Ciertamente hoy estamos llenos de alegría, de gozo y de júbilo. Es lunes de Pascua. Conmemoramos la Resurrección de Cristo en primer término, y también esta fiesta de Nuestra Señora de la Madre de Dios de la Alegría.

Y digo que tenemos, que estamos llenos en nuestro corazón de estas tres cosas: alegría, gozo y júbilo. No son lo mismo.

 

La alegría es un estado de ánimo, estamos alegres. Pero esta alegría muy grande tiene una variante de repercusión sensible: es el gozo. Y esta alegría y este gozo hacen como si tuviesen una aureola de que la gente (¿vea, sienta?) una luz de júbilo. Pues hoy es el gran día para estar así. Desde ayer que resucitó el Señor, y que hoy celebramos esta alegría, este gozo y este júbilo de María.

 

Todos nosotros, buenos devotos también de san José, estamos acostumbrados a rezar al Santo Patriarca en estas fechas y acontecimientos de su vida, que son los dolores y los gozos de san José. Siempre han estado relacionados el uno con el otro.

En cambio, con la Virgen María eso no es tan (¿claro, evidente?). Todos celebran los Dolores de María. Antes, como sabéis, eran el viernes de la semana de Pasión. Después lo han trasladado en la nueva liturgia al 14 de septiembre: los Dolores de María. Aquella imagen de María traspasada por siete espadas, como le profetizó allí en el templo Simeón, el viejo Simeón. Eso en todas las casas y en todos los corazones lo tienen muy presente. María también al pie de la cruz teniendo a Jesús sobre sus rodillas, María llevándolo a su sepulcro.

Pero al igual que san José, hemos de tener dentro de nuestra devoción muy claramente que, junto a estos dolores de María, hay también el estallido de alegría, de gozo y de júbilo de la madre de Dios cuando Cristo resucita. Y hoy lo celebramos de una manera especial. Ya era ayer también este gozo de María, pero la liturgia, naturalmente, fija su atención principalísima y exclusiva en el hecho de la Resurrección de Jesús. Es hoy, al día siguiente, cuando ya nuestra atención puede mirar alrededor de este Misterio de la Resurrección, y ver en primer término a María, es hoy cuando celebramos su alegría.

 

Hoy para nosotros también tiene un motivo muy particular. El año pasado vinimos por primera vez a esta capilla, a este altar, delante de esta imagen, y vinimos a rezar. Determinamos tenerla como primera patrona de una nueva asociación. Vinimos a comunicarle, como a decirle. Hoy venimos ya a su primera fiesta a celebrarle.

¡Qué alegría cuando a esta asociación de presbíteros le llega ya un nuevo amanecer, que podamos celebrar hoy cinco sacerdotes en representación de los que no están presentes hoy aquí, pero que los tenemos muy presentes en el corazón! Y también están estos cinco diáconos en representación de las nuevas generaciones, y ya tan cerca de su ordenación.

Asociación que conoce y bendice el señor cardenal; que conoce y bendice también el secretario general de la diócesis.

 

La Providencia hace que puede ser que haya bien pronto un lugar donde pueda fundamentarse materialmente. Pero lo más principal todavía es que la Virgen, la Madre de Dios de la Alegría presida esta celebración nuestra; que estemos aquí como fundamentos vivos de aquel deseo, de esta aspiración, de esta vocación personal. No tenemos más que decir que la Virgen, Madre de Dios de la Alegría, nos lleve de su mano, que nosotros seguiremos sus indicaciones, sus huellas. Y nos podemos aplicar lo que el Evangelio de San Mateo dice aquí, que cuando Jesús se aparece, les dice: Dios os guarde. Y se ponen a su lado, lo abrazan, lo adoran; y Jesús les dijo: no tengáis miedo, Dios os guarde, no tengáis miedo.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 31 de Marzo de 1986 en la catedral de Barcelona

Comparte esta publicación

Deja un comentario