(Mc 8, 27 – 35)

Realmente en la vida de todo cristiano, como en este pasaje de Jesús con sus apóstoles, Pedro entre ellos, nos pasa esto a todos muy frecuentemente. Por un lado vemos que Dios nos pide algo en este seguimiento suyo, que siempre es heroico aunque no tengamos miedo, porque Él mismo lo dijo: – Mi cruz es ligera, mi yugo es suave. Pero nos da miedo seguir a Cristo, le da miedo a nuestra alma pusilánime. Entonces, es bueno recordar esto: Él tiene que seguir un camino difícil. Naturalmente, los apóstoles intuyen que si son sus amigos, sus enviados, sus mensajeros, pues quizá también tendrán peligros al seguir al Maestro. Lo intuyen y efectivamente así fue; a todos también los mataron, aunque San Juan se salvó de ello milagrosamente y vivió hasta su ancianidad. Pero Pedro que, por una parte, quería a Jesús y quería seguir su doctrina, quería ser su mensajero; frente a esa intuición no le gustaba nada. La única manera de salvar las dos cosas es decir, no padecer estas cosas y seguir siendo seguidor de Jesús, era que Jesús no siguiera este camino, sino que siguiera otro camino mucho más placentero, más tranquilo para ir predicando su doctrina, siendo más diplomático para no irritar aquellos fariseos, a aquellos sumos sacerdotes; que supiera esconderse, que no hablara tan claro, o que lo fuera haciendo más despacio. 

En fin, no nos dice aquí el Evangelio qué cosas Pedro increpaba a Jesús; le diría: – Estás loco de pretender hacer esto que dices. Así sí, claro que te cogen y claro que te van a comprar, y claro que te van a matar; no hay derecho a que hagas eso, y nosotros qué. Es decir, le increpaba. No solamente le decía cosas con mucho ahínco o con mucho convencimiento; la palabra “increpar” es enfadarse con el otro, decírselo de una manera muy enfadada e incluso, hasta cierto punto, ofensiva. Jesús le escuchó hasta que llegó un momento en que también – nos cuenta el Evangelio – increpó a Pedro y le dijo: -Vete de aquí, Satanás, porque te estás convirtiendo en un instrumento – quizá muy razonado – de Satanás para que yo me aparte de mi camino que veo que tengo que seguir para la salvación del mundo. “Vade retro”, ¡vete de aquí Satanás! Pues no poca increpación de Jesús llamar a Pedro nada menos que instrumento de Satanás en aquel momento. Quedaría muy asombrado, muy asustado, quedarían también muy asustados los otros discípulos, porque lo oyeron. No había dilema: si querían seguir a Cristo tenían que arrostrar su camino lleno de peligros. Aquella solución que proponía Pedro: -Te seguimos, queremos seguirte, pero como no queremos estos peligros, camina Tú por otro lado. Pues no. Yo camino por donde debo, y si queréis me seguís, y tú no seas tentador para que, si tú fallas o flaqueas, encima hagas flaquear a los otros. 

Pues eso nos pasa en la vida muchas veces en dos sentidos. Por un lado, que cuando por la gracia de Dios uno quiere coger un camino que es el que ve, es el que da gloria a Dios y sirve a los demás, siempre encontrará personas prudentes – en apariencia, claro está – que querrían disuadirle de que coja ese camino, porque le quieren bien pero no quieren participar de ese camino. Y por otro lado también, le quieren bien y no le  quieren dejar, desearían que cogiera otro camino. Siempre que hagamos un acto heroico hacia el Señor, vendrán muchos Pedros a tentarnos. Pero también ocurre en el otro sentido, en que cuando vemos que una persona allegada, una persona que bien queremos, etc, emprende ese sendero de seguimiento a Cristo, ¡uy!, nos convertimos nosotros mismos entonces en Pedros para disuadirla. Cuando un joven, una joven, decide dejar todo, seguir adelante, seguir a Cristo, ¡bueno, cuánto de Pedro hacen su mamaíta o su papaíto, sus hermanitos, sus amiguitas, sus vecinas, sus compañeras: – tú estás loca! 

Hace dos o tres días una joven que era claraeulalia, después de pensarlo mucho, ha entrado en un convento de clausura, y riguroso, esos conventos de clausura que son muy rigurosos de penitencias y disciplinas. Bien ella sabrá; la queremos bien, pero líbremos Dios de haber sido nosotros ningún obstáculo, en absoluto, a que ella siga este camino. No hemos querido ser ninguna dificultad, al revés, la hemos acompañado con gozo hasta ese momento, hasta el momento en que se cerraron las puertas detrás de ella dentro del monasterio. 

No nos dejemos tentar como intentaban hacer con Cristo. Y tampoco seamos nosotros culpa, tentadores, para apartar a una persona del seguimiento heroico a Cristo.   

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo, 15 de septiembre de 1991. Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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