En aquel tiempo los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba. Los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él, tomó aparte otra vez a los doce y se puso a decirles lo que les iba a suceder: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de Él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará.
Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con el que yo me voy a bautizar?
Contestaron: Los somos.
Jesús les dijo: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis y os bautizaréis con el bautismo con el que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, está ya reservado.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos, los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso, el que quiera ser grande sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero sea esclavo de todos, porque el hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por todos.
Palabra de Dios.
Cuando hemos venido a esta capilla tan hermosa, tan encarnada en los tiempos de hoy, esa arquitectura tan moderna, tan bella, y con tanta unción, y ver esta imagen de santa Eulalia aquí tradicional, es la que ya estaba. Pues nos ha alegrado saber que además este sitio está tan ligado a la tradición eulaliana, de esta patrona excelsa de Barcelona, y que vosotras tanto amor le tenéis. Pues cuando hemos venido aquí, contentos, la madre, que está ahí detrás contenta de veros aquí, me ha dicho: usted se va a poner esta alba, es la mejor, es el alba de fiesta. Pues sí, la llevo puesta con mucha alegría, estamos en fiesta. Por eso, cuando he iniciado la misa, José Luis, muy respetuoso con la liturgia y las normas, pues antes de la oración, ya me iba a hacer pasar a otra cosa. Y yo le he dicho: no, no, no, vamos a rezar el Gloria. Dice: es que es misa de diario, hoy no hay Gloria. Ciertamente sería un pecado grave, más o menos, un día en que está mandado el Gloria, no rezarlo; pero un día que no está mandado, hacer una pausa y rezar el Gloria porque estamos de fiesta, pues esto no pasa nada.
Hemos también rezado el Gloria; y luego hemos rezado la oración de hoy de la misa que es del día. Una oración que realmente forma ya un programa para vosotras en esas reuniones en que estamos, en que dice así –la he leído muy despacito porque es muy hermosa–: «Concédenos tu ayuda, Señor.» Realmente todos los planes que tenéis vosotras de apostolado, por mucho que hagamos las personas, ¡qué cortos nos podemos quedar!, no tenemos fuerzas para hacer algo que tenga valor más allá de los límites humanos, algo que necesariamente tiene que estar alimentado por el Espíritu Santo; es el Señor el que nos ha de dar su ayuda. Pues bien, hemos de pedírselo a la entrada: «Concédenos tu ayuda, Señor, para que el mundo progrese…» Eso es lo que están diciendo todas las personas, todos quieren ser progresistas, todos quieren un mundo mejor, todos quieren que este mundo evolucione hacia más paz, más justicia, más ocio, más gozo; pero a veces se escogen direcciones muy equivocadas, objetivos muy egoístas, y sobre todo se escogen a veces métodos que contradicen absolutamente esas mismas cosas que se quieren alcanzar con ellos. Por eso esta oración que pide también con el clamor de todos para que el mundo progrese, pero añade: «… según tus designios, …» Según el corazón de Dios, según este palpitar del Espíritu Santo, la perfecta caridad.
«… gocen las naciones de una paz estable.» Realmente siempre –y lo hemos repetido muchas veces nosotros también– siempre aspira la gente a que haya paz. Cuando hoy vemos en el mapamundi tantas guerras, ¡paz, paz! Pero bien hemos dicho nosotros alguna vez que la paz sola, ¡qué frágil es! La gente acaba aburriéndose y vuelven a hacer la guerra para distraerse, porque no saben estar sin hacer nada. Y añade la oración: «… una paz estable». Estable, ¿por qué? Porque esté alimentada, elevada, transida de vida por la Iglesia, «… y que la Iglesia así se alegre.» Paz y fiesta. Si no hay fiesta verdadera, ¡qué aburrida es la paz, qué tentación para volver a hacer la guerra!, ¿para hacer algo? Pues no. Que tu Iglesia se alegre, y esta alegría de la Iglesia sea la que haga estable y feliz la paz. «… que se alegre de poder servirte.» Es decir, de hacer algo para ayudar al Señor a que se realicen esos designios tan hermosos que Él tiene cuando concibió el mundo para todos nosotros. Y eso lo hemos de hacer con una entrega confiada y pacífica.
