Estamos este sábado, 30 de junio, celebrando, podíamos decir, la última Eucaristía de este curso en esta capilla, hoy precisamente no demasiado concurrida, porque unos están de exámenes, y otros están, pobrecitos, tan agotados de los exámenes, que no tienen        para moverse. Y también porque ha empezado ya un poco la diáspora de final de curso. Pero estamos, estamos aquí una buena representación, masculina, femenina, personas mayores, de mediana edad, jóvenes, nunca hay niños en esta celebración en la universidad, no acostumbran, alguna vez han venido, pero no es lo ordinario. Hay universitarios, hay teólogos, teólogas, hay fieles devotísimos, fidelísimos a esta Eucaristía, y que, seguidores, como las santas mujeres, del Señor, está Catalina, la responsable de estas misas; estoy yo, capellán de la Universidad. De manera que, aunque seamos pocos, hay una buena representación, e incluso entra en este momento otro que se suma a esa representación de hoy, un joven teólogo también.

 

Pues estamos, como digo, celebrando, pocos, pero representativos, en esta clausura de curso de estas misas. ¿Quiere decir que no vamos a volver aquí hasta el próximo curso? No. Yo diría que siempre que podamos -y si un sábado no se puede no pasa nada-, pues siempre que podamos, algún sacerdote acompañado de alguien, Catalina especialmente si está, pues venir por aquí. Y se podía preguntar: bueno, ¿y qué objeto tiene venir por aquí si tan pocos somos, si casi no habrá fieles, para qué venir? Pues sí, hay que hacer el buen esfuerzo de seguir viniendo, si se puede, y si una vez no se puede no pasa nada, para no perder esa buena costumbre que ya va teniendo la universidad de saber que venimos; los porteros nos esperan, nos dan la llave. ¡Uy, si esta tradición se interrumpe demasiado, luego, madre mía, qué podría pasar! En esas circunstancias hay que mantener esta llamita viva, que no se apague, para que pueda volver a inflamarse con fuerza cuando todo sea momento oportuno; hay que mantener esta llamita.

Luego viene agosto. Agosto ya es otra cuestión, porque ya son unas vacaciones oficiales, de todo, ya pasa más desapercibido si venimos o no venimos. De todas maneras habrá que pensar si en agosto se puebla la universidad de estudiantes internacionales que vienen a los cursos de verano, en cuyo caso también, si se puede, se podría venir, se debería venir; más aún, si aseguráramos que en agosto aquí hay un cura, o varios que se comprometen a venir cada sábado, y hubiera muchos alumnos internacionales, sería momento precisamente de anunciar estas misas de cara a ellos, en inglés, en francés, en alemán. Y quizá vengan, y eso sería también un estímulo tanto para las autoridades universitarias de aquí como para los mismos españoles, decir: ¡ay caramba, fíjate, los extranjeros vienen a la misa! Digo esto, y no sería la primera vez que esto ocurre. Tenemos experiencia de otros años, hace algunos años, en que realmente venían muchos extranjeros, gente católica y buena, a asistir con gozo a una misa en la universidad, donde están haciendo los cursos de verano. Podía ser el sábado, y si no bien en sábado, lo podíamos hacer en viernes. De manera que eso ya se verá cuando nos acerquemos a agosto. Y luego en septiembre, con ese recorte que hacen en el curso académico, que ahora en vez de empezar en octubre dejaran a la gente tranquila tres meses, ya les fastidian empezando a principios de septiembre, por lo menos los exámenes; bueno, pues en septiembre es de esperar que podamos volver aquí a seguir manteniendo “in crescendo” esta llamita de presencia de Dios -bueno, Dios está presente siempre-, de presencia de Jesús Eucarístico en esta magna “alma mater” de las universidades de Barcelona. Bien.

 

El Evangelio de hoy de la Virgen nos señala cómo la Virgen gozosa, con el Niño Jesús en las entrañas, y sabiendo que Isabel está esperando ya en el sexto mes, sale presurosa a las montañas para felicitar a Isabel, y quizá no esperaba tanto que Isabel la felicitara a ella. Pero le descubre el secreto. Entonces hablan felices una y otra de ese Misterio que cada una lleva en sus entrañas; se alegran, cantan el Magníficat.

 

En este mes de julio, en este mes de agosto, qué duda cabe que unos y otros tendremos que salir para un lado, para otro, próximamente ya en la Murtra hay ese cursillo del Itinerario al que quizás algunos vayan, y otros tienen que ir para Trujillo, otros para allá, que si las colonias de verano, que si los apostolados éstos, que si ir a Santiago en peregrinación los esforzados que van en bicicleta desde aquí. Es una época como ésta de María, de salir presurosa, caminar lejos por las montañas, llegar donde deseaba para cantar este Magníficat, entonarle.

Este es el programa que tenemos por delante. Ojalá sepamos ir presurosos, sin temor a las dificultades del camino ni a los obstáculos de las montañas que puedan surgir, no sólo geográficas sino de otras muchas índoles, para llegar al objetivo a cantar las maravillas de Dios. Pues bien, vamos a pedir a la Virgen en esta misa cuyo Evangelio es éste, que nos dé esta fuerza, este coraje, esta alegría, este empuje, este gozo del alma para todo lo que tengamos que emprender este verano. Así sea.

 

[posteriormente Alfredo añade unas palabras.]

Digo que, pensando un poco en ese curso que acaba, podíamos decir: ¿Qué han sido las conclusiones, el resultado que podíamos sacar de esto? Yo diría, así a bote pronto, dos muy importantes: una, que hemos podido venir todo el año, manteniendo esta llama de esta presencia eucarística en la universidad. Sabéis que va a llegar la llama olímpica que va a recorrer siete mil kilómetros en España, dando la vuelta, yendo a las Canarias, yendo a las Baleares, ¡una llama olímpica! Bien, es interesante, es un fenómeno humano, es el deporte, quizás excesiva competitividad, pero ¡la llama olímpica! Bueno, mucho más importante es que hayamos mantenido esta llama de Dios en medio de la universidad. Y bien, estamos aquí hoy, ¡qué gran cosa!

Segunda. Que se han iniciado aquí, y por Laurentino – ¡está tan contento con la proximidad de sus ministerios! – el hacer, por ausencia de sacerdote algún sábado, una paraliturgia como es la paraliturgia dominical. Esto no había pasado nunca, esto ha sido este año, esta aportación de los laicos tan importante. Creo -eso ya se desarrollará- se irá haciendo con mayor frecuencia, eso ha de ser un laboratorio espléndido de esta experiencia, y no sólo de hombres sino también de mujeres, el dirigir esas paraliturgias de cuando en cuando. Esta novedad de este año, creo que ésa es otra gran cosa de este curso que acaba. Luego, a lo largo de este año que hemos venido manteniendo esta llama, como decíamos, han ocurrido muchas cosas: unas veces que ha venido gente del extranjero, unas veces que hemos celebrado aquí alguna cosa importante, recordamos la presencia de Pepe Barrenechea, que afortunadamente pudo ir a una Cena Hora Europea otra vez -ha resucitado-, y esperamos que en las misas próximas pues venga por aquí otra vez. En fin, tantas cosas han pasado, pero se resumen en ésta: hemos de estar. Y segundo: hemos iniciado esas paraliturgias de los laicos, que hay que multiplicarlas por todas partes, en todas las parroquias, todos los días, todos los pueblos, domingos. Creo que hemos hecho, pues, dos cosas que el Señor bendecirá.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 30 de Junio de 1990 en la Universidad

Comparte esta publicación

Deja un comentario