(Hch 9, 1 – 22)

La verdadera sabiduría, amar como Dios Padre ama.

(Con motivo del primer aniversario del fallecimiento de Rosa Fernández de Company) 

Hemos escuchado la primera lectura, las circunstancias de aquella conversión de san Pablo. Él era perseguidor de los cristianos, estuvo presente en el martirio del primer mártir después de Cristo, san Esteban. Y no creía en Cristo, perseguía a los cristianos. Sin embargo llega un momento en que tuvo esta revelación que le tumbó de su orgullo, de sus ideas llenas prejuicios y vio la luz. Vio una luz que era tan intensa que le cegó de momento. Cayó del caballo de sus tropelías: ¿Qué tengo que hacer? Encontró a este Ananías que le indicó el buen camino hacia Cristo: -Bautízate y espera qué es lo que desea Él de ti. 

Yo diría que todos nosotros hemos seguido nuestro camino en la vida, unos pensando de una manera, otros de otra, haciendo cosas, a veces buenas, a veces no tanto, a veces quizá malas, llenos de prejuicios también. Y a Dios le hemos arrinconado en nuestra vida, le hemos puesto lejos, le hemos marginado. Pero también todos nosotros en algún momento de nuestra vida, cuando menos lo pensábamos quizás, hemos sentido algo, hemos sentido como un grito interior, una luz que también nos ha dejado por un momento perplejos. Hemos sentido como una voz, una voz amorosa que nos llamaba. En medio de nuestro caminar un poco loco, un poco o un mucho olvidadizo, hemos sentido de pronto una presencia de lo divino, de Dios, de lo trascendental, de lo del más allá que nos ha dejado parados, pensativos, y con una semilla dentro, para que creciendo, germinando, nos vayamos convirtiendo de verdad.

Habéis oído al principio de esta celebración ese canto tan hermoso de que sólo hay que seguirle a él, a Cristo, porque Él es la Verdad, el Camino; es la vida. ¿Y cuál es el mensaje de Cristo? Todos nosotros somos cristianos y todos nosotros somos imágenes de Cristo por el Bautismo. Todos tenemos que asumir y volver a predicar a todos los que nos rodean ese mensaje de Cristo que lo resume todo: Amaos los unos a los otros como Dios me ama a mí y yo os amo a vosotros. O sea, que nos hemos de amar unos a otros, no de cualquier modo, no haciendo esfuerzos de amarlos como nos amamos a nosotros mismos, ¡qué poco es eso!.Porque con todas las fuerzas de nuestro corazón podemos amarnos a nosotros mismos y a los demás, pero qué limitado es ese amor. En cambio, si nos llenamos del amor de Dios, y con Él entonces amamos a los demás, esto sí que no tiene medida. Es lo que dice Cristo, que nos hemos de amar unos a otros como Él nos ama, como Dios Padre nos ama. Ahí está toda la perfección, ahí está todo lo que tenemos que hacer. Si hacemos eso ¡tranquilos!, todo lo que hagamos después en las concreciones de las cosas las haremos bien, con buena voluntad y con buena intención, y aunque nos equivoquemos algunas veces, será por limitación humana. Pero nuestra intención de amar como Dios nos ama haría bueno todo. Ésa es toda la sabiduría; toda la ciencia se encierra en esto. Claro, en este amor sin límites no sólo hemos de amar a los que nos aman, amarnos igual también a los que no nos quieren, incluso a los que nos odian -eso es asunto suyo-, pero por parte nuestra amamos a todos como Dios nos ama. 

Ojalá que esa luz que todos hemos sentido en algún momento no se apague en nuestro corazón, germine y siga creciendo para ir haciendo nosotros una total conversión a Cristo, es decir, una total conversión al amor.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del sábado, 25 de enero de 1992 . En la capilla de la Universidad de Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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