Bueno, como hay algunos a los que el catalán les cuesta un poco, diré la homilía en castellano .  

 

Ciertamente yo ya no pensaba venir por aquí a celebrar la Eucaristía. Ya me había despedido, y hasta solemnemente. Sustituí alguna vez a Jorge (Cussó, presbítero amigo de Alfredo) que no pudo venir, y es lo mismo que ocurre hoy, pero hoy ocurre en un momento especial pues es la última misa de este curso 94 95. 

 

Hemos escogido la celebración de la Virgen María. En la lectura que habéis hecho del profeta Isaías (el pueblo andaba muy a oscuras y había una luz que le guiaba) se profetiza el nacimiento de Jesús. Hermoso texto, pero a lo que yo me refiero ahora es a mi último viaje a Salamanca. Consiguió la providencia de Dios, y la ayuda de todos, el objetivo  de mis viajes a Salamanca durante este curso: tener otra comida con un profesor muy famoso, catedrático de la Facultad Civil de Filosofía (Cirilo Flórez), para sumarlo a nuestra labor de ahondar en nuestra tarea de realismo existencial que está en la Carta de la Paz. Para ir elaborando esos textos, esas profundizaciones para los Institutos de la Paz,  acudo a profesores importantes como él. Fue una comida deliciosa en que María Dolores (Arriola) estuvo presente porque viajó conmigo para asistir al día siguiente a la ordenación de Tito (Moreno, en Plasencia) . Él, licenciado o doctor en teología, tuvo unas intervenciones interesantísimas desde el punto de vista teológico. Pero yo volví luego a la Carta de la Paz, a las evidencias, y por lo tanto, al orden natural. Ahí fue donde hablamos y le dije cosas que le impresionaron mucho, como diciendo: si uno no es humilde no puede entender nada, ni las evidencias. Porque es como una persona que tiene cataratas: mira y no ve. Para ver no hay que tener cataratas, hay que tener los ojos limpios, y esto es la humildad.  

Entonces estuvimos hablando mucho de la humildad óntica, y se impresionó cuando insistí en que hemos de estar contentos de morir, porque eso quiere decir que existimos, porque en este mundo los únicos que no mueren son los que no existen; luego si tengo que morir, me alegro, quiere decir que existo, que me ha tocado la lotería del hecho de existir, de contemplar la Creación, de conocer personas, de sentir una mano amiga, de ver una flor. En fin, eso que aunque la vida sea trágica a veces, como puede ser la de un niño que se muere por una bomba en Camboya o en Vietnam, el solo hecho de sentirse abrazado por su madre y una sonrisa, por haber sentido esto ya vale la pena vivir.  

 

Por lo tanto, no sólo era aceptar la muerte porque es un límite nuestro, sino con alegría, porque si no, ¿con qué caradura se puede engendrar unos hijos? Si uno está contento de existir y rabioso de tener que morir, oiga usted, ¿cómo engendra un hijo pues al darle la vida es como darle la muerte? Usted ha de estar feliz de morir para poder amar a su esposa, amar a su hijo, ver tantas cosas hermosas, descubrir la ciencia, ver tanta belleza, porque si no, ¿por qué engendra un hijo? No se entiende; es una contradicción. Cuando, además, dije que ser humilde comprendía el que estuviera yo contento de que yo soy capaz de hacer el mal, porque sólo Dios es incapaz de hacer nada malo. Pero yo, que soy limitado, tengo capacidad de hacer cosas malas. También tengo capacidad de luchar para no hacerlas, aunque muchas veces caeré en ello y tendré que pedir perdón a los demás. Pero tengo que alegrarme porque, o tengo capacidad de mal o soy limitado. Eso también le sorprendió mucho.  

 

Hay que aceptar ser limitado y tener capacidad de hacer el mal. ¡Pero que esté contento de hacer esto porque es así o no existiría! Y contento de que los demás también tengan esta capacidad de mal, y que, además, lo pueden hacer. Yo tendré que esforzarme en portarme bien con ellos, que hagan también lo posible para hacer menos mal y hacer este mundo más convivencial de una manera hermosa. Pero aceptando esto con humildad; somos así.  

