Alfredo habla en la reunión del Tacsa del año 90. Sobre la Andadura Pascual –Camino de la Alegría–. En la casa de los Hijos de la Sagrada Familia del padre Manyanet, en Begues, Barcelona.

 

De Ascensión a Pentecostés. Del 28 al 30 de mayo de 1990

 

Día 28, lunes por la mañana: Introducción.

 

Yo tengo médico hoy, que estado tan grave y tan mal estos días, y me parece prudente –es a las 3–, visitarme, podría acabar la visita a la 3’30 y volver a subir para allá. Como comienza ya, pues ya no voy a subir y bajar esta mañana. Me quedo y subiré.

Bien, pero vosotros ahora llegáis allá, coméis. Y yo diría que vale la pena aprovechar esos días para estar en soledad y silencio. Gracias a Dios, los que habéis venido, por lo menos alguno, Miguel Ángel, se va a quedar aquí hasta el domingo, de manera que tendremos tiempo de hacer tertulias y charlar con él. Paco, quizá no tanto porque tenga que irse para allá el sábado. Todavía nos quedará parte del jueves y el viernes. Y con Agis, no sé cuando se va, pero lo tenemos más visto, ¿verdad? Je, je.

Quiero decir que aprovechemos esto, porque nos vemos tanto y charlamos, y tenemos tantas ocasiones. Soledad y silencio.

Yo diría que después de comer pues os retirarais a descansar un poco, pero ya en soledad y silencio.

Entonces, ¿qué tenéis que hacer esta tarde? ¡Lo más importante!, cartuja en soledad y silencio. De 3 a 7 encerrados en vuestra habitación; llave, si la hay; pestillo, si lo hay también. Bien, solos. No sé cómo son aquellas habitaciones. ¿Tienen cuarto de baño?

 

Agustín.- Sí.

 

Alfredo.- Porque si no, os lleváis una botella, para que si tenéis que hacer pipí, hacerlo en la botella para no tener que salir.

 

Agustín.- Un poco pequeñas, pero todas con ventana y tienen cuarto de baño.

 

Alfredo.- Bueno, y si no, hacéis pipí por la ventana. No salgáis, no salgáis.

Yo recuerdo con una alegría, que enseguida que lo recordamos se te inunda de luz y de alegría y de paz el corazón, los ejercicios que di hace poco, en enero, a la Claraeulalias. ¡Qué maravilla! Y no lo digo yo, lo decían ellas. Y lo contaron y lo proclamaron. Aquello fue un trozo de Cielo, aquellos ejercicios. Nunca en la Casa de Santiago hemos hecho unos ejercicios como los que hicimos allí de reunirnos en una Casa, lejos, en medio del campo, respirando los aires de la Plana de Vich –claro, quizá contribuyó esto–. Un trozo de Cielo.

Ahora, la cartuja de soledad y silencio de cuatro horas íntegras, sin interrupción, la cumplieron todas de maravilla. Y todo salió, todo salió bien, ¡qué hermoso!

Bien, no vais a ser vosotros menos que las Claraeulalias.

De manera que, ¿a qué vamos allí?

Objetivo primero, precisamente porque estamos lejos. Estamos allí, y tengáis 4 horas de soledad y silencio en vuestra cámara, subidos, cerrada la puerta: Dios Padre, aquí estoy, siervo inútil soy, háblame que tu siervo escucha. Es principal objetivo iros entrenando a hacer pinitos, como un niño pequeño o un adolescente que ha de ser un campeón olímpico y ha de ir una hora al gimnasio y coge la cuerda y ha de ir cataplún, cataplún…, que saben hacer muy bien Jesús García y Joe. Venga, salta a la cuerda, salte a la cuerda, salte a la cuerda. No se lo he visto hacer todavía a Paco, que lo hace muy bien también, ¿no?

Bueno, hay que entrenarse, hay que hacer gimnasia. Gracias a Dios los ejercicios es hacer un poco de gimnasia para que lleguéis a ser campeones olímpicos de la soledad y el silencio.

Segundo objetivo. Que ha sido un don de Dios gracias a nuestra entrega y dedicación a hacer el Camino de la Alegría, y a hacer la hojita y las postales y el libro. Joe os anuncia ahora su presentación. ¿Cuál es ese don de Dios? Nosotros, los cristianos, que hemos muerto y resucitado con Cristo, estamos con Cristo resucitado. Por lo tanto, nuestro mapa, nuestra carta de navegación, nuestra carta magna, nuestras reglas y mandamientos cristianos son los que Cristo da una vez resucitado a los resucitados. O sea que si leemos el Nuevo Testamento, es una maravilla para los catecúmenos, para los judíos que han de convertirse, o los paganos que han de convertirse, o para nosotros los cristianos que cuando hemos pecado más o menos, resbalamos fuera, y tenemos que volvernos a coger, como el hijo pródigo, para volver otra vez a Cristo y mediante el Sacramento de la Reconciliación, volvemos a ser ciudadanos del Reino. De manera que, como pecamos setenta veces siete, setenta veces siete al día tenemos que echar mano del Nuevo Testamento, mejor dicho de los Evangelios, o de la primera parte de los Evangelios, no los proto sino la vida de Jesús en esta tierra. Les hemos de echar mano porque somos pecadores, para volver otra vez a subir al Reino de Dios. Pero mientras estamos en el Reino de Dios, llenos de gracia por los méritos de Cristo, unidos a Él, ciudadanos del Reino, ahí nuestra carta magna es lo que dice Cristo resucitado a los que están resucitados con Él. Entonces, el tema de estos ejercicios, de todos, estoy haciendo ahora yo como los proto-evangelios que, siendo algo que están antes, están ahí todos los temas como en una obertura de ópera, como hemos dicho tantas veces, que luego se desarrollarán en el resto de los Evangelios. Pues en estos post-evangelios, podíamos decir que lo que estoy haciendo yo hoy es los proto-evangelios que explica lo que haremos en esos post-evangelios.

Y eso es lo segundo. Lo primero era soledad y silencio; eso es hacer un poco de gimnasia –fijaos, 3 días–; es un poquito de gimnasia lo que tenéis que hacer 365 días al año, ó 366, si es bisiesto. Y lo segundo, en qué emplearemos nuestro tiempo de las pláticas, de los ejercicios. O también puede ser materia de meditación en vuestra cartuja solitaria las palabras de Cristo Resucitado a los que son resucitados. Aquí ya está dicho todo, ya está hecho el mapa de los ejercicios.

Ahora en concreto, para esta tarde, cuando salgáis a las siete, tendremos una plática, una meditación, y nos iremos a cenar y a dormir pronto.

 

El tema de hoy, para que lo meditéis y lo hablaremos luego a las siete, es el siguiente: empezar por las palabras del ángel del final de la Ascensión, o sea, lo último, qué dice el ángel: Galileos, ¿qué hacéis aquí mirando “embobados” el cielo por donde ha salido Jesús hacia la Casa del Padre?, ¿qué miráis aquí?; id a Jerusalén, id al cenáculo, estaos allá en oración, esperad, que os enviará el Espíritu Santo como os prometió. Y contentos y felices se fueron al cenáculo, y allí quedaron en oración todos reunidos con la Virgen María. Allí quedaron, que es lo que tenéis que hacer estos días. De manera que empezar la meditación de la vida resucitada de Cristo, de lo que dice y hace, y dice con los gestos, con lo que hace; es lo que meditaremos. Pero para hoy, meditar las palabras del Ángel.

 

Lunes tarde: Meditación.

 

A vosotros, que os he dicho muchas veces que como una regla práctica que creo que es buena, que cuando uno se encierra en soledad y silencio en la cartuja, pueden pasar cosas a vosotros o a quien sea en que se puede llamar porque pasa… Bueno, ¿cuál es el criterio? Imaginaos que yo estoy hablando con mi Sr. arzobispo, mi padre y pastor. Bien. ¿Vosotros interrumpiríais una conversación que tenemos a puerta cerrada para lo que le vas a decir, por ejemplo, se está muriendo tu padre, o la casa se está incendiando? Pues sí que interrumpirías. O bien no interrumpirías. Pues no interrumpas, porque estar hablando con Dios es más importante aún. Pero bueno, el arzobispo es una imagen de Dios Padre como pastor y como padre que nos sirve de ejemplo. ¿Interrumpirías tú eso? No. Pues no interrumpas. Aquí se da el caso distinto. Yo os había dicho esta mañana que, amigos, hicierais soledad y silencio, cuatro horitas. Pero aquí es al revés, es el cardenal o pastor, es el que llama, por la Providencia de Dios llama. Entonces, claro, no le vamos a hacer que espere él. Por eso os he dicho que comáis deprisita e íos cuanto antes a hacer estas cuatro horas de soledad y silencio y yo llegaré a las seis o quizá no pueda ser, pero esa es una excepción precisamente dentro de esta regla, más todavía, porque es salir porque espera. O sea, que estáis vosotros aquí reunidos, pero yo me tengo que ir, me parece una buena oportunidad servida en bandeja sin buscarla, providencial…

 

Realmente la Casa se engendró en el año 61, y han ido desarrollándose muchas cosas, y creo que en esos años se gestó todos los elementos que tiene que tener embrionariamente, pero los tenía todos: Tante que nos vino, “la Carmela” para ir por el mundo, hicimos viajes a Jerusalén, y criterios, o sea, estaba todo como un niño que se está formando y nace. El Dr. Gregorio Modrego nos recogió y nos registró, nos dió los estatutos, nacimos a lo público con el Dr. Modrego. Y esto fue una infancia, lo podemos decir así, una infancia de la Casa, así como los primeros años habían sido la gestación de la misma. Y años antes la esperanza de la misma. Bien. Don Gregorio Modrego muere y, carambas, la muerte de don Gregorio, qué importante, qué hito tan tremendo era ver al arzobispo muerto allí en la catedral, los que estabais lo recordáis; y a los dos lados los arzobispos, el que se marchaba y el que llegaba. Y en aquel momento no había nadie. Verdaderamente fue un momento histórico y de gran trascendencia y misteriosamente significativo. En aquel período en que estuvo don Marcelo, vosotros empezasteis a ir a la escuela, empezasteis a ir a la Facultad de Teología, como un niño cuando ya tiene unos años crecidos a la vera de don Gregorio, pues pasó ya mientras era coadjutor, y seguía don Gregorio; y luego, con don Marcelo, volviendo a la escuela, que fue la Facultad de Teología. Y ordena don Marcelo antes de marcharse, o sea, nos dio un poco el título para ir por el mundo eclesiástico. Y llega el cardenal Jubany, en aquella imagen tan hermosa de los tres arzobispos juntos. Llega el Dr. Jubany y continúa haciendo ordenaciones, pero empezábamos los apostolados oficiales, eclesiásticos, de la Casa a la sombra del Dr. Jubany.

Uno, cuando termina la carrera, puede decir que ya es adulto, ya tiene un título, ¡desgraciado médico recién acabado, pobrecito, qué poco sabe, y además, qué poco puede hacer! Necesita años, años de profesores auxiliares, empezar después de alumno de médicos de clínica para ir aprendiendo… muchos años. Bien. Y eso lo habéis hecho vosotros en este período con esa madurez después de aquella infancia, y después, de aquella adolescencia de estudios y después de esta primera madurez de trabajos. Siempre habíamos dicho en Casa que reservarais estos días de la Asunción a Pentecostés para un retiro. Siempre lo habíamos dicho, lo soñábamos poderlo hacer. Lo hemos ido haciendo pequeñito, pequeñito, y hoy lo estamos haciendo mucho más. En ese sentido yo diría que apuntéis desde ya en vuestra agenda del año próximo esos días de Ascensión a Pentecostés, ya, para no coger ningún compromiso, nada, saber que esos días no existen, porque todos tienen derecho a realizar una semana, unos días –digo días en el sentido de más de una semana todavía– de ejercicios espirituales cada año; tenéis derecho, no os lo puede negar nadie; y sobre todo si todo el mundo desde que salgáis de aquí sabe ya dónde trabajáis, desde los apostolados, el arzobispo, todo el mundo, que esa fecha la tenéis destinada para ejercicios. Nadie os puede decir que no. Pues bien, en este año en que hemos hecho un salto importante, estamos aquí reunidos unos cuantos, ¡qué semilla, qué paso adelante, qué bien! Nos ha coincidido este salto adelante que hacemos, que estaba planeado, con que se les ocurre a los obispos poner estas fechas para el cambio de arzobispos de Barcelona. ¡Qué hermoso! El día de la Ascensión, nuestro querido y venerable Jubany, después de aquella trinidad de obispos, es como si se hubiera encarnado él, y nos ha ayudado en ese apostolado, no ya de estudios sino de trabajar apostólicamente con él ¿verdad? Qué bien, qué agradecidos le estamos porque nos ha hecho crecer mucho, nos ha renovado los estatutos, ha reconocido las Claraeulalias, es decir, uno va creciendo, además se va haciendo más maduro, ¡qué bien!

Justo el día de la Ascensión, como Cristo que se va a los Cielos, no solamente nosotros nos reunimos aquí en estos días porque sean litúrgicamente los más apropiados para estar reunidos como los apóstoles, que se volvieron a Jerusalén y subieron a la cámara de arriba, como dicen los Hechos, y allí, a puerta cerrada, fulanito, menganito, sutanito…, y la Virgen y algunas mujeres, y los hermanos de Jesús, solitos estaban esperando lo que les habían prometido, como habréis meditado. Bien, pues, ¡qué hermoso, Jubany se marchó ayer, se marchó! Y nosotros estamos aquí ahora meditando una nueva etapa, no solamente una nueva etapa de la Casa, sino también una nueva etapa de la Casa en una nueva situación que cambia enormemente. Es decir, si veíamos aquella trinidad de obispos a los que les debemos el ser y la Ordenación, y los estatutos de la Murtra y los estatutos de la Casa, ¡les debemos el ser! Y luego no ha acompañado en este tiempo, y Jubany, que entonces no lo era, nos ha acompañado Jubany en este apostolado. Bueno, deseamos de todo corazón que en esa extensión de Jubany, el arzobispo que viene sea para nosotros verdaderamente un Espíritu Santo, sea para nosotros una figura amable, una figura amiga, una figura que reparta dones de Espíritu Santo, tempere lo que está demasiado cálido, tempere lo que está demasiado frío, etc.

¡Qué bien! Es decir, que es un momento histórico muy importante, y yo diría, ahora es cuando la Casa, nosotros, entramos en una, por fin, adultez. Ya hemos sido adultos y no como los mediquillos cuando acaban, un abogadillo, ¡qué saben! Claro que ese adulto tiene un título universitario, pero le falta. Ahora ya creo que la Casa como institución, y todos vosotros, los sacerdotes, los estudiantes, participáis de esta adultez del cuerpo, del organismo, entramos en una época de adultez. También como adultez de gran responsabilidad, gran libertad, pero de gran fidelidad, de gran sintonía, de gran apertura recibida del Espíritu Santo para ser “ut omnes unum sit”, que es el emblema del nuevo obispo, muy parecido al de Modrego. De manera que no están tan ajenos, pues con ese escudo en la reunión de aquellos tres Arzobispos, con ese escudo realmente es como una venida del origen desde el Dr. Modrego, es una caricia del Dr. Modrego, es decir, un espíritu santo enviado por el Dr. Modrego desde el Cielo también.

Bien, hecha esta introducción, supongo que habéis meditado los Evangelios. Vosotros sois curas, habéis estudiado mucho, y los que no sois curas, habéis estudiado mucho. José Ignacio lo habrá escuchado mucho, o Diego, y no digamos Jesús García. Pues sabemos por todos estos estudios, todas las teorías sobre los géneros literarios, los Evangelios, que los Proto-evangelios son una cosa, y cómo también estos Evangelios de la Resurrección de Jesús hay muchas maneras de interpretarlos, de una manera, de otra, pan-históricamente, muy místicamente, muy interiormente, pero no cabe duda realmente con gran influencia que se palpa posterior; no vamos a entrar en esas cuestiones que habéis estudiado tanto. Pero cuando los evangelistas lo escriben quieren decir algo real, y además lo escriben pensando eclesialmente, y los Hechos de los Apóstoles igual, en la comunidad eclesial que tenían entonces, pero que alcanza hasta el final de los siglos; o sea, lo escribían para nosotros, también los han escrito para nosotros, y lo han escrito así. Naturalmente el lenguaje del momento en que lo escriben hasta el lenguaje nuestro de ahora, pues hay una evolución semántica. Pero de todas maneras ésta no es demasiado problema, y tampoco es tan distinta para que podamos hacer una lectura ingenua, sí, pero que no desconoce nada de lo que se haya dicho científicamente. Pero es para nosotros esta lectura, esta escritura, es para nosotros. Bueno, ¿y qué dice?

Hemos tenido el gran don de ver esto cuando ya estaba hecha la hoja, cuando ya estaban en imprenta las postales, cuando estaba en la imprenta el libro y se retiró de la imprenta para modificar todo el libro [ se refiere a su libro “Andadura Pascual. Camino de Alegría”]. En este cambio de fe, que eso no lo habíamos visto, es decir, los que han muerto, resucitado con Cristo, como os decía esta mañana, su carta magna, esos post-evangelios de la Resurrección. Eso es lo nuestro porque hemos resucitado con Cristo. Lo demás es para cuando se es catecúmeno, para alcanzar morir con Cristo y así poder resucitar con Él. Cuando nosotros desandamos el camino y nos volvemos a hacer pecadores, y volvemos otra vez a ser catecúmenos, pues claro, volver a recorrer este camino; pero una vez reconciliados, ya estamos otra vez en el Reino de Dios, en este Reino de Dios resucitados con Cristo Resucitado. Por tanto, qué hermoso cuando hay esos signos externos, para nosotros impensables, de un cardenal que se nos va el día de la Ascensión y otro que va viniendo para llenarnos de Espíritu Santo; qué hermoso es haber caído en la cuenta de esto, que nos hayan hecho caer en la cuenta de esto y enfocar este retiro, estos ejercicios con esta luz. Entonces, no es que vayamos nosotros a querer hacer una cosa literalísima; tanto es así que los dibujos de Henao [se refiere a las ilustraciones de esta pintora colombiana en el mencionado libro de la Andadura Pascual] fueran significativos más que literalistas o figurativos concretamente, significativos; ahí hay figuras que ya veis a veces cómo Cristo está dibujado con luz. Bien. Ojalá –decía yo a Jaime– encontráramos un escultor capaz de traducir a escultura y a un paso más allá en ese sentido de sugerencia significativa, aun menos figurativo, para poner en la Murtra, que es donde podemos disponer de un ámbito un poco amplio para esto, utilizando desde el claustro a la tumba de nuestros queridos amigos acompañando a Tante, y aquel claustro que está abierto, y luego toda la capilla de la Iglesia, la fuente de san Miguel, pues hacer lo mismo que hemos hecho en pintura, hacerlo de alguna manera escultura más o menos como un Via Crucis, pero un Camino de la Alegría. Bien, ¡ojalá! Vamos a ir pues, como os decía yo esta mañana, en vez de empezar por el principio, veamos el final, este final tan importante, que es lo que estamos haciendo ahora después de la Ascensión, para rumiar, para recordar, para hacer nuestro, para interiorizar, para tomar determinaciones de todo lo oído a Jesús en su Pascua de Resurrección. He dicho que vamos a empezar por el principio, que es lo que estamos haciendo.

Después de la fiesta inmensa del cardenal Jubany trascendiendo allí en la catedral, y después, en cambio, en la expectación de la promesa, viene este otro arzobispo –estuvisteis vosotros allá–, ¿qué puede pasar? Dicen los Hechos de los Apóstoles: ¿Qué hacéis aquí pasmados, hombres de Galilea? ¡Hombres de Galilea! Cuando Jesús resucita dice que en Galilea le verán. Galilea es todo un símbolo, en los Evangelios es un lugar de paz, de alegría. Galilea era una región llena de flores, de vegetación, verde junto al lago de Tiberíades, era risueño, geográficamente era un trocito de paraíso verdaderamente en la tierra. En Galilea, ¡allí me encontraréis! Allí es donde vivió tres años con los apóstoles a solas, retirándose al bosque. Luego salen en los Evangelios cosas que duran poco; todas sumadas dan horas. Lo que nos sale en los Evangelios son los largos días de estancia con los apóstoles: Galilea era un trozo de cielo en la tierra. ¡Hombres de Galilea, hombres del Cielo en la tierra! A vosotros se os puede aplicar este apelativo, sois hombres del Reino de Dios, del Reino del Cielo en la tierra; hombres de la intimidad de Jesús, hombres que habéis pasado años a la vera de Jesús, corazón con corazón, que sois sacerdotes, que sois amigos, que compartís una cartuja media presidida por Él, como cuando Él estaba en Galilea, ¡hombres de Galilea! No llama a los que son catecúmenos, o a los que son pecadores, o a los que son todavía rebeldes, o a los que son todavía oscuros, a los que dudan –el texto de aquéllos que dudaron está al final de san Mateo: algunos dudaron–, pues no. ¡Hombres de Galilea!, los que realmente estáis ahora ya totalmente resucitados con Cristo Resucitado; pero os habéis quedado aquí todavía. De manera que, ¡hombres de Galilea! Vosotros sois también hombres de Galilea en ese sentido que dice el Evangelio. ¿Qué hacéis aquí pasmados? Volveos. Y se vuelven a Jerusalén, como dice san Mateo, y los Hechos de los Apóstoles lo explican muy bien. Se vuelven a Jerusalén. Jerusalén, que no es Galilea; Jerusalén, que estaba cerca; Jerusalén, que es donde habían matado a Cristo, donde había pasado toda su Pasión, su Muerte, donde le habían traicionado y abandonado, donde le habían negado. O sea, más mundo que Jerusalén no cabe, porque el mundo está lleno de desastres, de guerras, de injusticias…, de todo. El máximo desastre y la máxima injusticia y la máxima calidad y cantidad de muerte es en Jerusalén, donde persiguen y matan a Cristo. Es el mundo-mundo. Así como se habla en los santos padres después, por otras razones, de la Jerusalén celestial, bueno, lo que decía Rahner también: ¡Oh la Santa Madre Iglesia, Santa Católica, Apostólica, Una, Preclara e Inmaculada Iglesia! Bueno, y luego la prostituta Iglesia, la ramera Iglesia, que dice Rahner. Bueno, la gran Jerusalén celestial, la Jerusalén más ramera de este mundo, la peor, la peor calidad de mundo, Jerusalén. Y van a Jerusalén; vuelven ahí al mundo, ¿es que nos hemos ido nosotros del mundo? No, no, estamos en el cenáculo pero en medio del mundo. Vuelven a Jerusalén, pues en Jerusalén es en donde estamos, nuestra diócesis donde estamos, el país donde estamos, la patria, la autonomía, la ciudad, nuestro mundo. Estamos ahí. Pero nos tomamos este aislamiento, este oasis en medio del desierto que es el mundo reseco y duro, y lo estamos haciendo. […] ¡La caridad fraterna que brotaba allí, ¡perfecto! ¡qué duda cabe que aquello era un trozo de cielo! A Jerusalén. Hoy ya estamos otra vez en medio del mundo, después de haber gustado esos momentos de elevación del espíritu, de éxtasis, de emoción, de fe –como este obispo que se emociona, tiene una dimensión teológica plena y una humanidad plena, se emociona y llora como Cristo–. [se refiere al nuevo arzobispo Carles]. A Jerusalén, estamos en Jerusalén.

Y en Jerusalén subieron a la cámara de arriba. Verdaderamente dos palabras que no pueden expresar mejor esta cámara de arriba de cartuja media que estamos realizando ahora. ¡Cartuja media! Hay que subir. Subir. Y ¿quiénes están? Los apóstoles, que los Hechos de los Apóstoles precisan aquí de nuevo, uno por uno, los once que quedaron, los que quedaban. Vosotros estáis aquí –naturalmente que vendrían muchísimos más si hubieran podido, empezando por Juan Miguel que está en América [asistiendo a la Ordenación presbiteral de Ignacio Fernández] y otros que están fuera y lejos. ¡Claro que vendría mucha más gente! Pero físicamente o moralmente están aquí. ¿Quiénes? pues los que quedaron. Porque en el capítulo siguiente de los Hechos se recuerda la ausencia, que no juzga, pero no estaba y había que sustituirle. Bien. Los que quedaban eran once y la Virgen María, y algunas mujeres, y los hermanos.

La Virgen María, ¡pues claro, los que quedaban! ¡Qué alegría tener realmente el recuerdo vivo de Tante! ¡Qué hermoso es que estén constituidas, y cuánto hacen las Claraeulalias, unas mujeres!, como dice: la Virgen María, unas cuantas mujeres… ¡Claro, tanta gente es tan cercana a nosotros, tanta gente! Empezamos porque aquí tenemos también unos hermanos, además de los curas.

¡Y ahí esperaban! No sabían qué esperar. Y esa espera, en esa claraesperanza, porque no tenían duda ninguna de que aquello que esperaban sería realidad… Y lo dice, que se marcharon a Jerusalén llenos de gozo, llenos de alegría. Porque uno tiene alegría desde el momento en que sabe que lo que espera, vendrá; que lo que espera con tanto anhelo, con tanto deseo, ciertamente e indudablemente vendrá. Desde ese momento uno se instala en una enorme alegría. Llenos de gozo están reunidos allí esperando con claraesperanza. ¡Qué hermosa es esta advocación que tenemos nosotros, Claraesperanza, qué hermoso! ¿Y qué hemos de recordar en esta espera de esos días? Ver la carta magna que nos ha dado Jesús, con todas sus palabras, con todos sus gestos, que como os decía también esta mañana, es nuestra carta magna, ahora que somos adultos, que estamos esperando al Espíritu Santo a través del gesto y de la voz y de la presencia del nuevo obispo. Tenemos esperanza, somos adultos. ¿Qué esperanza tenemos? Así como cuando unos jóvenes dicen: ¡ay, cuando tenga 18 años tendré bigote, tendré barba, me gustaría dejarme la barba!; ¿qué bigote, qué barba nos falta todavía como adultos para ser verdaderamente adultos que, sí señor, hombre hecho y derecho, hombre con barba, qué nos falta? Pues nos faltan los claroeulalios, claro que sí. Esto es algo que ha de venir para estar completos, desarrollados bien, bien desarrollados. Y los «Y» y las «Z». Ya vendrán. Tenemos claraesperanza por esto, porque tenemos claraesperanza de que vendrá lo que tiene que venir después del Calvario que hemos sufrido, en que hemos muerto y resucitado con Cristo. Y el signo de la Resurrección de Cristo es, no que se ordene Francisco en Santo Domingo, o en otras partes, ¡no!: la admisión a órdenes de Antón María. Y ahora, todavía en el viejo régimen, o sea, antes, Jubany; ¡hemos resucitado! después de una pasión y de una muerte, y de una sepultura que ha durado meses de estar enterrados! Estamos en la alborada, ¡claraesperanza! Esperamos, claro, ¡si es claraesperanza…!

