(Gn 3, 9-15. 20; Lc 1, 26-38)

 

Una vez más estamos aquí en esta capilla delante de esta imagen de la Inmaculada, porque hoy es su día, su fiesta, la Inmaculada, incluso anterior a su misma Anunciación donde el ángel bendice a María, toda hermosa.

 

La ocasión de estar aquí reunidos es recordar a María Corral, que se llamaba así, María. Ella, que no celebraba casi ninguna cosa al año porque era muy discreta en todas sus cosas, en cambio, en el día de hoy hacia gran fiesta: era su santo y gran fiesta en honor de su patrona. Por eso este día lo recordamos con ella. No tanto lo hacemos en otros días, como en su cumpleaños o cuando murió, que también la recordamos. Pero hoy lo hacemos también de una manera gozosa reunidos bajo este recuerdo, porque ella estaba muy feliz en esta fiesta de la Inmaculada.

 

Hemos leído las lecturas, y la primera es aquélla del Génesis. Era hermosa aquella Creación hecha por Dios, estrenada por el hombre, ¡qué maravilla! Sobre todo, porque además estaba profundamente adornada por la presencia de Dios que venía hacerse cercano a Adán y a Eva. Hablaban con Dios paseando por aquel jardín, como dice la Escritura simbólicamente, por aquel paraíso al caer la tarde, cuando ya no hacía calor, cuando ya era agradable poder salir a pasear, después de la faena del día, ajardinándolo todo, porque si no se riegan aquellos parajes, ciertamente se seca todo enseguida.

 

En aquella tranquilidad de la tarde paseaban con Dios. Él los creó y los hizo libres. Él, hablando, les hacía crecer la inteligencia para llevarla hacia la sabiduría de Dios. Pero el diablo, evidentemente, pudo tentar todo lo posible, y lo logró: la tentación a Eva, y de Eva a Adán. Aquí se ve que, en estas dos personas, una influye en la otra. Adán peca, ¿por qué? Porque quería tener toda la ciencia, desarrollar su inteligencia por su cuenta para poder juzgar lo que es bueno, lo que es malo. Precisamente cayó en esta tentación del diablo y olvida que Dios fue su maestro para que fuese sabio, y naturalmente perdieron los dones, el amor. Lo perdieron todo y no llegaron a esta consecuencia de la libertad y de la sabiduría que es el Amor de Dios Padre y de Dios Hijo.

 

El odio ya se manifestó bien pronto. Caín mató a Abel, y desde entonces los hombres no hacen más que derramar la sangre de sus hermanos. En cambio, en esta lectura del Evangelio vemos una cosa del todo diferente: María, desposada con José, está allá sola, en oración, en su cuarto, José estaría trabajando. Se aparece el ángel, y ¡qué maravilla de diálogo! El ángel le dice: mira, los sueños de Dios son: que te ha preparado ya inmaculada y que se encarne el Verbo para redimir a la humanidad. Es un anuncio. Comunica aquel deseo de Dios, aquel maravilloso plan que tiene Dios. Respeta la libertad de su anuncio, respeta la libertad de María para que eso sea meritorio y ella libremente diga: sí, que se haga eso que deseas en mí. Aquí no hay otra persona la que influye en María, como Eva influyó en Adán. Ahora no es san José que influya en María, no; es ella que aprende sin influencia de nadie esta respuesta de su libertad, porque el ejercicio de la libertad es intransferible y es una responsabilidad total de cada uno.

 

Naturalmente José necesitó también de la anunciación del ángel y también dijo que sí, sin influencia de María. Eso es el paraíso. Influirse unos a los otros para pecar, eso es la pérdida del paraíso. Respetar las libertades, tuya y de otro, eso vuelve a ser paraíso.

 

En el día de hoy, Inmaculada quiere decir: ser «sin mancha», una obra maravillosa de Jesús. Inmaculada sin ninguna mancha desde el principio, sin el pecado original, hermosa plenamente.

En cambio, esta Creación que ha hecho Dios tan maravillosa, ¡cuán manchada está!, los ecologistas nos lo dicen. Cuando subimos a las montañas que están limpias y vemos la nieve, la lluvia, el agua, el sol, ¡qué maravilla! Después los hombres vamos contaminando la naturaleza: ¡qué sucios están los ríos, qué montones de petróleo al mar, cómo padecen tantos de sed porque no hay agua buena para beber porque todo está contaminado! Aquel lugar que era un paraíso de los animales, el Coto de Doñana, también ¡qué contaminado! Nada queda inmaculado en nuestra sociedad. Ahora bien, unos más alejados, otros más cercanos, uno llega a casa también en nuestro país, ¡todo contaminado! Uno ve en los medios de comunicación social, ¡qué difícil es encontrar un lugar en que haya un paraíso! Todo está contaminado, manipulado, influido egoístamente por intereses brutales, ¡qué contaminado este mundo!, las relaciones familiares, el interior de las familias, y lo peor de todo, desgraciadamente muchas veces, ¡quizá nuestros corazones!

 

Pablo VI dijo aquella frase con la que se escandalizaron tanto: el humo del diablo se ha colado por algunas fisuras de las paredes de la Iglesia. Y yo diría que desde que dijo estas palabras, ahora, pasados cuarenta años, yo diría que no ya el humo se ha colado dentro de la Iglesia: llamas del infierno están introducidas dentro de los corazones, de las familias, de la sociedad, de la Iglesia. Por eso, delante de este panorama en que se podrían multiplicar tantos y tantos ejemplos, y todos los conocéis, todos los padecemos, todos los vemos y todos nos hacen sufrir, tenemos que pedir en la fiesta de hoy a la Inmaculada hacernos un poco más inmaculados. ¡Haz más inmaculada la sociedad, las estructuras sociales, las instituciones y las universidades que deben ser esta llama, este lugar bueno del Espíritu Santo para orientar a la gente su inteligencia y sus actuaciones, y saber ser libres de toda esclavitud del demonio y del mal!

 

Pidamos pues a la Virgen Inmaculada que nos haga inmaculados, que haga más inmaculada esta sociedad. Pidámoslo de todo corazón porque lo necesitamos con urgencia. Pongamos por intercesora a la bien querida doña María que tantas cosas hizo en su vida, que orientó, ayudó, e incluso después de morir ha continuado protegiendo tantas cosas buenas. Que ella sea una intercesora delante de la Virgen María, ella que hacía tanta fiesta de este día, para que la Virgen con su resplandor nos haga a nosotros también un poco más inmaculados.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del Martes, 8 de diciembre de 1992 en la capilla parroquial de la Concepción, Barcelona.

Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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