Como sabéis, he llegado de Kenia y os traigo este regalo. Mirad, ya sabemos que Dios grita su presencia con la belleza. La gente que entiende la belleza de las flores, de las nubes, del universo todo, eso es un mensaje de Cristo. El que quiere entender puede entenderlo muy fácilmente. Ahora los americanos están lanzando al espacio unas señales de radio pues piensan que con alguna vibración de las piedras podrían hacer estas señales. No. Están enviando música, sinfonías de Baethoven, de Mozart y de todo. Por si hay algún extraterrestre es capaz de oírla y, si no tiene oído, vea algunas vibraciones. Éste podría pensar: esta belleza no es casualidad, no son casualidad las vibraciones de los átomos, aquí hay alguien. Viendo esta belleza de Dios, ¡esta belleza!; puede pensar que hay alguien detrás de la belleza. Bueno, esto ya se sabía.
También decíamos que cuando en algún momento, cosas que parecen puro azar al no tener nada que ver una con otra y se juntan para hacer algo muy significativo para mí en un momento, eso es un modo extraordinario de hablar de Dios.
Pero tiene otro modo ordinario, porque igual que para entender chino hay que aprenderlo, porque si no, no entiendo lo que hablan, para entender a Dios tengo que aprender el lenguaje de Dios, porque si no, no le entiendo. Por eso decíamos que el lenguaje, el grito de Dios es la belleza y el modo ordinario es como una caricia de Él, es encontrar un signo que para nosotros es evidente.
Pero Dios tiene para toda la gente, en todo momento, una manera de hablar y es la evidencia. Allí donde todos vemos una cosa evidente – que ahora es de noche, ¡evidente! -, ahí está Dios. Claro, cuando los hombres se ponen a discutir cosas se confunden; las ideologías entonces quieren hacer ver amarillo lo que es rojo, contra todo sentido común. Ahí no está Dios. Dice el papa en una encíclica: donde haya un lugar donde un hombre presione a otro, trate de dominar, ejerza un dominio, allí no está Cristo. Pues podríamos decir lo mismo: donde los razonamientos ofuscan las evidencias, no está Dios, porque Él habla de la evidencia: ahora es de noche, ¡clarísimo, evidente, es lenguaje de Dios! ¿Por qué?, porque es verdad. Y Dios, que está en la belleza, está en la verdad, no en la confusión de las ideas. Por eso las evidencias, que la gente sencilla ve – ahora es de noche, ¡claro que es de noche! -, es la sabiduría de los sencillos. En cambio, la soberbia con su razón, con ideologías querría convencer a la gente de que ahora no es de noche sino de día. ¡claro, el sentido común me dice que me están tomando el pelo, que me quieren enredar! Dios, ni toma el pelo ni quiere enredar. Donde las cosas son evidentes, allí está Dios.
Por eso yo digo las siete tesis que predico sobre las cosas de América – yo no tengo culpa de lo que pasó en la historia, yo no existía -, ¡evidente! Sin embargo, en el seminario de Hermosillo, cuando presenté esas tesis, me dijo un seminarista indigenista que yo era culpable porque allí habían ido los españoles a cambiar espejos por oro. Ahora eso se ha hecho una teoría, es decir, ahora sale ya en los periódicos y van a enviar un barco de gente en el 1992 cargado de espejitos para devolvérselos a España.
Aquella gente preferían espejitos ,que no tenían, en vez de oro, que tenían a manta. Bueno, ¡esa es la ley que hay hoy en todas partes!, yo en eso no me meto en absoluto. Pero a esos indigenistas les decía que, de acuerdo, puede ser una estafa enorme. Y a ése en concreto que insistía le dije: pero un momento, ¿tú crees que yo tengo la culpa de eso?, ¡si yo no existía!, yo no he cambiado ningún espejito por oro ni nada, ¿tú crees que yo tengo la culpa? El hombre tuvo que reconocer que era evidente que yo no tenía culpa, pero eso le reconcomía tanto…que se levantó y se marchó.
No, donde hay evidencias, la evidencia es lenguaje de Dios y el que se cierra a ellas o le revientan, allí no está Dios, porque Él habla con ellas.
Ése es el regalo que os he hecho, esta nueva aportación a este conocimiento del lenguaje de Dios: donde hay evidencia, allí habla Dios.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Martes 13 de Diciembre de 1988 en Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra