(Le 15. 1 – 3, 11 – 32)
Yo le insisto a José Luis que predique. Dice que no, que tiene que prepararse el sermón, porque así de improviso… Dice que predique yo.
Yo, para ser sincero, tendría que decir que predico porque no me coge de improviso. Porque esta parábola que hemos leído fue quizá la primera que oí siendo ya un poco mayorcito, de una manera consciente. Me impresionó muchísimo. Fue la primera vez en mi vida que hice ejercicios espirituales, tendría quizá 14 o 15 años. Nos los dio un padre benedictino en el colegio de Santa Eulalia; unos ejercicios que dijeron que eran para chicos mayores. A mí no me consideraban todavía mayor, por eso digo que tendría 14 o 15 años. Había quedado excluido de esos ejercicios, lo cual a mí y a otros compañeros nos molestó muchísimo que hicieran aquella separación. Pero, hete aquí, que antes de empezar vino el profesor. Sin yo pedirle nada, escogió a dos o tres que habíamos quedado excluidos por edad, y dijo:- Bueno vosotros podéis hacerlos también. Y los hicimos. La verdad no me acuerdo absolutamente nada de lo que dijo aquel bendito hombre durante esos ejercicios, que duraron no me acuerdo si fueron tres días o cuatro. De lo único que me acuerdo es de esta parábola: cómo la leyó y nos la explicó. Realmente ese recuerdo tan vívido ,que tanto me impresionó entonces, lo tengo siempre muy presente. Por eso, hablar de esta parábola no me coge de improviso; es de las cosas más grabadas de la adolescencia. Es curioso, pero no recuerdo nada más. Bueno, yo diría que es una pena no acordarme de nada más, pero qué bien que me acuerde por lo menos de esta parábola que tanto me impresionó. Creo que fue un fruto muy bueno. Seguramente él -por su comentar esta parábola- la adoraría, haría que la viviéramos mucho. También, quizás, explicara otra, de la cual no me acuerdo. Pero de esta, sí. No recuerdo que me impresionara lo que dijo ni la forma en que lo dijo, sino lo que quedó en el cedazo: la parábola limpia y pura, sin más, tal cual, sin ninguna añadidura.
¡Qué hermoso, cuántas cosas sugieren las posturas del padre, del hijo…! Ese hijo menor que tiene su fortuna, se va, ya lo veis. La dilapidó con los amigos y con mujeres perdidas. Supone eso que no sería demasiado joven: ¿tendría 20, 19, 18 años? En ese entonces estas edades eran avanzadas. Esa edad tendría: 18 años, 19, 20… Era mayor. Cuando vuelve tan arrepentido, su padre que lo ve venir, lo va a buscar, se encuentra feliz de recordar a ese hijo. Como dirá luego al hermano mayor y dice el texto: -“lo cubrió de besos”. Cuando anteayer, en la Cena Hora Europea se trataba de las relaciones de padres e hijos, se dijeron cosas muy buenas. Como decía Folch y Camarasa (gran pedagogo de renombre internacional, amigo de Alfredo): -Mira, habéis pasado rápidamente, pero habéis incluido todo; allí está todo lo que se podía decir. Él añadió alguna cosa. Sí, daba gozo ver cómo aquellas personas un tanto mayores aceptaban como cosa normal lo que hoy día, después de mucho hablar, está. No dijeron nada nuevo. Las preguntas que se hicieron -que hizo Guillermo, Ester…- fueron realmente importantes. Pero la de Guillermo ni la entendieron. La de Ester la entendieron, la recogieron y la valoraron mucho, como hizo aquel padre jesuita que había. No dijeron luego nada más. Si hubieran leído esta parábola, si hubieran visto como este padre a su hijo menor, de 20 años, lo cubría de besos, ¡qué gran lección de relaciones de padres e hijos, qué gran relación! Esa manifestación profunda de ternura recia de un padre hacia sus hijos mayores, que no se esconde, que no tiene escrúpulos ni rubor de tener una ternura profunda, como dice el Evangelio. ¡Qué maravilla, qué maravilla!
Bien, os ofrezco, dijéramos, esa pequeña perla de los evangelios -de un trozo- que tanto habéis oído y comentado. Yo desearía también que, como me pasó a mí, dentro de unos años recordéis que yo os presenté esta parábola en esta Universidad . Aunque os olvidéis de todo, no os olvidéis de ésta.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del sábado 17 de marzo en la Capilla de la Universidad de Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra