Se habla de la cena de Cristo, de Jesús, del Hijo del Hombre en este día antes de la pascua.

 

Entra en Jerusalén rodeado de las aclamaciones del pueblo, y entra contento de ver que la Gloria de Dios Padre se manifiesta. Para eso ha venido Él, para ser rey del mundo. Eso lo dicen los niños, pero si ellos callaran, como algunos que se escandalizan dicen, hasta las piedras hablarían. Y entra con este animal humilde, sencillo, un pollino, como lo dice el evangelio, en vez de entrar como lo hacían los guerreros triunfadores cuando volvían de la guerra montados a caballo. No. Él entra con este animal humilde que sirve sobre todo para los trabajos del campo a la gente más bien pobre, y es un animal que no despierta demasiada admiración ni envidias. Entra con este animal que la Escritura ya señala muchas veces como un animal de paz, de trabajo, de buena armonía. Nunca se ha dicho que se hiciese una guerra montados en burro. En cambio, sí que se ha montado en burro, o se le ha hecho llevar muchas cosas, y sirve para un trabajo fecundo para el bien de la economía doméstica.

 

En los tiempos modernos Jesús vendría triunfante a visitar a todos los cristianos en un utilitario, con un cochecito utilitario para poder ir de un lado a otro, y con la cabeza y el brazo en la ventanilla bendiciendo a la gente, así humildemente, sin ninguna prosopopeya. No vendría apuntando con un tanque, no; ni con un tren blindado de ésos que llevan misiles, no. Vendría así, tranquilamente, con un utilitario. Es preciosa esta imagen de Jerusalén, de Jesús. Aquel pollino lo han adornado un poco, le han puesto un paño encima, y Jesús se ha montado en él. La gente le puso una alfombra de fiesta, y cortaban ramas que encontraban de los árboles para hacer un bosque en movimiento.

Recuerdo yo en Camerún que un día fui a celebrar la misa del domingo en una parroquia, y a la hora de la comunión, se ponían al lado para recibirla, y al son del tam-tam se movían discretamente la gente que venía. Y llevaban en las manos unas ramas de palmas o de otros árboles, algunas en flor, que perfumaban el ambiente y daban una nota de color. Todo ese bosque que se iba poniendo al lado, ese bosque de gente que se había puesto derecha e iba acercándose para recibir la comunión con música, con movimiento ondulado… ¡era realmente un espectáculo maravilloso! Es como si toda la naturaleza se hiciese viva, se hiciese aclamación.

Y eso pasaría allá. Todo un mar moviéndose por las plazas y calles: ¡Hosanna en lo alto del Cielo, bendito el que viene siendo la misericordia del Señor!

El Señor, Dios Padre tiene entrañas de misericordia, es decir, que el corazón se vuelca paternalmente, amorosamente con los que son míseros. Misericordia. Que el corazón está abierto a los que pasan hambre, injusticias, angustias, ansiedades… ¡Qué maravilla!

Eso no lo entiende el mundo. El mundo del poder no entiende a los que están hambrientos, necesitados… Eso es algo que da trabajo, preocupaciones… y no sirven para nada, estos marginados. Sería mejor eliminarlos sin tener en cuenta que son personas humanas, que son hijos de Dios. En cambio, Dios Padre, y es un testimonio este Domingo de Ramos, sí que a estos marginados -que el poder querría eliminarlos porque son un dolor de cabeza inútil- los conoce por su voz, por su nombre, los ama como ama a todos, porque son personas, son reflejos de Dios Padre. Son otros cristos. Son almas que un día serán señores del Cielo.

Sepamos también nosotros en este Domingo de Ramos -como Jesús tenía y nos enseñaba- tener abierto nuestro corazón lleno de misericordia.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 31 de Marzo de 1985

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