Estos días estaremos estudiando la carta magna. Así como os he dicho que estas horas de soledad y silencio meditarais estas palabras de los Hechos de los Apóstoles…, con Claraesperanza y llenos de gozo, ¿qué hacemos? Ya empezar, sí, por el principio: Cristo resucitado. Empezad a leer los Evangelios en las historias, en las cartas cuando hace referencia a esto; qué pasa, cuáles son las palabras de Cristo; y éstas, ¿qué aplicación pueden tener a nosotros, y no sólo aplicación sino ser para nosotros lo que ilumine y guíe nuestra conducta, nuestro quehacer, y toda nuestra emoción y todo nuestro corazón.

Pues ya sois mayores, organizad vuestro horario de aquí a la cena, no perdáis tiempo en demasiadas tertulias, charlad si queréis, allá vosotros, organizaos, pero nada frívolamente; no seáis frívolos. Aprovechaos de las palabras de Clemente: «Ya que yo no soy sacerdote, muero para que vosotros lo seáis.» ¡Y bien se cumplieron! Que se cumplan también las de Pedro Llaurens: «Nada hay más lejos de la verdadera alegría que la frivolidad.» Y vosotros aquí tenéis que estar llenos de gozo, lo cual quiere decir: cero frívolos. Podéis reuniros, pero no sed frívolos.

 

Día 29, martes, 9’30 de la mañana: Meditación.

 

Ayer la celebración en la Merced fue muy bonita, muy pocos curas, éramos en total siete, y muy íntima, muy bien, la iglesia llena, pero realmente el obispo, sí, se le ve que vive realmente lo que dice. Aquel resumen que hizo Agustín es muy bueno: se lo cree y se emociona. O sea, una buena dimensión teológica, y una buena dimensión… Ayer también fue un testimonio de esto, y contó que él había nacido el día de la Virgen de la Merced, el 24 de septiembre y que claro, nunca se hubiera podido imaginar él acabar siendo pastor de la ciudad donde se apareció la Virgen de la Merced, donde se fundó la Orden de la Merced, y de donde es Patrona.

Yo estoy muy contento, como os dije ayer tarde, de este esfuerzo que habéis hecho de reuniros tres días, cuatro, aquí en retiro cumpliendo ese deseo que nosotros, sacerdotes y catecúmenos de sacerdotes, reunidos en estos días tan litúrgicamente apropiados para hacer este retiro. Bueno. Sois como niños pequeños en que empezáis a hacer una clase de gimnasia, y empezáis a hacer ejercicios para ser campeones olímpicos –os lo dije ayer–. Bueno, año a año lo haréis mejor, y lo haréis de una manera más completa. De manera que, del mismo modo que para hacer cartuja buena cuando se está así en una casa comunitaria –puede ser la casa de Modolell–, es bueno que haya algún tipo de pilotaje, ojalá un pilotaje pleno que pare los golpes, saber que fulano está o no está, y que está a tal hora; o dejar algunos encargos, o bien recogerlos; o sea, un pilotaje es necesario como una base para poder… Lo mismo aquí; cuando yo os decía aquí que os apuntarais en vuestra agenda esos diez días, o por lo menos una semana. Cuando la Iglesia vuelva a rescatar otra vez, porque es un disparate, y nos parecía una monstruosidad que antes del Concilio se celebrara la Pascua de Resurrección el sábado de Gloria, o sea, que a las 10 ya se hacía el oficio de Resurrección, se repicaban las campanas: ¡qué barbaridad, mira que poner el domingo de Resurrección ya en sábado de Gloria! No tenía ni pies ni cabeza, claro, y la misma reforma litúrgica puso la vigilia pascual y el domingo de Pascua, claro que sí; y hemos rescatado el sábado de la Claraesperanza. Bueno, y ¡cuán absurdo es trasladar el día de la Ascensión al domingo siguiente por razones puramente pragmáticas de calendarios civiles, de cuestiones de horarios de trabajo. Es absurdo. El día de la Ascensión es el día de la Ascensión, y el domingo es el domingo, y ya está. Bien, de momento es así, ya tenemos que esperar quizás a otro Concilio para que hagan otra reforma litúrgica y lo vuelvan a poner bien. Es una concesión pragmática y temporal que no es. Eso es una concesión a lo civil, o sea, por lo menos que sean independientes; antes se sometía lo civil a lo religioso en toda la Europa medieval, pero ahora es exactamente lo mismo al revés; y tampoco. Lo mismo que no se puede exigir de la Iglesia que lo civil se ponga al pairo continuo de lo religioso, tampoco lo contrario, ¡eh!, tampoco lo religioso se ha de plegar a lo civil. Más que pactar, diría yo, son dos cosas independientes, es decir, hay que trabajar –muy bien, eso es otra cuestión–, pero la fiesta de la Asunción es el jueves y no es el domingo; son dos mundos distintos. Puede ser precepto para el que puede y dispensando al que no puede, claro. Quiero decir que en ese caso, a donde apunto yo, es que el día en que otra vez resplandezca en la iglesia el día de la Ascensión el jueves, aunque no sea precepto –o se dispensa del precepto y que no tenga nada que ver con la vida civil–, ese día, 10 días de retiro, no una semana. Y eso la Iglesia lo aceptará, que los curas quieran tener 10 días de retiro. Y como decía, el pedestal, el pilotaje, es que eso ya se tiene que anunciar desde el principio, de manera que en todos los lugares donde trabajáis eclesialmente, como ya lo saben con meses de anticipación, pues se conviertan ellos mismos en pedestal de sosteneros, es decir: no, no, no está. No estáis, como si hubierais ido a un viaje de encargo de la misma institución eclesial en que estáis de lo que sea, cada uno la suya. Y ellos han de hacer un maravilloso pilotaje porque nada pueda resultar más eficaz apostólicamente para ellos que el cura tenga diez días de soledad y silencio. Más todavía, que esto que podía sorprender, ¡oh!, es tan claro, que se va a poner de moda, es decir, es tan evidente que esos días son los más apropiados litúrgicamente para hacer un retiro, que lo gordo será cuando caigan en la cuenta y todo el mundo quiera hacer retiro en esos días; bueno, mira, es cuestión de poner un cartelito en la iglesia y decir: diez días la iglesia de vacaciones. Pero pasará lo mismo, es decir, que lo de las Cenas Horas Europeas, a las ocho, ¡qué bien, qué estupendo! Desearían hacerlo, y poco a poco, ya lo irán haciendo. Hay mucha gente que dice: ¡qué bien, a las once a dormir, qué bien! No lo pueden hacer pero les queda dentro: ¡quién sabe!, poco a poco, ¡quién sabe si algún día yo también lo puedo hacer y ojalá toda Barcelona! Y la gente que ha pasado por las Cenas lo perciben, lo dicen y les queda dentro; no lo podrán hacer pero les queda dentro. Bueno, aquí lo mismo, muchísimos curas no lo podrán hacer, pero les quedará dentro.

¡Qué fechas tan indicadas! Las más indicadas de todo el año para hacer un retiro de diez días comunitario, dejado todo, dejado todo, dejado todo. Hacéis mucho, estamos llenos en una inercia tan enorme, que cenar una vez un jueves al mes a las ocho es mucho esfuerzo. Bueno, lo hacemos. Nosotros con esa inercia, pues qué bien, estoy contentísimo, estáis aquí cuatro días, bueno, tenemos aquí todavía unos compromisos, claro, no se había proclamado, José Luis se tiene que ir hoy a las ocho. Bien, cosas. ¡Bendito sea, bendito sea! Vamos cobrando conciencia y creciendo, pero sobran radios, sobran diarios, sobra todo, sobran teléfonos, sobra todo… ¡Diez días! Verdadera soledad y silencio individual, colectivo, y al margen de lo que pasa en el mundo, ¿por qué?, porque esperamos al Espíritu Santo, que es el que nos ha de decir, que nos ha de impulsar qué tenemos que hablar, qué tenemos que decir por teléfono, de qué noticias nos tendremos que enterar, qué selección hemos de hacer en las cosas, qué trabajos habremos de emprender, qué todo… Estamos esperando al Espíritu Santo para saber bien lo que tenemos que hacer y no perder el tiempo dando palos de ciego ni haciendo lo que no interesa, ni hablando lo que no importa, ni leyendo lo que no sirve para nada, ni enterándonos lo que no vale la pena enterarse. Estamos esperando al Espíritu Santo. En la medida en que llenemos esta espera ya con nuestras iniciativas, nuestras actividades, el Espíritu Santo se calla: si ya sabes lo que tienes que hacer, pues allá tú. No sabemos lo que hemos de hacer, no hacemos nada, ¡nada!

Eso no se consigue en un día ni en un año, por eso estoy yo tan contento de veros aquí. Es un paso trascendental que hemos dado en este camino de esa soledad y silencio de la Ascensión a Pentecostés; ya crecerá, cada año lo haremos mejor, si Dios quiere, o lo haréis mejor; que yo muera pasado mañana, ya lo haréis mejor cada año, en una plenitud de hacerlo como campeones olímpicos de Dios, que necesitan mucho entrenamiento, muchísimo. Bueno, pues vamos ya a la meditación de hoy.

Ayer meditábamos las palabras aquéllas: hombres vestidos de blanco, ¿qué hacéis aquí pasmados? ¡Íos a Jerusalén!

Y esto lo hemos sentido en nuestro corazón: ¿qué hacéis aquí tan pasmados, tan llenos de preocupaciones, de asuntos…? Todavía le habían preguntado hacía poco a Jesús antes de subir: bueno, y ahora ya llega el Reino de Dios, la implantación de tu Reino aquí… ¡Qué necesidad tienen del Espíritu Santo para entender algo! Pues nosotros todos iguales, pasmados, tontos: Id a Jerusalén y subid a la cámara alta, y allí quietos, solos, sin hacer nada, nada más con la compañía de María. Todos estáis allí rezando, esperando. Pues estamos aquí.

Entonces os dije ayer que se puede empezar a repasar, a ver, a recordar qué ha dicho Jesús, qué ha pasado desde que Jesús resucitó. Bien. Vamos a empezar por San Mateo, aunque él habrá escrito antes, o después de san Marcos; hasta ahora se decía que san Marcos era el primero, y san Mateo después, ahora ya están diciendo lo contrario, que san Mateo es más antiguo que san Marcos. El canon nos lo pone así, pues alguna inspiración tendrá también la Iglesia de haber puesto a este hombre.

 

 

San Mateo.

Vamos a leer. Dice: Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. María Magdalena y la otra María habían estado allí en la sepultura de Jesús, y se fijaron muy bien en el sepulcro. Es hermoso este detalle de que se fijaran muy bien dónde estaba el sepulcro. Estaban sentadas. Y son las primeras. Fruto de esta preocupación tan amorosa de ver dónde estaba, fueron las primeras que fueron.

Y se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del Cielo.Su aspecto era como el relámpago y su vestido, blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres: “Vosotras, no temáis;!” Aquí es muy bonito ese pasaje; allí están los soldados y allí están las mujeres en medio. Y el ángel no se dirige a los soldados, se dirige a las mujeres y les dice: Vosotras no temáis como éstos. Ellos están temblando de miedo. Se dirige a las mujeres, esas dos que llegan después de haberse fijado muy bien y tan presurosas de mañana venciendo todas las dificultades: ¿quién nos removerá la piedra? Es igual. Ellas van y confían en la Providencia aunque no podían suponer tanto, al ángel apartando la piedra y la Resurrección de Jesús. Nosotros los cristianos con Cristo Resucitado hemos de irnos aplicando toda esta carta magna, hemos de oír ese mensaje que a través de la Iglesia nos llega: vosotros no temáis. Yo me permitiría deciros también eso, cuando vosotros determinéis en vuestra agenda desde ahora hacer estos días, que son sagrados, algo anual que tengo la obligación de hacerlo, y que tengo el derecho a que los demás me ayuden a hacerlo. ¡No temáis, no temáis a hacerlo!

Por qué no tenéis que temer. Les dice el ángel que no teman, por qué: “… pues sé que buscáis a Jesús”. Vosotros estáis aquí reunidos porque buscáis a Jesús. Eso la Iglesia lo sabe, y por eso ¡no temáis! Haced eso que es para bien vuestro y bien de todos y de la Iglesia. ¡No temáis! ¡No seáis cobardes! Porque sé que lo hacéis porque buscáis a Jesús. El crucificado no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba puesto. [hay un pequeño trozo que se oye mal] El sepulcro vacío no es un testimonio para los soldados o los fariseos. […] Pero para nosotros, que tenemos fe, empieza ser una emoción, empieza a ser una […]. Naturalmente esto ha de coronarse con la María […] de Cristo Resucitado. También vemos cómo se utiliza este argumento para despertar nuestra fe. Ese mismo argumento, para los que se empeñan en perseguir a Cristo, se les hace un arma en contra y de doble filo […] Y ahora, después de haber visto que el sepulcro está vacío, id enseguida a decir a todos: “Ha resucitado de entre los muertos. Irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis.” Fijaos que las hace apóstolas de los apóstoles. [Faltan como unos 5 minutos de charla, pues apenas se oye la grabación.]

 

11’30 del martes: Meditación.

 

Al ver el texto de San Mateo que está a continuación, es cuando Jesús se aparece a las mujeres, es la primera aparición que hace junto con Magdalena, y para meditar esto pues mejor es estar en la capilla en presencia de Jesús Eucarístico. Jesús está aquí con nosotros. Pues vamos a hacer allí esa meditación, e incluso a rezar un Avemaría para que la Virgen María que acompañó a los apóstoles, esté muy presente. [se reza un Avemaría y un gloria, y se invoca Ntra. Sra. de la Paz y la Alegría.]

Pues a continuación de esas palabras de este personaje que san Mateo llama ángel, se aparece Jesús; y qué les dice Jesús, que es la primera aparición, vivencia. No vamos a discutir aquí como os decía ayer, los exégetas sabios son y tienen sus discusiones, los teólogos… Bien. Pero en esa vivencia indubitable de Cristo presente resucitado en esas mujeres, ¿qué les dice? Les dice lo mismo que les ha dicho antes este otro personaje misterioso, este ángel, lo mismo: ¡No temáis! Pero lo dice además con unas palabras muy precisas. Les dijo: “Dios os guarde.” Que es lo mismo que el ángel les decía –no temáis–.

¿Dónde podemos nosotros no temer, si no estamos al pairo, a la sombra de Dios, si no estamos resguardados de Dios? Ciertamente, si no tenemos este amparo de Dios de sentirnos cobijados en Él, que Él vigila, nos cuida, nos ampara, nos guarda; nos sentimos tan perdidos como un astronauta, pobrecillo, en medio de los espacios, en que haya perdido todo control con la base, o perdidos –tanta gente se ha perdido– en el desierto, muertos de sed, si no estamos amparados por Dios. ¡Cómo no vamos a temer! Y decir «no temáis» es porque estamos en manos de Dios. Y Jesús eso, con esa explicación, ese saludo que les hace –«Dios os guarde»–, luego, cuando empieza a hablar con ellas, repite exactamente las palabras del ángel, –«no temáis»–. O sea que aquí explicita una cosa y la otra. Vosotras mujeres, no temáis, ¿por qué?, porque sois tierra buena, porque habéis sido aradas, se han quitado las piedras de los egoísmos, las malas hierbas de deseos aberrantes; sino seguid a Jesús… Eran tierra buena. Y entonces en la Resurrección de Cristo esta primera semilla cae en ellas, son tierra buena. Es curioso; si vemos los soldados, allí estaban obedeciendo lo que les habían mandado; no tenían otro remedio, vigilando la tumba. Ellos son testigos como las mujeres de ese removimiento de la piedra misterioso, del temblor, de aquel mismo personaje que habla a las mujeres, –«vosotras no temáis»–, y corren despavoridos llenos de miedo, no de gran gozo, porque ellos no saben de qué va la cosa; y también ellos son mensajeros y son apóstoles de la Buena Nueva: Cristo ha resucitado. Y se lo comunican, ¿a quién, a los apóstoles? ¡No! Ellos se lo comunican a los anti-apóstoles, se lo comunican precisamente a esos fariseos, a esos del Sanedrín que han condenado a Jesús. Ellos, pobres soldados, que son apóstoles, que corren también como las mujeres, lo mismo, llenos de temor, sin gozo, corren a dar esta nueva, esta Buena Nueva. Ellos, pobres, son tierra buena, pero llena de piedras, de plantas; que ellos quedarían conmovidos con aquello, pero luego queda sofocada esta presencia misteriosa del Señor, porque no tienen amor, no han estado labrados todavía con amor, como los apóstoles, como las mujeres y, claro, al no estar regados con amor, pues ellos eran gente normal, gente sencilla, pero se sofoca esta Buena Nueva en ellos. Y luego son manipulados, son sofocados por estas hierbas malas de estos anti-apóstoles que los compran, les dan una gran cantidad de dinero para que mientan, para que digan que estaban dormidos, para que digan que vinieron sus discípulos y lo robaron. Y ¿cómo lo saben, si estaban dormidos? ¿Cómo pueden atestiguar que vinieron y lo robaron? Porque si vinieron, ¿cómo no defendieron ellos? Era su deber, tenían armas. Si estaban dormidos, ¿cómo pueden testificar esto?

¡Qué contradicción! La mentira siempre es contradictoria, ¡siempre! Pero los sobornan y con dinero los compran, ¡qué pena! Les faltó amor para poder resistir esa tentación de ser manipulados y de ser mentirosos. ¡Ellos que fueron testigos como las mujeres de esta escena! ¡Ellos que fueron espontáneamente misioneros, apóstoles! ¡Qué pena! En fin, es de esperar también que se arrepintieran, como Longinos, y reaccionaran, ellos que habían tenido este privilegio de estar allí presentes; y que se convirtieran al final a pesar de todo. Pero aquéllos que tenían tanta preparación –todo el Viejo Testamento–, que eran portavoces encumbrados del mismo, ¡qué dureza de corazón, qué dureza de no rendirse ante estas buenas nuevas del Evangelio, persistir en su postura y querer comprar el testimonio! Bueno, es lo que hace el mundo siempre. El mundo es así. El mundo tiene mucha preparación, toda la Sangre de Cristo derramada para irlo ablandando, todo el Espíritu Santo sobre el mundo para irle sembrando amor. Sin embargo se resiste, y ellos ya ven la tremenda importancia de este sepulcro vacío. Temen, temen, ellos sí que temen –vosotras no temáis–. Ellos temen, claro que sí, y quieren sacar adelante sus planes de dominio universal, de liberación de aquellos poderes espurios que tenían y lo quieren lograr como sea y como siempre, con dinero, como siempre, comprar. ¿Qué es lo que hace el mundo hoy, con su poder, su dinero, sino comprar todo, comprar todas las conciencias, comprarlo todo, su mayor gloria para la consecución de sus objetivos, sus deseos, que no son de paz, que no son de alegría, que no son de gozo, de hermandad verdadera, de alegría de hijos de Dios, no, todo lo contrario. El mundo que parece tan variado, que parece siempre tan progresivo, que parece siempre tan nuevo, el mundo es lo más monótono, lo que más se auto-repite, lo que tiene unas muy pocas cartas para jugar, siempre las mismas frente a la inmensidad de sorpresa, de novedad, de jugoso hontanar de alegría que es el Reino de Dios, siempre nuevo, siempre distinto, inacabable.

Volvamos a las palabras que les dice Cristo a las mujeres, esa cosa tan hermosa: «Dios os guarde.» Cómo Cristo resucitado, su primera aparición, vuelve a hablar de Dios Padre. No dice, que yo os guarde; no dice, venid a mí que yo os guardaré; ¡no!; Jesús siempre en ese plano tan propio, y a la vez tan humilde, y tan glorioso, les dice: «Dios [Padre] os guarde.» Y luego les dirá: Os enviaré el Espíritu Santo. ¡Dios os guarde! Cómo otra vez queda como una bandera ensalzada, desplegada a todos los vientos este grito: Dios os guarde; para eso he venido, para que os pongáis a la sombra de Dios Padre; para eso he venido, para que nosotros sepamos subir a estar con Dios Padre, guardados con Dios Padre en esa cámara alta, cerrada la puerta, cerradas las llaves. ¡Qué buen signo de estar guardados por Dios Padre! Para eso ha venido, para eso ha venido: ¡Dios os guarde!

Y frente a este saludo, ¿qué hacen ellas, qué dicen ellas? No dicen nada. No le devuelven el saludo de decirle: ¡hola, cómo estás!, o ¡buenos días! No le dicen nada. El Evangelio aquí pone: Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. ¡Ellas acercándose! Un poco a meditar esto, por eso hemos venido aquí a la capilla, porque nos acercamos también a esta presencia real y puntual en un sitio de Cristo Eucarístico. El ángel, cuando les hace ver la tumba vacía, les dice que no está aquí; pero ¿¡cómo que no está aquí si el Verbo, la Naturaleza Divina de Cristo está en todas partes, está en el sepulcro vacío y fuera del sepulcro vacío, en todas partes!? Pero Cristo resucitado, puntualmente no está aquí; en cambio está aquí cuando se aparece a las mujeres, allí en el camino. Está aquí, y Cristo Eucarístico está aquí en el Sagrario y no está allá, aunque como Dios, esté en todas partes. Por eso nosotros hoy nos hemos acercado esta mañana aquí.

¿Y qué hacen las mujeres? Como digo, no corresponden con palabras; se acercaron y se asieron de sus pies. Es curioso esta expresión. Le adoraron –esto viene luego–. Primero se agarran a sus pies. Ciertamente Dios nos ha de guardar, Dios Padre nos ha de guardar, nos hemos de poner a la sombra de Dios, pero Cristo es el Camino, es la Verdad, es la Vida. Por eso sería vano tratar de llegar al Padre sin asirnos a los pies de Cristo, que son los que nos llevan al Padre. Cuando uno es pequeño, confiadamente damos la mano a nuestros padres para que nos lleven de la mano allí donde tenemos que ir; me acuerdo que me daba la mano mi padre cuando me llevaba al colegio muy pequeño, o mi madre. Pero cuando somos mayores y tenemos un deseo anhelante, ya podemos ir caminando solos, no necesitamos que nos dé la mano nadie para que no nos caigamos o no nos tropecemos, o no nos atropelle un camión; no se trata de esto. [cambia la cinta y se pierde un trozo]

 

[sigue en otra cinta] …Tan alentador, tan pastor de las ovejas perdidas, tan padre de los hijos pródigos, tan festivo de alegría, come con ellos, ¡qué festín! Y ¿qué les dice?: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la Creación. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea, se condenará.” Porque permanecer en este mundo habiendo tenido a su alcance ese entrar de lleno en el Reino de Dios y haberlo rechazado, ¡qué infierno, qué auto-condenación! ¡Que infierno! Es evidente lo que dice Cristo aquí. “Y éstas serán las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán los demonios,…” Y siguen aquí una serie de cosas con las que a veces la gente queda un poco perpleja, ¿por qué? Son símbolos, símbolos de realidades muy reales y muy profundas. Tener una serpiente en la mano, ¡oh!, es un símbolo, ¡menos mal! ¡Si las serpientes que vamos a tener en las manos son mucho más viperinas, mucho más venenosas, mucho más terribles que la peor boa que pueda haber aquí, mucho peor, no te quedes tranquilo, no os quedéis así, o sosegados diciendo: ah, bueno, son símbolos!, podré beber veneno y no me envenenaré, ¡ah, es un símbolo, ah, menos mal! No, no, no, vas a beber venenos muchísimo peores que todos los venenos de este mundo y no te harán daño.

En mi nombre expulsarán demonios. ¿Puede haber algo más terrible que el mal y todas las consecuencias, y todas las personificaciones del mal: Hitler, mirad qué hizo en su nombre, millones de muertos, ver aquellos campos que hemos visto en Polonia [se refiere a su viaje a Polonia en mayo del 90] con siete millones en cámaras de gas, terribles torturas, trabajos espantosos, fríos, hambres, fantasmas de piel y hueso, crueldades, experimentos en ellos, ni una pizca de amor. ¡Terrible! ¡El mal es terrible! Pero no temamos, tenemos una fuerza inmensa que es el amor, ese amor con el que Cristo a la muerte, a las personas, quizá las vencerá, las tumbará, las pondrá espalda contra el suelo. Pero nosotros en nuestra lucha en este mundo: ¡el amor vence siempre! Tenemos esta medicina infalible para vencer al demonio, vencer al mal, y el mal es, como vemos, algo bien terrible. ¡Qué presente está en el ancho mundo! Se palpa en todas partes: en Colombia en su situación, en esos países pobres de Centroamérica, en esos países esclavizados que acabamos de visitar unos cuantos, ¡cómo han sufrido, qué destrucciones! ¡El mal es algo terrible! No temamos, tenemos algo más poderoso que el mal: el bien, que es el amor. No temamos. Venceremos a los demonios, y los estamos venciendo cada día, en los demás, perdonando, en nosotros mismos haciendo penitencia. Lo vencemos nosotros en nuestra conversión, en nuestra re-conversión –como dice uno de los carteles del comedor–, en nuestra conversión constante, ayudando a los demás a que de verdad se conviertan y vivan la vida del Reino de Dios, vida de amor.

