Pues a estas horas le prometimos a Denis y a la familia Polio, que, ya que no podíamos ir ni Tante ni yo, pero a estas mismas horas que ellos están allí celebrando el sepelio, nosotros también celebraríamos aquí una misa por Veronique. Hemos tenido la oportunidad y el gozo de poderles enviar al cura -a Joe- acompañado de una claraeulalia, Ana María, y también de un representante de la Casa de Santiago, aunque joven en ella, Iván. Bien, hace no mucho tiempo yo tuve la oportunidad, y los que venían conmigo también, de visitar a Veronique en su casa en las vísperas de otra grave operación que tenía que sufrir. Yo estuve hablando a solas con ella largo rato y luego entraron los demás.

Veronique, que hoy está allí yacente en esa iglesia, es un ejemplo verdaderamente a meditar para nosotros. Una mujer joven casada, dos hijos pequeños que pueden tener 8 años o 9, y ella miembro de una familia gloriosa en muchos aspectos -la familia Bigourdan-, de grande científicos, creadores de instituciones en Francia, como el Observatorio de París, gente muy francesa en el sentido de que dan mucha importancia al trabajo, al esfuerzo para realizarse ellos personalmente, investigar con seriedad las ciencias, ordenar el mundo: muy francés; si queréis vosotros, un punto racionalista, un punto en que quieren sacar con una cierta altivez todo lo que un hombre es capaz de hacer con sus talentos. A veces estas posturas pueden parecer un tanto frías, un tanto escépticas, un tanto agnósticas, un tanto dubitativas con respecto a la medida de la trascendencia del hombre en manos de un Dios. Quieren realizarse a sí mismos con todas las fuerzas que tienen. Cierto que para algunos miembros de esa familia Polio, ha sido ocasión esa postura de un tanto afianzarse en sus propias fuerzas y un desconocer las ayudas que puedan recibir de Dios de situaciones a veces tensas, angustiosas y hasta trágicas. Pero es de admirar cómo, sintiéndose a veces un tanto solitarios en medio del universo sin esta compañía cálida y amorosa de un Dios que nos ama, sintiéndose así, sin embargo, qué ejemplo nos dan de trabajar, de poner con todas sus fuerzas, todo lo que pueden al desarrollo de lo que tienen que hacer y del deber que tienen con ellos y con el mundo. Pongamos por ejemplo nada más hoy a Veronique.

 

Veronique tiene un sarcoma; se lo diagnostican hace años y ella empieza una lucha tremenda, sin escatimar sacrificios ni nada contra esa enfermedad. Empiezan por cortarle un pie, siguen cortándole luego la rodilla, luego le cortan toda la pierna, y ella no ceja, permite todas las operaciones llevándolas con un estoicismo enorme, y después la otra pierna, después medio hígado, después tres costillas, es decir, allí donde iba apareciendo el sarcoma, los médicos y ella persiguiéndolo. Después un pecho. Todo para erradicarlo. Una lucha sin cuartel, el sarcoma y ella, hasta que la metástasis fue en el cerebro y allí ya no había nada que hacer. Pero hasta aquí podría decirse que esta lucha mucha gente la pueden tener también porque es una lucha casi instintiva de luchar para ir salvando la vida contra la muerte en este ataque de una enfermedad tan terrible como el sarcoma. Hasta aquí mucha gente lo pueden hacer incluso por heroísmo. El ejemplo de Veronique no era ése. Luchaba, no por ella sino por estar cumpliendo su deber de esposa y su deber de madre. Hasta que no fue abatida definitivamente en la cama por ese tumor cerebral, faltándole las piernas, faltándoles el pecho, sin poder respirar porque le sacaron ¾ partes de pulmón también. Cuando yo la vi, ya le habían sacado un pulmón y le sacaron el medio del otro lado. Pues ella, con ¼ de pulmón, sin costillas, sin piernas, sin pecho, con medio hígado también, se levantaba siempre, hacía el desayuno con su marido, cogía el coche, conducía con pierna artificial, llevaba los niños al colegio después de bañarlos y arreglarlos, los iba a buscar, hacía la comida, atendía a todos al mediodía en su casa, enseñaba los deberes a sus hijos, los distraía llevándolos al cine o al parque, así hasta que ya definitivamente cayó en la cama con el tumor cerebral. No cejó un ápice, tan pronto salía del hospital en un cumplimiento tremendo, abnegado, heroico, esforzado contra todos los hándicaps que le iban cayendo encima hasta el último momento. Y ella me decía: Es que yo sé que me voy a morir y pronto, pero yo quiero dejar el recuerdo a mi esposo y a mis hijos del cumplimiento de mi deber como esposa y como madre. Ahí te quiero ver morena, ahí es donde nos emplaza Veronique. Nosotros que tenemos dos piernas, que tenemos el hígado completo, que tenemos los pulmones completos, que no tenemos ningún cáncer, que no nos cuesta tanto hacer lo que tenemos que hacer como a ella, en cada cosa que ella hacía de ir de la cocina al coche, para ir a buscar a los niños, pues tenía que ir despacito porque se ahogaba, pero iba. Y si gente que tiene unas grandes dubitaciones de vida eterna y de la morosidad de Dios son capaces de tanto sacrificio para ajardinar el mundo, ¿no tendríamos nosotros que ser capaces, que encima tenemos la enorme alegría de saber que Dios nos ama, y que esa idea de ajardinar el mundo no es algo baladí que al fin se va a perder, sino que nos vamos a encontrar también este mundo ajardinado por nosotros como nuestro principal gozo también en el Cielo para siempre?