 

Cuando le decía que uno ha de aceptar éstos y otros aspectos de la humildad que también tratamos – sería demasiado largo para la homilía -, llegó el momento en que dijo: Sí, entiendo. Claro, por eso no se aceptan las evidencias, porque la gente no es humilde. Le dije: Exactamente. Mire, cuando todos los tratadistas espirituales dicen que delante de Dios hay que estar en la desnudez, porque a Dios no se le puede ocultar nada, ¡nada!, entonces – dije  – hay que estar así, desnudo delante de uno mismo sin que haya ninguna influencia, ni una sugestión, ni una presión de nada, ni una fuerza social que te coacciona a un modo de estar, a un modo de pensar, a unas ideologías. Mientras estés vestido de cualquier cosa, no ves la evidencia..La primera de la Carta (de la Paz) es: en la historia ha habido cosas malas que no hay que repetir, hay que conocerlas y no repetirlas. Ahora, de esas cosas yo no tengo culpa porque yo no existía, luego yo no puedo hacer recaerla en los demás ni en mí porque no existíamos. No nos tengamos ningún rencor; es mejor ser amigos y trabajar juntos para un mundo mejor. ¡Evidente! Pues hay muchísima gente que no lo entiende.  

 

Él llegó a reconocer esto. Yo añadí: no sólo frente a las evidencias hay que tener desnudez de espíritu. Mire, hay que tener una desnudez total, porque si usted lleva una camisa y está sucia, arrugada, o es una camisa limpia, pulcra, o es una camisa militar, o es una camisa elegante de ésas Dutti, o esos últimos redactores de la moda… una camisa ya le hace diferente, ya le hace hipócrita, le hace estar disfrazado. Claro, es la desnudez total espiritual y corporal que uno tiene que sentir frente a la evidencia. Entonces se entiende, se ve que son verdades sobre las cuales se puede edificar todo: la paz, la concordia, la sintonía. Todo lo necesario para vivir en paz.  

 

Fue interesante, y termino ya con lo último porque él, aunque es profesor de Filosofía y  ésta busca, llega a tocar el techo de la trascendencia, esa rama de la Filosofía que llaman Teodicea: lo que la mente puramente humana es capaz de descubrir, de pensar, de rascar, de tocar ese algo que ha existido siempre. Porque si en algún momento no hubiera habido nada, ahora no habría nada; la nada es nada, ahora hay algo; siempre ha habido algo. Pero ¿qué es este Algo? ¿Quién es este Algo? La Filosofía trata, pero no tiene fuerza mental para agujerear este techo y dar un salto trascendente, ¡imposible! Y él, que es teólogo, comprendía lo que es hacer un agujero al revés: Dios para abajo para hacernos una revelación. ¡Sí, pero esto es la fe, eso es otro campo! Pero él, como filósofo – tanto que María Dolores le decía cosas muy sensacionales en el campo filosófico de la mera fuerza de nuestra mente- decía: Yo veo una contradicción entre la maravilla de existir. Es verdad, existo, podía no haber existido, y existo pero, claro, no soy un dios, soy limitado. La muerte es algo que me corresponde; yo no me he dado el ser, ni yo soy capaz de darme el sobre-ser después de muerto. Pero ¡qué contradicción filosófica entre la maravilla de ser y que se acabe! ¿Qué delitos, qué puñetazos, qué cosas puedo hacer yo para decir a este Algo que existe que quiero seguir existiendo?. Decirle que me has de hacer que siga existiendo. Ya que me has hecho existir me tienes que seguir haciendo existir, porque el mundo es muy hermoso y vale la pena amar a las personas. He sufrido muchas injusticias que ahora me han de ser compensadas de alguna manera. ¿Qué puedo yo gritar para exigir a Dios, desde el punto de vista de la razón, que me siga haciendo sobre-existir? 

 

Era su drama profundo como profesor y catedrático de Filosofía. Su cátedra de profesor de la Historia de las ideas es muy nueva, tanto en Madrid como en otras universidades.  

 

Pues bien, yo le dije: Mira, a mí me parece que cuando yo me muera, o tú te mueras, lo único que podemos decir allí acariciando el techo es: Me gustaría que me hicieras seguir existiendo para poder seguir amándote. Es lo único que le podemos decir. No es decirle que porque como es muy bonito quiero seguir. No porque no me he saciado, no porque también me gustan otras cosas, no porque creo que me has frustrado en algo, no me has dado lo suficiente que me correspondía por existir. Todo eso, ni es humildad ni es justicia. Solamente hay que decirle una cosa: me gustaría que me siguieras haciendo existir para poder seguirte amando.  

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

 

Homilía del lunes 1 de julio de 1993  en la capilla de la Universidad de Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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