En la primera lectura que habéis leído del profeta Isaías, dice aquí: mi amigo -o sea, yo, voy cantar en nombre de mi amigo- tenía una viña en fértil collado. Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña.
Fijaos en quién es el más amigo de Jesús: el Padre que está en los Cielos, que le dio todo de la naturaleza divina, son iguales, aunque el Padre es mayor porque es el Origen. Pero como el Padre me ama a mí y yo a vosotros, por eso el Padre y el Verbo son íntimos amigos, claro que sí, más íntimos que nadie, pues participan de la misma naturaleza. Entonces él, dice aquí Isaías, el nombre de un amigo. Isaías, sabéis vosotros la descripción que hace del siervo de Yahvé, es realmente una anticipación del Evangelio. Pues en nombre de Cristo él va a cantar a esa viña de su amigo Dios Padre, que hace todo eso que habéis oído: la pone en fértil collado, la entrecava, la descantó y plantó buenas cepas, construyó en medio una atalaya, cavó un lagar, esperó a que diese uvas, pero dio agrazones, y, según se está refiriendo aquí, al pueblo de Israel. ¡Cuánto Dios Padre quiso plantar bien aquella viña para recoger fruto de nuevas para convencer al mundo! ¿Qué hará con esta viña? Dice: sed jueces vosotros entre mi viña y yo, ¡qué más querría hacer por mi viña que yo no haya hecho! ¿Por qué ha dado agrazones? ¿Qué voy a hacer con esta viña? Nada, tirar las vallas, que sirva de pasto. No servirá para nada, cercarán zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan, etc. La viña -explica Isaías por si quedara alguna duda-, la viña del Señor de los Ejércitos es la Casa de Israel, las cepas son los hombres de Judá, que Él los plantó, era su plantel preferido en medio del mundo, el pueblo escogido; esperó de ellos derecho, y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis lamentos de los tratados con injusticia.
Realmente no podemos juzgar a nadie, pero los hechos que están ocurriendo ahora, en ese Golfo Pérsico tan terrible, podíamos preguntar a los judíos, a los israelitas, que llegaron allí y marginaron a los palestinos dejándoles sin casa, sin terreno, sin nada, que han sido tan tremendos, vengativos, con aquella guerra de los Seis Días, ¡tremendos!, cargados de misiles, cargados de armas, y por otra parte con tanta influencia en las finanzas del mundo. Realmente, ¿son viñas que dan uvas, o desgraciadamente vuelven a ser agrazones? No juzguemos, Dios sabrá. Pero esa lectura de Isaías se complementa con el Evangelio de hoy en que Jesús es todavía más explícito y da un paso adelante. Aquí Jesús ya no habla de la viña, ya habla de los cuidadores de la viña, de hombres de carne y hueso. Todavía allí Isaías emplea una parábola en que las viñas son la gente. Aquí Jesús ya lo habla con más claridad; las viñas sí, pero pone unos medieros, unos encargados de la viña, y que van a hacer un trato con él; parte del fruto se lo quedan ellos por haber trabajado, y parte se lo quedará el señor, que es el dueño de la viña, y que además es el que ha puesto las cepas, labró las viñas, hizo la cerca, construyó una casa, una atalaya, etc. También le corresponde en justicia parte del fruto, ¿y qué hacen?: apalean a los criados que él envía, es decir, a todos los profetas que Israel también mató, a los profetas que les enviaba Dios ¡cuántos murieron! Y por último envía a su propio hijo, que también lo van a matar -y aquí Jesús profetiza-. Y como decía yo esta mañana en la homilía que he dicho a las personas de Ors [asociación cristiana de solteras de Barcelona], Jesús añade esta frase última: por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos, y se dará a un pueblo que producirá sus frutos. Y antes dice: ¿No habéis leído nunca en la escritura que la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular, que es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente? Es decir, me mataréis, cierto, pero resucitaré, seré un milagro patente, y esa piedra que habéis desechado es la piedra clave de la Iglesia, de la salvación y de todo el universo. ¿Lo entenderían ellos? Ni entenderían ellos que estaba profetizando su muerte, ni mucho menos su resurrección, e inconcebiblemente que aquel hombre devendría la piedra clave del universo.
Y esa frase final: por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos. Ciertamente el Reino de los Cielos está en medio de este mundo, en la Iglesia, en los cristianos; en los cristianos que quieren ser ciudadanos vivos abiertos a la gracia de Dios, abiertos a cumplir sus mandatos de amarnos como Él nos ama, de ser un nuevo corazón. Y entonces se nos dará ese Reino para que produzca frutos. Yo decía esta mañana que vosotros sois miembros de este Reino, lo queréis ser, lo sois, pero tenéis que estar atentos a dar frutos, porque si no dais frutos, si encima dierais agrazones también… Sois ciudadanos del Reino de Dios, se os da dado aquel Reino que perdieron aquel pueblo elegido, se os ha dado a vosotros, otro pueblo -como dice Jesús aquí-, pero para que fructifiquéis.
Todo sacerdote es un ministro de Cristo, y yo, indigno de mí, también lo soy. Lo que decía abajo, se me ocurrió abajo, no se me había ocurrido antes; este árbol viejo, añoso, de corteza rugosa que soy, ha dado flores, frutos sazonados, pero necesita jardineros. Espero que vosotros seáis buenos jardineros, que ayudéis a dar frutos; y esos frutos vosotros no los queráis para vosotros solos, sino que los distribuyáis en todos, es decir, que los frutos que os doy, vosotros los fructifiquéis para el bien de otros.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 7 de Octubre de 1990 en Modolell