Estamos en este sábado último de Cuaresma. Mañana ya Domingo de Ramos, la Semana Santa. Y en este sábado que estamos hoy vemos la Universidad vacía, ya no hay estudiantes, ya han empezado las vacaciones. Y muchos de la Casa que suelen venir a esta misa están hoy reunidos en la Murtra con unos ejercicios breves espirituales que les da Agustín, no sólo a los de su casita, sino también a otros de otras casitas. Tampoco están aquí. Aquí hemos venido unos pocos, los que hemos podido. Ciertamente hoy no había por qué venir a la Universidad porque nosotros seguimos el calendario universitario, hoy son fiestas. Me lo advirtió Catalina: son fiestas, no es necesario ir. Sin embargo, pensamos: ¡vamos; qué otra cosa mejor tenemos que hacer este sábado a la una del mediodía! Los que podamos, los que no tengamos una obligación, ¡qué cosa mejor podemos hacer que estar aquí junto a la Inmaculada, patrona de la Universidad! Y en esta paz, en este silencio, en esta soledad de los claustros, estar un rato aquí junto a María, junto a Jesús en la Eucaristía; un poco en pequeña cartua con ellos bajo estas bóvedas universitarias para pedir por la Universidad.
Ha venido Pepe Barrenechea y le he prometido que en esta misa pediremos también por él, ya que no estuvimos juntos el día de san José; por mi sacerdocio en este aniversario de haberlo recibido estos días de san José. Y pedir, como os digo al principio, junto con estas intenciones familiares nuestras privadas, pedir, aunque seamos pocos, pero públicamente, por la Universidad, que es algo tan importante en una sociedad la Universidad, es sal, es levadura, ha de ser luz. Precisamente por esto la próxima Cena Hora Europea del próximo mes de abril se celebra alrededor de los tres rectores de la Universidad de Barcelona. Los tres han accedido muy gustosamente a ser los ponentes de la Cena Hora Europea, el de la Universidad Tecnológica, la Universidad Autónoma y la Universidad Central. Que por otra parte todos están recientemente elegidos, son nuevos en el cargo, aunque no nuevos en sus cátedras ni en su preocupación por la vida universitaria. Veremos lo que nos dicen. El tema es la Universidad y la sociedad, ¡Cuánto se necesitan mutuamente! No podría haber universidad si la sociedad no la sostiene, pero la sociedad tiene derecho a pedir a la universidad luz, guía, y que sea sal de la tierra. Pero para que la Universidad sea todo esto, ¡Cuánto hay que rogar por la Universidad! ¡cuánto! Está ¡tan enferma, tan envenenada por cosas que no son universitarias, que son de fuera, politiquerías, ideologías que constriñen el ser un hombre nuevo, libre de la historia y de las ideologías para crear un mundo sin remordimientos ni resentimientos! ¡Cuántas cosas oprimen a la Universidad, cuántas la envenenan, la intoxican, la enferman, la dejan a veces moribunda! Hay que decir a la Universidad: levántate y anda -como Cristo dijo a Lázaro-.
En el Evangelio de hoy vemos que precisamente este milagro de Jesús es el que colma la última gota del vaso de indignación de los fariseos y saduceos. Yo nada más quiero subrayar una frase de este Evangelio, que dice: ¿Qué estamos haciendo?, este hombre hace muchos milagros; si lo dejamos seguir, todos creerán en Él, y entonces vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación. Bueno, pues si hace tantos milagros por los cuales tanta gente cree en el Él, y vosotros ¿Qué hacéis? Parece que un juez, si ve que una persona hace obras buenas, pues no lo va a condenar, al revés, le va a señalar con cariño, y lo va a exaltar, y va a decir a la gente que le sigan porque hace obras buenas. ¡Qué juez tan inicuo, que lo condena a muerte porque hace obras buenas! Es incomprensible. ¡Hasta dónde puede llegar por miedo, por egoísmo, por envidia, por soberbia, el corazón de esos jueces terribles que, porque hace obras buenas, le condenan a muerte!
Pues bien, pidamos a Jesús que siga haciendo obras buenas, que nosotros no le vamos a condenar por ello, sino todo lo contrario, le vamos a seguir, le vamos a amar más. Le pedimos hoy que haga la obra buena de resucitar las universidades para que sepan ser luz, sal y fuente de amor entre los hombres.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 22 de Marzo de 1986 en la Universidad