Me he alegrado de que precisamente la primera lectura la leyera Teresa. El libro se lo pasaba al bueno de Omar, pero Omar se lo ha pasado a su madre. Y ha sido oportuno, porque ha sido el trozo que habla de la mujer fuerte del evangelio, de esta mujer reina de su casa, que no está nunca ociosa, que da ganancias también al esposo, y no preocupaciones. Y digo esto porque, en lo que llevo viviendo, viendo aquí en Santo Domingo, he percibido que realmente las mujeres, las esposas, las madres de familia en cada casa, son una mujer fuerte que sabe cuidar del esposo, que sabe cuidar de los hijos, que no para en sus trabajos, precisamente para que el hombre pueda salir, pueda trabajar en los suyo. Y realmente son abnegadísimas las 24 horas del día, y son una encarnación – en ese sentido, en este momento Teresa que ha leído este trozo, podría servir de paradigma de lo que estoy diciendo – de todas estas mujeres dominicanas, en las que yo creo sinceramente que el país encuentra en ellas su mejor base de futuro, de subsistencia presente, y de ir formando a estos hijos como verdaderos cristianos, verdaderos hijos de Dios. Nada más que subrayar esta lectura, la indico como un elogio a todas las mujeres, esposas madres cristianas de esta República Dominicana, que creo tanto tiene que agradecer a esas mujeres.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de Abril de 1991 en Cotuí, República Dominicana

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