Entre un chico que haya nacido en un barrio pobre, que no haya ido a la escuela, que no haya ido a la universidad y un gran científico, no hay tanta diferencia. Entre la grandeza de la reina de Inglaterra y la grandeza del jardinero no hay diferencia, los dos son iguales. Los dos existen en medio de la nada, los dos pueden pensar, los dos pueden amar, los dos comen una sopa caliente para cenar, y quien más ama más gozo tendrá. Y si el jardinero es más capaz de amar y más es amado, será más persona humana y más feliz que la reina si ama menos o es menos amada. No importa tener una habitación más grande o más pequeña, la diferencia es poca.

 

Y es lo mismo, un niño bueno se las sabe todas porque ha recibido de los padres, de la calle, de ver los autobuses, del dinero, de pagar, de encender la bombilla, de ascender a lo que es un Everest, igual que el otro, aunque el otro tiene unas piedrecitas más.

 

Pues ese gran lote de racionalidad lo tiene, lo tenemos inmersos por ósmosis en nuestra cultura. En cambio, los que están allí –sean más sabios o menos sabios -, en medio de África o en un pueblo de los Pirineos, tendrán toda la cultura que pueden tener, pero evidentemente será distinta a la nuestra.

 

Volviendo a la libertad. Hay que educarla. Si a un niño, a medida que va teniendo razón, no se le va educando en libertad, tendrá una libertad coja. Las personas, aunque tengan muy bien educada su inteligencia, si no tienen educada la libertad, si la tienen atrofiada, son monstruos. El ser humano debe hacer crecer paralelamente el cultivo y la educación de la razón con el cultivo y la educación de la libertad, si no uno es un monstruo. Nosotros podemos tener un sentido de la libertad gigantesco, pero si no está armónicamente unido a un equilibrio de la libertad y su razón, somos como un monstruo.

 

Apunto ahora a un hecho fenomenológico y sociológico. ¡Cuánto dinero gastan los padres, la sociedad, el Estado y el Ministerio de Educación y Ciencia en desarrollar la inteligencia de los ciudadanos o de los hijos! ¿Cuántos dineros y cuántas horas gastan la gente, los estados y los gobiernos en educar la libertad para que no seamos monstruos y haya una correlación perfecta entre inteligencia y libertad? ¿Cuánto se gasta? Nada.

 

Hay Ministerio de Educación y Ciencia y… ¿Dónde está el Ministerio de la Libertad, el ministerio de educar la libertad?

 

El Estado cree que poniendo unas leyes ya vale. Ponen una ley y si cogen a un señor que no respeta las leyes le hacen un juicio y va a la cárcel. Esto es absurdo. Primero se debe educar a la gente a tener libertad, porque si no siempre harán cosas raras, siempre caerán de una forma u otra dentro de la ley prohibitiva. Quizá sí que es necesaria una ley que marque unas fronteras, pero antes de esto, ¿Cuánto dinero se ha gastado desde la niñez en educar la libertad? Nada, por lo tanto, no nos podemos quejar de que la sociedad sea como es y de que la gente haga disparates y locuras como los atentados. ¿Quién se ha preocupado de educar la libertad?

 

Pasa también, en otro aspecto como es el amor, ¿Quién educa el amor? Pensamos que eso ya sale de dentro, que es instintivo, pero… ¿Quién educa a las parejas para que sean buenos esposos y buenos padres de familia? Si observamos la sociedad vemos que el instinto no funciona, hay divorcios, etc. Por lo tanto, esto no sale de dentro. Es verdad que tenemos una capacidad de amar, pero es salvaje, hay que educarla, hay que enseñarla, hay muchas cosas que enseñar sobre el amor. Pues lo mismo sobre la libertad.

 

¿En qué consistiría la educación de la libertad?

