En la cumbre del itinerario, después de la cartuja en soledad y silencio con Dios Padre que se sube y todavía más a la terraza, a la intemperie y ahí se descubre este gran misterio que «a veces» -no sé si es esta la palabra que emplea- un don de la solitud. Como decía Manolita Pedra en unos ejercicios, bueno, en las conversaciones que tuvimos ahí en Trujillo: “¡Anda! yo que creí que ya alcanzar la soledad y el silencio con Dios Padre, cartuja, eso era el no va más, pero resulta que eso, hay que seguir subiendo y encontrarse con otra cosa que es la solitud”. Bueno, de eso hemos hablado mucho de la solitud, pero que en el fondo ahí es donde se descubre el viento, ese de la terraza, del Espíritu Santo por que el Espíritu Santo es el único que nunca nos abandona, en todo el evangelio jamás dijo Jesús que el Espíritu Santo le había abandonado, nunca, al revés, dice siempre lo contrario: En mí está el Espíritu, etc. Lo dice muchas veces. Nunca, dijéramos así, se quejó de que el Espíritu Santo le hubiera abandonado. Nunca nos habló en contra del Espíritu. Podemos sentir ausencia de Dios Padre, lejanía, silencio, incluso escondimiento de Cristo, pero del Espíritu Santo nunca; incluso en la andadura pascual -que veo que tenéis allí, en la estantería-, Cristo utiliza estos días de resurrección para dar clases a sus Apóstoles de solitud. Después de la gran experiencia que pasaron de solitud, al quedarse con el sepulcro vacío, la solitud máxima por que los muertos, dentro de todo, acompañan, la gente velando un cadáver la casa no está vacía, el muerto la llena; y van a los cementerios, y la gente se agarra a sus muertos para tener un asidero, un punto de apoyo para no sentirse que caen en la nada; pero la tumba vacía, esto ya es el colmo de la solitud. Mire, después de esta experiencia tremenda, Jesús Resucitado ya en el gozo, pero los alecciona para la solitud, pero una solitud del Reino de Dios, a la que se entra por la solitud, esa (solitud) trágica de la cruz, pero no por que entremos en el Reino de Dios ya en esta tierra, no vamos a dejar de estar solos, es en la escatología del cielo donde todos seremos verdaderamente uno, siempre, permanentemente, inseparablemente; pero, en el cielo aquí, pues todavía no es el cielo de allá, todavía aquí hay una mezcla de gozo, de compañía y de soledad. Como digo, Cristo les alecciona y cada aparición que hace no estaba y se aparece ¡qué bien! y desaparece, los vuelve a dejar solos, es para irles entrenando a esa desaparición mayor de la ascensión a los cielos a la diestra de Dios Padre. Con la sola presencia del Espíritu, ese amigo dulce del alma, que estando siempre es al que menos conocemos, no sabemos ni cómo hablarle ni nada, de ahí que en Barcelona vayamos a dar todo un año un curso sobre el Espíritu Santo, con los mejores profesores, a ver qué nos dicen, cómo nos ayudan. Bien, pues en esta solitud, esa solitud gozosa -y eso es lo que os quería decir- descubrimos que nosotros, después de estar en soledad y silencio, la cartuja de Dios Padre, todavía nos espera otra andadura que descubrir en nuestro convivir diario que es cuál: tener corazón de eremitas, que es más todavía que la soledad y el silencio, porque se sube a la cartuja para estar en soledad y silencio y allí encontrarse más a Dios. El eremita que se va al desierto, él es soledad y silencio, no sólo está, es mucho más profundo, es soledad y silencio. Bien, lo que es ser eremita es lo que estamos descubriendo ahora; pero para ser eremita hay que haber llegado a esa madurez que decía Vicky, al menos un poquito, de saber ser robles bien enraizados para poder estar bien asentados en esta solitud, abiertos al Espíritu en el desierto donde más aire, más viento hay, allí. Y eso es un carisma, yo diría, especialmente del plus del varón; si así como las mujeres tienen que ser doctoras en caseidad porque ellas son casa y nosotros licenciados; aquí somos los hombres los que tenemos que ser doctores en esta solitud eremítica, y naturalmente las mujeres tendrán que ser también licenciadas en ella. Somos los hombres los que tenemos que ir por delante en esto. Después resulta que, si sabemos serlo, seremos como un faro encendido, una palmera gigante en el desierto que indica un oasis. La gente entonces vendrá. El gran problema, es decir: no hay vocaciones, dónde las vamos a ir a buscar, cómo las vamos a encontrar, cómo… Estate en el desierto, estate allí, se soledad y silencio, verás cómo la gente te vienen a buscar, a consultar, te vienen a hablar, y precisamente porque eres soledad y silencio sabrás escuchar. Les atraen, lo dice Cristo: cuando me pongan en la cruz atraeré todo el mundo a mí. Fijaros cuando sube al cielo, pues, todos detrás de Él, en esta soledad y silencio tan acompañada del Espíritu Santo. Bien, descubrir este paso adelante que hemos de dar, y yendo delante los hombres, es una gran tarea que es la que tenemos ahora por delante, que no borra nada de lo anterior, en absoluto, como decíamos uno es médico, el otro es psicólogo, el otro lo que sea, carpintero, eso lo es para toda la vida y lo lleva dentro, y gracias a eso avanza, de manera que no es cuestión de abandonar ni la cartuja solitaria ni la alta, no, sencillamente es hacerlo todo de otra manera, con una mayor profundidad y hondura. Pero, en fin, no puedo explicaros muchas cosas porque yo mismo no lo sé, porque, justamente, lo único que hemos hecho ahora es abrir la puerta, poner un pie para empezar a dar el primer paso para esa larga caminata hacia el desierto. Amén.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía en 1990