Ella es un apóstol también, como decíamos de las mujeres en la Resurrección. La manda de apóstol, pero todavía Él no ha resucitado. Esa mujer apóstol -preapóstol podríamos decir- todavía no hace un acto de fe pleno. Tiene fe, por eso corre; tiene alguna fe, por eso lo dice y les explica. Pero se vería seguramente aumentada al ver cómo, por el milagro de sus palabras, creían que era el Mesías; eso aumentaría su fe. En este sentido me parece que es una figura muy hermosa de los apóstoles todos, que somos nosotros, presbíteros que predicamos a Cristo. Vemos que por el prodigio de nuestras palabras la gente tiene fe. ¡Cuánto nos ayuda ello a tener más fe en nosotros! Nos lo decía esta mañana Juan Miguel: -Nos alegramos de una cosa sucedida porque aumenta nuestra fe. 

Pues bien, ya que somos tan débiles, tan defectuosos los apóstoles, que la fe de la gente que brota de nuestros dedos, de nuestros sacramentos, de nuestras palabras, realmente aumente nuestra fe. 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo 18 de marzo de 1990. Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

Comparte esta publicación

Deja un comentario