 

Yendo de la mano del realismo existencial, diría: si una persona se comporta como un animal que vive, come, duerme, hace el amor, etc. sin plantearse ningún problema, sin pensar en su existencia –que es una evidencia -, sin plantearse que antes no existía y ahora existe, y sin pensar en lo que es su existencia, le faltará la base de una educación de la libertad. Con una persona que no se plantee esto no hay nada que hacer ni que educar, porque no quiere pensar, y quiere dejarse llevar por instinto. Eso es comodidad. Por eso hay que ir al realismo existencial también en esta cuestión de la libertad: existo, podía no haber existido. ¿Qué soy? Un ser humano que es racional y libre. Cuando uno se da cuenta de que es libre, es como descubrir que tenemos dos patas. El niño, cuando va a gatas y descubre que los demás tienen dos patas y que él también las tiene, quiere ponerse en pie y caminar con las dos patas. Se ha dado cuenta de que tiene dos patas y quiere utilizarlas. Si el niño no se diera cuenta de que las tiene, porque tuviera una pantalla de medio cuerpo hacia abajo, no se plantearía el problema de qué tiene que hacer con sus patas. Pues, mientras la gente no se da cuenta de que son animales inteligentes y libres, no se plantean qué tienen que hacer con la libertad.

 

Por lo tanto, un primer paso, supuesto ya que la persona piensa, es que la gente se dé cuenta de que tiene libertad. Y, ¿Qué es eso de tener libertad? ¿De dónde me viene el tener libertad? ¿Qué tengo que hacer con mi libertad? Pues ésta es la primera sorpresa: ¡soy libre! Soy libre, y saberlo me hace sentir un gran escalofrío desde los pelos a las uñas de los pies. Me ha tocado la lotería de existir, soy un ser humano inteligente y libre pudiendo no haber existido, o más trágico aún, podía existir y no ser libre, no ser inteligente.

 

Me decía alguien hace unos días que la gente en Casa sabe el realismo, lo han leído, lo han meditado, lo han oído por activa y por pasiva casi hasta la saciedad o el aburrimiento. Sí que ven que puede tener muchas aplicaciones y muchas consecuencias, pero aquí está encallado. ¿Cómo se llevan a término esas consecuencias? Yo les decía que falta un punto. Falta un punto absolutamente necesario, sin el cual todo eso no sirve para nada. Lo importante no es verlo o saberlo. ¿De qué me sirve a mí ver una mesa llena de naranjas, manzanas, quesos o panes, si no me los como? Sé perfectamente que hay unas naranjas, que dentro tienen un hueso, y que si lo siembro saldrán naranjales. Sé que son de color amarillo porque lo veo, o si la muerdo me doy cuenta de que es un poco ácida. Puedo saberlo todo, pero, mientras yo no me coma estas cosas, no me sirven de nada, me las tengo que comer. Y, ¿basta el comer? No. Las puedo comer y eliminarlas tal cual, y seguirán sin servirme de nada, las tengo que asimilar. ¿Me basta? No. Porque una vez asimiladas tienen que hacerse carne de mi carne, si no estos manjares no me servirán de nada.

 

Pues vosotros podéis saber todo sobre el realismo existencial, pero mientras no lo hagáis carne de vuestra carne, os moriréis hambrientos de paz, de sosiego y de alegría de existir. Y ¿Cómo se sabe esto? Pues el síntoma de que realmente lo estamos empezando a hacer carne de mi carne es el sentir un escalofrío, desde la punta de los cabellos hasta las uñas de los pies, que nos deje helados. Y esto no nace de pensar que realmente podíamos no haber existido, sino de asimilarlo, tragarlo y hacerlo carne. El día que tengáis ese susto de pensar que realmente podíais no haber existido, entonces tendréis asimilado el realismo existencial. Pero hay que pasar por todo esto, si no, es que no se ha comido y no se ha tragado. Tiene que haber una conversión del espíritu del hombre al realismo existencial, hay que verlo, tragarlo y asimilarlo. Pues en la libertad pasa lo mismo.

 

El estar contento viene de dos factores. Primero de asimilar que “soy”, y segundo de asimilar que “podría no haber sido”. En el caso de la electricidad, la bombilla no da luz si no hay dos cables unidos a ella. Un cable es este decir “¡soy!”, es lo primero que yo noto, y el otro es «¡podía no haber sido!» Y de este segundo cable de “podía no haber sido, pero soy” surge la luz en la bombilla de la alegría de existir. Nace la alegría de ser razonable, de ser libre. Y, ¿bastarían estos dos cables? No, porqué podemos tener los dos cables y la bombilla, pero no tener luz. Es necesario unir estos dos cables con el interruptor que es la humildad óntica. Si yo “soy” y me creo un semidiós, de ahí no puede salir ninguna alegría, sino todo lo contrario.

