(Le 12, 8 – 12) 

Este Evangelio realmente nos deja perplejos. Esta afirmación de Cristo: El que blasfeme contra mí puede ser perdonado. ¡Caramba!, eso es muy serio. O sea, que podemos encontrar personas por el mundo, no solamente indiferentes a Cristo o interesadas por Él como si fuera uno más de los hombres geniales que ha habido por el mundo. O que sencillamente lo menosprecien no dándose cuenta de la tremenda importancia de su mensaje para la paz, para la alegría y para la libertad humana. Sino que incluso, por una serie de razones de obcecación o de maldad, de odio contra Él, blasfemen contra Él. 

Blasfemar es una palabra muy gorda, muy fuerte, y sin embargo dice que pueden ser perdonados. A continuación dice: -Lo que no se perdona – lo que no puede ser perdonado – es aquél que peque contra el Espíritu Santo. En aquel momento que Jesús decía esto, los oyentes estarían también un poco perplejos por dos razones. Primero, porque Él era el Maestro al que ellos seguían de todo corazón, oían realmente que decía cosas muy hermosas, y se decían: -Cómo si blasfemamos contra Él, puede ser que eso sea perdonable. Por otra parte dirían: -Bueno, y el Espíritu Santo qué es, quién es esta persona. Claro, quién es Éste que cualquier ofensa a Él, eso es lo que no se perdona. Lo que Dios Omnipotente – que perdona incluso las blasfemias que se digan contra Cristo, el Verbo hecho carne-  no puede perdonar. ¿Quién es Éste, el Espíritu Santo? ¿Y qué es? Es el Amor substanciado en persona. Es como los padres. ¿Quién es éste que se llama Nicasio? Pues mira es la substanciación del amor que se tuvieron su padre y su madre, y nació este niño que se llama Nicasio. Pero ese Nicasio no es más que esa expresión externa, con la misma calidad humana que el padre y que la madre. Es verdaderamente el fruto de este amor. De manera que este chico, Nicasio, es la presencialización, la personalización del amor que se tuvieron sus padres. Bueno, eso es el Espíritu Santo, es decir, es el Amor de Dios que se ha presenciado, se ha personalizado. Es un Quien igual que Nicasito. Es un Quien pero cuya esencia es ésa, el Amor. O sea, se puede perdonar todo, menos no amar. 

¡Qué pena de capilla! Realmente cuando yo he entrado hoy me han llamado la atención dos carteles que hay aquí fuera que indicaban que el aula de ruso y el aula de no sé qué -que se hacían en la capilla-, se trasladan al aula 103. Yo he pensado: mira qué bien, quizá se van llevando estas aulas que había aquí, utilicen otros sitios y dejen la capilla libre para su uso y su destino. Pero puede ser también muy lo contrario, que los eliminen de aquí porque quieran hacer obras. Bueno, ¿por qué? ¡Quién sabe! Incluso puede ser por blasfemia contra Cristo, para que no queden señales desmontarían todo ese altar de mármol, no dejarían nada. Pueden ser perdonados si en su corazón hay amor, amor a sus familiares, a sus amigos, a sus compatriotas, si saben sacrificarse por amor, si saben vencer su egoísmo, si son generosos, si tienen una llamita encendida por lo menos de amor en su corazón. Pero si extinguieran esta llamita de amor, ¡qué se va a hacer! Se condenan a la oscuridad total, no tienen remedio si no quieren ser lucecitas de amor. Esto es lo único que no hay modo, aunque quiera toda la Omnipotencia de Dios perdonar y respetar la libertad. Si quieren estar a oscuras, pues no hay remedio porque respeta la libertad. Mientras hay una llama de amor, un atisbo de luz, hay una posible palabra de diálogo, hay luz para dar un paso adelante. 

Un Evangelio que podía resultarnos muy tremendo, ¡muy tremendo!, casi hasta incomprensible, solamente a la luz del amor es como se puede entender.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del sábado 19 de octubre de 1991. En la capilla de la Universidad de Barcelona     
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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