“… hablarán en lenguas nuevas,…” Quiere decir esto que, movidos por el amor, ¿vamos a aprender lenguas, el francés, que si el inglés, que si el chino? Sí, pero sobre todo vamos a aprender una lengua de un país extraño, de un país nuevo, de un país que abarca el mundo entero: la lengua del Reino de Dios; vamos a ser ciudadanos de un nuevo Reino en donde se habla una nueva lengua en que vamos a ser como niños pequeños, pero que así aprenderemos con facilidad esa nueva lengua del Reino de Dios que está en todas partes, está en medio del mundo, no es del mundo, por supuesto, no es una lengua más dentro de la babel de lenguas del mundo, ¡no!, es la lengua por excelencia, es la lengua que todo el mundo entiende al final; es la lengua que sirve para expresar las cosas más grandes y más maravillosas, es la lengua de la Caridad, es aquella lengua que os decía yo de la convergencia. Queremos aprender la lengua de Dios, hemos de aprenderla; si oigo chino no me entero de nada, puede ser que Dios me hable y no entienda nada. Tengo que aprender su lengua, aquella lengua que hemos dicho tantas veces: aquellas convergencias cuando causas que no tienen ninguna relación unas con otras, en un momento dado, en un aquí y ahora, en un momento de mi psicología y de mi necesidad, reúnen unas causas y forman para mí justo aquí y ahora y en este momento y en esta situación un signo que para mí es el mejor, el más inteligible; eso sólo es lengua de Dios. Y el que sabe esta lengua sabe traducirla a todas las demás.

“… agarrarán serpientes…”, que os decía hay tantas en el mundo. ¡Hay tantas serpientes! La serpiente, pobre animal, pobre animalito, una criatura de Dios, pero fue tomado también como símbolo del mal, del diablo mismo, de la causa del mal allí en el Génesis. Quedaría redimido el universo entero, y también las serpientes ¡pobres!, pero podemos seguir utilizando el símbolo. ¡Hay tantas serpientes en el mundo que se enroscan en nuestras piernas, en nuestro cuerpo entero, en nuestro espíritu! Y lo atan, lo agarrotan, lo estrangulan y pueden matarnos con su veneno. ¡Tantas serpientes hay!

Vamos sobre nidos de serpientes caminando por el mundo, unas de una manera, otras de otra, otras gigantescas, otras que parecen insignificantes pero tienen también su veneno quizá. Y sin embargo no nos queda más remedio que ir por el mundo anunciando la Buena Nueva sobre este terreno poblado de serpientes. Me decían en una isla, en Santo Domingo: aquí no hay serpientes, aquí no hay escorpiones, no hay alacranes, en este campo nunca los hubo, y no los hay. Y ojalá que nadie los lleve. ¡Qué trozo de paraíso!, no hay serpientes, no hay animales traicioneros y dañinos. Pero es una isla. En el Reino de Dios, una isla en medio del mundo, no hay serpientes; todo es caridad fraterna, todo es bonomía, todo es alegría, todo es paz. Pero caminamos por encima de un mundo que está lleno de víboras. A veces, ¡tanto daño hace el veneno de una palabra que se clava y mata de difamación, de odio! Y sin embargo, estamos vacunados contra las serpientes; no nos pueden hacer daño, porque si ellas tienen cualquier veneno, nosotros tenemos ese antídoto que nos salva: el amor, el amor de Dios. Ya nos pueden hacer daño, ya nos pueden intentar matar. Yo siempre he dicho que si alguien en una revolución, en algún viaje, o aquí, quién sabe, me matara, tendría miedo, trataría de huir, me encomendaría mucho a Dios para que me diera fuerzas, pero habría una cosa que no me costaría nada decir, lo creo, lo siento en lo más profundo; decir: perdónalos, Señor, no saben lo que hacen. Mientras uno sea capaz de decir esto, aunque te mate la serpiente, has vencido.

“Impondrán las manos sobre los enfermos yse pondrán bien.” Imponer las manos, sabéis vosotros que es el gesto litúrgico por excelencia para trasmitir la gracia en el Bautismo, en la Confirmación, que es ésta, en la Penitencia, hasta en el Matrimonio se han de dar las manos, en la Unción; en la Comunión el mismo Cristo con presencia real impone las manos sobre nuestras manos, en que es transmitido el Espíritu Santo. El colmo, el total, la redoma plena del amor de Dios imponiendo las manos; enfermos, ¿de qué? ¿Es que van a ser enfermedades esas cosas tan vulgares como una gripe o un cáncer? Eso no es enfermedad. Eso es nuestro límite. Eso no es enfermedad. La enfermedad es aquello que nos mata el alma. Y ésas, imponiendo las manos, se curan. Tenemos el amor.

 

Martes 19 h.: Plática.

 

Esta tarde podíamos centrar esta meditación en lo que nos cuenta san Marcos de este tiempo pascual. Mañana podíamos fijarnos más en Lucas, y si nos da tiempo, en san Juan, para dejar para pasado mañana –ver, acabar san Juan en todo caso– y repasar los Hechos de los Apóstoles, y concluir por la tarde antes de marcharnos con un, como dijimos, hacer nosotros una “Via Gaudii” hecha por nosotros, que nos puede dirigir Juan [Huguet], hacer un ensayo, una práctica de este ejercicio que será bueno que luego hagamos con gentes muchas veces, si no ya en esta Pascua, porque ya termina, pero en la próxima y en las próximas.

 

San Marcos.

Decíamos, y eso lo hemos citado ya antes, que al final del capítulo 15,47, María Magdalena y María la de José, se fijaban dónde era puesto. Son las que acompañan a esa ceremonia del enterramiento, precipitado por la hora del día, viernes a última hora, y allí están fijándose. Tanto se están fijando que, como decía san Mateo, estas mujeres estaban sentadas fijándose. Eran los hombres los que estaban cargando a Jesús de un lado para otro, los que estaban haciendo aquellos preparativos que podían en aquel momento precipitado, depositándolo en el sepulcro, cerrando la piedra. Ellas allí contemplaban sentadas –estarían agotadas, naturalmente–, pero fijándose, ¡fijándose! Es que realmente todo empieza por aquí. Esas dos mujeres, como las demás, era el amor que tenían a Cristo lo que les hacía olvidar toda otra cosa, sus ocupaciones que tendrían en sus casas con sus familias, toda otra cosa, todas las ocupaciones que tendrían en sus casas con sus familias, toda otra preocupación. No planeaban nada entonces en esos momentos de sus vidas particulares. Dejado todo, movidas por el amor, estaban allí, y estaban allí y se estaban fijando, fijando en todo lo que ocurría, fijando en el lugar exacto donde ponían a Jesús, ¡fijándose! No hay nada más contrario a este «fijarse» que lo que hace la gente ordinariamente siempre y en todas partes con la frivolidad. Una persona que es frívola no se fija en nada, pasa por encima de todo, mariposea sobre todas las cosas de la manera más tonta sin que nada le llame poderosamente la atención. Si no hay amor, se mariposea. La frivolidad, la disipación, ¡cuántas cosas hacemos, cuántas cosas queremos abarcar, de cuántas cosas nos queremos enterar, qué curiosidad más inútil. La disipación, o sumergidos en ruidos. Parece mentira cómo la gente busca como lugar de sosiego, de relax, de paz, discotecas a todo meter. ¡Qué bobada fijarse en nada con esos ruidos, o con unos ruidos continuos, música continua que no da silencio! Si aquí, me decía uno de vosotros ahora, ¡qué bien se está aquí al salir de la cartuja, qué bien, qué reposo hay aquí! Y yo le he dicho un poco en broma, sí a partir de las cinco sobre todo, porque con el ruido de los niños… [Se refiere a los niños de un colegio que hay junto a la casa de ejercicios.] Y sin embargo le he dicho yo también que es un ruido que no molesta; es como la algarabía de pájaros. Pero si a veces a éste, incluso a este pequeño ruido exterior de fuera, al que no se le presta atención –porque sería tonto prestar atención, no te enterarías de nada más que de ese rumor–, estorba a veces para decir, ¡ay, qué bien! Imaginaos todo el ruido en el que estamos metidos, y no sólo ruido que entra por los oídos, ruido trepidante que entra por todas partes a lo más hondo de nuestro cerebro, de nuestro conocer, de nuestro pensar, ¡ruidos! Son ruidos. ¡Tantas distracciones!, que a veces las buscamos incluso. Es cuando el toro quiere atacar, y con el capote, no sabe el pobre por dónde anda. Es a lo largo de la historia lo que hacen siempre todos los gobernantes: pan y circo; y luego la sociedad con sus continuos anuncios para captar la atención, toda esa avalancha de propaganda que nos aturde; todo, todo impide que seriamente nos fijemos en las cosas importantes, nos fijemos en ese norte que es Cristo. Pongamos toda nuestra atención en esa ruta que nos lleva hacia Él. Estamos hundidos en curiosidades vanas, disipados, frívolos, ensordecidos, completamente embobados, distraídos. ¡Fijarse bien, como aquellas mujeres en aquel atardecer! ¡Fijarse bien! Por eso, ¡qué hermoso es estar en soledad y silencio en la cartuja de la que salía uno de vosotros diciendo: ¡qué bien se está aquí! Claro que se podría decir: ¿por qué no seguimos aquí, por qué no nos quedamos aquí? ¡Qué bien, como en el Tabor! Pero no queda más remedio que volver a ese maremagnum pero con la experiencia, con el gusto de esta paz para fijarse en las cosas. Porque todo empieza, como decía yo, en ese fijarse fruto del amor, pues donde no hay amor, es imposible. Una cosa nos solicitará enseguida de otra rápidamente, y acabaremos con ese mariposeo frívolo. Fruto del amor es fijarse, que es también pensar: ¡cómo vamos a hacer cosas importantes, cómo vamos a ser buenos apóstoles, cómo vamos a realizar bien nuestra misión, si somos seres humanos, es decir, personas que piensan, si no pensamos transidos de amor! El hombre es un ser racional, y ahí acaba [la definición de] la Real Academia. Y sentimental: tiene sentimientos también. Puede decirse que los animales tienen sentimientos también de alegría, de fidelidad, de cariño…, por eso no hace falta ponerlo, o sea, un animal [el ser humano] que tiene sentimientos, además tiene razón. Pero el sentimiento del hombre es un salto trascendental también. No nos bastan los sentimientos de los animales para añadirles la razón y ya ser lo que somos, no; los animales también raciocinan en cierto modo, buscan sus maneras para solucionar los problemas. No basta esta inteligencia; le dan el salto: es racional a lo humano, es sentimental a lo humano, fruto del amor que es motor de todo, pensar, fijarse, darle vueltas a las cosas. Eso es el principio. ¡Cómo no vamos a desear tener un espacio en soledad y silencio, en paz, para, con amor, pensar, fijarnos en las cosas!

Y qué hacen luego las mujeres, estas mujeres obedientes a esas leyes que tenían: pasan el sábado y, supongo yo, que así como el sábado empezaba al atardecer del viernes, el sábado también terminaría al atardecer del sábado. Y entonces aprovechan ese tiempo para ir a comprar, lo dice san Marcos, aquellos ungüentos pasado el sábado que terminaría al atardecer, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé –aquí aparece otra mujer, Salomé–, compraron aromas para ir a embalsamarle. Fueron a comprar aromas. Esas mujeres que habían pensado, se habían fijado dónde, ponen diligentes los medios que ellas necesitan para hacer lo que querían hacer que era ungir del todo, bien, a Jesús por amor. Y ponen los medios. Van a comparar lo que necesitan y se gastan su dinero, el que fuera necesario, y no eran baratos aquellos bálsamos. Gastan su dinero, van a comprar, van a poner los medios. Y tan pronto pueden empezar a actuar, porque ya ha anochecido. Pero al despuntar el alba, muy de madrugada, –dice el texto que era muy de madrugada, y lo explica a continuación–, al salir el sol –al primer albor, cuando empieza la luz del sol a deshacer la negrura de la noche– salen. ¡Cómo iban a salir antes, si estarían cerradas las puertas de las murallas! Al salir el sol, tocaría el clarín, cantaría el gallo y se abrirían las puertas. Y ellas salen, quizá las primeras aquella madrugada. Y salen y van corriendo, van presurosas, van con presteza. Lo dice aquí: Muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro.

Ellas han pensado, se han fijado mucho, han pensado, han puesto los medios que estaban a su alcance, con el sacrificio de su dinero, y además van ellas llenas de valentía, llenas de amor, cosa que no hacen los apóstoles, van, pero no se les oculta la tremenda dificultad de su cometido. Y van diciéndose: ─¿Quién nos correrá la piedra. Aquella piedra tan grande; aquí lo señala muy bien. Se decían unas a otras, con lo cual se ve que son más de tres, porque han salido tres nombres, María la de Santiago, Salomé y la Magdalena, tres, pero después también han salido otras, otros evangelistas citan también otras; sería un grupo, pues si no, no podría decir que decían unas a otras, sino que si fueran tres diría que decía una a las otras. No, unas a otras; serían más. Y qué se decían: ─¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro? Y levantando los ojos… Verdaderamente cuando uno pone todo lo que está de su parte, cuando a uno el amor le ha ilustrado todo aquello que uno puede hacer, y prevé que, sin embargo, todo esto es poco para llevar a cabo aquello que uno desea hacer porque va más allá –el amor siempre nos lleva más allá– uno levanta los ojos como implorando, implorando ayuda de Aquél que sí nos puede ayudar de una manera inagotable cuando ve que nosotros por nuestra parte hemos hecho lo que hemos podido. Y entonces ¿qué ocurre? Levantan los ojos, y ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Cuando uno realmente en sus apostolados, en aquello que tenemos que hacer, los pensamos, los planificamos, vemos qué medios podemos poner nuestros, pequeños, pero son los nuestros y no tenemos otros y por eso los ponemos todos, y no escatimamos nada de lo que podemos hacer, y vamos presurosos confiando que desde lo alto nos ayuden, llegamos y las dificultades que eran las que nosotros no podíamos solucionar, a lo mejor se han deshecho, han desaparecido, y ya no existen. ¡Cuántas veces puede pasar esto, y ay de aquéllos que por cobardía, por decir: como no puedo, para qué voy a hacer nada, si yo con todo lo que puedo no puedo nada, para qué! Y se quedan en casa. Es lo que hicieron los apóstoles, eso es lo que hicieron. Ellas confiaron y encontraron que la piedra estaba removida.

Y entrando en el sepulcro… Está removida y no tienen miedo de entrar en aquella cámara solitaria, sí, pero en la que ellas creían que estaba Cristo sobre la piedra. Ellas entraron contentas: ¡la piedra estaba abierta!, ¡qué bien! podremos hacer lo que queríamos hacer, entrar y acabarle de ungir. Entran, gozosas, sin miedo. ¡Si precisamente es lo que ellas querían hacer! Y gozosas, se les han quitado los obstáculos. Y entran.

Ven a un joven sentado en el lado derecho vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Es ahora cuando se asustan, cuando ven allí a una persona que ellas no pensaban encontrar, no imaginaban, esperaban encontrar a Jesús que les habría hecho llorar, que les habría conmovido hasta lo más profundo en aquel amor que le tenían. Entraron decididas, pero al ver una persona, un joven, revestido de blanco, se asustan. Es curioso cómo unos evangelistas, los Hechos, nos dicen: «Dos hombres les dicen a los apóstoles: ─¿que hacéis aquí?» O cómo san Mateo en cambio dice: «Un ángel.» Aquí dice, «un joven vestido de blanco». Bueno, allá los exegetas y allá los teólogos. Ellas se asustan. ¿No será esta presunción o ese intuir que la cartuja en soledad y silencio, cerrada la puerta como para que no nos podamos escapar aunque seamos nosotros mismos los que la cerramos, podamos encontrar una presencia cercana, misteriosa, invisible pero profunda en el alma, de Alguien que si es un Alguien así, como el que señala esta escena, aún; pero si sentimos profunda la misma presencia de Dios, nos da miedo, como tenían Moisés y tantos otros –quien ve a Dios, muere, ¡y qué cierto es eso, quien siente esta presencia de Dios!– O uno se decide a morir, la muerte verdadera a ese hombre vejo, o enloquece: no se puede vivir así. Y eso lo sabemos, ¡lo sabemos!, por experiencias, lo sabemos porque amamos, lo sabemos porque somos cristianos, lo sabemos porque lo hemos ido probando un poco, ¡lo sabemos y nos da miedo entrar!, porque ya sabemos que vamos a encontrar a Alguien, que en esa soledad y silencio no vamos a estar solos. Es una soledad sonora y nos da miedo.

El ángel les dice: ─No os asustéis. Ese «no temáis» que oímos también en el Evangelio de san Mateo, este «no temáis» que les dice Jesús mismo: «Dios os guarda». No temáis. Nos hemos de apoyar también de la misma manera que intuimos que entrar en la Cartuja en soledad y silencio es donde puede haber los mayores encuentros profundos en el alma, que es verdaderamente el “sancta santorum” que los judíos ponían allí en lo más profundo del templo, y que entra el emperador creyendo que encontraría tesoros, y allí no había nada, nada especial. En esa habitación en la que no hay nada: paredes blancas, un cielo abierto, una ventana abierta, ¡nada! Sabemos que es lo más poblado del mundo, la plaza más concurrida del universo. Allí es el sagrario de Dios Padre: tenemos miedo. Y caemos, retrocedemos para hundirnos en esa malla como en los circos cuando uno se cae del trapecio, creemos que así no nos romperemos la crisma en esa malla de frivolidades, de mundanidades, de curiosidades, de disipaciones, de conversaciones inútiles, de acciones que no sirven para nada. Creemos que aquí estaremos más acogidos. No temáis, ¡no temáis! Nos lo dirá Jesús mismo: ¡No temáis! Nos lo tenemos que decir en esa cartuja media presidida por Jesús unos a otros: ¡no tengamos miedo! Estemos tranquilos, entremos decididos aunque encontremos presencias en el fondo de nuestro corazón; ¿dónde, dónde mejor para sentirlas, para percibirlas, para tenerlas, dónde mejor?

Qué más les dice el ángel: ─No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret el crucificado. Eso es como el santo y seña; cuando encuentran a esa persona que les dice exactamente, lee sus pensamientos, exactamente lo que ellas buscaban, pues debe de decir bien, esa persona es de los nuestros, es el santo y seña. Y qué añade: ─… ha resucitado, no está aquí; ved el lugar donde le pusieron. ¡Qué buena cosa es este mayordomo! Allí está el mayordomo de este palacio que ha tenido Jesús durante tres días, y como buen mayordomo recibe a las visitas, las reconoce: ¿cómo esta usted, señora marquesa?, buenas tardes, ¿viene usted para visitar al señor duque?, pues siento decirle que no está, ha tenido que hacer un viaje, está lejos, pero pase, pase, siéntense en el salón, descanse un poco; y aunque no esté el señor duque, ¿quieren ustedes pasar al salón grande donde hay unos nuevos cuadros maravillosos que han llegado que compró en una subasta?; pasen, pasen. Puede estar muy bien descansado el duque yéndose de viaje de tener un mayordomo así. Este hombre, este ángel, ¡qué buen mayordomo! Espera pacientemente que lleguen las visitas: sosiéguense, ¿están descansadas?, tranquilas; ustedes, ya sé qué buscaban; no está, pero ¿quieren visitar la casa?; asómense, miren la tumba vacía. Eso es necesario; cuando vosotros hacéis cartuja, necesitáis un hombre, un joven, vestido de gracia –eso es la vestidura blanca, como la que ponían a los recién bautizados precisamente para significar que estaban llenos de gracia–, necesitáis un piloto que reciba a la gente, que la reconozca, que les diga que no estáis, pero que esté atento, satisfaga sus deseos en lo posible y que les diga cuándo os pueden ver y dónde. Un piloto. Y cuándo hagáis en años sucesivos, viva yo o me haya muerto yo, quizá lo sabéis mejor si yo no estoy, esos días de retiro en este tiempo litúrgico de la Ascensión a Pentecostés, ¡qué bueno es que dejéis un ángel, un piloto allí, en el sepulcro vacío vuestro, donde nos estáis, porque estáis en otra parte, ¡qué bueno! Sin este piloto, ¿qué habría pasado? Aquellas mujeres no sabrían nada, habrían quedado frustradas; y esto, por amor, no lo podéis permitir, nadie tiene que quedar frustrado de los que os buscan; ¡necesitáis un ángel, un piloto! Y ellas entonces, que parece que tendrían que quedar tranquilizadas por este recibimiento, por esta solicitud en saber que no está aquí, pero ved el lugar donde le pusieron, tened esa dicha de haber visto dónde estaba y además recibir ese mensaje: ─Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea. Un buen mayordomo transmite los encargos que le ha dado su dueño a las personas que sabía que iban a venir si él no está, y les transmite ese encargo. En ese «veréis», aquí cabe pensar si las mujeres quedan incluidas, o sencillamente repite una frase, «decir… a sus discípulos… allí le veréis como os dijo». Bien, dejemos este pequeño problema, o grande, y vayamos a lo siguiente.

«Como os dijo»; reciben ellas este encargo. Si entraron sin miedo y después encontraron una persona que no da miedo, que las acoge tan bien, que las reconoce, que las atiende, que les muestra la casa y que les trasmite un maravilloso encargo, tendrían que salir llenas de gozo, como nos decía san Mateo; y en verdad saldrán así, pero también tenían miedo, y nos subraya este miedo: Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas,… ¿De dónde viene ahora ese espanto? Sí, de ver la tumba vacía, en el sentido de que si allí hubiera estado Cristo muerto: ¡Señor, qué descanso apoyar la cabeza en Cristo muerto! Pero la tumba estaba vacía; era como un vacío sin fondo. Era ese vacío que provoca este mal de altura, del vértigo, este vacío, tan absolutamente vacío que produce una succión, un vértigo tremendo de caernos en la nada; y eso espanta. El bien de existir es algo tan maravilloso que tendríamos que estar contentos de existir aunque no existiera nada; y esto se dice, y esto es verdad hasta el momento que te asomas a ese vacío de la nada, y entonces es un vértigo en que uno se siente caer desde las máximas alturas, que entonces es cuando una presencia profunda de Dios hace ver que lo único que no existe en este mundo es la nada. Pero eso da espanto, esto hace salir huyendo. Llenas de miedo… Ese vacío tan vacío, que no está ni Cristo muerto, ¡nada! Y salen huyendo: Y tanto se había apoderado de ellas, que no dijeron nada a nadie porque tenían miedo. Casi aquí con un pespunte de caridad y de apostolado, no quisieron trasmitir a nadie ese infinito miedo del infinito vacío. No es mala experiencia, pero nada recomendable porque es pavoroso. Pensad un día, no lo penséis, mirando el cielo azul: Dios no existe, existen galaxias, muchas, quién sabe, nadie sabe cuántas; el límite del Universo ni saben si está limitado o no está limitado, pero Dios no existe, ¡qué pavor, que vacío tan absoluto!; ni todas la miríadas de estrellas ni de galaxias pueden llenar este infinito vacío de no tener un Ser que es un Alguien al que poder ad-orar, conversar, decir una palabra, una: ¡amor! ¡Qué terrible! No quisieron comunicar, quizás, a los demás este terrible vacío.

Y sigue san Marcos. Jesús resucitó de madrugada el primer día de la semana. Quizás aquí no dice muy de madrugada para que quede bien claro que resucita al tercer día. Si ellas salieron al clarear el alba, Él quizá salía cuando se asomó el borde del sol, justo un momento antes de que ellas llegaran, habiendo recorrido ese camino en la madrugada al salir el sol. Y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. La había dejado perfectamente limpia, por eso ella quizás amó más que las demás, y nos comunica aquí que ella fue a anunciar la Buena Nueva a los discípulos, y ellos al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron: ¡histerias de mujer! Después de esto se apareció bajo otra figura a dos de ellos…, a dos discípulos. Cuando iban de camino a una aldea, … Ellos volvieron a comunicárselo a los demás –demás discípulos–; pero tampoco creyeron a éstos. Y éstos no eran mujeres, a éstos no se les podía aplicar despectivamente este adjetivo ¡bah, mujeres, histéricas! Oye, ésos no son mujeres, son unos discípulos como vosotros. Luego el problema es que no querían creer, y cuando se lo dicen las mujeres, se agarran a esta excusa, fácil, facilota: ¡bah, mujeres! Pero el fondo no era éste, sino que no querían creer. Si no quiso creer luego Tomás hasta que no viera, ellos fueron todos tomases, no querían creer: si no veo yo con mis ojos, lo diga quien lo diga. No querían creer, por eso que cuando llegan los de Emaús, ya no tienen aquella excusa, y sin embargo siguen sin querer creer. “Ecco” [palabra italiana: he aquí, aquí está] el problema.

