He asistido concelebrando a las exequias de la madre Guadalupe. No teníamos noticia exacta de cómo había muerto; allí me he enterado. Salió de la casa, como siempre, con aquel paso humilde que tenía, con aquel espíritu de servicio, con aquella sonrisa de alegría que siempre le inundaba. Y se fue al ropero de la parroquia donde ella algunos días de la semana colaboraba. Y subió las escaleras para ir al camarín de la Virgen, y en medio de ellas cayó fulminada. Seguramente ya los médicos habrán dictaminado de alguna embolia cerebral. O sea, no es que se cayera, como creíamos, y que se había hecho daño al caerse, no, es que se cayó porque cayó fulminada, y ya murió después inconsciente a las pocas horas. Realmente el obispo Daumal, que presidía las exequias, decía: era un alma de Dios, murió casi instantáneamente, es una maravilla que así, sin dolor, sin dar ninguna preocupación a las hermanas, ya está en el Cielo. Ella nos quería mucho, todo el mundo nos lo ha dicho. Hemos ido el padre Linares y yo, y han sido muchos los testimonios de curas de allí, de monjas que decían: ¡ay!, ¡Cuánto los quería! Por ejemplo, el ex rector del Seminario nos decía: no hacía más que hablar de ustedes, ¡Cuánto los quería!

Bien, veo que acaba de llegar Ana Bundó que, pobrecita, ha venido corriendo, y le quiero notificar que aquí ha hablado en la primera parte de la homilía José Luis para recordar entrañablemente a la abuelita de María Félix, la madre de su mamá, María, y luego, en representación de la casita de san Juan Crisóstomo, Jaime Aymar ha dedicado también la segunda parte de la homilía a tu abuelito [Juan]. Y ahora yo estoy recordando a la madre Guadalupe, una mujer, todos la conocéis, tan excelente y que tanto nos quería. Y también nos complace, como ha dicho el padre Juan Miguel al principio, recordar conjuntamente a estas personas en esta celebración que también en principio la pensábamos para Tante, pero que estamos contentos de recordar a todas las personas tan unidas a la Casa que también están en el Cielo.

 

Hoy estamos aquí con el ánimo sereno después de las vicisitudes que hemos pasado con estos familiares, y llenos de paz. Estamos recorriendo, como os dije en la celebración de la Eucaristía en Santa Eulalia, el camino de la alegría, recordando por dónde habían pasado estas personas, y con gozo de saber que están en el Cielo palpando en tantas cosas una intercesión suya arrolladora, que nos hace decir y recordar: tengamos fe intrépida en la intercesión de Tante y de estas personas que nos quieren, de la madre Guadalupe también.

 

Hoy es la fiesta de san Francisco de Sales. Al final Juan Miguel dirá unas palabras especialmente dedicadas a Tante. En ese tercio de homilía que tengo que hacer yo, quiero recordar que hoy precisamente es san Francisco de Sales, patrón de la prensa. Estáis aquí reunidas muy ordenadamente en dos banquitos todas las colaboradoras y la directora, la vicedirectora y todas las corresponsales y colaboradores de la revista tan querida, tan entrañable para nosotros, RE, en la que tantas esperanzas tenemos, tanta fe en ella, y portadora de todos los valores de la caridad. Pues bien, hoy aquí, en esta fiesta de san Francisco de Sales habéis venido para poner también a la intercesión de Tante esta segunda etapa, y la tercera y la cuarta y las que vengan, a Tante. En la primera etapa, Tante estaba con vosotras; vosotras ¡Cuánto acompañabais a Tante! Pues ahora vosotras estáis aquí, y cuánto os acompañará Tante a vosotras en una intercesión verdaderamente hermosa, que palparéis los resultados, y ayudará a que la revista RE en esa segunda etapa haga una eclosión magnífica en todos los niveles de producción y de aceptación entre la gente, que serán muchos sus lectores y los que desearán recibirla. Pues bien, sigamos esta celebración con una paz en el alma y una confianza en esas personas que, desde el Cielo, María, Juan, madre Guadalupe, Tante, nos van a llevar de su mano.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 24 de Enero de 1989 en la basílica de la Merced en Barcelona

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