Decía Juan Miguel, que estará ahora rezando por vosotras, y que es de esperar llegue mañana, decía tan hermosamente: la gente que confían en la razón, patalea de que la razón no es bastante para desentrañar los Misterios; llega a decir que algo ha tenido que existir siempre, pero nunca podrá responder por qué existe algo siempre, más que no existiera nunca nada. Que uno dice, bueno, y yo que soy fruto de mis padres, y por eso tengo una herencia de color de ojos de uno y un temperamento de otro; pero en último término hay algo en mí que es yo, yo, que es una unidad total que no puede venir del padre, que no puede venir de la madre, y muchísimo menos ser la compostura de dos cosas que se hacen una. No, yo soy yo, y eso es una unidad que está misteriosa dentro de mí que yo tampoco me puedo explicar.
Pues bien, la razón, lejos de patalear cuando se encuentra el Misterio, lo más glorioso de la razón es la adoración del Misterio. Y ¿qué quiere decir adorar, adoración? Ad que quiere decir «junto, adherido»; y orar, «hablar». La meta de la razón es caminar todo lo que pueda hasta llegar a la frontera del Misterio, y entonces, alegre, decir: he llegado donde tenía y podía llegar, y aquí me acurruco bien pegado al Misterio, y así entonces puedo hablar, y así el Misterio, ese Misterio que noto palpitante y vivo y personificado, así ese Misterio se revela, así lo conozco, así lo amo. Y uno tiene que saber acurrucarse frente al Misterio de Dios así, con amor, como dice aquí, de una manera confiada y pacífica, no violenta, no a puñetazos querer arrancar el secreto de Dios, sino confiadamente como un niño, acurrucado junto al Misterio de Dios. Y a la vez también ocurre de una manera analógica e inmanente que cada persona para nosotros también es un Misterio, por mucho que conozcamos a las personas, siempre hay algo que se nos escapa. Saber también llegar a este límite de un modo pacífico, de un modo amable, confiadamente, es como entonces se puede entablar un diálogo, y ese Misterio de lo otro, de los otros, también se nos irá haciendo más patente. Y también hemos de aprender a acurrucarnos en el Misterio propio que somos, nuestro propio Misterio, somos Misterio para nosotros mismos, y en vez de patalear, de querer escrutar y conocernos del todo –cosa imposible–, saber también tranquilamente y confiadamente acurrucarnos en nuestro Misterio, y así nos iremos entendiendo mejor. Y sabiéndolo hacer con nosotros –y con nosotros lo sabremos hacer mejor–, con el mismo Dios, con el Misterio grande Dios.
Pues bien, vosotras tenéis que hacer realidad, con la ayuda del Señor, que el mundo progrese según sus designios, que se gocen las naciones de una paz estable porque precisamente está adobada con la alegría de la Iglesia. Y nosotros alegremente servir al Señor, porque hemos llegado con nuestra razón a una entrega confiada y pacífica poniéndonos a los pies del Misterio para adorarlo, para hablarle y escucharle. Y sabiendo hacer esto con Dios, lo sabremos también hacer con los demás y con nosotros, y allí encontramos lo que dice el Evangelio hoy tan hermosamente, cuando le piden: siéntanos a tu derecha y a tu izquierda. Pero el que quiera ser grande, que sea pequeño, que sepa servir a los demás, es decir, sepámonos poner humildemente en ese límite del Misterio de los otros, sirviéndoles con amor confiada y pacíficamente, y así es como nos iremos conociendo más y siendo verdaderamente unos.
Estáis estos días soñando muchos apostolados. Sabéis que vengo de Roma donde asistí al Consistorio público. Y allí en ese Consistorio, al imponer el papa las birretas cardenalicias, decía a esos neo-cardenales: vais a ir por el mudo todo, vais a sufrir incomprensiones, más aun, vais a sufrir persecuciones. Lo mismo vosotras.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 29 de Mayo de 1985 en la capilla de Santa Eulalia, cerca de Vallvidrera