Estando a la mesa los doce discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado de entre los muertos. Hemos pasado así, muy deprisa, el tema de la Magdalena porque mañana lo veremos en otro Evangelio que lo habla con más detalle, y también hay otro, como sabéis, de los discípulos de Emaús más espacioso. Ya los meditaremos. Pero ahora vamos a centrarnos en esa conclusión de esas dos premisas. No creen a las mujeres, ni siquiera a los hombres. Y se aparece Cristo, como se aparece a Tomás. Venid aquí, ahora me veis, ahora creéis porque me habéis visto. Muchas veces decíamos: Tomás, ¡pues vaya con Tomás, qué incrédulo Tomás, parece mentira, mira los demás cómo han creído! ¡Pero si todos han hecho lo mismo que Tomás, no se han fiado! Bueno, por fin se aparece Cristo a ellos. Y qué les dice: Estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad. Les echó en cara su incredulidad. Nosotros, tantas veces no nos fiamos del testimonio de la Iglesia, de los Santos Padres de la Tradición, no nos fiamos de la Escritura, de ese Magisterio vivo de la Iglesia, no nos fiamos de los santos que están en los altares canonizados, que la Iglesia garantiza sus obras, no nos fiamos, no nos acabamos de fiar; tenemos una fe así, tambaleante tantas veces, somos como la lamparita del Sagrario, que está encendida, que está junto a Jesús, pero cómo oscila, se apaga y se enciende, aumenta su brillantez, disminuye. Y cuando la técnica es capaz de hacer unas lámparas con una lámpara encendida, una como vela y una como llama, en vez de que sea firme, ingenia la manera de que también sea así, medio apagando y medio encendida, ¡vaya, mira que emplear la técnica en mantener débil nuestra fe! No, sepamos con la oración que nuestra fe sea una hoguera bien encendida, que no pueda venir Jesús a decirnos, a echarnos en cara nuestra incredulidad, cuando tenemos tantos motivos como tenían los apóstoles para creer todas las Escrituras, todo lo que habían visto de Jesús, todas las profecías cumplidas. ¿Es que acaso nosotros no conocemos las Escrituras, es que acaso no vemos nosotros, clarísima, la situación del mundo, el tremendo vacío, quién es Cristo, cómo se cumplen sus palabras? ¿Es que acaso no le hemos sentido muchas veces vivo en nosotros mismos? ¿Es que acaso no somos nosotros imágenes de Cristo Resucitado? Y sin embargo, ¡qué incredulidad!, una incredulidad que atenaza, que amortece, que empereza, una incredulidad que hace que estemos quietos o que nos movamos mucho, pero que sirve de bien poco que pongamos nuestras esperanzas en tantas cosas que no son firmes, que se desmoronan, que no nos causan más que nuevos desesperos cuando vemos que se hunden esos objetos de nuestras esperanzas. ¡Qué incredulidad! En cambio a aquellas mujeres el amor las hacía firmes, se fijaban, pensaban, ponían todos los medios, salían presurosas, confiaban. Quizá ellas por eso tuvieron el privilegio de contemplar la nada para sacar de ahí las máximas fuerzas de Dios, de este pozo de la nada. Ellos ni eso, ¡ni eso!, ni habían contemplado la nada; la incredulidad; ¡qué esterilidad, total, qué muerte del espíritu!

Y les dijo Jesús tan amoroso, tan perdonador, tan comprensivo, tan alentador, tan pastor de las ovejas perdidas, tan padre de los hijos pródigos, tan festivo de alegría –come con ellos, ¡qué festín!–: ─Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la Creación.

 

[Aquí se cambia la cara de la cinta, y se pierde algo de charla.]

 

Aquellas mujeres se acercan y se asieron de sus pies. Tiene eso una rotundidad de Escritura, de expresión tremenda.

Nos hemos acercado. Dentro de un rato celebraremos la Eucaristía. Le vamos a recibir, ¡qué ocasión de asirnos a sus pies para no soltarnos, para no perder ni un paso, para no dar un paso en falso, para no dar un paso que nos desvíe del camino, que nos aleje o nos quedemos atrás, ¡ni un paso quedarse atrás, agarrados a los pies de Cristo, Él que es el Camino, la Verdad y la Vida!

Y entonces le adoraron. Y qué quiere decir que le adoraron; es una palabra compuesta de dos: de una preposición ad, y después la otra palabra oraron: hablar hacia fuera. Ahí fue su respuesta. Antes decía: no le saludan, no le dicen buenos días. Lo primero era agarrarse a sus pies como un náufrago que por fin ve que vienen a rescatarlo un helicóptero que le tiende un cable o un capazo para que se ponga en él; lo primero es eso. ¡Y vaya si hablaron! Oraron con Él, le adoraron. Se puede hablar con la boca, se puede hablar con la boca del corazón, se puede hablar con nuestra alma toda ella convertida en boca de hablar con Dios, de hablar con Cristo. Y le adoraron.

Jesús a continuación repite las palabras del ángel. Antes os he insinuado aquella humildad de las mujeres [en] que el ángel les había dicho que comunicasen la Buena Nueva que habían visto, Cristo Resucitado –tened fe en lo que yo os digo, veis la tumba vacía, y tened fe en lo que yo os digo: ha resucitado–: Id a los hermanos y decidles que vayan a Galilea que allí le verán. Las pobres mujeres se quedaron como defraudadas entonces de decir: hemos venido, hemos madrugado, esos ceporros están allí en Jerusalén sin atreverse a venir aquí muertos de miedo, nosotras hemos tenido el coraje de salir a la calle, de venir de madrugada, de llegar hasta aquí, no teníamos reparos, miedo, alguien, algo pasará que nos removerá la piedra, veníamos a ungir aquí a Cristo con nuestras aromas; encima hemos tenido esta gloria de ver esto, nos convertimos en mensajeras, pero serán ellos los que nos dice el ángel que le van a ver, ¡nosotras, no! No tienen envidia, son humildes, están gloriosas con su papel, lo aceptan, no protestan: ¡y nosotras qué, no lo vamos a ver después de que hemos venido! Ni se lo plantean, felices con lo que tienen, con lo que les dan, y van deprisa, presurosas, corriendo, contentas con lo que les han dado sin pedir nada más, absolutamente felices y rebosantes con esa misión sin pedir más. Y Jesús se les aparece sin anuncio, les sale al camino –dicen los evangelios–, de la manera más sorpresiva. Y ellas, antes que nadie, le ven. ¡Ay de aquellos apóstoles, nosotros, que somos mensajeros de la Buena Nueva, y dijéramos: bueno, ¿pero nosotros no vamos a tener también experiencias místicas o unas presencias de Cristo como éstas que anunciamos? Y ¿qué?, ¿es que no vamos a estar contentos con aquello que hemos recibido, con ser mensajeros? Porque hemos visto la inanidad de este mundo, de esos fariseos, hemos visto toda la tragedia de este mundo egoísta que se hunde, monótono, repetitivo y siempre sangrante, siempre con muertes, siempre manipulando soldados, siempre haciendo guerras. Esto lo hemos visto, esto no hace falta más que abrir los ojos. Hemos visto este vacío inmenso que hay. Si no está Cristo en este mundo, ¡qué vacío tan inmenso, todo el mundo es una tumba vacía! Esto lo hemos visto, y tenemos fe, ¡Cristo ha resucitado! Nos basta esto para ser evangelistas: si somos bien humildes, si aceptamos nuestro papel en plenitud, si no pedimos más, ¡con qué derecho!, ¡cómo si fuera poco ser evangelistas de este vacío y de esta fe que tenemos de Cristo resucitado! Es espeluznante los artículos, son dos, que leí de González Faus sobre el análisis que hace de la Postmodernidad; esto se podría decir ahora y hace diez siglos, y se podrá decir dentro de veinte; de una manera u otra ahora tiene esa etiqueta de Postmodernidad, en otras épocas tendrá otras etiquetas, pero siempre es lo mismo: ¡qué gran vacío si no está Cristo! Pero Cristo no está donde le buscan, ¡Cristo está en otra parte!, y el mundo, ¡ya lo vemos qué terrible! Y tenemos fe que Cristo está en otra parte, Cristo está en el Reino de Dios, el que Él ha venido a establecer en medio de este mundo: donde hay dos que se aman, o tres o muchos, allí está Él. Cristo está en medio de su Iglesia, está aquí, cerca de nosotros, tan cerca que pronto nos podremos asir a sus pies. Cristo está en otra parte, Cristo está en el Reino de Dios que Él ha establecido aquí; ha hecho del Reino de Dios esta Galilea: allí le veremos. Pero para verle, hay que pasar por la Muerte y Resurrección de Cristo, hemos de morir al hombre viejo, y hemos de resucitar. No se trata de ser santos o de morirnos; una persona puede encontrarse en una coyuntura de decir: tengo fe como estas mujeres, ¡tengo fe!; bueno, y ahora ¿qué hago?, no me quedan más que dos caminos: o morirme, y así me voy al cielo, o ser santo, ¡qué remedio! Tengo esta fe en Cristo, ¡o soy santo o me muero! Y puede esta persona decir esto muy sentidamente –y digo esto porque fueron las palabras que yo oí ayer a cierta persona–, y hay que decir que no son dos cosas; es una; porque ni ser puede ser santo si uno ya no se ha muerto al hombre viejo, que ésa es la auténtica muerte, lo demás es una anécdota cuando uno se muera de una gripe, de un accidente, de viejo, de cualquier cosa… ¡eso es una anécdota!, eso no tiene importancia. Lo importante, lo verdaderamente importante es morirse al hombre viejo, pasar de ser como uno de aquellos fariseos o del sanedrín que están pecando, casi pecando contra el Espíritu Santo –todavía el Espíritu Santo no había venido cuando ocurre aquello, todavía ellos ¡quién sabe lo que fueron!– pero están casi pecando contra el Espíritu Santo porque tienen odio. Bueno, pues pasar de esa postura del mundo –de lo cual ellos son un símbolo, un signo–, pasar a ese amor que tenían las mujeres que acompañaron a Jesús, que miraban muy bien, como dice Marcos, fijándose muy bien dónde le ponían o, como dice Mateo, sentadas allí mientras lo estaban poniendo en la cruz, y que se levantan temprano y van llenas de amor. Bien, son la misma cosa. Si no morimos, no podemos ser santos, no podemos ser ciudadanos de esta Galilea, de este Reino de Dios en medio del mundo; si no morimos –y ser santo significa haber muerto ya, es la misma cosa, no es una alternativa–, o me decido a ser santo –cosa bien difícil con mis pocas fuerzas–, o más vale que me muera, porque así no se puede vivir; yo no puedo vivir con esta fe, con esta presencia de Cristo resucitado, y no ser santo. ¡Más vale que me muera! Es cierto, pero es otra muerte. Hay que morir, morir total, rotundamente; se muere uno del todo, y mientras uno no se muere del todo, pues no está muerto por muy moribundo que esté, por muy en coma que se esté, hay que estar muertos para empezar a ser santos. Y claro, si ser santo nos parece una cosa muy difícil, evidentemente, es como si una persona que está encadenada con muchas cadenas, le digan: oiga, escale usted este rascacielos; dificilísimo; ¡claro, cómo no va a ser difícil si está usted está atado por muchas cadenas, imposible ser santo! Ahora bien ¡muérase usted, muérase al hombre viejo y escale este rascacielos! Facilísimo, tome usted el ascensor, porque entonces ya no somos nosotros, es el Espíritu Santo el que nos asciende a la santidad. Pero para eso, para tomar el ascensor para subir al rascacielos, hemos de estar liberados de las cadenas que nos atan; si no, no podemos.

¡Que fácil es la santidad! Aquellas mujeres, en que realmente por el amor y por la fe, estaban libres, corrían, ¡corrían! ¡Y qué fácil les fue! No hicieron nada ellas, ¡qué fácil les fue ver a Jesús!: les salió al camino. Y se asieron de sus pies, y le adoraron. Y Jesús entonces les repite, pero ahora ya no es por fe, ahora ya le han visto. Ahora ya no es ni siquiera por clara esperanza, que ellas no se habían formulado, de tener una clara esperanza de ver a Jesús; eran portadoras de esta buena nueva: le verían los apóstoles; ni siquiera tenían ellas, no se creían ellas dignas de tener ellas esperanza de verle también. Pero tanto fue su amor, que ven a Jesús, y ahora ya, cuando vayan a dar esta buena nueva a los apóstoles, ya no es sólo por fe, porque el ángel no les podía dar más que fe, porque el ángel no era Dios, no era Cristo, no. Era un mensajero, y allá se ocupen los teólogos y los exegetas de qué son los ángeles, manifestaciones misteriosas de Dios…; poderoso es Dios para hacer lo que quiera. Les podía dar fe el ángel, pero nada más. Cristo le trueca la fe por la certidumbre. Les trueca la fe de una claraesperanza que hubieran podido tener, si la tenían, de que los apóstoles le verían. Pues esta claraesperanza que ellas tenían, ciertísima, Cristo, de un golpe, saliéndoles al camino, interrumpiéndoles en aquella marcha presurosa, les convierte la fe, les convierte la claraesperanza en una realidad total, plena, en la medida que es plena la plenitud del Reino de los Cielos aquí en la tierra.

Cuando Lázaro resucita, Cristo mismo dice: removed la piedra. Porque si no, Lázaro resucitado no podrá salir, porque no es la plena Resurrección de Cristo todavía, es como una profecía, es un signo. Lázaro murió y volvería a resucitar, vuelve a resucitar. Lázaro murió al hombre viejo y resucitó en ese Reino de Dios. En cambio aquí la piedra se quita, no para que salga el que resucita: Cristo atraviesa las paredes, como nos dirán luego en la aparición a los apóstoles. No tiene obstáculos Cristo resucitado, no se remueve la piedra para que salga Cristo; se remueve la piedra para que entremos nosotros allí, a ver este gran vacío, y sintiendo un vértigo enorme ante este vacío, nosotros nos decidamos a morir para caernos en este vacío, para resucitar con Cristo resucitado. Éstas tienen esta certidumbre ahora. ¡Cuánta más fuerza tendrá su testimonio ahora, cuando vayan a ver a los apóstoles!: le hemos visto. Y ellos todavía no se lo creerán. Estas mujeres, visiones histéricas –nos cuenta el Evangelio–. Ése era el comentario cuando llegan los discípulos de Emaús: estas mujeres histéricas. ¡Bueno!, cuidado, no seáis machistas; os aseguro que muchas claraeulalias ya hoy tienen una mirada mucho más perspicaz que la vuestra de esos misterios de Cristo. ¡No seáis machistas, no las menospreciéis! [dando un fuerte grito:] ¡¡¡Os van por delante, os van por delante!!!

Id y decidles, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea. ¡Avisad a mis hermanos! Los Hechos de los Apóstoles dicen que estaban reunidos allí Pedro…, y nombra a los once apóstoles que quedan reunidos con María y algunas mujeres, y sus hermanos. Bien, sale la palabra y sus hermanos. ¿De quién? Me decía ahora Agustín al venir, que ha estado leyendo un libro muy interesante, como todo lo que hace este hombre, Rius. No sé qué dirá de este punto, de id y decid a mis hermanos. Llama hermanos –siempre damos por supuesto a los apóstoles–, es decir, que no se refiere Cristo aquí –creemos, siempre lo hemos creído así y no tenemos por qué dejarlo de creer que se refería a los apóstoles, como dice el ángel a las mujeres de que vayan y digan a los apóstoles–… Pero claro, nos quedamos perplejos porque los Hechos de los Apóstoles distinguen entre apóstoles y los hermanos, y aquí el ángel ha dicho apóstoles, y Él en cambio dice a mis hermanos. Bueno, bien, me gustaría saber qué dicen los exégetas a este punto, pero nosotros podemos creer –como siempre hemos interpretado– que no dice id a mis hermanos de sangre, a mis hermanos, esos hermanos que dirá luego los Hechos de los Apóstoles que estaban allí también junto con los apóstoles. Bueno, pues creo que Cristo aquí habla de quién es mi madre y quién es… Pues mi madre es toda aquella persona que hace mi voluntad y la sigue y cumple mis mandamientos. Pues hermanos somos todos. ¡Qué hermoso es oír esta palabra de hermano dirigida a nosotros por parte de Cristo! Esas mujeres dan su mensaje a los apóstoles, que las creen histéricas. Esas mujeres dan el mensaje como aquella que ungió a Jesús, la Magdalena, y que dice Él que ese testimonio llegará hasta el final de los tiempos. Este mensaje de las mujeres llega hasta el final de los tiempos, nos está llegando en este momento a nosotros también, y nos llama hermanos. ¿Y qué quiere decir esto?: que tenemos la primera persona de la Santísima Trinidad, que es Padre, que es Dios, Dios Padre –¡Dios os guarde!– Somos hijos de Dios, como el Verbo; somos hermanos de Dios. Él ha logrado con su sangre, realmente, insertarnos en su filiación divina. Decíamos muchas veces que los hermanos de sangre son hermanos “a quo”, punto de partida. Pero formamos una familia por la sangre de Cristo en que somos hermanos de Cristo, hijos de Dios, “ad quem” (?). Sí, sí, podemos ser hijos adoptivos de Dios desde el principio, “a quo”, pero unos hijos adoptivos llamados a ser plenamente hijos de Dios al participar de la misma Sangre de Cristo, hijos de Dios, hermanos. Si en la plenitud del Jueves Santo, ya no os llamaré siervos sino amigos, en esa plenitud de la Resurrección –mis hermanos–, si habéis muerto y resucitado conmigo, ya pasáis de ser criaturas, de ser criaturas hechas por la mano del Padre, de Dios Padre, de ser hijos de Adán y de Eva, que él os adopta, ya pasáis a ser en este momento, no hijos adoptivos, sino en mí, conmigo y por mí, hijos, sin adjetivo ninguno, ¡hijos de Dios Padre!, por lo tanto hermanos míos.

No temáis, id a avisar a mis hermanos. Este id, ¡qué mandato de ser apóstoles! A avisar a transmitir la buena nueva. Pero tiene un matiz esta palabra; no dice transmitid, como quien coge un mensajero, de los mensajeros que hay con moto, tenga usted este paquete, y ¡hale!, dé este paquete, transmita este paquete. No. Hay algo más; es como aquello de la hermenéutica, Hermes, que no sólo es mensajero, sino que es intérprete, que traduce, lee, porque no saben leer y él sí, y tiene que leer las cartas como muchos carteros cuando llevaban cartas a los pueblos, a gente que eran analfabetos, y el mismo cartero abría la carta y se la leía. No, hay otro matiz: avisad. ¡Avisad! Poner sobre aviso, despertarlos. Es más que transmitir, es más que meramente leerles un mensaje: es ponerles el alma en pie, es llenarlos de vida para que sean capaces de leerla, de interpretarla, de recibirlo. Es algo, un tesoro tan maravilloso, que hay que avisarles, hay que prepararles para ello; hay que darles fuerza, hay que sostenerles, ponerles sobre aviso: avisad a mis hermanos.

En esa palabra está muy bien empleado este matiz cuando se trata de que ellos, que se lo han de creer por fe, y no fe en un ángel resplandeciente con sus vestiduras blancas, sino a unas desgraciadas mujeres menospreciadas por el hecho de ser mujeres; que las van a creer histéricas –como explícitamente dicen los evangelios–, y ellos han de creer por fe en estas pobres mujeres para que se pongan en camino para ir a Galilea, donde le verán. Estas pobres mujeres, cuando salen con ese encargo de Cristo, van con otra clase de pavor, con otra clase de miedo, con otra clase de temor: ¿cómo van a convencer a aquéllos que ellas saben que están allí hundidos, perplejos, miedosos; cómo les van a convencer ellas de que tengan fe en sus palabras, de esas pobres mujeres? Y no sólo la fe, sino una fe activa como para que, venciendo esos miedos y esas perplejidades y esas tonterías en que están metidos, salgan y vayan a Galilea, que quiere decir que se han de morir a su hombre viejo, a todas las puñeterías, y resucitar, y eso es ir a Galilea. ¡Pobres mujeres!

Sí que ahora van llenas de temor, y precisamente por eso les dice Cristo: no temáis, porque Yo estoy con vosotras, Yo soy diferente, Yo os daré fuerza, Yo colaboraré con vosotras también para que éstos por fin os crean y salgan y se mueran, y así resucitarán en Galilea.

¡Pobres mujeres que tienen esta difícil tarea encomendada ahora, no sólo por el ángel! Era tan fuerte, que Cristo ha visto que era necesario que saliera Él al camino para que tuvieran toda la fuerza necesaria para ese cometido que les había encargado el ángel, exactamente el que tenemos nosotros al ir por el mundo, que es el ejemplo de esas mujeres llenas de coraje, llenas de fe, en su debilidad, llenas de fe para lanzarse al mundo a dar esta buena nueva, la buena nueva de que hay que morirse, y no cómodamente en una cama, o fatalmente por una enfermedad, sino que han de morirse libre, voluntariamente, y morirse en vida, que es lo que más cuesta –morirse moribundo es muy sencillo, no tiene remedio, es fatal, y es cómodo, y además ahora nos hacen la muerte así, tan dulce, tan eutanásicamente, ¡qué fácil!– ¡Qué difícil es morirse al hombre viejo libre y voluntariamente, sin anestesias, sin dulcedumbres farmacológicas, a lo vivo, en cruz, qué difícil es! Pues éste es el mensaje: morirse. Así entraréis en Galilea. ¡Tened fe, mucha fe se necesita para morirse voluntaria y libremente! Los mártires necesitaban mucha fe. Y nuestro mensaje es éste: ser mártires. Y no porque os maten, sino porque os matéis al hombre viejo. Y ésa es nuestra difícil tarea. Si no estamos llenos de fe, si no estamos verdaderamente sostenidos por Cristo, por este Cristo que agarramos con nuestras manos…, y decidme, queridos curas, si al consagrar no estamos agarrados a los pies de Cristo. Sólo así podremos decir al mundo la buena nueva.

 

[A continuación se celebra la Eucaristía con homilía de J. M. Forcada.]

 

Día 30, miércoles por la mañana: Meditación.

 

Me fui a dormir ayer, supongo que me dormí más o menos pronto –serían las diez y media, o cosa así–. A las 3 me desperté, y he estado trabajando hasta la 7, en que ha venido, justo cuando iba a conciliar el sueño, el bueno de Jaime. Y ha venido para leerme una cosa que es graciosa e interesante. Y le he dicho: mira, después lo leeremos. Pasa aquí, que así queda grabado. No digas nada. Suspense.

 

[a continuación lee Jaime A. un párrafo del libro de Mons. Ricard María Carles i Gordó, nuevo arzobispo de Barcelona: “Fe y Cultura. Escritos pastorales”, Edit. Claret, 1990, Barcelona. Págs 77-78.]

 

«Impresiona pensar en la Providencia que Dios ha tenido con nuestros antepasados, a través de milenios –y a través de las tinieblas del “no ser”– para que este único hilo de vida que conducía hacia nosotros no se rompiera.

Nuestra concreta vida, irrepetible porque sólo empieza una vez, e irrepetible porque es única con respecto al resto de la humanidad, dependía de la de nuestros padres. La de cada uno de ellos dependía, a su vez, de la vida de los suyos… Es vertiginoso el pensamiento de los miles de antecesores que han hecho posible nuestra vida, puesto que, en cada generación, su número se multiplica por dos. De haber muerto cualquiera de ellos antes de engendrar a sus sucesores, nosotros no habríamos existido.

No trato de hacer una disquisición estadística, sino de llamar la atención acerca del milagro que supone un hecho que nos parece tan obvio como es nuestra vida. Ha habido, a lo largo de muchos miles de años, una especial providencia de Dios con cuantos nos precedieron. Pienso, a veces –y estoy seguro que no es una imaginación irreal ni inútil–, cuántos hombres de épocas remotísimas, en el inicio de la humanidad, que están en mi línea ascendente, fueron librados por Dios de una muerte prematura, de un accidente de caza, para que yo pudiera un día agradecerle el maravilloso don de haber amanecido a la luz. A la de este mundo, y a la de la fe y amor a Él.

Esto nos hace caer en la cuenta de que, en cada aspecto de nuestra vida, desemboca un gran amor hacia nosotros. Tenemos vida, salud, inteligencia, tiempo… Y, de cuanto tenemos, lo más importante no nos lo hemos procurado nosotros, nos ha sido dado. “La mayor prueba para ti de la bondad de Dios eres tú mismo”; todo cuanto Dios está derramando a diario en tu existencia. Es bueno, de tanto en tanto, ponernos a recibir admiradamente nuestra propia vida como un don que es. Quizás así entenderemos mejor qué cosa es amor y quién es Dios.»

 

[He copiado literalmente este texto que Jaime Aymar leyó del catalán traduciéndolo, para que quede patente lo que el autor expresa al escribir en castellano.]

 

Alfredo.- Autor.

 

Jaime A.– Ricard María Carles.

 

Alfredo.- Ha hecho la “cua” [en catalán, significa «cola»] cristiana.

 

Jaime A.– Es que ha leído el libro.

 

Alfredo.- Esto está escrito en el año…

 

Jaime.- 30 de octubre de 1988.

 

Alfredo.- “Es un punt de dialeg. Mol bé” Además es un artículo de él. Aquí asume enteramente el realismo existencial, con la cola cristiana. Pero lo asume. Pero se queda corto, porque él dice «desde el principio de la humanidad»; supuesto Adán y Eva, cierto. Pero supuesto que la humanidad venga por evolución de los monos, eso es desde el big-bang, entonces…

 

Todos.- Ja, ja…

 

Alfredo.- Pero está estupendo. Bueno, pues aquí tenemos un ejemplo en este escrito. Y que nació el día de la Virgen de la Merced.

Muy bien. Bueno, pues como veis, él coge para hacer una reflexión cristiana bien hecha, un dato, una cosa que se mantiene dentro del realismo existencial, lo haya cogido o no de aquí, o se le haya ocurrido –eso es igual–, pero en un plano puramente, dijéramos así, natural y obvio, pero lo acoge, lo cristianiza y, ¡carambas!, lo pone nada menos que en sus reflexiones para hacer un bien. Esto quiere decir que nosotros, recordando aquellas palabras de Jesús también: imitad, imitad, ¡qué sagaces son los hijos de las tinieblas! ¿Ser servidor de las tinieblas?, no; pero ser sagaces como ellos, sagaz como ellos, ¡vaya que sí! O aquella otra parábola del administrador infiel, es decir, tantas cosas que podemos imitar, pero poniéndolas para el bien.

