El episodio de los discípulos de Emaús es verdaderamente una página que nos podemos aplicar nosotros desde el principio hasta el final. Cuántas veces, a pesar de lo que oímos decir sobre Jesús, no entendemos, no acabamos de creer las cosas y vamos tristes, apesadumbrados y alejándonos del grupo de nuestros amigos, de nuestros hermanos cristianos.  

Jesús, pastor que busca a las ovejas perdidas, sale por los caminos a buscarlas dejando las otras en el redil . ¡Cuánta veces nos habrá ocurrido esto!, que Jesús se nos ha acercado a través de tantas providencias de Dios, a través de personas. Un vaso de agua que deis a este pequeñuelo, a mí me lo dais; ¿dices que amas a Dios que no ves y no amas al prójimo que sí ves?, ¡hipócrita! ¡Cuántas veces se nos habrá acercado Jesús a través de personas que nos han dado un buen consejo, que nos han recriminado nuestra actuación, que nos han orientado con su ejemplo!  

A pesar de todo ello, no vemos que detrás de esto está Jesús mismo; no vemos la providencia de Dios a pesar de que estamos inundados de ella, y vamos alicaídos. Entonces la Iglesia, los predicadores, los ministros, ya nos van contando todo lo que de Cristo se decía en el Viejo Testamento, cómo era necesario que pasara todo y no sólo a Él, sino a nosotros también – nadie es mayor que su maestro – . Si Él pasó persecución y cruz, ¿de qué nos va a extrañar que nosotros también sintamos a veces persecución y muchas cruces sobre nuestros hombros?  

Es necesario que la Iglesia nos lo recuerde, nos lo vaya diciendo, así, también estamos contentos de estar en este banquete eucarístico. Se nos abrirán los ojos del alma en la partición del pan; en este cáliz en donde está Cristo realmente presente. Cuando sintamos esta presencia, iremos corriendo gozosos a comunicarlo a otras personas y hallaremos la sorpresa agradable de que ellas también han sentido a Cristo cerca, como le pasó a Pedro y que, según nos cuenta San Pablo, antes de aparecerse a los doce reunidos, se había aparecido a los tres discípulos más amados: a Pedro, a Santiago y a Juan, que ya había creído cuando fue a la tumba presuroso.  

Sintámonos humildemente discípulos como éstos de Emaús, humildemente reconozcamos nuestras limitaciones, nuestras horas bajas de ánimo. Así entonces, si invitamos a Cristo a que venga y se siente en nuestro corazón, nos inundará de la alegría de sentirle muy cerca de nosotros. 

Benditos discípulos de Emaús – uno se llama Cleofás, el otro no sabemos – que son un ejemplo vivo para nosotros, para todos. ¡Benditos discípulos, sed intercesores para que sintamos nosotros también con una luz clara, a raudales, la presencia de Cristo en lo más hondo de nuestra alma!  

 

Alfredo Rubio de Castarlenas 

 

Homilía del Miércoles 29 de Marzo de 1989 en República Dominicana

Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra 

Comparte esta publicación

Deja un comentario