Aún hoy nos resuena tanto lo que decíamos sobre la ultimidad en el Reino de Dios, todos somos últimos. Así no hay primeros ni segundos, siendo todos últimos todos somos servidores unos de otros – lo dice Él explícitamente: he venido a ser servidor -, así es como por milagro una comunidad se convierte en un trozo de Reino de Dios. No hay, como en los reinos de ese mundo, jefes que digan a los demás el porqué son primeros, y claro, ser primero siempre a costa de hollar un poco a los otros. ¡No, todos últimos, qué maravilla entonces!  

 

Pero yo querría fijarme en este evangelio de hoy en una palabra que, incluso después, purificada esta palabra, está de bandera de estos apóstoles, de Santiago y de Juan: possumus, poder beber el Cáliz que tú bebes. En los momentos en que la dicen, ¡oh, con qué limitaciones la dicen! La dicen porque creen que esta lucha de Cristo  es por un poder terreno de Israel en que ellos serán los jefes de este pueblo, expulsarán a los romanos y sí por un nacionalismo están dispuestos a todo, incluso a la vida quizás. Cristo les dice: ¡qué sabéis vosotros!, eso lo sabe el Padre. Y después beberéis mi Cáliz. Es lo que les anuncia Cristo del que ellos creen cuando dicen este possumus.  

 

Sus miras son muy terrenas, y entonces se sienten capaces de decir este possumus porque todo es terreno y creen que sus fuerzas podrán. Cristo está anunciando un mundo distinto, un mundo sobrenatural, un mundo de redención, de salvación, muy encima de lo que ellos creen que es la salvación: una salvación política, una salvación de liberación del pueblo oprimido por los romanos. Por añadidura eso vendrá más tarde cuando la Iglesia triunfe sobre el paganismo, sobre el mismo imperio romano, cuando hace que se convierta Constantino y todo el imperio. Pero eso viene por añadidura, viene muy después, viene de otra manera. Luego, cuando se convirtieron totalmente con el Espíritu Santo, sí que pudieron beber el Cáliz de Cristo- y Santiago es protomártir de los apóstoles-, “pudieron”, pero era un possumus distinto y no con sus fuerzas, pobres fuerzas humanas. Fue con toda la ayuda del Espíritu Santo que pudieron beber el mismo Cáliz que Cristo.  

 

Aleccionados nosotros por esta maravillosa atención de Jesús y de los apóstoles a hacer la voluntad de Dios sobre nosotros, decimos un possumus, pero por una parte con boca pequeña porque sabemos que con nuestras fuerzas, nada de nada. Pero también con una boca muy grande, podemos, porque confiando en el Espíritu, Él nos hará hacer así esta voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros.  

 

Pues que estas miserias y estas grandezas de sus apóstoles en nuestras miserias, nos hagan decir: ¡gracias por la obra del Espíritu Santo al servicio del Señor!  

 

Alfredo Rubio de Castarlenas 

 

Homilía del Miércoles 22 de julio de 1987 en Santiago de Compostela 

Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra 

 

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