El que concelebra conmigo me ha preguntado si voy a predicar. Yo le he dicho con la cabeza que sí, que un poquito, pero eso no quiere decir que él no nos diga todo lo que tenía preparado para decirnos. Para introducir diré nada más una cosa breve muy hermosa.  

 

Hemos leído en los Hechos de los Apóstoles que bajaron aquellas lenguas de fuego (fuego de amor), que inflamaron su corazón,  que empezaron a hablar lenguas, cada uno la que el Espíritu le inspiraba, y cuando Pedro y los demás salieron a hablar al balcón, toda la gente se maravillaba de que les entendieran cada uno en su propia lengua. También ocurre lo contrario, que cuando nos hablan y no es en nuestra lengua, no lo entendemos, no comprendemos lo que nos dicen. Si yo oigo a una persona china y me está hablando en chino, pues yo no sé lo que me dice, incluso, si cierro los ojos, no sé si aquello es un canto de pájaros, no entiendo si no hablan mi lengua.  

 

Pues cuando una persona, muchas o varias, están a mi alrededor y hablan de una manera no cristiana, critican, murmuran, difaman, son ambiciosos, egoístas, no entiendo lo que dicen, hablan una lengua que no es la mía. Yo soy cristiano, yo entiendo el lenguaje de la caridad, del Espíritu Santo, del amor de Dios que es perdón, que es no hacer daño a nadie, ni murmurar, ni difamar, ni ser egoísta, ni ser ambicioso, ni vanidoso ni orgulloso, ni tratar de ser poderoso avasallando a los otros. De manera que cuando hablan una lengua que no es la mía, no entiendo. Oigo como si oyera un rumor de pájaros o como el que oye el ruido de la lluvia y no me dice nada, ninguna palabra, ninguna frase, no entiendo. Entonces cuando hay personas alrededor que hablan así esas cosas raras, yo les escucho como si escuchara llover, no entiendo, no puedo entrar en su conversación, no puedo contestarles nada. Porque si yo entro en su conversación quiere decir que entiendo, que también hablo la lengua del odio, del rencor y de la envidia. Porque si respondo es que les entiendo. Y no entendemos. Solo hemos de saber hablar el lenguaje del amor, el del Espíritu Santo, este lenguaje que hoy recordamos, que se multiplicó irisadamente en muchas maneras de pronunciarlo para que todos lo entendieran, para que así dejaran de entender lo que no es lenguaje. 

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del Domingo 22 de Mayo de 1988 en Barcelona

Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra

 

 

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