Él con más de 30 años, con gran barba, que se viste solamente con una piel de camello, Juan que, cuando María fue a visitar a santa Isabel, estaba, dicen, en el sexto mes, o sea, seis meses mayor que Jesús, casi de la misma edad. Por eso, siendo primos, por lo menos primos segundos –si María e Isabel eran primas, pues ellos son primos segundos– ya se conocieron desde el vientre de sus madres. Y siempre hemos visto cuadros en que san Juan y Jesús, dos niños pequeños, están jugando juntos como buenos amiguitos, como primos que son, y se irían a ver, si ya se fueron a ver entonces, pues seguro que se fueron a ver después muchas más veces, y jugarían y serían buenos amigos. Realmente todos, como dijimos ya en las Jornadas primeras, todos llevamos dentro un niño, ese niño que hemos sido, que somos y que siempre seremos, a pesar de que por fuera parecemos más mayores y aun ancianos, pero ese niño que todos llevamos dentro. Pues realmente es hermoso ver cómo Jesús también fue niño, también fue creciendo en edad, en gracia y en sabiduría, jugando con su primo segundo san Juan. Jugaría con toda espontaneidad, con toda alegría, juegos infantiles, copiando a los mayores, pero trayendo también al mundo su mensaje de deseos de paz, de justicia, de alegría, de que todos sean amigos, de que todos sean como hermanos. Luego la vida a veces parece como si quisiera sofocarnos este niño que llevamos dentro, y bueno, es lo que dice Jesús quizá recordando su infancia y la infancia de Juan Bautista: si no nos hacemos como niños no entramos en el Reino de los Cielos. Es decir, si queremos ser fieles a ese niño que llevamos dentro que tantos buenos deseos tenía, que tanto deseaba querer a sus padres, a sus sobrinitos y ser querido de ellos, y manifestarlo con toda alegría y libertad. Si no nos hacemos como niños.
Decía Juan Miguel esta tarde que un poco acrónicamente, es decir, al margen de las edades, podíamos pintar un cuadro en que estuviéramos allí muchos niños: Jesús niño, Juan Bautista, nosotros y también, por qué no, la Virgen María cuando niña, también ella era niña. ¡Qué hermoso es jugar todos juntos siendo niños! Sabéis vosotros que al juego de los niños: vamos a jugar a ladrones y policías, vamos a jugar a piratas…, los mayores tendríamos que decir: vamos a jugar a niños, a ser niños. Sería mucho más divertido que jugar al parchís o jugar a la canasta. ¡Jugar a ser niños!
En las Jornadas, como os dije, en las primeras del 80, fue esto, la eclosión de la infancia, la eclosión de los niños en esa década de los 80; tendrá una importancia enorme en pedagogía, en la sociología, los niños se harán protagonistas para lo bueno y para lo malo; cómo son precoces.
Me contaban ayer que el sobrino de Cara tiene un año y ya sabe coger las llaves, ya las conoce, sabe meterlas en los agujeros de los cajones, darles la vuelta y abrirlos. ¡Qué precoces cada vez más son! ¿Por qué? Yo qué sé, el ambiente, la alimentación, la educación que se les da, para lo bueno y para lo malo, y también cuánto han crecido los suicidios de los niños, ¡qué barbaridad! Es el estallido de los niños en esta década, pero que tiene que terminar en el 90, cuando hagamos un recuento, un balance de esos 10 años. Ojalá la evolución fuera ésta, que no sea solamente que los niños en la sociedad cada vez pesan más, sino que culminara este proceso en la eclosión del niño que llevamos dentro, que se le deje en libertad, que salga jugoso y saltando en nuestro corazón, con todo ese mensaje de poesía, de belleza, de buenos deseos que tiene, de solidaridad con los demás. Ojalá lleguemos a esta eclosión.
Para terminar esta nota, no sé lo que dirá el doctor Gomá aquí, que sólo esta frase que ha llevado a los pintores a pintar al Espíritu Santo en forma de paloma, y de ahí también que el Espíritu Santo es la paz, la paloma de la paz, también tomando la paloma del arca de Noé. A veces eso nos puede dificultar el darnos cuenta de que el Espíritu Santo es una persona, una persona divina, una plenitud de persona, que como persona puede dialogar y comunicarse con nosotros, podemos ser amigos –el Espíritu Santo es el amigo más íntimo porque es el huésped de nuestra alma–. Pero en esa forma en que nos lo presentan de paloma, nos dificulta el darnos cuenta de que podemos hablar, porque con una paloma ¿Quién habla? A Jesús, en el cordero que borra todo pecado, se pone como símbolo de Jesús un cordero, pero sabemos que no es un cordero, sabemos que era un hombre, claro, y con Cristo sí entablamos un diálogo fácil, el Cristo, el Verbo hecho carne, hecho hombre, Jesús de Nazaret. Pues si un símbolo del Espíritu Santo es la paloma, es porque descendió, no en plan de guerra, no violentamente, descendió en el Bautismo de Jesús suavemente, como es el óleo que se mete por los poros en la unción de los sacramentos. El Espíritu Santo descendió suavemente sobre Cristo, suavemente como el vuelo de una paloma, no como esos pajarillos que vuelan nerviosos, o con esos vuelos agudos y casi traicioneros de las águilas que pescan desprevenidamente, no, suavemente como una paloma que se posa en la mano, pero no es que fuera una paloma, como Jesús no es un cordero. Es un símbolo de mansedumbre, de paz, de entrega, de sacrificio. Pues el Espíritu Santo tiene como símbolo una paloma, pero no lo es, es una persona divina con la que se puede hablar, ser amigos, el amigo más íntimo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 10 de Enero de 1988