Muchos que estáis aquí hoy habéis venido porque sabéis que muchos de nosotros celebramos una gran fiesta, que es el recuerdo de la llegada a Barcelona de Tante, de Dolores de Bigourdan, que tanto representó para nosotros durante tantos años, que ella felizmente nos acompañó. Llegó con 60 años, y murió con 86 años, por lo tanto, una dilatada estancia de más de 25 años entre nosotros. Su recuerdo de aquel testimonio callado pero constante de caridad para con todos, de una prudencia exquisita, de una fidelidad, de un don de consejo en pocas palabras, y era de buen humor siempre, y realmente infatigable en este quehacer de presencia maternal en la Casa. Fue un ejemplo para todos los que la hemos conocido, hemos convivido con ella tanto tiempo; es un recuerdo que nos motiva continuamente a tenerla muy presente, como si nos siguiera aconsejando esta fe intrépida que hay que tener para caminar en el pueblo de Dios, ¡fe intrépida! Que pedimos a ella que sea la intercesora de este gran don que ella, por otra parte, tan ejemplo nos dio con su propia vida tan difícil a través de guerras, de situaciones complicadísimas en África, y en toda su estancia y en toda su vida. Una fe intrépida. Yo es lo que diría de Tante como definición, y por lo tanto le pedimos desde aquí que ella sea intercesora de esta virtud fundamental que hemos de tener los cristianos.
Recordamos hoy en esta santa Eduvigis, que es el aniversario de cuando ella llegó a Barcelona y la fuimos a buscar los pocos que éramos entonces, con una gran ilusión, una gran esperanza, al puerto, venía en barco desde sus islas Canarias. Y bajaba a esa aduana primero que van los pasajeros del barco, allí, un poco destartalada en el antiguo muelle de Barcelona, y nosotros estábamos allí pegando las narices en un cristal que separaba para ver quién era, no la conocíamos, Juan Miguel sí, era su tía, claro -de ahí «Tante»-; primero le costó a él descubrirla entre tanta multitud de pasajeros, luego la descubrió, ¡aquélla!, y nosotros no sabíamos si era aquélla o la otra o aquélla de más allá, y por fin ya, ¡aquélla, aquélla que va con ese pañuelo, etc..! Bueno, ya la vimos y la esperamos con un ramo de claveles, un clavel por todos los que éramos entonces, pocos, siete, y yo ocho; y en la Isetta nos vinimos aquí a celebrar la misa; por eso esta capilla tiene tantos recuerdos en este aniversario. Y desde aquí ya fue a General Vives.
Pues la recordamos hoy muy especialmente en esta celebración que está presidida por Cristo mismo en la Eucaristía, y que la tenemos también nosotros muy presente en nuestro recuerdo y vivamente en nuestro corazón. De ella surgió una casita, como en tanto otros, una casa que promovía unas vocaciones que se ocupaban de ella, se las aupaba a que siguieran su camino. Y hoy nos gusta tener aquí presentes a Marina y a sus hijas, y tener a Conchita, que se había puesto allí detrás y yo la he traído para acá delante, ¡que hoy es una fiesta muy grande para vosotras!
También recuerdo en estos momentos -que para mí son muy emocionantes, también muchos la conocisteis- el aniversario del fallecimiento de mi madre. Y vamos a recordar también aquí el reciente fallecimiento del papá de Santacana -yo no sé si había celebrado ya con él para este motivo-, y también mucho más reciente todavía el fallecimiento del papá de Antón María, sacerdote que es vicario de la parroquia de la Paz. Y también vamos a recordar aquí a una persona que murió bastante trágicamente, que era una buena persona y un buen amigo, José Luis Gómez. De manera que a todos ellos los vamos a recordar, y poniéndolos en la intercesión de Tante, que tanto ella conoció a algunos de ésos que he citado, que sin duda Tante desde el Cielo se ocupó de ellos, y que están reunidos ahora allí sencillamente preparando ese camino que tenemos que hacer todos para llegar a la Casa del Padre.
Pues en esta fiesta, con esta alegría de santa Eduvigis…
Juan Miguel.- Hay que añadir en encomendar también a una persona muy querida, muy vinculada a todo el grupo con Juan Huguet, que nos hemos enterado ahora más tarde de su muerte, una maestra muy mayor, muy buena, ya jubilada que sé que en la homilía de su párroco, éste dijo que era una mujer tan abnegada, viviendo tan pobremente, porque todo, todo lo que tenía de su pensión después de haber trabajado tantos años toda su vida de maestra, todo lo ha ido dando para un monasterio, para el seminario diocesano de su diócesis, de Plasencia; y murió estando sola en su casa. Nosotros nos hemos enterado ahora, tres meses más tarde. Yo la había visto pocos días antes cerca de Salamanca. Es doña Modesta Bulnes. No sé si algunos la conocían, porque estuvo siempre por allá, por Extremadura, pero muy buena mujer, muy cristiana, de seguro que es otra intercesora para muchos.
[sigue Alfredo] Que verdaderamente fue un ángel de la guarda para todas esas actividades que tuvimos en esa región de Extremadura.
Con esta alegría de los que están en el Cielo, preparando los caminos en la fiesta de santa Eduvigis, una reina de Polonia que dio ejemplo de fortaleza, no es mártir, es viuda, y un ejemplo de fortaleza muy grande que nos alegró mucho que fuera precisamente en esta fiesta de esta santa con estas características, que llegara Tante, que también era muy semejante en estas virtudes, como os decía yo, de la fe y de la fortaleza y de la caridad.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 16 de Octubre de 1993 en la Universidad