Os he dicho que vinierais aquí hoy, porque es plática –como dice Forcada, cambia de lugar, cambia de tiempo, bueno, de tiempo no sé si será más corto o más largo–. Bueno, aquí estamos hoy en plática. Y también, me imagino yo, que cuando estaban en el cenáculo espera que te espera, mano sobre mano, no sabían qué, tenían una claraesperanza ciertamente, una alegría, pero estaban dubitosos; bueno, de algo hablarían, de algo se preocuparían, harían planes, el Espíritu Santo vendría para replenarlos. Bien, aquí también podríamos dedicar un poco esta plática a pensar por la experiencia que tenemos de nuestros apostolados hasta ahora, qué fallas hay, para pensar buenamente y, esperando que el Espíritu Santo nos ayude, a poner de nuestra parte algo para arreglarlas. Recordamos ayer a aquellas mujeres que, llevadas por el amor, fueron diligentes a comprar las aromas y los ungüentos con sacrificio, y luego al alba, tan pronto pudieron, se pusieron en camino y, naturalmente, pensaban: ¿quién nos quitará aquel obstáculo tan grande de aquella piedra, quién? Pero eso no les hizo a ellas cejar en su empeño, y siguieron poniendo de su parte todo lo que podían.

Pues bien, ciertamente las dificultades de nuestros apostolados son ingentes y podemos decir: bueno, ¿y quién nos ayudará, quién? Por eso no ha de disminuir ni quitar entusiasmo de pensar qué podemos hacer nosotros con nuestros medios. Cuando lleguemos allí, ya la Providencia sabrá qué hace. ¿Y cuál es la deficiencia tan enorme que nos falta para hacer todo aquello que deseamos hacer, porque creemos que es bueno hacer? ¡Tantas cosas que llevamos entre manos, que nos angustian, nos dejan cansados, nos dejan con estrés, nos dejan un poco agotados, estériles, y sobre todo nos quitan la paz y el buen carácter, y a veces nos volvemos hirientes, irritables.

 

[A continuación Alfredo comenta unos escritos que Paco V. le ha hecho llegar.]

Bien, nos falta tiempo, nos falta tiempo. Yo leí –recordáis vosotros– aquellos recortes de periódico que encontramos de La Vanguardia, [es un diario de Barcelona de gran tirada nacional] que para mí fueron un flash; que ahora hay unas técnicas que las maneja alguien, que están dirigidas a los ejecutivos para ganar tiempo al tiempo. Comentasteis, indudablemente es verdad, que esas técnicas las empresas las utilizan para que sus empleados ejecutivos, etc., sabiendo sacar más tiempo al tiempo, por una parte, este plus se divida en gran parte a que sean todavía más productivos; y una pequeña parte, como de propina, para que también tengan más tiempo para estar con sus familias, para descansar, para sus “hobbies”, su ocio, etc. Indudablemente ésa es la intención de esas empresas cuando se gastan los dineros, y –según me decían– muchos dineros para que sus empleados se adiestren y asimilen, y encarnen después esas técnicas, ciertamente. Pero no nos ha de asustar esto, porque nosotros también, para nuestros apostolados, necesitamos un coche, y la gente antes de comprarse un coche, piensa cuál es el más adaptado a sus necesidades, según tenga que hacer largos viajes cargado de maletas o no, o si me muevo por la ciudad y lo que tengo que hacer es aparcarlo y lo antes posible. Y ha que tener esta potencia o la otra, que gaste la mínima gasolina, dentro de lo posible, etc.; y buscáis programas. Y tanto si lo compráis nuevo como si lo compráis de segunda mano, pues tratáis de encontrar el instrumento mejor para vuestro apostolado. Y un coche, ciertamente, se lo compran los ejecutivos, se lo compra el vecino de arriba, se lo compra todo el mundo para sus respectivos usos. Y el coche además pues en una cosa puramente técnica. Y pongo ese ejemplo como podría poner cualquier otro.

Por lo tanto, si hay una técnica y hay una empresa que fabrica unos cursos muy elaborados y probados para sacar tiempo al tiempo, pues vale la pena, hay que ser sagaces, hay que saber utilizar estas cosas aunque nos cuesten sacrificio, nos cueste entrega para salir adelante en nuestra vida de una manera más airosa, poder hacer nuestros apostolados sin tanto agobio, sin tanto cansancio, sin tanto estrés, y saldrá ganando nuestro carácter, nuestra irritabilidad será menor, estaremos con mayor paz, etc. ¡Vale la pena, vale la pena! Y hete aquí que la Providencia hizo que Paco dijera que ya tenía noticias de esto, pues un amigo suyo ha hecho unos cursos de esto y le pedirá a ver; yo le dije que le pidiese información, y se la ha pedido. O mejor dicho, ya la tenía él, ya se lo había prestado el amigo, pero Paco no había tenido tiempo, le faltaba tiempo al tiempo para poder hojear esto muy por encima; y anoche me los trajo, y hete aquí que a las tres de la mañana me desperté y me los he tragado todos de la primera letra a la última. Mis sorpresas son varias al ver esto. Una, una sorpresa, de que una idea que es buena, ganar tiempo al tiempo, y cuatro cositas más que permiten ganar tiempo al tiempo, bueno, esto, una ideita y cuatro pequeñas pistas de que esa idea pueda ser una realidad, constituye una empresa. El señor que la ideó, un señor danés, que estaba hasta la coronilla de trabajar mucho en la empresa, agotado, y que no tenía tiempo para dedicar a su mujer y a sus hijos, y que la mujer ya estaba también hasta la coronilla y le planteó el divorcio. Y sin embargo, se querían. Entonces, antes de pasar al divorcio, se plantearon si podrían arreglar eso. Y bien, de esas conversaciones de él y su mujer salió la idea y las cuatro líneas. Empezó a dar cursos sobre esto a sus demás compañeros ejecutivos, vieron que la cosa tenía realmente mucho interés y eran pistas de éxito. Bueno, pues dejó él la empresa en que estaba y se dedicó a contar estas cosas. Una empresa que se ha hecho gigante por todos los continentes; a estas horas han dado ochocientos mil alumnos, directivos de empresa, etc, que han pasado por estos cursos en estos continentes.

Esto lo cuento como anécdota, porque ciertamente es una idea muy buena, es una idea que nosotros la tenemos que leer porque es como un coche que nos va a ser muy útil. Pero, ¡carambas!, cuántas ideas tenemos nosotros que son muchísimo más importantes, en parte porque no son nuestras, o en mayor parte, por eso su interés. Y con tantas pistas, por ejemplo, la cartuja, el cuadro y ¡tantas cosas! El mismo realismo existencial, el mismo Itinerario, ¡qué importantes son para la paz del mundo!, no sólo para que uno pueda tener más tiempo, no, no: el realismo para la paz del mundo, el Itinerario para la perfección de uno; y naturalmente nosotros hemos hecho empresas; porque ya me diréis si todo el Ámbito, Edimurtra, la revista RE, el “Full”, y tantas cosas,… ¡Si todo es para poner en solfa, para que la gente se entere del realismo existencial, claro! Pero, carambas, con una ideita tan chica, ¡qué han organizado en el mundo!; y nosotros, con una idea mucho más trascendental, mucho más importante todavía que ésta, ahí tenemos unas empresitas que hemos empezado, pero que cuesta arrancar, ¡lo que cuesta, Señor, que se desarrollen para el bien de la gente, para el bien de la gente! ¿Por qué no tienen a estas horas un empuje mucho mayor, por qué? Porque no tenemos tiempo, ¡no tenemos tiempo!, estamos agobiados, y cuanto más crecen estas cosas, todavía nos pesan más, nos agobian más; es como una planta que crece pero el tiesto es pequeño y se agosta. No hay ni riego, ni hay espacio, ni hay manera de ponerle fertilizantes, y cuanto más crece, más se agosta. Por eso que es importante ese tema del tiempo por el tiempo, ganar tiempo al tiempo.

Cuando yo leí lo de La Vanguardia fue como un flechazo, dijéramos así: ¡toma, eso es sintónico, es muy bueno, y además no lo subrayé demasiado, pero algunas cosas os dije, cómo aquello encajaba con algunos presupuestos de la Casa; o sea, veíamos cómo las pocas cosas que decían allí encajaban perfectamente con todo lo que estamos diciendo. Pero hete aquí, además, que esta noche, al leer todo lo que me ha dejado Paco, es que me he quedado pasmado porque incluso los ejemplos que utilizan para explicar esto, son los mismos ejemplos que nosotros desde hace 25 años hemos manejado; los mismos. Además me ha hecho gracia, porque estos ejemplos que ponen podían haber sido otros, porque puestos a poner ejemplos se pueden pensar unos, otros… ¡Pues pone los mismos, los mismos que hemos utilizado nosotros! Bueno, mira qué bien, todavía vemos que hay más sintonía entre las líneas profundas de pensamiento de eso con las nuestras, con nuestra manera de ser que fluye de todo un programa, y debe de haber sintonía cuando hasta los ejemplos que ponen esta gente son los mismos. Ya los veremos.

Hay uno al final que no es tanto un ejemplo, pero me hace gracia porque termina diciendo que una precaución enorme que hay que tener es, cómo enfocar el asunto de llamar gente que quieran venir libremente, entusiasmados con los proyectos para colaborar con nosotros; y se lo plantean a nivel de empresas, etc. Bueno, un nivel muy importante que nosotros nos planteemos también a ver, en esta llamada de vocaciones, qué cosas hemos de hacer en esta llamada de vocaciones, porque nos hemos de valer de todo lo que sea realmente al alcance de nuestra mano y de nuestro esfuerzo, y de nuestra temporalidad y de nuestra naturalidad. Naturalmente, como os digo, esta empresa misma tan importante puede querer ser un instrumento en manos de la cúpula de las empresas para manipular a los empleados, incluso poniéndoles como carnaza en el anzuelo diciéndoles que tendrán más felicidad, más tiempo para su familia y sus cosas. Pero lo que pasa es que quieren cogerlos con el anzuelo para que sean mucho más productivos para la empresa. Bien, allá ellos. Pero eso mismo es bueno también si esta empresa es al servicio de Dios, es el apostolado; claro que sí. Lo que ocurre es que no nos mueve un sentido puramente mercantilista y crematístico, como puede mover a las empresas a adoptar estos sistemas. Primero, vamos a ver un poco qué es lo que dicen: «todo depende de nuestra actitud.» Y aquí ponen por base que hay que cambiar de actitud. Ya me diréis, es una conversión, es decir, un señor que está mirando para acá ha de hacer así y mirar para acá; y habla del ejemplo de dejar de fumar, un ejemplo en el que tú ya eres un técnico y un veterano. Pues mirando para acá, ya está, eso es lo principal. Y pone una cosa muy divertida aquí, en este folleto primero, que es un poco explicar en qué consiste la cosa. Y dice que en la empresa vamos a pensar en una persona de lo más sencillo, que es esas personas que embolsan en los supermercados la mercancía que tiene el cliente, y mientras la cajera va mirando, pum, pum, pum; luego, hay otra persona atrás que coge eso, que ya está registrado por la caja, y lo pone en las bolsas y lo da al cliente. Eso es el último mono, podíamos decir: fíjate tú, embolsar las cosas. Y dice que en esto, que es el punto cero –por decir el punto de partida– caben dos actitudes, y les llama el de la bolsa simple y el de la bolsa doble, y pone dos características que son divertidísimas. Por ejemplo, el de la bolsa simple que hace eso porque no hace otra cosa, con aburrimiento; dice: los simples no solamente están en el supermercado, están en todas partes: en casa, en la oficina, en cualquier lugar que se mire. Dice que hay muchas variedades de ésos de la bolsa simple y la bolsa doble, entre camareros, abogados, directores, secretarias, invitados, participantes en cursos, padres, cónyuges… Es una actitud fundamental. Y ahora hace un poco la clasificación, antes ha hecho un poco la definición. Vamos a leer primero el retrato de éstos de la bolsa simple, y luego lo aplica ya a todo el mundo. El simple tiene una actitud negativa ante su trabajo y todo lo que le rodea… A los “singles             ” les falta el interés, y han tomado hace tiempo la decisión de que sus horas de trabajo no son la parte significativa ni valiosa de sus días. Éstos sólo usan una bolsa –de aquí el nombre– y no se preocupan de si en el fondo se hunde o no; introducen las compras en la bolsa de cualquier forma, las uvas y las patatas fritas primero, después, encima de todo, la botella de tomate. Esta hábil operación va acompañada de muecas, gestos de desagrado, gruñidos y bostezos. Los “singles           ” piensan que son una víctima de las circunstancias, y se quejan continuamente de todo, desde el mísero salario, a la terrible sequía. Lo desgarbado de su movimiento desvela su inmenso desinterés general. Sus ojos se han oscurecido hace tiempo, sus hombros están caídos y deambulan a cámara lenta; si un compañero de la caja le sugiere que aligere porque la caja está creciendo, aquél se limita a encoger sus hombros y a decir: oye tú, que sólo tengo dos manos. En cambio, del de la bolsa doble dice: tienen una disposición positiva ante la vida, y están profundamente comprometidos con su trabajo; luchan por ser los mejores, y generalmente intentan sacar el máximo partido de una determinada situación. Esos dobles –de aquí el término– refuerzan la bolsa con una segunda bolsa cuando es necesario. Al igual que los “singles”, sólo tienen dos manos, pero éstos usan ambas. Las compras se ordenan rápida y eficientemente, y todavía tiene tiempo de sonreír al cliente e intercambiar unas palabras agradables. Entre bolsa y bolsa ayudan a los clientes a salir al aparcamiento para cargar la compra en sus coches, y dicen: gracias por la visita y hasta la vista. Los dobles están totalmente al corriente de su posición, pero poseen un deseo de mejorar, y se han empeñado en ser un día un cargo superior al que tienen. Éstos asumen sus vidas, y comprenden que un compromiso más profundo en su trabajo, les traerá sus propios premios, etc., aumenta su moral y su sentimiento de bienestar.

Vamos a leer ahora estos otros, que son graciosos también. Los “singles” de toda condición, porque eso está en todas partes, no solamente aquí, porque resulta que los médicos, los políticos…, también pueden ser de esas dos actitudes: o así, o así.

Los simples son prisioneros de su propia actitud, se han atascado, y son incapaces de seguir adelante. Un “single” llegará a menudo tarde, culpará al tiempo, al tráfico y a la falta de espacio para aparcar. Los comerciantes “singles” pondrán un cartel en el escaparate de su tienda advirtiendo: sólo se aceptan cheques conformados. Justo antes de dormirse, delante del televisor, los “singles” murmurarán un par de desabridos aspavientos, como por ejemplo: Dios mío, estoy agotado, no te puedes imaginar cuánto me duele la espalda, la cantidad de imbéciles con los que he tenido que tratar hoy. Cuando sus niños le piden que suba a su habitación para enseñarle algo, el “single” inventará cualquier excusa para evitarlo, como por ejemplo: ahora estoy leyendo, tengo que tomar el café antes de que se enfríe, déjame terminar primero mi cigarrillo. Este “single”, participante de un curso, se queja de las sillas, de la iluminación, del ruido, de la presentación, y está muy disgustado de que no haya té durante la hora del café; ese interesante descubrimiento lo comunica inmediatamente a los otros participantes con el comentario: deberían haber tenido en cuenta que no a todos nos gusta el café. Los que son dobles, o sea, los que tienen la actitud así, dicen lo siguiente: no conocen fronteras, son libres, y están llenos de energía positiva para el desarrollo y el crecimiento; salen temprano de su casa y llegan siempre a tiempo; el cartel de un comerciante de este tipo diría: con mucho gusto se aceptan cheques conformados. Los cónyuges de ese estilo, llegan a casa de buen humor, con sugerencias para pasar mejor la tarde. Cuando uno de sus niños le dice que suba a su habitación porque tiene que enseñarle algo, el padre se levanta al instante y sigue a su niño. Si participa en un curso, siente una responsabilidad compartida por el desarrollo con éxito del curso, y busca la forma de llegar a la cocina para preguntar sobre el té y sugerir su servicio. Tienen una postura positiva ante la vida. Están profundamente comprometidos. Se esfuerzan para asegurarse de que las cosas sucedan. No tienen tiempo para criticismos, para críticas, no tienen tiempo para críticas o quejas; están demasiado ocupados creando resultados positivos y buenas relaciones. La actitud les ayudara a alejarse de muchos conflictos en casa y en el trabajo, y contribuirá a resolver la mayoría de los problemas, etc.

Después de ver esos dos, hay una pregunta a cada uno: ¿qué preferís, ser así o ser así, qué prefiere usted? Y pregunta: ¿quién puede hacer más por los demás, los de así o los de asá? ¿Quién tiene más amor propio, quién preferiría usted que sirviese? ¿A quién le gustaría tener de empleado, compañero o jefe? ¿Con quién preferiría estar casado? ¿A quién preferiría tener de padre o madre? ¿A quién preferiría tener como socio? ¿A quién preferiría tener como invitado? Creo que si respondemos sinceramente, todos diremos: ¡hombre!, preferiría estar casado, preferiría tener como socio, como compañero, como padre, como hermano, como amigo, al de la bolsa doble.

Si se elige el camino de ser el de la doble bolsa, obtendrá más de la vida. Será una persona que quiere realmente prosperar, una persona que quiere crecer. Los que han escrito esto dicen que el que lo lee querrá hacer esto: estamos tan seguros, que hemos levantado una empresa entera basada en esta creencia.

Primero, ellos se lo creen que eso es eficaz, y basado en esto y para hacer un bien a la gente, montan una empresa, ¡y vaya empresa!, 95 países, 800.000 alumnos, ¡carainas! ¿¡Y nosotros no vamos a tener más fe todavía en nuestras empresas!? Pero se nos escapa el tiempo, se nos va el tiempo, nos agota. Por lo tanto es interesante conocerlo. Soluciones.

Y ahora como os decía: «El crecimiento del árbol en su desarrollo personal es decisión suya si este árbol va a crecer alto y derecho con muchas ramas, montones de hojas, o si por el contrario se va a doblar y arrastrar por el suelo. Su árbol de la vida tiene cuatro partes.» Fijaos que hubo una época de la Casa en que nosotros decíamos que era como un árbol y estudiábamos qué eran las raíces, qué era el tronco, qué eran las ramas, qué eran las hojas. Y fijaos que hasta decíamos que había una generación después de tener muchas raíces, de haber subido el tronco, las ramas de los otros, cómo después tenían que venir los que eran hojas, y los que eran flores; y hay muchos que han sido flores y han sido hojas en casa, porque veíamos que eso realmente era una idea buena, un ejemplo bueno para el desarrollo de una empresa. Cuando hemos hablado después de las Claraeulalias, cedros del Líbano, o por lo menos, para ser humildes, aquellos árboles de Celorio [en Cantabria, lugar donde Alfredo impartió unos ejercicios a finales de 1989 o ppios. de 1990 acompañado de José Ernesto Parra], aquellos plátanos orientales que además enlazan sus ramas por arriba, bueno, este ejemplo de enlazar las ramas aún no lo han cogido, pero dices ¡qué bien!, eso es lo que hemos estado manejando siempre, y ahora resulta que es una de las grandes ideas que tienen ellos para explicar las cosas. Y no es sólo este ejemplo, no, sino que vienen muchos más. El crecimiento del árbol y su desarrollo personal. El árbol de la vida tiene cuatro partes: las raíces, que son sus actitudes frente a las cosas, ser así o ser asá, si se es con unas raíces tan pequeñas, tan escuálidas, tan raquíticas, que ese árbol no crecerá, será un arbolito, pero si empiezas a sacar raíces impresionantes, permitirán al árbol crecer. La tierra […] … que son los objetivos que uno tiene en la vida, eso es el tronco, tenerlos muy claros. Y luego, las ramas, que son las habilidades, que es lo que se ve; cuando uno va hacia un bosque, lo que ve son ramas, hojas, los troncos ni se ven; si uno está de pie, ve el primer tronco, los demás no los ve, pero ve toda la frondosidad del bosque. Ésas son las habilidades que las personas tienen para hacer realidad sus objetivos gracias a que están en una buena tierra y que han echado raíces muy bien sacadas. Y aquí hay todo un capítulo dedicado a las raíces. Eso lo encuentro tan interesante todo, que evidentemente no se puede comentar aquí cada renglón, cada cosa que dice porque no acabaríamos. Eso se puede leer en cuatro horas, deprisa, tomar notas, pero ¿estudiarlo a fondo? Yo le he pedido a Paco que haga fotocopias, no son tantas, serán 50 páginas en total. Y eso no es más que el anuncio del curso; el curso después se verá. Aquí explica también cómo son cursos abiertos o cursos cerrados. Cursos abiertos es un curso en que se anuncia y se apuntan la gente. Y curso cerrado es aquél que una empresa llama a los técnicos de esto –¿“time manager”?– que hacen un estudio especial de esta empresa para ver. O sea, podíamos nosotros llamar a un técnico de éstos y decirle: mire, queremos comprar un coche, pero queremos ver cuál es el coche más adecuado para nosotros. Entonces hacen un estudio de cuáles son nuestros objetivos, cuáles son nuestros medios, para habilitarlo.

Nosotros sí que podemos intentar aplicarnos las cosas buenas que hay aquí, esas técnicas buenas, como las de un coche, igual. Y por eso yo le he pedido a Paco que, por lo menos, por lo menos, nos diera la fotocopia de esto, porque aun esto, sin hacer cursos, sin después desarrollar estos programas, esas ideas generales que dan son muy sustanciosas; si las asimiláramos, ya habríamos hecho mucho, muchísimo. Entonces le he pedido que haga fotocopias y nos dé, nos regale unas fotocopias a todos.

Además es carísimo, o sea que encima es negocio, encima es un negocio fabuloso esto, porque cobran. Pero eso no quiere decir que el contenido no sea bueno, porque si el contenido no fuera bueno, el negocio se le venía abajo, porque eso no tendría éxito; cuando tiene éxito, es porque el contenido es bueno. Si en la “Volkwagen” los coches fueran una birria, la “Volkwagen” se habría ido a paseo. Y claro que ésta es una empresa para ganar dinero, claro que sí, pero bueno, lo que fabrican es bueno, porque si no es bueno, se hunde.

Y aquí habla de lo que es ser raíz, y cómo esas actitudes son fundamentales. Si nosotros tuviéramos que pensar que esto nos ayudaba a sacar tiempo del tiempo, carambas, bendito fuera que nos ayudara a tener un tiempo más desahogado, sosegado para hacer nuestras cartujas, que por otro lado es lo que ellos dicen que hay que hacer.

Primero, la actitud, estas raíces. ¿Cómo se hace esto, para ser un cedro, un árbol bien plantado, para tener una amplia red de raíces positivas que permitan coger savia, que le permita al árbol resistir tiempos de tormenta y de sequías, que aunque haya sequías y tormentas tan profundas aguantan? Bueno, eso dice que hay que hacerlo pensando que ese cambio de actitudes se ha de pensar en la soledad y en el silencio. De manera que cómo nosotros en nuestra cartuja alta –que recomiendan ellos–, pensarlo eso despacio en soledad y en silencio, cómo sería bueno aprovechar nuestra cartuja alta, que ya la hacemos, que no la tenemos que empezar a hacer, como estos señores, sino que ya la hacemos, para pensar en este cambio de actitud. ¿Qué quiero ser yo: un árbol raquítico, o un árbol que al primer vendaval se desgaje porque no tiene raíces, o qué, qué quiero?

El segundo punto lo pasamos deprisa, es la tierra, tierra buena, tierra con fertilizantes, tierra con buena humedad. Y podíamos preguntar nosotros: esto que nos envuelve donde nosotros hundimos las raíces, ¿es que podemos pensar que una empresa cualquiera, –la Ford, que ha hecho muchos de estos cursos– puede tener una tierra mejor que la nuestra? Una tierra del Evangelio, la Iglesia, la comunidad, la tierra nuestra, nuestra convivencia, el cuadro… ¿Es que podemos pensar que haya alguien que tenga una tierra tan excelente fuera de la Iglesia, cualquier industria de éstas? ¿Cómo no hemos de aprovechar nosotros esta tierra que tenemos tan buena, dónde puede haber una tierra mejor?

Eso –como decía uno muy bien– éstos no se plantean nuestra tierra. Ellos son técnicos en las distintas tierras de las empresas de este mundo.

Dice: el crecimiento del árbol no está totalmente decido en su red de raíces, de actitudes. También lo determina la calidad del terreno; las raíces necesitan alimento; el terreno necesita a su vez fertilizantes. La raíz en particular determina su crecimiento, su eficacia y su bienestar; la raíz es su sentimiento de bienestar. Dispondrá de una nueva reserva para desarrollarse si está en una tierra buena. Y ahora dice una cosa, que ésta sí que la hacemos totalmente nuestra, y tanto es así que la estaba yo diciendo ayer o anteayer, y es lo que pone como punto básico de la calidad de tierra. En una tierra en que hay esto, es buena tierra, ya se le añadirá lo que falta. Una tierra que no tenga esto, es una tierra que no dará más que raquíticas plantas, y eso lo subrayo de todo corazón: una tierra es buena donde hay reconocimiento, es decir, actitud de gratitud. Y eso lo decíamos el otro día, anteayer lo decíamos. Lo fundamental para todo es ser agradecidos. Una persona que es agradecida –como nos decía el obispo aquí, que hemos recibido todo: ─bueno, gracias–, una persona que es consciente de que su mismo ser lo ha recibido, la vida la ha recibido, el aire lo ha recibido, y la sociedad…, la actitud fundamental es la gratitud. Sobre esta actitud se puede edificar un rascacielos, como en las piedras aquéllas de Nueva York, de Manhattan. Si esa tierra no tiene agradecimiento, lo que se construya será sobre tierra movediza y se hunde. La buena tierra es aquella que está formada de la arcilla del agradecimiento.

