[Mc 12, 38-44]
Este Evangelio viene como anillo al dedo a esa reunión que hemos tenido de preparación a las Jornadas del Voluntariado. Se habló mucho. Si estuvisteis algunos de vosotros recordaréis la definición que daban de voluntario. Por un lado, es la persona que realmente da su tiempo libre ( en vez de emplearlo en algún «hobby» como ir al cine, etc.) al servicio de los demás en alguna actividad según el carisma de cada cual. Por eso decía aquel señor de «Auxilia»: hay que ir a buscar a los jubilados que todavía están sanos y con experiencia de la vida que, al no tener nada que hacer y quedarse libres, tienen mucho tiempo para poder volcarse en una acción voluntaria a favor del prójimo. Pero el mismo señor de «Auxilia» decía que ellos distinguían entre la persona que hace de voluntario de la persona que tiene una constante, permanente actitud de voluntariedad al servicio de los que le rodean. O sea, ésos son los buenos, ésos son los mejores.
Porque naturalmente en un momento dado de una riada, pues todo el mundo tiene esa potencia de ser voluntario en beneficio de las demás personas. Cierto. Si viene una riada se despierta esta potencia dormida y, claro, sale y ayuda a salvar personas. Si tan dormida la tiene, lo que hará es que huirá lleno de miedo para salvar el pellejo, y no se preocupará de lo que pase a los otros. Pero en general, quizá un momento así despierta el sentimiento.
Yo me acuerdo cuando estábamos en la guerra, pues antes de ir al frente, todos éramos corrientes y vulgares, y todos con sus egoísmos, sus ambiciones, sus deseos de porvenir, sus planes y todo. Pero, ¡vaya por Dios!, cuando llegamos a la guerra, con todos sus peligros y tragedias continuas, ¡cómo se despertaba en todos este efecto, esta potencia de generosidad, de compañerismo, de ayuda! Vi ejemplos verdaderamente heroicos. Se acabó la guerra, se volvió otra vez a casa. Empezó la competitividad, la lucha por la vida, las riñas en los trabajos… se esfumaba aquella camaradería, aquel compañerismo que hubo en aquellos momentos. En cambio hay otras personas que esta potencia la tienen siempre bien despierta, ya duerman, ya estén despiertos, ya trabajen en una cosa, ya se ocupen en otra…, pero siempre debajo está esta actitud de donación de todo uno, sin guardarse un real, por los demás.
Y decía el presidente de «Auxilia»: éstos, éstos son los que no sólo dan su tiempo libre en vez de ir al cine, sino que parece como si fueran capaces -como quien tira del hilo de un ovillo- de tirar tiempo libre de sus obligaciones, sin descuidarlas, por supuesto, ni las familiares, ni las de trabajo. La gente cansada siempre está dispuesta a hacer más cosas.
Este milagro de su actitud les multiplica su actividad fecunda, éstos son los que sirven.
En este Evangelio de hoy, bien está que la gente dé de lo que les sobra, de lo que no tiene necesidad, que dé una limosna generosa para el prójimo. Pero aquella viuda da de lo que tenía necesidad, lo dice Cristo, ¡de lo que tenía necesidad lo da! Y eso no es más que un símbolo, esos dos reales, de algo que es muchísimo más novedoso, que tiene mucho más valor, que es la misma persona. Esa viuda con esos dos reales, lo que significaba era toda ella, porque los necesitaba. Los da, luego es toda ella la que se da.
En otra parte del Evangelio hemos oído a Cristo también decir que recibimos el ciento por uno.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Domingo, 10 de noviembre de 1991 en Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra