No me preocupan nada mis pecados
pues la misericordia es infinita
del Señor que perdona y nos invita
a abandonar en El nuestros cuidados.
Lo que temo en verdad son sus enfados
por ser mi gratitud tan pequeñita
y mi alabanza como flor marchita
que del todo desdice de sus prados.
Tú me lavas con Sangre Redentora
y la salud del alma siempre das.
¡El mismo cuerpo espera su buen hora!
Mas te pido, Señor, que tu me ayudes
a amarte y alabarte más y más.
¡Estas sí son mis solas inquietudes!
(La buen hora del Cuerpo es la Resurrección)
Alfredo Rubio de Castarlenas