Bien, ellos lo aplican entonces a sus técnicas empresariales. Una empresa en que los jefes no sepan agradecer lo que hace la gente, que la gente no sepan agradecer lo que hace el compañero, donde los mismos empleados no sepan agradecer las preocupaciones que se toman por el bien de la empresa y el bien de ellos a los jefes, donde no haya agradecimiento, no puede crecer un árbol bueno. Por eso aquí les dicen un poco a los jefes de las empresas: mire, usted envíe a este señor aquí a que haga estos cursos, y saldrá muy bien formado, pero si su empresa no es tierra buena porque no hay agradecimiento mutuo de unos con otros –jefes con empleados, empleados con jefes, jefes con sus compañeros jefes, empleados con sus compañeros, unos con otros– y todo no es agradecimiento, pues de nada servirá todo lo que se diga. Nosotros eso lo suscribimos por entero, ¡si lo estábamos diciendo hace dos días, lo estábamos diciendo! Y ellos robarán esto que estábamos diciendo para después someterlo puramente a unos criterios liberales, mercantilistas y de ganancia; o bien si lo estamos diciendo nosotros, ¿¡no lo utilizaremos nosotros para el bien de nuestros apostolados!? ¡Mira que seríamos idiotas, eh! Encima que nosotros lo decimos, que lo empleen ellos para un fin mucho más, no digo malo, pero mucho más inmanentista y mucho más pequeño cuando lo estábamos diciendo nosotros; y lo decíamos nosotros porque eso es el abc del Evangelio: dar gracias, claro.

Dice: todos nosotros podemos fertilizar o destruir los árboles de la vida de otras personas, si no hacemos que la tierra, que nos sostiene a todos, sea buena, porque sea tierra de reconocimiento, de reconocernos, de darnos las gracias.

De manera que las empresas, o aprenden esto o no tienen nada que hacer.

 

José M. F.– Es copia del señor Carnegie, ¡eh! [Dale Carnegie es un señor norteamericano que montó unas academias a lo largo y ancho del mundo para enseñar a la gente a triunfar en su trabajo. Yo, Jesús García, conozco su libro «El arte de hablar en público (e influir en los hombres de negocios)».]

 

Alfredo.- Bien, me parece muy bien que ese exegético de que esto, por ejemplo, viene de Carnegie, bendito sea Dios. Ahora, creo que esa empresa, cogiendo esos elementos de éste y quizá cogiendo otros de otro, hace una síntesis y añade cosas que éstos no dicen. Estupendo, o sea, a mí que venga de Carnegie o venga…, me parece muy bien, no me preocupa. Pero qué bien si añaden cosas. Si el producto es bueno y nos sirve a nosotros para comérnoslo en un sándwich, cosa que no leeríamos eso de Roger o eso de Carnegie y tal, ya está un poco pasado, incluso un poco desgastada esta moneda, o sea ya la gente no tiene tanta garra. Y además creo que aquí hace una síntesis buena, o sea, el agua es hidrógeno y es oxígeno, el hidrógeno será de Carnegie y el oxígeno de Roger, pero los junta y hace agua, o sea, nos hace una síntesis buena que nos quita la sed y nos es muy útil.

Dice: el tronco, los objetivos de su vida. Aplicándolo un poco a nosotros. Si antes decíamos que para cambiar de actitud eso se hace, como dice, en la soledad y el silencio –las decisiones profundas íntimas de uno–, este reconocimiento hay que hacerlo en cartuja media, o sea, es en la cartuja media, en una fraternidad en caridad, es donde nosotros nos hemos de esforzar en, verdaderamente, ser agradecidos unos de otros, y que esto sea algo que alegre y llene de jugo nuestro corazón al vernos todos unos a otros agradecidos de tantas cosas que todos podemos agradecer mutuamente.

Y fijaos, decía yo ahora hace un rato con énfasis –si estos lo hemos dicho hace dos días, esto es nuestro, ¡qué de Carnegie, esto es nuestro, mucho antes que de Carnegie, eso es de la Iglesia: dar gracias!–, y tengo que decir ahora igual: ¿por qué la Iglesia tantas veces se mueve tanto, tantos esfuerzos y pocos resultados? No es agradecida. A mí nadie me ha dado las gracias en la Iglesia. Nadie. Y si un día el Dr. Jubany, en la ordenación de Paco precisamente fue la única vez que dio las gracias, ¡la única vez…! Pero, ¿hay humus, hay caldo de cultivo, está implantada en la gratitud mutua?

 

[Hablan varios a la vez y no entiendo lo que dicen.]

 

Alfredo.- Por eso lo digo. Si vosotros los hacéis, pues mira, en algo se ha de conocer que, más o menos nos queremos, y fruto del quererse, del aprecio es sacrificarse unos por otros, y agradecer unos por otros las cosas. Bendito que lo hagáis. Pero lo que yo pregunto: ¿es el clima éste? En la base, bien. Pero en la jerarquía, ¿es el clima éste, o siempre más bien dar palos?

 

Pepe A.– A mí en Almería me dieron una placa por los 25 años de sacerdocio agradeciendo el servicio prestado a la diócesis.

 

Alfredo.- Muy bien, bendito sea, cuando veamos estas hojitas que decís de Coria y de Almería, bueno, quizás el verano está cerca y vendrá una ola de gratitud de darnos gracias unos a otros continuamente reconociendo lo que se hace.

 

Alguien.- [No se entiende.]

 

Alfredo.- Está muy bien, bendito sea. Pero, ¿creéis que hasta ahora eso ha sido el clímax, el humus? Creo que si la Iglesia, gracias a Dios, va mejorando en este sentido, creo que los frutos que podrá dar serán mucho mejores, mucho mayores. Porque la gente se ha descornado –y eso también lo veis– en sacar parroquias, en levantar parroquias, en hacer esfuerzos… Y dicen que si se le dan las gracias, se envanecerá, y entonces al revés, decir que falta tal o cual cosa, y se dice: que Dios te lo premie. En realidad no se provoca la vanidad, porque la verdad es la verdad, la verdad no puede hacer nunca daño: ¡gracias, gracias!

 

Agustín.- Y alabanza.

 

Alfredo.- Claro.

Bien, ahí está, ahí está ese asunto. Dice aquí una frase: que una persona sienta el reconocimiento de lo que hace, y a la vez ella sepa dar gracias también a los demás, eso es tan necesario para que pueda crecer el árbol como el sol y el aire. Si no hay esto, no se crece, no se puede dar un paso adelante.

Por eso nosotros podíamos decir que sentamos este sentido fruto de la cartuja media de solidaridad, realmente de trabazón entre unos y otros, de saber valorar y dar las gracias de lo que cada uno hace fruto de su libertad, porque quiere.

Aquí insinúa también, aquí dice una cosa. Los matrimonios, el uno al otro, ¿se dan las gracias? Cuando son novios, como todo es gratuito, pues no se tienen que dar gracias con esa palabra; pero con la actitud, es una actitud de agradecimiento. Cuando son novios la tienen. Tan pronto se casan y se creen con derechos fruto del contrato, tienes el deber de hacer el amor conmigo ahora porque a mí me place, y se acabó; y como tienes la obligación… No se dan gracias. Y la falta de gratitud entre los esposos es la causa fundamental de su ruina. Donde no hay gratitud, todo se agosta.

Y dice que lo mismo pasa en la compañías, lo mismo. Solamente en un terreno de gratitud, no solamente puede emerger un árbol, no, emerge un bosque.

Bueno, y decidme también si esa idea de bosque no la hemos utilizado nosotros en las claraeulalias cien por cien, cada una es un cedro, pero su convivencia es de bosque; convivencia, porque entre ellas tiene que haber esa cordialidad, esa ayuda mutua, esa gratitud que nosotros, además, con esos árboles que enlazan sus ramas por arriba. Un bosque sólo sabe de ese terreno, un bosque que atraerá –dice aquí–, pero un bosque que atrae gente, eso, ver un bosque, deleita, y además –dice–, sólo así la gente vendrá y podrán decir: yo quiero ser un árbol como éstos, y quiero formar parte de este bosque. Si no hay este reconocimiento, no habrá bosque, no vendrá nadie, se quedarán más solos que un ocho. Es fundamental el reconocimiento; si no lo hay, no viene nadie, ¡no viene nadie!; y los que hay, se agostan.

Creo que son muchas ideas que dicen aquí que son muy buenas y muy aplicables. Ya las hacemos, pero para cobrar conciencia y hacerlas mejor, cuando vemos que además, fíjate, las estamos haciendo, y resulta que son motivos de varias empresas al servicio del puro mercantil. ¿No las vamos a hacer nosotros todavía más?

Y sigue. Tronco: son los objetivos, que no es meramente material. Aquí distingue otra cosa, y es que los objetivos es lo holístico; y lo holístico –que lo define– es una visión global. Quien no tiene una visión global, pues no hace nada, porque lo parte en dos o en tres, es esquizofrénico. El que dice: yo mi trabajo, y luego mi familia. Pues no, eso es una unidad global, y usted lo ha de enfocar así, porque es más importante su familia que el trabajo. De manera que nunca puede usted sacrificar el bien su familia al trabajo; porque como es un bien global, y ése es más importante, es que su trabajo irá mal. Si usted hace esa esquizofrenia situando fuera el trabajo… No, no, eso tiene una unidad, y si su familia, el crecimiento suyo de persona, su ocio, su alegría…, no están bien, el trabajo no irá bien. Una visión holística. Si nuestra cartuja solitaria y nuestra cartuja fraternal, media no va bien, nuestros apostolados acabarán yendo mal. ¡Ay carainas!, si lo dicen ellos para esa aplicación tan crematística, comercial que dicen ellos, reconocen esto, ¡cómo no lo vamos a reconocer nosotros! Y es lo que estamos diciendo siempre. Cartuja media, cartuja alta; de las dos viene la cartuja baja del Espíritu Santo, que es lo que estamos esperando ahora en estos días; entonces saldremos allí con una fuerza para incendiar el mundo de caridad, de santidad. Bueno, pues qué bien.

Nuestro objetivo global, holístico, cuál es: la santidad, qué duda cabe. ¡Qué otro objetivo podemos tener nosotros que la santidad!

Bien, teniendo ese objetivo claro, es como después se ordena todo, todas las ramas que vendrán después se ordenan precisamente porque hay este objetivo claro; si no, la ramas estarían desgajadas, no tendrían sitio donde cogerse.

Y aquí dice cosas, pero vamos a pasarlas, porque si tenéis los apuntes pues ya lo leeréis un día más, pasa entonces a las ramas de este árbol. Y dice que ahí hay que planificar las prioridades a la luz de este objetivo. Y dice que aquí es donde la gente se enmaraña, aquí la gente confunde la hojarasca con los substancial, lo accidental, lo urgente con lo prioritario. Una de las cosas que hay que saber hacer es distinguir bien qué es lo prioritario y qué es lo urgente, y hay que hacer la primera, lo urgente, que no coincide con lo prioritario en vida que es ser santo. Hay mucha gente que confunde lo urgente con lo prioritario y dicen: es lo primero que tengo que hacer porque es urgente. Bueno, eso es urgente, pero no es prioritario. Bueno, saber distinguir esto es fundamental. Y se pierde lo prioritario a fuerza de cosas urgentes e inmediatas que hay que hacer, se pierde por completo la brújula de lo que es prioritario.

Entonces aquí se extiende mucho, y dice que otra cosa también dentro de esto: saber qué es lo que hay que delegar con eficacia. Se empeñan la gente en querer hacer, porque creen que nadie lo va a hacer mejor que ellos, una multitud de cosas que deberían delegar en otros; y entonces eso les impide realmente dedicarse a lo prioritario. Entonces aquí inventa una cosa: la hora prima; la hora prima personal, y la hora prima colectiva. Mira, la inventa, y aquí está inventada. Bueno, es lo que estamos diciendo nosotros.

Me acuerdo que hay una página que tenemos fotocopiada sobre la hora prima. [recuerdo que esa hoja está enmarcada y colgada en la cocina grande la ermita de la Punta de la Mona; si no recuerdo mal, su redacción es de agosto de 1979] Bueno, ¡si la hemos inventado ya! Y la inventan aquí. Sin hora prima todo va mal, porque todo es un desbarajuste, porque se pierden perspectivas… La hora prima, inventan la hora prima.

Bien, la hora prima no la inventé yo, no. la hora prima estaba en el breviario, y era donde los monjes rezaban hora prima para distribuirse los trabajos del día para ver qué es lo que tenían que hacer, para ver qué era lo prioritario, para ver qué era lo urgente, para ver lo que podían distribuirse y podían delegarse. Esto era la hora prima. Si yo digo que en la Iglesia no hay este clima de tierra buena de agradecimiento, una cosa que tenían que era buena, que era la hora prima, la han suprimido, nos la han suprimida de nuestra formación, de nuestra espiritualidad. La han suprimido. ¡Qué pena que la haya suprimido la Iglesia cuando ahora ésos la descubren, como un factor “sine qua non”! ¡Mira que tiene bemoles la cosa!

Con eso de delegar yo hice aquí un poco un examen de conciencia, y he quedado bastante contento, porque mal que bien, en nuestra empresa santa y apostólica, creo que he delegado bastante. ¿Quién es el presidente del Ámbito? Forcada. ¿Y quiénes son los que le llevan el Ámbito? Muchos de vosotros. Yo asisto a alguna reunión, y a alguna reunión no asisto, y estoy mucho de viaje, y todo va bien, y no pasa nada, estupendo; y va bien, no voy. En las fundaciones, ¿quiénes son los presidentes de las fundaciones que hemos hecho? Yo soy un vocal. ¿Quién es la dirección de la Casa? Todo el mundo lo sabe: Agustín, a él todo el mundo recurre, hasta el obispo cuando pasa algo, llama a Agustín, no me llama a mí. En las Claraeulalias, lo son ellas, ahí más o menos soy consiliario; bien, ellas tienen su responsabilidad. En la economía, la tengo delegada, la pensamos delegar ya al principio en una persona que ahora está muy lejos… La economía: para cualquier cosa no recurrís a mí, os vais a Agustín. Los álbumes, pobre de mí, ahí están, ¡ese tesoro!, allá está Juan Miguel, allá está Catalina. Edimurtra, pues estáis vosotros, esta la junta de Edimurtra, está Rosa. El RE: pues hay toda una junta y hay toda una serie de personas que lo llevan. El “cuadro”, el futuro, ¡si todo lo pongo en vuestras manos!, yo me voy a morir, ahí queda, ¡¿qué haréis con ese tesoro?!

De manera que creo que, mal que bien, yo he ido delegando todo para quedarme quizás en lo prioritario, para yo poderme ocupar en lo prioritario, que es en dar ideas, ser un poco motor, y hacer lo que tengo que hacer, y ahora estoy haciendo una cosa que tengo que hacer, que es este libro que estoy escribiendo, creo. [se refiere al libro «De la Trama y el Envés»] De manera que, mal que bien, pues lo vamos haciendo todos bastante. Y así como yo he puesto el ejemplo de delegar, vosotros a vuestra vez, también habéis delegado tantas cosas: ¿quién se cuida de la Murtra ahora más? Pues mira, Jaime y no Agustín; Agustín ha delegado en Jaime. En fin, se podían multiplicar los ejemplos.

Ahora aquí hay el gran fallo en ésos que hablan de las raíces, del árbol, del tronco, de la tierra, del sol, de aire del reconocimiento. De lo único que no hablan aquí es de Dios. O sea, aquí Dios no sale por ninguna parte. Naturalmente que está porque la vida del árbol, ¿de dónde viene? Pues ésta es dada, ésta está creada por Dios, pero no lo nombra. En el fondo, quizás es una labor como la del realismo existencial, es una precatequesis para que cuando llegue la Revelación de Dios, se den cuenta todos esos ejecutivos de que, por muy árboles que sean, la vida es de Dios. Eso es lo que no cita.

Para ver estas prioridades del tiempo, para distinguir lo que es urgente de lo que no lo es y de lo prioritario, y luego dividir en esta hora prima para planificar el objetivo final, y luego pensar todo eso en soledad y silencio, ¡en soledad y silencio! Y luego una hora prima –que no llama hora prima, por supuesto, le llama agenda– comunitaria, hay que hacerla en común, pero sin teléfonos, sin preocupaciones, sin que vengan a interrumpir la gente, sin visitas… Eso es nuevo. La hora prima en conjunto, hay que hacerla a solas, en equipo, en cartuja media.

Y por supuesto insiste mucho en este análisis de prioridades, porque la hora prima ya es establecer. Hay que distinguir –dice– el qué y el cuándo. Qué tengo que hacer, cuál es mi objetivo. Y dice que esto, sólo en la soledad y el silencio. Y luego, hay que estudiar muy bien el cuándo, eso ya es una cosa de trabajo. Porque si sé el qué y encuentro el cuándo, pues nunca se realizarán mis deseos, nunca. Y dice aquí una cosa muy buena que también hemos dicho nosotros: es necesario soñar. Porque dice: soñando, luego se escogerán los sueños, y se harán prioritariamente. El que no sueña, no hace nada, se queda siempre colocando las coles encima de las uvas en la bolsa. Bueno, ¿y qué es lo que hemos dicho siempre que decía Vicente Puchol? Que es necesario soñar, soñar a solas, y soñar comunitariamente también.

 

Agustín.- [Apenas se oye lo que dice.]

 

Alfredo.- Eso para mí, el verlo así en este buen papel, con una empresa en 95 países, para mí no es más que la prueba del 9 por el 9 de ver que tantas que hemos dicho que ahora resulta que las dicen ellos; pues mira, es una prueba del 9 por el 9, porque incluso, ¡qué bien!, verlo da alegría.

Segundo. Lo que dice Agustín que tiene mucha razón, de que eso no tiene un fruto, no hay un seguimiento pastoral. Ahora, dime si encontraríamos mejores caminos para que eso no se quede en papel mojado, sino que se quede fructificando, porque es bueno y vale la pena que fructifique si sobre este terreno que tenemos nosotros, primero de caridad fraterna donde el reconocimiento es fácil, porque si esto se seca y lo ponen en un cajón y no puede fructificar, es, quizás, en primer término, porque no hay tierra buena donde eso pueda fructificar, porque ni en la empresa ni en ninguna parte encuentran reconocimiento.

 

Agustín.- [Hay un párrafo que apenas se oye.] … y aquél que es frívolo, que va a allí porque lo han obligado sus jefes a que haga este curso, lo hace y sigue siendo un frívolo con este curso.

 

Alfredo.- Sí, si, y creo que eso es así, porque no hay tierra buena, y como no hay tierra buena, aunque eso fuera una semilla maravillosa, ese árbol se seca, y en vez de ser un cedro, serán cuatro hojas raquíticas. No es que seamos óptimos, pero pregunto, ¿entre nosotros no hay un poquito más de tierra buena, de mutuo reconocimiento? Luego entonces, eso que decimos que éstos repiten a su modo, y que nos confirman que es bueno lo que decimos, dado que tenemos una tierra mejor, ¿no podrá crecer esto un poquito más, este sosiego, esta hora prima…? ¿Acaso es que no tenemos ya unos moldes, unos tiestos donde eso puede crecer con los que ya tenemos una cartuja solitaria, una cartuja comunitaria? ¡Hombre, ya tenemos unos tiestos en que tenemos el deseo por lo menos de una hora prima! Y entendemos que hay que establecer un puente entre el qué

 

[Sigue en otra cinta de caset.]

 

… voy a aprender inglés, voy a dejar de fumar. Pone aquí muchas que son muy divertidas; y dice que son tan importantes, que, bueno, pues ahora voy a dedicarme a esto para quedar libre para aquello, y así siempre estoy sacando y nunca tengo tiempo para aquello, y lo que me importa más lo dejo para mañana. Adelgazar, por ejemplo, es otra tarea enorme que uno tiene si uno es gordo. Bueno, pues son tareas importantes y que uno cae en el truco de poner el elefante muy lejos: ¿aprender inglés?, bueno, sí, el año que viene. Porque, claro, si está lejos el elefante se hace chiquitito y entonces ya no me asusta; pero si me encuentro la pata del elefante aquí, es que me quedo asustadísimo. Bueno, y entonces ¿qué hay que hacer para tragarse al elefante?, porque es que no me queda más remedio que, si yo quiero aprender inglés, tengo que hacer algo para aprender inglés, o para adelgazarme… Ahora no me acuerdo pero pone bastantes ejemplos. Y dice que no me queda más remedio que cortar en rodajitas el elefante y comerme una a una; y he de apuntar en la agenda que hoy me toca esa rodajita, y mañana ésta; y entonces, rodajita a rodajita, cuando haya pasado el año que estaría en el que pondría dentro esto, en un año me he comido un elefante a rodajitas.

Pone aquí ejemplos muy divertidos pero que son profundamente psicológicos, o sea, llega un momento en que toca el mecanismo psicológico de la persona, pone el dedo en la llaga. Y esto creo que a nosotros nos va muy bien. Por ejemplo, por la mañana, dice, la gente tiene cosas importante, y luego tiene mil cosas urgentes, y cae en la trampa de decir: bueno, voy a dedicarme a esas cosas urgentes todas para quedarme libre y tener tiempo de dedicarme a lo importante; habrá acabado todo el día en resolver cosas y cositas, y no habrá tenido tiempo para lo importante.

Lo importante, lo primero: haga lo importante. Dice que cuando hay que cargar un coche de maletas, las maletas gordas, las maletas pequeñas, los paquetes y los paquetitos, ¿qué hay que hacer? Lo primero, meter las maletas gordas. Yo me acordaba de José Ignacio en este viaje a Polonia que lo hacía de maravilla. Pero si empiezo a meter la medianas y las pequeñas, luego me quedan las gordas y no entran. Dice que hay que meter las cosas pequeñas después de haber metido las grandes. Y dice que, eso que es tan obvio al cargar un coche, en cambio lo hacemos pésimamente al cargar el día.

 

Agustín V.– [Apenas se le oye.]

 

Alfredo.- Qué bien que luego estas gentes lo copian y lo dicen. Las cosas de más sentido común son las que se nos escapan, y aquí dice que, por no entender esto, el qué y el cuándo, el saber poner el puente entre el qué y el cuándo, en todas estas cosas psicológicas que dice aquí; y uno queda enmarañado. Y yo, cuando decía que uno queda hundido de hojarasca y no avanza ni en lo importante ni en lo urgente, yo me veía retratado –y éstos son testigos–, porque subo a mi cuarto y veo tanto papel, tanto papelito y tanta cosa por archivar, y tanta cosa…, que digo que yo moriré agobiado, aplastado de tanto papel, y dejaré de hacer lo importante por agobio de las mil y una cartas y cartitas y cosas, moriré así. Soy un ejemplo, o sea que yo que digo de la cartuja alta, la cartuja media, la hora prima, me sale el ejemplo del árbol y de los japoneses también, para acabar.

Yo siempre he admirado lo que hizo Japón; doce años se pasaron los mejores especialistas del Japón, el mejor banquero, el mejor tal, el mejor cual…, doce años en que se encerraron en las montañas recién acabada la guerra y destruido el Japón, para planificar el rehacer el Japón. ¡Carainas, una primera potencia mundial, lo han conseguido!

 

Forcada.- [Apenas se le oye.]

 

Alfredo.- Exacto. Aquí vienen a subrayar eso mismo: lo más importante para alcanzar el objetivo más importante, pensar y planificar. Dicen que cuanto más tiempo se dedique con fruto a planificar, con mucho menos tiempo se ejecuta, y con menos errores. El que en cambio, porque hay mucho trabajo, piensa poco y dedica todo el tiempo al trabajo, sacará mucho menos fruto y con más errores. Señores, es lo que estamos diciendo en la cartuja alta, en ese sentido de estar, de pensar, de ver las cosas con ojos de Dios, con ojos de Dios Creador que crea las cosas; cuanta más cartuja alta y más cartuja media, con menos tiempo de trabajo apostólico, haremos mejor con menos errores.

Bueno, ¡encontrar que eso lo utilizan para vender medias, y nosotros que tenemos el producto mejor, el apostolado! Que tenemos además eso dicho y redicho, que eso está, y tenemos que leerlo aquí para convencernos de que está bien. Esto alegra, es la prueba del nueve por el nueve; y es un estímulo para caer más en la cuenta, y es un estímulo que necesitamos, porque sabiendo todo lo que sabemos, lo hacemos muy mal, ¡bendito sea!, aunque sea eso un estímulo pequeñito para ver si lo hacemos mejor.

Dice: beneficios de todo eso. Dar prioridades; diferenciar lo urgente de lo importante, lograr objetivos realistas, y a la vez empeñativos; delegar con eficacia; evitar a los ladrones del tiempo, evitar estrés y cansancio. Son una serie de objetivos que se logran. Con respecto a los de los ladrones del tiempo, es que muchas veces nos roban el tiempo, lo sabemos; y entonces, por activa y por pasiva, como las avispas y los moscones, continuamente nos están robando el tiempo la gente, de buena fe, de mala fe, nos roban el tiempo, y llegamos al final del día y se nos ha escapado el tiempo, nos lo han robado de una manera que no beneficia a nadie, ni a uno, ni a lo que hay que hacer, ni a los objetivos, ni a las personas que nos han robado el tiempo de la manera más frívola y más tonta. Ladrones de tiempo. Saber defenderse de esos ladrones del tiempo.

Habla muy bien –pero como veo que os cansáis– en otro folleto, del trabajo del cerebro consciente, del subconsciente y del inconsciente. Y no es que se base en algo freudiano, no: son unas realidades. Hace unos análisis del consciente, del inconsciente y del subconsciente, estupendos. Entones, de la necesidad de la concentración que sólo se logra en la soledad y el silencio, sólo. Porque esos ejecutivos que creen que pueden estar concentrados y les interrumpen en una hora siete veces –una llamada telefónica, que entra la secretaria para preguntar algo…–, pues no pueden hacer nada; se les va el tiempo como en un colador, y no pueden concentrarse, es imposible, ¡es imposible!, y el trabajo es mediocre. Bueno, hay cosas que creo que, a solas y en silencio, cada uno que las vea, que subraye lo que crea conveniente, lo que le sea útil, y creo que encontraréis muchas cosas útiles, muchas.

 

Agustín.- [Apenas se oye.]

 

Alfredo.- Yo no digo que ellos lo hagan bien o tal, sino que yo digo que lo que dicen aquí, ¡lo que dicen…! Hay muchas cosas que están bien dichas que, aunque las hayamos dicho nosotros, están muy dichas; es aquello de: ¡mira qué bien dicho está eso!

 

Agustín.- [Apenas se oye.]

 

Alfredo.- Bueno, ellos aquí dicen también –no lo has leído, cuando lo leas verás–, por ejemplo, que cuando uno está solo y en silencio, no se trata de qué tengo que hacer, porque no hay que hacer nada. O sea, cuando no se hace nada, cuando el consciente no hace nada, es cuando por fin el inconsciente puede funcionar, porque lo tenemos aplastado por una conciencia mal empleada; y cuando no hacemos nada, es cuando el inconsciente puede salir a flote y respirar. De manera que cuando estamos en soledad y silencio, no se trata de qué tenemos que hacer, sino dejar que el inconsciente brote, y sueña. Claro que nosotros decimos que la cartuja es mucho más que soñar, ¡mucho más!; es poner una copa vacía que ¡ya la llenará Dios!, no nuestro inconsciente; pero entre que la llene Dios y tenerla vacía del todo, el inconsciente hará llenarla de muchas cosas buenas. ¡Soñar! Bueno, que en esta cosa tan materialista como es estas empresas, hagan una apelación, una invocación a soñar, a no hacer nada, a dejar que mi inconsciente salga, brote de debajo. Porque si uno va y quiere llenar cuatro horas de hacer cosas –leer a san Agustín, escribir tal cosa, planificar esto…–, bueno, pues el pobre inconsciente sigue tan reprimido… Y dice: el inconsciente es un pozo de petróleo hundido debajo de nosotros, de una riqueza tan fabulosa… Pues no le dejamos salir nunca; nos privamos de esto, estamos en un desierto con pozos de petróleo debajo inmensos. Y si llenamos de hacer cosas nuestras horas de soledad y silencio, ni dejamos hablar a Dios –lo cual todavía es peor–, ni dejamos salir de debajo esos surtidores de agua freáticos inmensos que hay debajo, como los torrentes de Andalucía cuando no tenía agua por encima. De manera que, en fin, cada cual es cada cual, y cada cual sabrá sacar de aquí; a unos no les dirá nada, a otros les dirá algo, a otros les dirá mucho; a unos algunas frases les irá bien, otros serán otras. Pero que en conjunto todos podremos encontrar aquí alguna cosa que, por lo menos, si no es nueva, nos estimulará y, por otra parte, está bien dicha; y caramba, cuando una cosa además está bien dicha, ¡hombre!, queda más clara…; y como un estímulo, creo que nos puedes servir mucho. Yo he estado cuatro horas esta noche, de tres a siete, apasionadamente leyéndolo. Y además, voy por la página 2, pero tengo cinco, he sacado cinco puntos de lo que yo he visto más así. Dice por ejemplo aquí: saber hacer pasar lo que es deseo a acción; mucha gente tiene muchos deseos, pero no hacen nada, no hacen nada para hacerlo realidad; ¡cuántos deseos tenemos!, y ¿qué hacemos para pasarlos a realidades? Aquí está el truco de encontrar el “quid”, de que nuestros deseos pasen a ser acciones para conseguirlos. No podemos hacer que nos controle el trabajo a nosotros, sino nosotros controlar al trabajo; si estamos desbordados de trabajo, nos controla, nos lleva como del ronzal. Hemos de ser señores del trabajo, y luego hemos de recordar. Una cosa muy importante es que la gente, sí, tienen los prioritarios, pero luego no los recuerdan; no, no, hay que ir recordando siempre los prioritarios. Por ejemplo, dice una cosa del inconsciente, y es lo siguiente. Hemos de estar despiertos para ser conscientes; el inconsciente trabaja despiertos y dormidos y de todas maneras; pobre el que trata de hacer subir ideas, ideas, cosas… Dice: una idea que tengáis, papel y lápiz, porque si no, se os va a olvidar, y habéis perdido un tesoro que logró perforar el inconsciente; la corteza aprovechó un poquito en ese momento en que estabais más tranquilos, y os pudo colar la idea; pero como no la apuntéis, cerráis otra vez la grieta y se os va a olvidar, y os quedará un sensación de que habéis perdido la idea. Apuntadla inmediatamente, porque si la tenéis apuntada, después diréis: ¡ah sí! Eso es verdad, eso es una experiencia que uno tiene. Cuántas veces a mí me pasa que la olvido y luego me digo que por qué no la apuntaría; me queda la sensación, no logro acordarme. Bueno, este consejo es como si yo voy a comprar un coche y me dan un prospecto en el que me dicen que cuando oiga run, run, run, abra, apriete este botón, porque es que se le ha aflojado este tornillo.

 

José L. F.– Lo malo es cuando coges el lápiz y se te ha ido la idea ya.

 

Todos.- Ja, ja…

 

Pepe A.– Alfredo, yo he entendido el inconsciente siempre como las funciones vegetativas del corazón, de estómago,… en fin, una cosa del organismo, pero en el orden psíquico…

 

Alfredo.- Es lo vegetativo. Bien, pero ahora no vamos a esto.

Otra cosa que es interesante es comunicarte bien, saberse comunicar, de manera que si no comunicamos nuestras técnicas o nuestra manera de comunicar, y cuando yo digo una cosa, estoy expresando exactamente lo que yo quiero decir, y lo digo de tal manera clara, que el otro entienda perfectamente lo que yo digo y no pueda entender otra cosa porque me expreso ambiguamente. Bueno, esto es una cosa fundamentalísima. Claro que lo estamos diciendo nosotros. Y después otra cosa: aquél que ahoga su inconsciente porque no le da tiempo, espacio en soledad y silencio para que brote, este hombre jamás será creativo, porque la creatividad procede de ese tesoro de abajo. Un señor que está en el desierto, o le sale petróleo, o será incapaz de producir electricidad o de producir motores, o producir progreso; ahí se queda la bolsa de petróleo. ¡Qué hermosa cosa pensar en esa cartuja en soledad y silencio como espacio para que brote todo el tesoro de riquezas que tenemos en el inconsciente, ¡qué maravilla! Y después da una serie de consejos buenísimos entre la claridad y rotundidez de los objetivos, y luego con la flexibilidad de nuestra vida, de que está siempre como el árbol al viento; claro, el tronco es firme, pero luego las ramas tienen que ser flexibles al vendaval que viene, y se han de mover, porque claro, las circunstancias y las cosas son flexibles, porque si fueran rígidas las tumbarían; y el tronco es un poco flexible, aunque no tanto. Y las raíces son firmes. O sea, cómo combinar la fortaleza con la flexibilidad; eso está muy bien estudiado y muy bien dicho. En fin, no quiero cansaros, tengo todavía cuatro hojas más, pero espero que algún día los que quieran se leerán eso, y podrán sacar algunas cosas útiles. Bien, se terminó la plática.

 

San Lucas.

[Ahora Agustín V. hace un comentario del final del Evangelio de Lucas y comienzo de los Hechos de los Apóstoles siguiendo las indicaciones de un libro del biblista Rius Camp y las de su propia cosecha.]

 

Agustín.- Sabéis aquel dicho de que si no quieres, no muestres tus habilidades. Estos dos días iba diciendo a Alfredo que Rius Camp, que Lucas, que los Hechos,… je, je, y hace un momento me ha dicho: empieza tú con lo de Lucas, y explica lo de Rius Camp. Bien, sencillamente pues que como él anteayer habló de una parte del texto en Mateo y en Marcos, y dijo que hoy lo hiciéramos en Lucas. Yo esta mañana le he comentado a él que con las aportaciones de Rius Camp respecto a Lucas, es que él cree que la doble obra lucana, que es el Evangelio de Lucas y el libro de los Hechos, se tendrían que entender como un solo texto, un solo volumen encuadernado que tiene dos partes, y que él propondría que el libro de los Hechos fuera junto al libro del Evangelio de Lucas antes del de Juan, porque ya une, hay una única unidad de estilo; y fijaos que repite el tema de las apariciones al final de Lucas y al principio de los Hechos. Y en Lucas hay una intención muy clara de demostrar que la conversión de los personajes que salen, una vez Jesús ha resucitado, pasa por dejar el mundo judío y por llenarse perfectamente por el Espíritu Santo, y cuando el Espíritu Santo ha logrado la plena conversión de los personajes, éstos dejan de salir. Y que la tendencia de los hombres y mujeres que salen en los evangelios es volver a un mundo judío, volver al templo, la ley, el sábado, y cómo la acción del Espíritu es sacar a esas personas del judaísmo, del templo, de la ley, del sábado, y hacerlos vivir en la fidelidad del Espíritu Santo.

Según Rius Camp, el texto de Lucas, el final de Lucas y el libro de los Hechos es la gran acción del Espíritu Santo para ayudar a que los personajes, los apóstoles, las mujeres dejen el judaísmo y vivan una auténtica novedad del Reino de Dios, que es un salto histórico total, que es desde el Espíritu la novedad de la Resurección; y cómo su tendencia en ellos es volver al judaísmo. Desde esta clave mirada en el capítulo 24 de Lucas y en el libro de los Hechos, es una clave curiosa, porque Jerusalén, porque el templo, porque la elección de Matías, porque el respeto al sábado, porque la sujeción a la ley, porque la sinagoga, son reflejos judíos; y eso quiere decir que en esos momentos los apóstoles no se están dejando llevar por el Espíritu, sino que se están dejando llevar por su persona vieja, por su mundo viejo, por su hombre antiguo, y no viven la novedad de la Resurrección. Pero esta óptica que ayer Alfredo nos indicaba de que vivir en los evangelios post-pascuales es vivir en la dinámica de que hemos resucitado con Cristo, y que toda nuestra vida es una conversión para ser fieles a vivir en la dinámica con Cristo resucitado. Creo que también nos puede iluminar ese matiz que el comentarista Rius Camp da: hacer ver cómo los apóstoles, incluso después de la Resurrección, incluso después de Pentecostés, cómo de vez en cuando ellos pecaban y se iban a su vez a su mundo viejo buscando refugio en lo que ellos conocían, en el judaísmo, en la ley, en el sábado, en la sinagoga, en el templo, en los doce,… y cómo a los mismos apóstoles les cuesta mucho acabar de convertirse del todo; y que cuando un personaje se ha convertido del todo, deja de salir ya en los Hechos. Por eso Bernabé y algunos otros personajes enseguida ya no salen más porque han vivido la plena conversión –recordad aquella expresión tan hermosa de Bernabé, un hombre lleno de Espíritu Santo, lleno de fe, hombre de sentido común–, cómo Pedro llega un momento en que desaparece ya cuando él se abre realmente al mundo gentil y cuando él realmente lleno del Espíritu Santo cumple la acción del Espíritu. Y en cambio Pablo tiene que salir mucho, y es al final de los Hechos cuando se acaba la plena conversión. En Pablo, desde esta óptica es interesante ver cómo en los Hechos hay el Pablo convertido y el Pablo judaizante. Y entonces, no todo lo que dice Pablo es oro de ley, sino que muchas cosas de las que dice y hace Pablo son aún muy judaizantes. El Espíritu Santo tiene que seguir esa acción de ir acompañando a Pablo hasta su plena conversión, hasta que ya está convertido del todo; entonces desaparece y se acaban los Hechos de los Apóstoles.

Según Rius Camp, la acción del Espíritu es lograr que sean hombres nuevos aquellos hombres que eran tan viejos, tan anclados en el judaísmo, y la acción del Espíritu es hacer que sean realmente hombres nuevos. Esa óptica creo que también a nosotros nos puede ir muy bien, porque vivir anclados en la Resurrección… No hemos de olvidar que somos pecadores y el pecado nos hace volver al hombre viejo, y cuando estemos en el pecado, hemos de morir al pecado y a nuestro hombre viejo para volver a instalarnos en la Resurrección y en el hombre nuevo. Creo que esta dinámica que aporta Rius Camp también puede ser importante para nosotros en estos días que estamos trabajando tanto el tema de la Muerte y Resurrección.

Después de lo de esta mañana, que creo que nos ha ido tan bien para aprender esas técnicas, para ver cómo desde un punto de vista tan humano, tan sintónicos, con muchos quehaceres nuestros, ver lo que de positivo hay también en las interpretaciones que los exégetas hacen; es ir con limpieza de corazón ante lo que un exégeta apunta, y entonces ver de positivizar lo que aquella persona después de sus estudios da; aquello no es palabra de Dios, evidentemente, pero es una reflexión que aquella persona hace, y entonces en nosotros nos puede servir y nos puede aportar algo. Intento buscar lo de esa mañana a una aplicación de ahora. Es una línea la de Rius Camp, en algunos matices, pero que nos pueden iluminar en el trabajo que estamos haciendo ahora. He quedado yo con Alfredo, y él me ha dicho que explique un poco esto, pero yo le he pedido a él que la aplicación espiritual y la aplicación de ejercicios la haga él, y entonces yo sólo haré un poco de altavoz o de transmisor de lo que he entendido que Rius Camp dice de esos textos. Luego, al acabar, Alfredo ya nos hará una aplicación, o lo que quiera hacer.

En Lucas encontramos los textos de la Resurrección a partir del capítulo 24. Es bastante extenso, y más si le juntamos el primer capítulo de los Hechos.

El capítulo 24 en Lucas es así. El final del 23, versículo 55 dice: Las mujeres que habían venido con Él desde Galilea fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo. Tiene ese matiz parecido al de Marcos. Y regresando, prepararon aromas y mirras. Y el sábado descansaron según el precepto. Ahí tenéis un elemento judaizante también de las mujeres: el descanso sabático.

El capítulo 24, el primer mensaje es el sepulcro vacío, mensaje del apóstol. Es un paralelismo muy claro con Lucas y Marcos. El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando las aromas que habían preparado, pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: ─¿por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Rius Camp da su interpretación diciendo que esos dos hombres son Moisés y Elías; en el primer momento los hombres resplandecientes de blanco aparecen en la Transfiguración, y allí salen con su nombre, Moisés y Elías, y saldrán en estos momentos; aquí también salen, y en los Hechos, cuando Jesús asciende a los Cielos, también salen. Rius Camp dice que no les nombran porque ya está claro, siguen siendo Moisés y Elías, y Moisés es toda la ley, y Elías es todos los profetas, con lo cual es muy importante que esos dos hombres blancos representan toda la antigua alianza, todo el judaísmo convertido ya, y es curioso que sea toda la antigua alianza, todo el judaísmo que dan fe de la Resurrección: es la conversión total de lo que tiene que ser la antigua alianza; ellos son los que dicen –si esa inspiración es válida–, son Moisés y Elías, toda la antigua alianza, toda la ley y los profetas los que dicen: no está aquí, ha resucitado. Para ellos, tan judaizantes, es muy importante que toda la ley y todos los profetas, toda la antigua alianza crean en la Resurrección –no está aquí, ha resucitado–. Entonces el argumento, igual que Mateo y Marcos: Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: “Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite.” Y ellas recordaron sus palabras.

Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y las demás que estaban con ellas. Vuelve ese matiz de unas y otras, es decir, un grupo grande de mujeres. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no las creían. Entonces Pedro se levantó y corrió al sepulcro, se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa asombrado por lo sucedido.

Ahora está el relato de Emaús, que es muy largo, que lo recordáis perfectamente, que es la primera aparición. En ese texto no habla de la aparición ni a las mujeres ni a Pedro, sólo el tema del sepulcro vacío. En los discípulos de Emaús sí está la aparición, que es hacia el final. En el 30, lo vemos a continuación. Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando, entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero desapareció de su lado. Se dijeron el uno al otro: ─¿no estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras? Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, que decían: ─es verdad, el Señor ha resucitado, se ha aparecido a Simón. Entonces ya tenemos que queda clara la aparición a Simón aunque no la explique. Ellos por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían conocido en la fracción del pan. Y ahí está la aparición a todos. Estaban hablando de estas cosas cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: ─La paz con vosotros. Entonces para comprobar que era verdad, como ellos no acababan de creérselo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo… Es curioso como ellos no acababan de creerlo a causa de la alegría.

¿Tenéis aquí algo de comer? Ellos le ofrecían parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Luego les da las últimas instrucciones; luego el tema de la Ascensión. En el versículo 50: Los llevó cerca de Betania, y alzando sus manos los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al Cielo. Ellos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. Rius Camp dice que ese volverse a Jerusalén con gran gozo no es un signo bueno, sino que es un signo judaizante; y que estuvieran siempre en el templo bendiciendo a Dios es otro signo judaizante. Tiene que ser la venida del Espíritu la que le hace convertir su hombre viejo en hombre nuevo. Eso se tendrá que leer empalmando con Hechos, y veis enseguida que habla de la Ascensión. Fijaos en el versículo 8: Recibiréis la fuerza del Espíritu que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén –mundo judío–, en toda Judea y Samaria, y hasta en los confines de la Tierra. Ahí está universalidad; el Espíritu Santo es el que los sacará del mundo judío y los llevará hasta los confines de la Tierra. Fijaos, versículo 9: Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente hacia el cielo mientras se iba, se le aparecieron dos hombres vestidos de blanco. Dos hombres. Vuelven a ser, según Rius Camp, Moisés y Elías, que les dijeron: ─Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús vendrá así, tal como lo habéis visto subir al cielo. Ellos esperaban aún una venida gloriosa de Jesús, y aquellos hombres les hacen ver que vendrá con toda normalidad, como se ha ido con toda normalidad, no tienen que esperar el carro de fuego de Eliseo y Elías, sino que tienen que esperar la cotidianeidad de la vida.

Entonces ellos, por su cuenta, se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. Y cuando llegaron, subieron a la estancia superior, donde vivían Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el Alfeo, Simón el Zelote y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. Entonces aquí explica la elección de Matías, que eso no es una cosa buena, según los comentaristas, que es querer restablecer el número doce; es un signo muy judío, y hacerlo a suertes también es un elemento muy judaizante. Aquí lo importante es que están ellos así, y al llegar Pentecostés fue la venida del Espíritu Santo. Algún matiz en esa línea antes de que Alfredo nos haga la aplicación. Al hombre nuevo no se le puede embalsamar; es decir, todo el tema de ir al sepulcro y embalsamar el cuerpo, era una práctica de culto a los muertos, y una práctica judía; Él ya no está, Él ya no se deja embalsamar, Él ya ha resucitado; al hombre nuevo no se le puede embalsamar. El primer día de la semana –es ya domingo– las mujeres inauguran el día más largo de la historia del hombre. Es curioso el texto de Lucas, en Lucas y en los Hechos. En Lucas todo parece que acontezca en un solo día; se inicia aquí un día simbólico que va desde la Resurrección hasta la Ascensión sin que se precise cambio de día. Desde buena mañana hasta el atardecer todo ocurre en una unidad de un día. En cambio, en el libro de los Hechos afirmará que se dejó ver por ellos durante 40 días, y que les habló del reinado de Dios. Uno y “cuarenta” –entre comillas–, son una misma cosa, un periodo de tiempo muy largo, pero delimitado, un hecho único durante el cual Jesús se presenta viviente a los que le habían experimentado bien muerto y fracasado después de haber convivido largo tiempo con Él. Paralelamente al testimonio fehaciente de las mujeres sobre la muerte, sepultura y Resurrección de Jesús, es importante el testimonio de las mujeres, que salen en el momento de la muerte, en el momento de la sepultura y en el momento de la Resurrección: importancia de las mujeres otra vez.

Lucas redacta otro triple testimonio de dos personajes, de Moisés y Elías, porque testifiquen sobre el inevitable hecho de la muerte del Mesías, sobre su liberación y sobre su Resurrección, y sobre su retorno exactamente igual como se había ido al Cielo, para estar siempre con sus discípulos. El nombre de los dos personajes nada más nos los revela la primera vez que aparecen en escena, en la Transfiguración. Son enfocados siempre como dos hombres adultos, y llevan vestidos resplandecientes de gloria de acuerdo con su pertenencia a la esfera divina. Representan la ley –Moisés–, y los profetas –Elías–, es decir, toda la Escritura, lo que hoy llamaríamos el Antiguo Testamento, y tienen como misión interpretar la escritura a la luz de los hechos de Jesús, a contracorriente de la interpretación que daban de ella los discípulos según las tradiciones rabínicas. A diferencia de los once, portavoces de un grupo masculino de discípulos después de haber perdido irremediablemente la representación de Israel por la defección de Judas –uno de los doce–, las mujeres, con nombres y apellidos. Es muy importante ese matiz en que las llaman por su nombre, figura y realidad del grupo femenino de discípulos provenientes de la marginación social y religiosa. Entenderán todo el sentido de la predicación que Jesús les había hecho a Galilea. Recordar es, según Lucas, igual a comprender algo que incluso aún no se entendía. Recordar es más que lo que nosotros llamamos por recordar: es entender lo que antes no entendían. Los discípulos tendrán necesidad de que Jesús en persona les revele una y otra vez el sentido profundo de las Escrituras, sobre el fracaso total del Mesías, sobre su victoria sobre la muerte. Como era de esperar, los once y los otros discípulos no aceptarán el testimonio personal de las mujeres. El episodio de Emaús, propio de Lucas, describe el camino que han de hacer los discípulos para reconocer la presencia de Jesús en la historia. Lucas enfoca y mira la comunidad de los discípulos, dos de ellos, en el momento en que simbólicamente se deciden de mala gana a dejar la institución judía –es decir, el sábado–, en dirección a la aldea llamada Emaús. La conversación que mantienen entre ellos explicita de palabra el recorrido que hacen; comentan los acontecimientos negativos que han dejado en ellos una profunda frustración. La ideología que aún comparten les impide reconocer a Jesús en el compañero de viaje; reconocen que era un profeta, pero continúan fijados a los dirigentes de Israel, a pesar de que lo hayan traicionado y ejecutado; hablan aún de los sumos sacerdotes y nuestras cabezas, y proyectan sobre su persona hechos nacionalistas: Jesús nazareno, nosotros que esperábamos que fuera libertador, con que nada más esperábamos un triunfo terrenal. Ni las repetidas predicciones de Jesús ni los indicios de su Resurrección, ni la confirmación del relato de las mujeres por parte de Pedro, no han hecho avivar en ellos su esperanza, ni incluso –pero más de todo esto–, éste es ya el tercer día que esto ha sucedido. Lucas concentra en esta escena y en la que vendrá después, de la cual éste es un desdoblamiento, toda la artillería pesada, a fin de librar la batalla decisiva contra la mentalidad que continúa amarrando en tierra, siendo dependientes, a sus comunidades, y les impide reconocer a Jesús en el camino de la historia de los hombres. La resistencia, proviene, como en el caso de esos dos discípulos, de la mentalidad que les invade y de la falta de libertad personal, con la excusa de que no…

[se pasa a otra cara de la cinta]

… la de esos cristianos que siguen anclados al hombre viejo, es la mentalidad que les invade, es la falta de libertad personal, con la excusa de –fijaos en esos tres comentarios– que no ven claro, de que su situación no hay quien la arregle, de que ellos están de vuelta de todo. Quizás esas tres expresiones son propias también de nuestro mundo viejo; decimos que no lo vemos claro, que eso no hay quien lo arregle, que ya estamos de vuelta de todo. El proceso de Jesús es el siguiente. Les recuerda de palabra lo que les había dicho antes por partida triple, insistiendo en que eso ya estaba contenido en la Escritura, y empezando por Moisés lo explica todo. La segunda lección que Jesús les impartirá será con hechos, pero antes ha sido necesario que les diesen señales de vida: quédate con nosotros que la tarde está cayendo. Han acogido al hombre sin saber que era Jesús; Éste ha hecho un gesto como de seguir adelante, para que fuesen ellos los que tomasen la iniciativa de darle acogida. Se han de hacer próximos, acercarse a las necesidades humanas y compartir lo que tienen; por ese gesto de caridad de ellos es cuando le descubren: en la fracción del pan. Se dan cuenta que Él, en el acto de compartir el pan, para que en él coma todo Israel; lo sienten vivo, como cuando estaban quemados por dentro mientras les hablaba por el camino: palabra y gesto. Si queremos comprender el plan de Dios, hemos de empezar nosotros también a compartir, cómo Jesús se libra a sí mismo en un acto supremo de donación, y lo significa mediante la partición del pan. Mientras vayamos buscando una Iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios como formas de evangelización al estilo de los carismáticos evangelistas, iremos a contracorriente y no descubriremos –dice Rius Camp– a Jesús en la pequeña, pobre, insignificante historia de hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan.

Ya termino. La obra, viendo el matiz de Lucas con Hechos, que dice así a continuación. Lucas, a diferencia de los otros evangelistas, escribe una obra compuesta de dos libros, Evangelio y Hechos, atados mediante la repetición de unos mismos temas al final del primero y el principio del segundo. La tradición ha hecho, con una mala pasada que ha desencuadernado la obra, separando Evangelio y Hechos, cuando estaban escritos el uno para el otro. Ya sería hora que los editores se decidiesen a juntar estos dos libros, dirigidos ambos a Teófilo en representación de todos los amantes de Dios –Teófilo quiere decir el que ama a Dios–, que se interesan por el mensaje contenido en la doble obra lucana: catequistas, evangelistas, formadores de comunidades. Orden tajante de no emprender nada antes de recibir el Espíritu. Ya hemos visto antes que uno y cuarenta, referido al período que transcurrió entre la Resurrección y la Ascensión, engloba un período unitario y considerablemente largo de instrucción de los discípulos sobre el reinado de Dios, a la manera de los cuarenta años en que Israel… La orden tajante impartida por Jesús a los apóstoles de restar totalmente inactivos en la ciudad, tiene lugar en el libro de los Hechos en una ocasión en que Jesús comía con ellos al final del período en que Él se les presenta vivo. Una vez que comía con ellos les ordenó: no os alejéis de Jerosolima. Es importante matiz de distinción cuando habla de Jerusalén y Jerosolima. Cuando habla de Jerusalén, es el judaísmo, cuando habla de Jerosolima es la ciudad concreta que no tiene la carga judaizante. La traducción aquí es Jerosolima, es decir, no les dice que vayan al mundo judío, les dice que vayan a la ciudad de Jerusalén. No os alejéis de Jerusalén, al contrario, esperad que se cumpla la promesa del Padre de lo que os he hablado, porque Juan bautizó con agua, vosotros en cambio, de aquí a pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo.

