Como os ha dicho ya desde la introducción esta bella exhortación que os han leído, y en esas palabras que ha tenido también Juan Miguel de saludo, ¡claro que estamos aquí todos muy felices hoy, muy contentos!; porque hacemos un alto en el camino en esta larga caminata, en esta convivencia andando, redescubriendo el camino jacobeo catalán-aragonés, desde Tarragona a Puente de la Reina, donde se une con el camino que venía de París, desde la torre de Saint Jacques reuniendo a todos los peregrinos que iban a Santiago de Compostela durante centurias. Pues estamos redescubriendo este camino jacobeo por estas tierras, y eso nos llena de gozo, y este hito que hacemos en el camino, este descanso, pues da paz. Y es con ocasión de lo que está ocurriendo esta tarde, de desear con toda el alma celebrar esta Eucaristía para que reciban por primera vez a Jesús Sacramentado esas dos niñas; y celebrarla precisamente aquí, en Santa Eulalia del Gállego, por la devoción que todos nosotros tenemos a santa Eulalia de siempre. Dos niñas que están aquí, una más mayor -poca diferencia se llevan-, Adela del Mar. Y hoy es la Virgen del Carmen, patrona del mar. ¡Qué día tan hermoso para recibir precisamente al Señor!, en este día de la Virgen del Carmen, rodeada de muchas muchachas que se llaman Carmen aquí también, que las felicitamos y también las recordamos en la misa. Rodeada tú y tu hermanita de todas las personas que peregrinan. Y mira por dónde también, de muchas personas que no conocíamos y que nos han acogido con tanto cariño en este pueblo de Santa Eulalia del Gállego: nos prestan su iglesia, nos han abierto las puertas para que podamos reverenciar a santa Eulalia aquí en el altar, han encendido todas las luces para que la iglesia esté de fiesta y alegre, ¡qué hermoso sentirnos acompañados de estas gentes, que veo sus caras aquí, y que están contentas de que estemos aquí en este pueblo y no en otro para celebrar eso, Adela del Mar; y tu hermanita que se llama Marta, Carolina y Eulalia. Y precisamente por ser la Virgen del Carmen y en la iglesia de Santa Eulalia, mira qué relación tan íntima tiene esta iglesia, esta celebración hoy con vuestros respectivos nombres. ¡Qué hermoso!
Lo habíamos visto ya esto, desde que salimos a andar, con el deseo de que hicierais la Primera Comunión algún día, pues empezamos a mirar en los itinerarios: el día 16 día del Carmen, y ¿dónde?, pues en Santa Eulalia que vimos por el mapa, que no habíamos estado nunca, ¡ha de ser ahí, en Santa Eulalia del Gállego! Del Gállego, que es gál-lego, que es como decir gallego; y claro, el gallego por antonomasia es Santiago de Compostela, o sea que de otra traducción sería Santa Eulalia de Santiago, decir del Gállego es eso.
Estáis aquí. En las tres lecturas que os han leído, la primera del Apocalipsis dice: Yo Juan vi un Cielo nuevo y una Tierra nueva, porque el primer Cielo y la primera Tierra han pasado y el mar ya no existe -como símbolo del mal-. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del Cielo enviada por Dios arreglada como una novia que se adorna para recibir a Jesús. Bueno, pues esto parecéis vosotras dos, porque la buena gente de este pueblo, si os hubiera visto hace cuatro horas de sucios, sudorosos y desarreglados, pues es que no os conocerían; habéis hecho un esfuerzo allí, en el pantano ése, de poneros un poco mejor, de lavaros bien, de peinaros un poquito, de sacar ropa limpia de vuestras mochilas, y bueno, nada, estáis desconocidos, ¡yo es que no os conozco! Pero quien más ha hecho esto, ¡cómo no!, aquí tenemos a esas dos niñas, que yo no sé cómo se las han arreglado, que estáis preciosas con esos vestiditos, con esas coronas de flores que os han hecho en el campo con unas espigas, con unos zapatitos limpios…; y no sólo vosotras, también vuestra hermanita, vuestros papás, ¡que hay que ver también cómo iban!
