… pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace, y le mostrará obras mayores que ésta para vuestro asombro. O sea, el Padre ama al Hijo, y si el Padre ama al Hijo, pues evidentemente no tiene secretos para Él, y entonces el Hijo, pues claro, puede hacer todo lo que hace el Padre. Y el Padre, una de las cosas que hace todavía es soñar que el Hijo aún haga mayores cosas que Él; y lo dice Jesús en otras partes del Evangelio y aquí también lo insinúa. Éste es el secreto, secreto que habría que imitar: si los padres amaran a sus hijos de tal manera que no tuvieran ningún secreto, que todo lo que saben se lo dieran, les dieran a los hijos todo, ¡qué maravillas harían los hijos, y todavía cosas más grandes! Si no hay este puente entre padres e hijos se frustrará la labor de los hijos, les costará mucho más esfuerzo descubrir las cosas por su cuenta, cuando ya están descubiertas. Si una cultura a otra en este mundo amara, se amaran, y entonces se transmitieran todos los conocimientos, las experiencias, todos los bienes…, todo, ¡qué bien, qué bien, cuántas cosas grandes harían unas y otras. Pero como decimos en la publicación que hacemos de Tante: no puede haber paz si no hay alegría, y no puede haber alegría si no hay justicia, pero no puede haber justicia si no hay amor. Pensar que los hombres pueden hacer justicia prescindiendo de amarse, ¡imposible!, siempre será la lucha del más fuerte, manipularán, como hace el derecho romano, que el vencedor siempre hace su derecho y pone los derechos que le convienen. Si no hay amor no hay justicia. Y aquí vemos esto, este meollo de este Evangelio: porque el Padre me ama no tiene secretos para mí. Y eso lo dice Jesús al final de su vida: ya no os llamo siervos, os llamo amigos, hijitos míos, ya no tengo secretos para vosotros, os llamo amigos.
Pues bien, eso es lo que hemos de procurar en este mundo: amar con corazón de padre, que es el que ama primero y es el que lo da todo. Los hijos a veces lo reconocerán, lo alabarán y lo agradecerán, y otros no, pero eso al padre no le importa, él da todo, transmite la vida, la existencia, y lo da todo porque ama. Pues bien, sepamos nosotros ir por el mundo con amor de padre, y a la vez con emoción de hijo que lo recibe todo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del mes de Abril de 1992 en Santo Domingo