 

Para que surja verdaderamente la alegría son necesarias tres cosas, las dos primeras y esta tercera que es la aceptación mía de la humildad óntica. Tengo que aceptar ser lo que soy, y saber lo que soy. Soy un ser contingente que podría no haber existido, soy un ser que de mí no está él seguir siendo, pero soy. ¡Que alegría! Y soy capaz de ver a las demás personas y sentir amistad, amor, y belleza. Soy un ser limitado y no estoy reconcomio de no ser otra cosa más de lo que soy. Y soy con todas unas potencias que veo en mí y que puedo desarrollar al máximo.

 

La plena aceptación de uno mismo no significa un quietismo, sino significa la aceptación de ser “ser humano”, no querer ser otra cosa, y desarrollar todas nuestras capacidades de inteligencia y de libertad que hay en nosotros. Precisamente liberado de las ataduras de mis soberbias locas, de mis egoísmos y de creerme un semidiós es cuando tengo todas mis energías disponibles para trabajarlas desarrollando al máximo mis potencias, o sea lo más opuesto al quietismo.

 

Para que haya alegría y luz de ser un animal que existe, inteligente y libre, necesito haber hecho carne de mi carne este “¡soy!” Con el susto de poder no haber sido y con la humildad óntica surge esta alegría que es motivo de praxis.

 

Hablando de la libertad, hay gente que confunde, o no distingue bien entre libertad y voluntad. Naturalmente que una incluye a la otra, pero no es exactamente lo mismo. Yo hago actos de voluntad porqué soy libre. Y la voluntad se confunde también, a veces, con el amor. Uno puede amar, pero el amor, o es libre o no es amor. No se puede amar nunca por obligación. El amor es fruto de la buena voluntad o no es amor. Y la buena voluntad y el amor son posibles porque uno es libre.

 

En la educación para la libertad lo primero es que la gente sepa que es libre, que tienen dos patas, y que al saberlo lo acepten y se conmocionen de alegría sin querer tener cuatro en lugar de dos. Y esta alegría sí que será motor para educar bien la libertad, una libertad despierta, una libertad que ha cobrado consciencia de sí misma, que se acepta como es, con sus límites, sabiendo que, o soy así, o no sería de ninguna manera. Tengo libertad humana o no existiría.

 

A partir de aquí, una persona que está alegre de tener dos patas, se pregunta qué puede hacer con ellas, para qué sirven, qué son, como las puede utilizar… Y aquí es donde empieza la educación de caminar, correr, nadar o saltar, dentro de todas las posibilidades que tenga la persona. Este es el primer punto.

 

[tras un descanso prosigue la charla]

 

Hay un gran profesor negro, de Estados Unidos, de Harvard, que está casado con una escocesa y tiene varios hijos que imagino que serán mulatos. Pues este hombre ha publicado un libro, el primero de dos tomos, que se llama Historia de la libertad. Abarca desde Grecia hasta, quizás, el final de la Edad Media, y el segundo tomo será la historia de la libertad hasta hoy. He leído esto que os comento en una entrevista muy interesante que le han hecho, pero lo que más me ha chocado de él es que dijo: “fue necesaria la esclavitud para que el hombre cayera en la cuenta de la libertad”. Antes la gente no se daba cuenta de que era libre, no habían pensado que su obrar procedía de una potencia de ser libres que les permitía actuar de una manera o de otra, y que tenían una capacidad de elección. Esto se vivía, pero inconscientemente, sin haberlo racionalizado. Y de hecho no es de extrañar porque esto nos ocurre muy a menudo con muchas cosas. Uno vive haciendo muchas cosas y no se da cuenta, por ejemplo, de la salud que tiene, vive sano sin darse cuenta. Es cuando se pone enfermo y se tiene que quedar en la cama, encontrándose muy mal, cuando cae en la cuenta de que hay una cosa que se llama salud, que él la gozaba ordinariamente y que no se había tomado la molestia de pensar sobre ello y ser consciente de que era un animal racional, libre y sano. Cuando se pierde la salud cae uno en la cuenta de lo que es y trata de recuperarla como puede. Pues ellos vivían libres pero no se daban cuenta.