Todos. – Ja, ja…
Alfredo. – Y estáis aquí realmente como esta Jerusalén bajada que dice esta lectura -la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del Cielo arreglada como una novia para recibir al Señor-. Pues bien, si habéis hecho este esfuerzo todos para acompañarnos, y ellas para estar así arregladitas con estas cadenitas tan bonitas que lleváis, con estas cruces, es porque vais a recibir al Señor, ciertamente, ¡vais a recibir al Señor, a Jesús Sacramentado! Jesús, que murió en la cruz -bien lo sabéis-, que resucitó al tercer día, que está en los Cielos glorioso con Dios Padre después de haber consumado la Redención, y que se quiso quedar presente, misteriosamente presente, en esa Eucaristía, en este sacramento que es con lo más cotidiano de los hombres: un banquete, un poco de pan, un poco de vino.
En la segunda lectura hace referencia… Dice: lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres porque todos pecaron -la muerte del espíritu-, pues en cambio, por uno solo también entró la gracia. Cristo es el que nos ha rehecho otra vez unos con Dios Padre, el que ha abierto las puertas del Cielo de par en par para que recibamos la gracia de Dios, los dones de Dios, y así podamos sentirnos hijos de Dios con toda confianza, volverle a llamar «Padre»; y recibir la gracia para hacer lo que Él nos dice, lo único que Él nos dice, muy sencillo: que nos amemos los unos a los otros como Él nos ama, como Dios Padre nos ama.
Pues bien, a Éste, profetizado por los profetas, a Éste que es el que todo el mundo esperaba para volver a estar en paz con Dios, para que ya fueran inútiles todos los sacrificios que la gente hacía de animales y holocaustos; porque Él, Él solo, ya bastaba para hacernos amigos de Dios definitivamente y para siempre, Éste, el esperado de los siglos, el deseado de toda la Humanidad, Éste es el que hoy vais a recibir vosotras también en vuestro corazón. ¡Qué maravilla y bien lo estáis esperando con gran deseo!
En el Evangelio de San Lucas recuerda cómo María se puso en camino, y fue aprisa a la montaña a un pueblo de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Isabel le dice: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Y cuando oyó el saludo que María dirigía a Isabel, Isabel quedó conmocionada de emoción y de alegría. Pues bien, aquí realmente en estas montañas, hay también este encuentro hermoso, entre la Iglesia, que es la portadora de Jesús, y vosotras que, como santa Isabel en este Evangelio, quedáis admiradas de que la Iglesia, que representa a María, madre de Jesús, la Iglesia, que es la que va llevando a Jesús por todas las partes del orbe; que es la que da a Jesús en este sacramento de la Eucaristía a todas las gentes, os saluda, y vosotras quedáis también conmocionadas, llenas de emoción de decir: ¿Quiénes somos nosotras para recibir de manos de la Iglesia al Señor? Tenéis que quedar también emocionadísimas en este momento de vuestra Primera Comunión.
Yo quiero felicitar a vuestros padres, que se alegraron mucho cuando nacisteis, se alegraron muchísimo cuando fuisteis bautizadas -vosotras no lo recordáis pero nosotros sí-; que están felices de veros crecer, de ver cómo habéis aprendido tantas cosas, ¡tantas cosas!, lo que es el mundo, lo que es la vida, lo que es la alegría, lo que es el dolor, lo que es la felicidad, lo que es el sentiros queridas… Habéis aprendido ¡tantas cosas!, y eso es causa de alegría para vuestros padres. Pero hoy, en vuestro principio de madurez como personas ya humanas hechas y derechas, recibís el espaldarazo, la confirmación de esta Primera Comunión. Vuestros padres, vuestra abuelita aquí presente, los familiares que no pueden estar aquí, todos, y todos nosotros que os vimos nacer, que os hemos seguido desde que existís en este mundo, todos nos alegramos tanto y tanto en esta tarde. De manera que, ¡felicidades!, la Eucaristía va a seguir, y preparaos con mucha emoción a recibir en vuestro corazón al mismo Cristo que anunciaron los profetas.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 16 de Julio de 1985 en Santa Eulalia del Gállego