Jerosolima, forma helenizada empleada por los paganos para designar la capital de Israel, una forma neutra, sin implicaciones políticas ni religiosas. Jesús, siempre según Lucas, la usa aquí como sinónimo de la ciudad, por tal de evitar que los discípulos emprendan nada que tenga que ver con su expectativa mesiánica aún no superada, por falta del discernimiento propio del Espíritu.

Seréis bautizados con el Espíritu Santo, Espíritu que recibís de aquí a pocos días, antes del que hace cincuenta. Es decir, un periódico simbólico de diez días, brevísimo en comparación a los cuarenta cuando se acaba. Es una forma de decirles que no se precipiten a actuar, pues la venida del Espíritu Santo es inminente. De hecho, como han hecho hasta ahora, no harán caso de ella. Los discípulos no ceden ni un palmo, pero Jesús tampoco. Eso es lo que hace referencia a la elección de Matías; y porque van a Jerusalén y van al templo… Pero es un pulso hermosísimo entre los discípulos, que no ceden ni un palmo, que son aún muy judaizantes, y Jesús, que enviándoles el Espíritu, les ayuda a la conversión total.

Al final del Evangelio, Lucas, y nada más él, narra de forma sucinta la Ascensión de Jesús al Cielo: Los sacó fuera en dirección a Betania, y alzando las manos los bendijo. De las palabras Jesús pasa a los hechos; los saca materialmente fuera de la institución judía para que no vuelvan nunca más a ella. Desgraciadamente no les servirá de nada, pues como el evangelista nos dirá seguidamente –y lo repetirá al inicio de los Hechos–, ellos se vuelven a Jerusalén en sentido fuerte, con gran alegría, y restaban en el templo bendiciendo a Dios, connotando la reverencia y estima que aún tienen hacia la institución del templo. Betania es el lugar donde habría de residir la pequeña comunidad de Jesús, por eso los saca fuera y los lleva a Betania.

En el libro de los Hechos la descripción es más minuciosa. Y dicho esto, se los llevó a Betania. Ahora se comprende por qué se van, por qué se confabularon, porque les debía sacar de la institución sagrada para ellos.

Los discípulos, aleccionados por Eliseo, mirando fijamente al cielo, esperando que el nuevo Elías les dejase su manto, su herencia; pero he aquí que todos han visto al irse que no les ha dejado nada, ni el carro de Israel, ni sus caballeros; nada de nada. Mientras miraban al cielo fijamente mientras Él se iba, se le presentaron dos hombres vestidos de blanco; ya los conocemos. En lugar del nuevo Elías, se les presenta el antiguo en representación de los profetas; eran los intérpretes, como en el caso de las mujeres, pero no la situación, intentando disuadirlos de sus vanas e inútiles esperanzas cifradas en el Elías nacionalista y violento. Galileos, ¿qué hacéis aquí parados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido llevado al cielo, volverá tal como lo habéis visto vosotros ir al cielo. La vuelta de Jesús, como la ida al Cielo, se realizará sin manifestación esplendorosa, ni gloria ni poder, y sólo vendrá en la efusión del Espíritu. Nada más lo encontraremos a través de la encarnación en la historia, si conseguimos atravesar esta nube que nos priva de ella. Nube que separa dos presencias: la histórica, caduca y mortal, y la definitiva, sin condicionamientos de espacio ni de tiempo. La una y la otra tienen en común la encarnación real y solidaria en la historia del hombre. Jesús ha completado definitivamente su éxodo hacia el Padre, pero ellos se vuelven a Jerusalén, a la institución judía. Están aún muy verdes para que puedan llevar a cabo la plena experiencia pascual, que no la podrán llevar sin el envío, si recibir ellos el Espíritu Santo.

He leído en Rius Camp un poco de aplicación, que creo es importante. Los apóstoles creían que ya lo entendían todo, y esta aportación curiosa de este hombre, que es nueva, que es el Espíritu el que les hace acabar de pasar del hombre viejo al nuevo. Creo que, para mí al menos, es importante ese matiz de ver que aun creyendo y aun queriendo vivir la Resurrección, pues ver cómo el hombre viejo tira y cómo lo que aquí tendríamos que traducir nosotros, los elementos de judaísmo, de templo, de ley, de sábado, de los doce, que serían en nosotros, no esos elementos judíos, pero sí frivolidad, mundaneidad, visión meramente humanista, triunfo, poder, prestigio, técnicas meramente humanas…, en cambio no vivir del todo la novedad del Espíritu en el Evangelio, en el Reino, en la Resurrección.

Pero hemos quedado con Alfredo que él ahora haría la aplicación práctica a nosotros de todo esto.

 

Alfredo.- [Hace algunas conclusiones después de lo trabajado en esos días.] Lo que ha dicho Agustín, que después lo he recogido al final, realmente es muy importante. En estos días que estamos reunidos aquí esperando este memorial de Pentecostés, que sólo ha habido uno, y que como el oleaje del mar, desde muchas millas adentro van llegando las olas, así este Pentecostés nos llega en este año 90, cuando no es más que una ola más de aquella inundación de Espíritu que hubo en el mundo. Pues bien, yo os invitaría a que esta tarde, en estas horas de soledad y silencio, que mañana más bien las haremos por la mañana, y podemos hacer la meditación a las 8, desayunamos, y empezáis entonces hasta la 1, la hora de la misa, la soledad y el silencio; en cambio dejaremos para por la tarde las pláticas y terminaremos con el Camino de la Alegría que Juan [Huguet] está preparando.

Pues en esa tarde, pensad un poco a nivel individual, propio, qué cosas son todavía en nosotros judaizantes, qué tenemos todavía de criterios judíos, que nos impiden ser verdaderamente del todo cristianos. Cada uno, que se examine. No tanto perder el tiempo en críticas de decir: ¡oh, la Iglesia todavía es judaizante en sus ornamentos, en sus maneras…! No perdamos tiempo, porque en último término, si la Iglesia es así, no es más que la suma de que los que somos la Iglesia, somos así; y nosotros no podemos cambiar a los demás, pero sí podemos cambiarnos nosotros, de manera que si nos cambiamos nosotros y dejamos de ser judaizantes para ser totalmente cristianos, bueno, habremos hecho lo que podemos pero que Dios nos pide. Entonces, si nosotros somos un poco de levadura para que otros hagan lo mismo, al final la Iglesia abandonará todo lo que pueda tener de judaizante. Pero no queramos hacerlo al revés: que la mamá Iglesia sea santa y hermosa, y así ya nosotros, sin esfuerzo ninguno, seamos hijos maravillosos. No, la Iglesia es la suma, somos nosotros, Iglesia es comunidad, y la comunidad es la suma de los que forman este grupo humano. Observémonos a nosotros entonces: ¿qué tenemos aún de judaizantes? Esto será un gran estudio; quizá después, en una tertulia después de cenar, podamos hacerlo también, ponerlo un poco en común, y quizás entonces descubriremos que nos hemos olvidado de cosas oyéndolas a los demás. Y veremos que en muchas coincidiremos y habrá un tanto por ciento que se nos ocurre a todos lo mismo, porque es verdad, es patente, es obvio.

Qué hermoso eso que ha señalado Agustín también de ese papel marginado de mujeres precisamente porque inauguran una nueva cosa que no es el judaísmo sino el cristianismo, y acceden entonces en igualdad de condiciones. Y ver con sonrisa cómo Pablo, que era el apóstol de los gentiles, es el que defendió la no circuncisión, que se enfrentó con Pedro, y después se convierte Pedro antes que él, porque él continúa con cosas judaizantes como que las mujeres callen en el templo, o una concomitancia con la esclavitud como forma que no puede modificar… ¡Pero le cuesta más a Pablo acabar! Él que es el promotor precisamente, es luego el más tardío!

Yo querría, desearía también, una cosa importante, que es ésta: casi habría que dar un espacio de tiempo también después de estas horas de soledad y silencio, que además de pensar qué tenemos de judaizantes, pues ir pensando uno por uno los que estamos aquí. Y cada uno que piense en qué cosa en especial tengo que dar gracias yo a fulano, y a mengano, y a sutano, y a refulano y a resutano y a remengano; qué en especial yo le tengo que agradecer a unos y a otros. Pensadlo. Sabéis que en la misa se dice: antes de presentar tus ofrendas… Bueno, los “kikos” son los que presentan el abrazo de paz antes de presentar las ofrendas –y con autorización de Roma ese cambio litúrgico–, pero bueno, por lo menos antes de recibir la comunión, antes, es mucho mejor dar la paz a vuestro hermano y luego volver. El abrazo de paz es público, es real, se hace, un ósculo de paz, un abrazo de paz. Bueno, ¡por qué no vamos a dar también las gracias antes de muchas otras cosas, darnos las gracias mutuamente en algo! Seguro que todos tenéis que agradecer a todos muchas cosas, muchísimas. Si os ponéis a hacer un elenco, estaríais toda una tarde y no acabaríais. Pero escoged la que más os venga así de pronto, una que sea real, la que os brota del corazón, y dad las gracias. Si hoy es tan interesante esto, que yo diría que después, si nos reunimos de 3 a 7, y a las 7 había plática, creo que valdría la pena que a las 7, antes de hacer otra cosa, luego fuerais a veros a cada habitación, y si hay uno dentro, pues esperad, o id a ver a otro entretanto, para decir en un minuto: mira, a ti te agradezco muy especialmente tal cosa, aquel consejo, aquella palabra, aquella ayuda, aquella compañía,… aquello, ¡gracias!, lo recuerdo. El solo hecho de que uno lo recuerde, ya es una manifestación de gratitud. Eso no lo olvido, ¡qué hermoso, qué hermoso!

Pues preparad bien esta acción de gracias; es paralelo a dar la paz.

Decía Agustín al final en esta lección que nos subraya Rius Camp: no emprendamos nada sin el Espíritu, nada. Precisamente estos días estamos reunidos –y creo que es un tiempo muy litúrgico– para darnos cuenta de que todos estos planes nuestros, esos objetivos importantes que hemos de saber descortezar bien, ¡nada sin el Espíritu! Por eso estos retiros son tan importantes hacerlos en este tiempo litúrgico, que nos ayuda a esta verdad profunda: no hacer nada sin el Espíritu, prepararnos bien para recibir el Espíritu. Estos días –yo diría que a lo largo del año– haced ejercicios espirituales en sentido clásico, de que venga una persona muy preparada, de que venga alguien, un gran maestro de espíritus y nos dé unos días de meditaciones, de pláticas y todo esto, yo diría que esto, además de este tiempo, hay que hacerlo, y hay que hacerlo, ¡quién sabe con quien, y quién sabe cuándo y con qué compañías!, ir apuntándose con qué grupos…, y eso es bueno hacerlo. Esos días son otra cosa, no son los ejercicios en este sentido; es un estar juntos, estar juntos teniendo la seguridad de la compañía y presidencia de María, con la cercanía en todo momento de Jesús que ha ascendido al Cielo, y entonces es un estar juntos, es un estar a solas para meditar, para hacer cartuja solitaria, pero para hacer también mucha cartuja en común. Y esta vez me habéis hecho hablar a mí mucho, cosa que yo no deseaba tanto; yo insistía en que eso fuera algo que habláramos aquí todos, y os resististeis. Bien, yo he aceptado vuestro gusto, pero el signo de que ha subido hoy Agustín aquí a hablaros, el que celebréis la Eucaristía vosotros, el que celebréis la homilía, en fin, que Juan [Huguet]…, todo esto es un signo de que son días de estar juntos, de intercambiar nuestras experiencias, nuestros sueños, nuestros fracasos, nuestros buenos deseos; son días de estar así, diez días esperando al Espíritu: eso es lo más importante. Cuando os digo que esta tarde vosotros, después, fruto de vuestra meditación, veis qué gracias tenéis que dar a cada uno, pues muy bien, hacedlo. Yo tendré mi puerta cerrada, y así estaré un rato más hasta que me llaméis ya para la plática, porque no me cabe duda de que vosotros, todos, estáis de verdad, sinceramente –y eso a mí me emociona– pues muy agradecidos por muchas cosas todos y cada uno de vosotros. Yo me doy ya por sabido, me doy ya porque me las habéis comunicado. En cambio, yo sí quiero aprovechar estos momentos para deciros una cosa a cada uno de vosotros, y así de cualquier manera empiezo.

 

Alfredo da las gracias a uno por uno de los reunidos allí.

Paco [Núñez], por ejemplo, que tengo aquí mirándome, le agradezco su profunda obediencia, porque él irse a México, ¡caramba, caramba!, dejando aquí su familia, dejando tantas cosas; yo le enviaba creyendo que era un bien para él, y efectivamente lo ha sido, pero ir a México, ¡qué obediencia!, tan lejos, y haciendo allí una labor de roturación, de hundir el arado bien profundamente, abriendo caminos, pues realmente yo le estoy muy agradecido de esto; y su labor allá realmente es fundamental: queda, queda en la personas, y ha abierto muchos surcos; ¡muchas gracias, muchas gracias!

Veo a Joe, que está a su lado –vamos a seguir un poco el orden de los bancos–. Yo diría, por el ejemplo tan maravilloso que nos dio a todos de paciencia, una paciencia ejemplarísima en algo tan importante como sus órdenes; él fue –eso es una gloria ¡eh!– el último subdiácono de Barcelona; él fue subdiácono, y después de serlo se suprimió el orden del subdiaconado; el último subdiácono. Y cambió el arzobispo; y amigo mío, se pasó –cuando normalmente él había tenido que ser presbítero muchísimo antes– por el cambio de arzobispo, que hubo un frenazo después de don Marcelo, hasta que Jubany se decidió también, por esa espera mansa, sin problemas, sin gritos, sin peticiones, sin urgencias, ¡nada!, se convenció Jubany y lo ordenó, y fue entonces el principio de las ordenaciones que han seguido. De manera que esa paciencia mansa, humilde y alegre y sin problemas, realmente creo que yo y toda la Casa le tenemos que dar muchas gracias. A Huguet [Juan], que está aquí, yo le doy gracias por algo muy concreto, es decir, por la ayuda material, económica que libremente me da de una manera tan generosa y tan constante. Eso es muy de agradecer y se la doy. Luego, por su obediencia también de ir allí a Hermosillo, tan lejos; y le doy gracias por su cántico, podíamos decir, y entiendo con eso esas ideas tan estupendas, esos atisbos tan profundos y delicados que le salen del Evangelio, y que los dice sin esfuerzo ninguno como un rosal que le salen las rosas casi sin darse cuenta. Allí vemos también a un señor muy serio que está ahí, Miguel Ángel [Porcel]. Yo a Miguel Ángel le doy una especial gratitud por dos cosas. Una, por su obediencia, por su fe en mí en lanzarlo precisamente también lejos por su bien; y él tuvo fe –y es muy de agradecer que le tengan fe a uno–, y por su obediencia consecuente, y una vez en órbita; por su responsabilidad creativa de escoger con total responsabilidad una decisión de seguir unos estudios [Miguel Ángel Cordel realizaba en esas fechas, si no recuerdo mal, un master sobre Medios de Comunicación en una Universidad de Roma] en que realmente yo le auguro que van a ser de mucha transcendencia para él y para el bien de la Iglesia. Pues por esta obediencia y esta valentía también de tomar iniciativas.

¿Quién hay allí escondido que no lo veo? ¡Ah!, José Ignacio. A José Ignacio yo le agradezco muchísimo. El otro día había en Modolell unas críticas de ciertas personas, como que él y otros no hacían gran cosa. Y yo les defendí diciéndoles: a esos chicos –especial José Ignacio, que lleva tanto tiempo aquí y tan suavemente–, que no tenemos capacidad de gratitud para darles todas las gracias que se merecen, pues porque quieren, absolutamente porque quieren, porque no tienen ninguna obligación, ¡ninguna, de ningún tipo!, porque quieren estar aquí, están aquí las 24 horas del día, están aquí realmente con muy pocos alicientes. Ayer veía yo que por tener una pelota y por tener un campo, ¡qué caras de sonrisas poníais todos de poder jugar, de poder moverse un poco! Pues allí encerrados en Modolell, sin alicientes, a veces se refugian un poco en ver un poco de televisión unos cuantos, ¡qué van a hacer si no tienen otra cosa que hacer! Y tienen que estar allí pendientes de las necesidades de la casa, de las necesidades…, y ninguna obligación para hacerlo: no hay gracias bastantes para agradecer bastante, para agradecer a una persona que entregue unos años de su vida, de su juventud, de sus ilusiones posponiéndolas en tantos deseos puramente para rendir un servicio y una ayuda, y hecho con cordialidad y también sin dar importancia a la cosa, como la cosa natural. No hay capacidad de gracias para agradecerlo tanto.

Agustín, que está por ahí. ¡Cómo no vamos a agradecer a Agustín dos cosas! Una, la tremenda fidelidad que tiene, tanta, que a veces ocurre lo del Evangelio, que dice que no a una cosa, y es el único después que la hace, cuando todos a lo mejor no la hacen. Una fidelidad en profundidad. Y después, el que tantas cruces le ponemos encima. Dicen que cuando una persona trabaja mucho, es a la que se le ponen más trabajos: hombre, como ese trabaja mucho, pues un trabajo más lo hará. Y entonces el pobre Agustín debe de tener los hombros muy llagados de que todas las cruces que tenemos, todos los asuntos elefantes, todos a Agustín; de manera que es, a fuerza de ser cireneo, tan cireneo, resulta que en último término es el que lleva la cruz de todos. O sea que muchas gracias por ambas cosas.

Jesús García. Podía decirle yo en parte lo que le he dicho a José Ignacio, que está porque quiere aquí, y ayuda. Pero le voy a dar gracias por otra cosa, que es un ejemplo para todo el mundo. Contra viento y marea, contra dificultad sobre dificultad, su perseverancia en la vocación, cuando por su carrera, su gran cultura, su situación personal, familiar y económica, y novias no le faltarían a montones, y sin embargo, a pesar de todos los pesares y de los obispos –je, je…–, persevera firmemente en su vocación tiempo tras tiempo, con ilusión, con ganas de emprender cosas, apostolados. Su perseverancia. Así como decía de Joe, su paciencia, de Jesús García, su perseverancia.

Diego [López]. Diego está en esta órbita que decíamos de Jesús García, de José Ignacio, de Alberto [Jiménez Ojea] –que no está aquí–, también. Que libremente, personas que podían hacer tantas otras cosas en la vida, deciden, quieren prestar un servicio sin que nadie les coaccione, libremente, por generosidad. ¡Cómo no se va a agradecer esto, esta entrega personal! Y precisamente sin horizontes así rápidos, porque si dijeran: bueno, me voy a ordenar dentro poco, de un período. Pero cuando lo tienen así tan en nebulosa por una serie de razones, que eso no es un acicate. Pues sin ese acicate, esa entrega, ese servicio alegre y suave, y constante…, ¡cuánto de agradecer Dios mío!

Me parece que por esta banda hemos terminado, y hay que pasar a la otra banda.

Allí está Forcada con su cara de mal genio, mordiéndose las uñas, je, je… Pues eso es lo que le voy a agradecer, ¡eso es lo que le voy a agradecer! De que precisamente, a pesar de su carácter tan rotundo, de su carácter de mal genio, de sus talantes muy hechos –hombre muy maduro–, sabe después hacerse como un niño, como un niño manso, y como un niño dulce –quién lo diría, ¡quién lo diría!–, pero realmente es muy de agradecer esta “metanoia”, esta metamorfosis que siempre tiene Pepe.

A Agis, al igual que Ángel [Moros], cuánto se les agradece a ambos que, habiendo sido ellos curas, y por lo tanto no han necesitado la Casa de Santiago para nada, cuando han conectado por una razón u otra con ella, se han sentido ¡tan unidos a la Casa, tan fieles! Y la prueba es que aquí está; cuando otros que podrían estar y no están, pues ellos están. ¡Cuánto de agradecer es esta sintonía, esta unión con unas personas que han venido de fuera, que ya han venido hechas y derechas! Y cada uno con sus carismas, pues están tan entregados, unidos a ser unos en la familia, tanto, que entregan a la familia estos frutos de su apostolado, que son sus vocaciones. Yo os decía antes –lo recordáis– que yo creo que he ido delegando todo, y no creáis que eso ha sido sin sangre; hubo un momento en que en la Casa yo lo llevaba todo, yo lo era todo, y no sin la ayuda de Juan Miguel –casi os diría: no sin los gritos de Juan Miguel–. Hace muchos años eso hizo inflexión, caí en la cuenta: no, todo crece, eso no es posible, hay que delegar todo porque si no, se agostan; al revés, dando las cosas, se multiplican y crecen, y afortunadamente los gritos de Juan Miguel me hicieron entenderlo en el momento oportuno. Y he ido delegando. Bueno, he citado toda una serie de cosas que he ido delegando, pero me he olvidado de la más importante: las casitas. He delegado en vosotros las vocaciones, que son de la Casa, y las he delegado en vosotros, el llamarlas, el cuidarlas, el hacerlas crecer, el madurarlas. Pues bien, qué hermoso ver cómo, con qué generosidad Agis –aquí tenemos a Jesús García–, Ángel [Moros] –pues amigo mío, todos los suyos–; ahí están en Santo Domingo colaborando con las Claraeulalias, delegados de la Casa haciendo tantas cosas.

Cómo agradecer a Cara este privarse todos ellos de la compañía y de la ayuda de esas vocaciones que tanta les podrían dar, y aquí está José Ignacio. ¡Cuán de agradecerles esto! Y luego a Agis, y a Ángel por sus carismas particulares, de gracia andaluza, de chistes muy típicos; a su alegría aragonesa llena de cánticos; agradecerles estos carismas particulares.

A Guillermo, con una sola palabra basta. El tremendo sacrificio que hizo por la Casa años, años.

A José Luis [Fernánbdez], tantas cosas. Sin José Luis, pues quizás el Ámbito no existiría, o sin quizá, no existiría. Él fue el canal por el cual conocimos a la persona que nos impulsó, sin la cual tampoco habríamos hecho el Ámbito. Viene de José Luis. Digo este ejemplo porque por José Luis han venido muchas cosas en la Casa; y por otra parte, sus ideas también, que dichas así, al bote pronto y a la forma “luisiciana” que tiene, dice cosas estupendas, muchas, desde aquella que yo repito siempre, de que nos podemos amar como amamos al prójimo, a esta última que me dijo ayer, que ya la comentaremos porque es genial, tiene realmente estas salidas así. ¡Gracias!

Doy las gracias a Ayora por la fe que tuvo, ¿en qué?, en mi fe. Yo tuve una fe total en él, pero él tuvo una total fe en mí fe de mi fe en él; y eso, en momentos no fáciles, pues realmente fue muy hermoso y muy eficaz, creo yo. De manera que yo le agradezco su fe en mi fe. Y después esta generosidad de irse camino adelante, cruzar el Atlántico, ese deseo, y llevando allí todos los criterios de la Casa, llevar allí todo, el espíritu de tantas cosas que hemos hablado, dicho y vivido juntos.

Y aquí queda ahora Jaime Aymar, que le agradezco su continuo esfuerzo de sintonización en profundidad en todas las cosas: del realismo existencial, de la Casa, de los álbumes, venciendo posibles resistencias de ambiente, de cosas. Pues su continua profundización, como digo, de sintonía en todos los criterios profundos de las cosas, y su labor. En ese libro que estoy haciendo [De la trama y el envés] voy tratando muchos temas a lo largo de mi vida, un poco cronológicamente; pero hay temas constantes, hay temas de la muerte, y claro, ahí hablo de la muerte cuando yo era niño, el problema de la muerte cuando soy adolescente, en la guerra, como médico, después en el realismo existencial. Y me di cuenta una vez que, una vez que el libro esté escrito, se pueden coger los capítulos que hablan de un mismo tema –la muerte– y juntos, ¡queda un tratado estupendo sobre la muerte! Y como éste, muchos otros temas. Yo diría que casi no quedaría un capítulo que no formara parte de una sección temática. No cabe duda que el tema América me sale desde bastante pronto, se va repitiendo a lo largo de mi vida desde distintos puntos, distintos ángulos, distintos aspectos. Pues bien, yo le agradezco también a Jaime esta fe que ha tenido muy contracorriente de las circunstancias, del ambiente que nos mueve, que nos rodea en el tema América, que pueda recoger mucha experiencia, la temática que va a ir saliendo, y que queda concretado en ese esfuerzo que hace él tan grande dentro de la Murtra del Museo de América.

Os he dado gracias de lo que a bote pronto sale, ¡tantas os podría dar! Lo he hecho un poco para estimularos a vosotros también a que os lo hagáis mutuamente unos a otros. [Así se hizo posteriormente en bastantes casos.]

 

[El último día todos los asistentes hicieron el Camino de la Alegría, dirigido por Juan Huguet en el jardín de esta casa de ejercicios de Begues.Posteriormente, el día 30 de mayo de 1990, se trasladaron todos al Santuario de Santa Eulalia de Vilapiscina, en Barcelona, para asistir a la presentación por Edimurtra del libro de Alfredo Rubio, Andadura Pascual. Camino de Alegría, con ilustraciones de María Inés Henao [se puede ver en la transcripción titulada PRESENTACIÓN; así como el de ilustraciones de Berna López, Al-leluia! Crit de Joia.]

 

(Transcripc. realizada en primer lugar en parte en República Dominicana en abril de 1992. Completada y finalizada el 6 de mayo de 2002 en Diezma –Granada–. Terminada de revisar el 8 de enero de 2005 en Salamanca Vuelta a revisar en gran parte el 14 de mayo de 2006. Jesús García Peralta)

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