 

Ese darse cuenta de la libertad, que tanto ha atravesado después toda la cultura nuestra, desde Grecia hasta ahora, no fue una conquista de Aristóteles ni de Platón ni de los sabios, sino que lo plantearon los esclavos. Ellos sí que se daban cuenta de que no tenían libertad ninguna, no podían determinar nada, el amo era todo; los vendían, los compraban, los dedicaban a hacer esto, les mandaban hacer lo otro, tenían que obedecer, y si no lo hacían los mataban. Ellos, por contraste entre ver lo que hacían los dueños y su condición de esclavos, son los que descubrieron qué era la libertad. Entonces, cuando los esclavos descubrieron eso, los dueños empezaron a manipular el descubrimiento y les decían a los esclavos que si hacían el trabajo bien tendrían libertad. Pero como no la tenían, no se la podían coger ellos mismos, tenían que esperar que se la dieran y nunca se la acababan de dar. Era como la zanahoria del caballo, les ponían la libertad como una meta a alcanzar y corrían hasta reventar sin haber llegado a ser libres.

 

La segunda fase de esto fue la reacción de los esclavos al ver que ellos habían descubierto la libertad que los otros tenían y que no se daban cuenta. Un enfermo se enfada mucho con sus amigos cuando están sanos y no se dan cuenta de ese tesoro que tienen, y, además, lo utilizan mal porqué se emborrachan y lo pierden y dicen: si esta gente supiera el tesoro que es estar sano, no lo perderían de esta manera tan idiota. Pues ellos se sentían manipulados, porque se daban cuenta de que lo que los dueños decían era un truco para que trabajaran más todavía, y sin llegar a tener libertad. Y aquí es donde empieza la rebelión famosa de los esclavos, pero así tampoco salieron adelante.

 

Fue necesario que la gente que era libre cayera en la cuenta del tesoro que tenían por reflejo con los esclavos, por esas mismas rebeliones, para que se empezara a valorar desde el pensamiento humano la libertad, que antes nadie la tenía en un programa de pensamiento.

 

Luego, el autor hace una aplicación de lo mismo diciendo que siempre los esclavos -empezando por los de Norteamérica- han sido los que han hecho cobrar conciencia de la libertad. Si América hoy se cree campeona de la libertad es gracias a los esclavos. Después de muchas cosas ha cobrado conciencia, y ahora es panegírica de una libertad, a su modo, porque en el fondo es una tremenda esclavitud a través de los medios de comunicación, de la propaganda, de la educación que se da en las escuelas, etc., pero se ha hecho, en ese sentido, empujado por los esclavos.

 

La libertad hay que educarla, porque si no, se queda salvaje, errónea y engreída en más de lo que es. Antes poníamos el ejemplo de que realmente hay que aceptarla con alegría, y volviendo al interruptor, con los cables necesarios. Si yo pongo los dedos a los agujeros del interruptor me da una descarga impresionante, ¡alegría ninguna! Por eso los enchufes los hay especiales ahora para evitar accidentes, principalmente con los niños. Pues si de la conciencia de ser y de que podía no haber sido se une, sin poner antes el interruptor y la bombilla para que esto dé buena luz, sino que yo pongo los dedos, me da un escalofrío impresionante y uno se queda medio electrocutado. Necesitamos de la humildad óntica, como interruptor, para que realmente dé luz.

 

Naturalmente, si yo ahora dijera, en el Parlamento europeo o español, que hay que educar la libertad, me mandarían callar porque a nadie de los que manda les interesa educar la libertad, porque cuanto más se eduque la libertad, más complejo se hace el mandar. Precisamente el horizonte límite de la total educación de la libertad responsable y de respeto mutuo lleva al DEL, al salto cualitativo de la democracia, “Democracia en Libertad”. Pero nadie de los que mandan quiere dar ese salto cualitativo. Quieren que todos pasen por las orcas caudinas de los que mandan, y del estilo con el que mandan, y de las ideas que guían su gobierno, y por lo tanto no interesa a nadie educar la libertad, sino al revés, como aquellos esclavos que se creían libres; o prometiendo la libertad pero de hecho no dándola; o sea, que la gente que no piense que es libre, que vivan como animalitos, que no vivan la paternidad responsable, que hagan todas las tonterías que quieran con todos los medios técnicos que les ofreceremos pero sin responsabilidad. Y en el amor lo mismo.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 1992

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