(Le 1, 26 – 38)   

 

Este relato, que tantas veces hemos oído con unción y emocionados ante la belleza que representa, se plasma en todo eso que hemos leído. No cabe duda que esta escena ha sido la inspiración de los mejores pintores y escultores a lo largo de los siglos. En cada época, rodean a la Virgen con sus vestimentas, sus muebles… ¡Qué belleza! Podemos recordar tantas pinturas. No he visto por ninguna parte que los pintores se hayan atrevido ahora, en nuestros tiempos contemporáneos – quizá sí, pero es poco frecuente, no sé, acaso en el teatro, en alguna obra interesante o en cine – a pintar esta escena con los vestidos de una chica joven en una arquitectura funcional, más moderna, y con unos muebles como los que tenemos aquí tan bonitos, tan pulcros, tan funcionales. Yo no he visto que los artistas de hoy se atrevan a lo que han hecho los anteriores a lo largo de los tiempos.  

 

Pero subrayo aquí dos cosas. Una: pedir el sí, respetar, ¡Dios!, la libertad de María hasta este punto. Dios respeta nuestra libertad, y no hará nada si nosotros cerramos nuestra casa, nuestra alma. Él pide permiso, pide el sí. Evidentemente, en las relaciones con los demás no podemos forzar, no podemos obligar- Hemos de pedir siempre la colaboración de su libertad para hacer una cosa que creemos buena para todos en una convivencia, una institución…  

La segunda cosa que también es verdaderamente interesante es cómo le pone el ángel ejemplos para que quede bien comprendido: “para Dios nada es imposible”. Podía recordarle a lo largo de la Biblia qué casos: la misma Sara, esposa de Abrahán, que se rió – y eso lo hacemos todos -al no acabar de creer que podía tener un hijo siendo ella vieja y estéril toda la vida. Para Dios nada es imposible. Le pone un ejemplo: “Tu pariente Isabel, a la que llamaban estéril, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya está de seis meses”. De manera que no te preocupes tú, se cumplirá esta voluntad de Dios. Dios tiene infinitas maneras de obrar.  

 

Y lo último: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Cuando una persona le dice ese sí incondicional a Dios, aunque nos parezca absurdo, es cuando uno puede decir – claro, estamos al principio del Evangelio, María habla como la enseñaron hablar -: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Es lenguaje judío, aún más, es hebraico. Cuando Jesús habla a los discípulos, les dice: ya no os llamo siervos, os llamo amigos. Aquí el ángel, cumplida esa misión y llevándose el sí para el consentimiento de la obra de la Redención, no le da más explicaciones, ya se las dará Jesús. Pero ya no es esclava, es Reina, es Reina del Universo, Esposa de Dios, nada de esclava, es Amiga de Dios. ¡Hágase en mí según tu palabra!  

 

Esto es un ejemplo para todos. Primero, el decir sí incondicional a Dios aunque no lo entendamos. Él pondrá los ejemplos para ayudarnos a estar un poco más tranquilos: mira ése, mira el otro, aquél que era tan sinvergüenza y acabó siendo santo.  

Segundo, a nosotros, que ya somos cristianos: Aquí tienes un amigo fiel, un amigo que te quiere, un amigo que te ama, amigo verdadero, el Dios Uno Trino – si somos santos -. ¡Pues que tú hagas, o que yo haga, lo que a ti te agrade. Amigo mío. Abba, Papá!  

 Alfredo Rubio de Castarlenas

 

 

Homilía del viernes 8 de diciembre de 1995 en la casa de ejercicios de Villagarcía del Campo, Valladolid.

Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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