Si desde su postura dubitativa son capaces de dar, ¿de qué no tendríamos que ser capaces nosotros desde nuestra postura llena de amor, y además de salud? Es que cuando uno ve estos ejemplos, uno queda sonrojado de lo sinvergüenzas que somos, de lo comodones que somos, de lo insensatos que somos, de lo egoistones que somos.

 

Pues bien, Veronique, ¡qué duda cabe! que a pesar de sus dudas pero que con aquella conversación que tuvimos se le abría el corazón, la esperanza y a la alegría, que estaba feliz porque empezaba a echarle jugo y sal de alegría a ese deber que ella cumplía tan ásperamente sólo porque era el deber, y por amor, claro está, a su esposo y a sus hijos. Pues bien, que realmente, mucho más de lo que ella misma podía suponer, esos méritos se los apuntaba Dios y se los estará premiando, que sé que son. Para que sepamos vivir la enorme alegría de que Dios nos ama, y así tener un redoblado esfuerzo del que ella es ejemplo, para saber cumplir lo que tan hermosamente es un deber para con los demás y para con nosotros. Y así es como también nuestro trabajo fructificará en gloria y alegría.

 

Veronique, como os he dicho, quiso dar este testimonio de abnegación por su familia, y como máxima expresión para que no pudieran dudar el día de mañana cuando sus hijos crecieran, que realmente su madre los había amado y los había amado hasta el final. Esta postura, como veis, tan generosa, tan sintónica con lo que decía Cristo en la última cena: os he amado hasta el final derramando mi sangre por vosotros -como hizo Veronique tantas veces en esa cruz de la sala de operaciones-… Sabéis bien que el aceptar entonces los trabajos, los esfuerzos, los sufrimientos, el dolor, la muerte por amor y con amor y en el amor, es como en el fondo ese yugo se hace suave y ligero, y eso ayuda a llevar la cruz de Cristo; nos hacemos otros cristos con Él, nos hacemos sus cireneos, o bien, como aquellas santas mujeres, las únicas que lloraban mezcladas con la gente que gritaban cuando Jesús pasaba cargado con su cruz, ellas en su condición de mujer -porque el Cireneo era un hombre, pudo serlo-, ellas en su condición de mujer le acompañaban llorando junto a Él, y fue premiada una de esas mujeres que le secó el rostro con que quedara impreso para siempre, lleno de perfume, el rostro de Cristo -como sabéis todos, le llamaban la Verónica-.

Pobre Veronique, tan entregada y tan sufriente al lado de Cristo: ¡qué hermoso nombre mereció tener!

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 18 de Abril de 1985

 

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