El evangelio nos va presentando imágenes de este primer tiempo de Jesús en que todavía no ha nacido, que está dentro del estuche que es María de esta joya, la más grande que es Cristo mismo. Y nos cuenta este viaje de María a su prima santa Isabel, y cómo santa Isabel la recibe a ella que se ha sacrificado yendo desde Nazaret hasta Ainkarin, unos 100 kilómetros andando y por las montañas, y en el estado en que estaba María también embarazada. Pues no se arredra y sale por los caminos y andando a ver a su prima. Y su prima la recibe y el niño que está esperando ella también, al recibir a María que lleva en su seno a Cristo, el hijo de Isabel, todavía en las entrañas de su madre, que ha de ser el que va a anunciar a Cristo, ya se alegra y mueve sus piernas y sus manos, y su madre siente esa alegría del niño en su seno ante la presencia de María y de Jesús.
Bien, esto es lo que nos narra el evangelio, lo consideramos muy natural que sea así, es muy bella la explicación con que nos lo dicen, ha inspirado multitud de poetas y de pintores esta escena. Muy bien, pero veamos.
¿Acaso nosotros todos, hombres y mujeres, no llevamos en nuestro corazón desarrollándose, como Isabel desarrollaba en su seno a Juan Bautista, no llevamos en nuestro corazón buenos deseos, buenos proyectos, un desear querer, un desear ser buenos, un desear que nos quieran, un esperar hacer cosas buenas para los demás, esperar el Reino de Dios, esperar el Cielo, no tenemos nuestro corazón lleno de sueños hermosos reales, no utópicos sino de soñar cosas posibles que con nuestro esfuerzo las podemos hacer realidad y con la gracia de Dios? Estamos llenos de estas cosas en nuestro corazón. Por supuesto en nuestro corazón tan pecador a veces también encuentra hueco para albergar otras cosas que son rabias, pequeños odios, dificultades para perdonar, a veces ganas de perder miserablemente el tiempo en tonterías, pereza, vanidad, orgullo, amor propio, ambicioncitas, también cabe, también todo eso se media; a veces en una habitación que está llena de trastos, no cabe nada más, sí, pero echas agua y ¡uf, el agua que cabe! Nuestro corazón está lleno de cosas buenas, pero como se meta agua podrida de todas estas cosas, ¡la que cabe todavía!
Pero en la cercanía de la Navidad, cuando vemos a María en esos belenes, la recordamos en el pesebre con José esperando al niño. ¿Acaso no se nos mueve todo eso dentro con gozo, con alegría, como Juan Bautista dentro de Isabel también? Sentimos en nuestro corazón, no sabemos por qué, Navidad; decimos que esto de que las calles se iluminan con luces de colores…
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía en Vísperas de Navidad de 1987, en General Vives, Barcelona