Por fin esta mañana hemos llegado al santuario de Nuestra Señora de la Hoz. Esperábamos con ansia este momento. Y qué hermoso llegar y ver que están restaurando esto con tanto cariño, y que nos han acogido con tan buen espíritu cristiano, que el sacerdote ha venido y nos ha saludado. ¡Qué hermoso!

 

Y ciertamente hemos venido aquí porque yo recordaba esto como un lugar muy hermoso. Y cuando planeamos hacer estos días de peregrinar, de meditar, de soledad y de silencio, y de charlas, pues recordé yo este sitio, y otros que hemos de encontrar, que son muy bonitos, por aquí cerca. A veces da ganas de callar por oír el rumor del río tan cerca y tan hermoso.

 

Pues bien, Nuestra Señora de la Hoz. Vosotros sabéis, lo habéis leído muchas veces en los Evangelios, aquella escena en que Jesús mira aquellos campos tan llenos de mieses. Y elevando esto a una comparación, a que el Reino de Dios está cerca, que hay tanta gente que están maduros para oír, escuchar, recibir en su corazón la palabra del Señor, pero que se necesita que haya gente que se la vaya a predicar; Él que estaba rodeado de un pequeño grupo de discípulos, ¿Qué era aquel pequeño grupo para el ancho mundo y a lo largo de la historia? Suspiraba Jesús y decía: la mies es mucha y los obreros pocos. Tenía un puñado de discípulos, de apóstoles que han sido columnas de la Iglesia, ¡cómo no!, y gracias a ellos, ellos que fueron germen que derramaron su sangre, mártires también, fue fecunda en nuevas oleadas de vocaciones. Pero el mundo sigue ancho, sigue largo, y sigue diciendo Jesús también: ¡cuánta mies, y faltan obreros para recogerla, para segarla!

 

Y todos muy bien sabéis que, en esa comparación del campo, de los sembradores, de los segadores, tienen un instrumento que es el símbolo de toda la agricultura: la hoz. Van los obreros con la hoz a segar los campos, a segar esta mies que decía Jesús, ¡cuánta mies!

 

Vosotros tenéis en vuestro corazón tantas inquietudes apostólicas, cada uno a su modo, cada uno y cada una según sus carismas, pero a desarrollar a tope, ya, este sacramento bautismal, ese sacerdocio que habéis recibido en el Bautismo.

 

¡Qué hermoso lugar, pues, para pedir a Nuestra Señora de la Hoz que os haga instrumentos maravillosos para segar tanta mies! Pues esto es lo que especialmente Jordi y yo pediremos al consagrar en este Eucaristía, y vosotros también desde el fondo de vuestro corazón al participar en ella y al recibir a Jesús eucarístico.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 9 de Julio de 1991 en la ermita de la Virgen de la Hoz

 

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