Las palabras de Jesús son verdaderas. Y si alguno esto lo olvidara, cosa que es imposible de olvidar, pero, en fin, aquí Él mismo que nos lo recuerda en este Evangelio de San Marcos que la Iglesia pone hoy en la lectura continuada, y que nosotros leemos en esta festividad de la Virgen de Guadalupe: En aquel tiempo Jesús decía a la gente… Podía con toda verdad. O sea que recuerda que Él dice palabras verdaderas. Entre todas las madres que han llevado al mundo, no ha habido ninguna más grande que la de Juan Bautista. Es verdad, ¡si Él lo dice! Hasta aquel momento. Porque Él, no cabe duda, es más grande que Juan Bautista. Por lo tanto, la Virgen María, que llevó en su seno a Jesús también es más grande que la madre de Juan el Bautista, Isabel.
De los nacidos de madre de antes de Cristo, Juan es el más grande, nos lo dice Jesús, lo hemos de creer totalmente: ¡qué grande es Juan! Si también dudáramos de esto -que no se puede dudar-, aquí está lo que explica sobre Juan. Desde que ha venido Juan hasta ahora, poco tiempo era, es decir, empezó a predicar Juan hasta aquel momento que estaba Jesús, ¿Qué tiempo pudo pasar?, un año, una quincena…
El Reino de Dios se abre paso con firmeza. Por eso es grande Juan, porque con Juan el Reino de Dios que ha venido a traer Cristo, ya se abre con firmeza en medio del mundo. Los profetas ya lo anunciaban, pero era un resquicio de luz. Juan ya lo realiza aquí con aquella predicación: los que queráis venir al Reino de Dios, convertíos, haced penitencia, el Mesías, el Enviado está cerca, está ente nosotros. Por eso, porque está entre nosotros y está cerca, está abriendo firmemente este Reino de Dios.
La ley y todos los profetas lo anunciaron hasta que ha aparecido Juan. Todos los profetas anunciaban que habría el gran anunciador de Jesús, que es Juan. Y sigue diciendo Jesús. Juan es Elías, el que según las profecías había de venir. Pero no que Juan sea personalmente Elías, sino que es realmente el que encarna lo que representaba Elías para esos momentos cercanos a Cristo, en que tenía que anunciar alguien hecho un Elías flamígero. Juan es el nuevo Elías que tenía que venir para anunciar a Jesús, es Juan, no lo dudéis. Aunque no lo queráis creer, es él el gran anunciador de Cristo. Quien tenga orejas que lo oiga.
Aquéllos que estaban escuchando a Jesús, dudaban de que Juan fuera verdadero anunciador del Reino de Dios. Había otros que anunciaban el Reino de Dios y lo anunciaban diciendo que había que ser guerrilleros, que había que organizar unos ejércitos para luchar derramando sangre: eran los zelotas, y mucho más los sicarios. Sicarios eran aquéllos que, como Barrabás, siempre con el puñal en la mano, estaban dispuestos a matar a quien se pusiera por delante para tratar de liberar a Israel de la opresión del Imperio de Roma.
Como Juan Bautista predicaba en el desierto el perdón de unos con otros, predicaba la conversión, la penitencia, a muchos le podría parecer que éste no era el verdadero anunciador del Mesías que estaban esperando como un gran guerrero para librar a Israel. Quizá dudaban de que fuera Juan Bautista, el pacífico, el que predicaba penitencia, que fuera el nuevo Elías. Jesús aquí lo señala muy bien.
Y terminamos diciendo otra frase que dice en medio de este Evangelio. Es el más grande, y, sin embargo, el más pequeño del Reino de Dios es más grande que él. Porque él prepara este Reino, pone las bases firmes. ¡Qué grande! ¡Qué grandes sois todos los que estáis aquí en este momento, que estamos aquí, más grandes que Juan el Bautista! Porque, aunque seamos el último, el más pequeño, el más insignificante, el más mediocre de los ciudadanos del Reino de Dios que ha establecido Cristo en medio de nosotros, somos más grandes que Juan. ¡Qué grandeza, pues, es la nuestra! Grandeza porque hemos recibido el Bautismo de Jesús. Allí Jesús recibió el bautismo de Juan, pero no recibió el Bautismo de Jesús. Porque recibimos nosotros la Eucaristía, que estamos celebrando ahora: Juan no tuvo la alegría de poder recibir la Eucaristía. Porque somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo de una manera especialísima por los sacramentos. Hemos recibido en los sacramentos el Espíritu Santo que vino sobre Pentecostés, y Juan, sin embargo, no tuvo esa dicha, esa oportunidad.
¿Es que Juan Bautista en el Cielo no será un gran santo que quizá, quizás, esté muy por delante de muchos santos que hay en la Iglesia? Seguro, porque a Él le aplicaron de una manera especialísima los méritos de Cristo como Él realmente se merece según los elogios que hacen aquí. Pero eso no quiere decir que en este mundo y en la Iglesia que ya fundó Cristo allí con los primeros discípulos, con Pedro, con los apóstoles, Juan no está. En el Cielo Dios sabe dónde estará Juan ocupando su sitial. Pero en el Reino de los Cielos en la tierra, del que Juan puso los fundamentos básicos con su predicación, cualquiera de aquellos apóstoles, discípulos, por pequeños que fueran, nosotros: somos más grandes que Juan en la tierra.
Bien. De aquí, ¿Qué hemos de sacar? Dos cosas.
Que Cristo y la Virgen María están muy por encima de lo que eran las madres y todos los profetas. Y hoy que estamos celebrando la Virgen de Guadalupe nos hemos de dar cuenta de esto, de que Cristo es la verdadera luz, la plena luz, pero María es el amanecer, la alborada esplendorosa de esa plena luz. ¡Qué grande es María, corredentora con Cristo, co-medianera! ¡Cómo nos hemos de poner a su sombra protectora! Y no habría que decir su sombra protectora, sino bajo su luz protectora, porque es Inmaculada sin sombra ninguna. Bajo su luz, de la Virgen de Guadalupe, Virgen de Nuestra Señora de la Alegría, Virgen de Montserrat, Virgen del Pilar, Virgen de Guadalupe, y todas estas advocaciones, que son como piropos cariñosos que decimos a la Virgen.
Y segundo, ¡qué elogios nos hace Jesús al más pequeño de los que estamos en su Reino!, ¡qué grandes somos! Porque incrustados en Él, ¡cómo hemos de sentir esa humildísima -sin mérito ninguno por nuestra parte-, nuestra humildísima casi infinita dignidad de hijos de Dios, saber ser portadores dignos. ¡Hijos! ¡Cómo hemos de ser humildísimos! Y a la vez, si nos vieran los paganos nos tendrían que ver translucir como gente sencilla, humilde. Tendrían que vernos un resplandor invisible pero palpable por todos los poros.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 12 de Diciembre de 985