Hoy celebramos los 25 años de sacerdote de Ángel Moros. Paco, que acaba de leer el Evangelio, hace 2 años que también fue ordenado por el cardenal Jubany, lo recordamos todos. Y 10 años de diácono de Paco “sexto”. Y hoy es san Juan de Ávila. Es un día que dices: ¿por qué Maximino celebra hoy, este 10 de mayo san Juan de Ávila, los 25 años de obispo, por qué? Bueno, a mí se me ocurre que quizá fue hoy cuando le comunicaron que sería consagrado obispo, porque eso fue el 19 de julio, y es posible que dos meses antes se lo comunicaran ya, ya estaba aprobado por el santo padre, por el gobierno español, etc. Y quizás, además eso lo hace también la Iglesia, que espera una fecha, y hoy es significativo, el patrón de todo el clero español, así como Vianney es el patrón de todos los párrocos del mundo. En cambio, san Juan de Ávila es de todo el clero sin distinción, pero limitado a España. Quizás, es muy posible que tuvieran esa gentileza de comunicárselo hoy, y por eso en el fondo es como si en vez de celebrar el nacimiento, celebrara una persona el día de su engendramiento. Por otra parte es significativa esa fecha siempre en su vida, porque fue precisamente hoy, celebrando la misa, cuando dijo, pensó, vio, que era bueno que el Colegio Mayor de El Salvador, del que no quedaba casi piedra sobre piedra, materialmente, realmente sí, y que sólo había uno que luego no se sabe qué ha sido de él, que era el único que estaba allí viviendo, ex-dominico; y fue cuando nos llamó y me pidió que a ver si había alguien que pudiera hacerse cargo de esto. Entonces Juan Miguel, que estaba en Salamanca estudiando Derecho Canónico, y por otras muchas razones, pues dijimos que Juan Miguel.

 

De manera que fue hoy cuando él me escribió la carta con fecha de hoy precisamente, y diciéndome eso hoy, en que dijo: en la celebración de la Eucaristía me ha parecido, sería una cosa buena, etc. De manera que también recordamos esta fecha que tanto ha influido en la vida de Juan Miguel, y de rechazo en la vida de todos, y que está haciendo una obra poco a poco, profundamente seria, y que yo en este último viaje diría que ya he podido palpar los frutos; porque ha habido un cambio muy profundo en el conjunto y en cada uno de los chicos que están ahí desde hace años. Es como uno que ve un árbol, y de pronto lo ve cargado de naranjas.

 

Comentando las lecturas de hoy, yo creo que, no sé, alguna piadosa persona, que no necesariamente es de la Casa ni Claraeulalias, una persona buena, quizás un trabajo bonito sería que recogiera algo así como las efusiones de caridad en el Nuevo Testamento. Porque se oye una, se lee otra, se pasa deprisa por ellas, no se medita, y no tienen una incidencia. Ahora, si se recogiera, y no la frase sola, sino el contexto -no como una cosa recordada y sin vida-, vistas juntas sería impresionante ver la efusión de la caridad, la ternura, el trato delicado y verdaderamente de corazón. Por ejemplo, en la lectura de hoy, en la Carta:

Después de decir estas palabras -le dice san Pablo-: … de nadie he deseado ni dineros ni vestidos, porque estas manos mías, como sabéis, se han ganado la vida tanto para mí como para aquéllos que iban conmigo. Siempre os he enseñado que conviene trabajar así para no escandalizar a los débiles. Recordad las palabras de Jesús: es más feliz dar que recibir. Después de decir estas palabras, Pablo se arrodilló y rezaron todos juntos. Todos lloraban y se le tiraban al cuello y lo besaban, conmovidos sobre todo por aquello que había insinuado de que ya no le volverían a ver.

 

Bien, nada más eso, se le tiraban al cuello y lo besaban, y lo besaban seguramente todos los discípulos y discípulas que había allí. Eso uno lo lee y pasa por alto. Como ésas hay tantas, tantas en los Evangelios, en el Nuevo Testamento, que si se recogieran en los distintos personajes a los que hace referencia en los diferentes momentos, verdaderamente sería un cuaderno que desarmaría tantos espíritus que están volviendo atrás del Concilio Vaticano de darse, por ejemplo, en misa un ósculo de paz; ni los curas; antes los curas se daban un abrazo un poco más así; y yo he visto en muchos sitios ahora que los curas en el momento de dar la paz, al que tienen al lado concelebrando le dan la mano nada más. Ni siquiera los curas dentro de la concelebración. Se dan la mano. Y me perece que algunos que hay aquí pueden ser testigos también de que, en ciertos sitios, en ciertas iglesias, en ciertos países, incluso se ha ido para atrás, porque antes se daban el abrazo los curas. Era un saludo, era el saludo ritual, y si iba uno a un monasterio benedictino, el abad daba el abrazo ritualmente. Ni ritualmente. O sea, vuelta para atrás por ese dualismo y ese maniqueísmo que, en fin, se está introduciendo de una manera tan profunda.

Claro, eso [el trabajo antes mencionado] no lo podemos hacer ninguno de nosotros, eso no lo debe hacer ninguna de las Claraeulalias. Pero una mujer piadosa, una Conchita Ventosa, por ejemplo, lo haría ella. Que recogiera en el Nuevo Testamento, desde el principio hasta el final, todas esas efusiones de caridad -no de amor, porque siempre esta palabra es ambivalente-, no, no, efusiones de caridad, pero efusiones. Pues eso quizá sería muy bonito, tampoco debería editarlo Edimurtra, por supuesto. Para un trabajo así, creo que no faltarían editoriales, y quién sabe si las mismas Paulinas, que estarían muy contentas de editarlo; y creo que sería un gran servicio.

Pues bien, aquí encomendemos esta idea, esta posible realización a san José, que tanto sabía de esas efusiones de caridad.

 

[se corta la grabación. Posteriormente prosigue la homilía].

 

Está entontecida y mareada de tanta contaminación acústica, detectan este deseo de la gente y ya lo ofrecen como una cosa apetecible: aquí se puede vivir el silencio, en aquellas urbanizaciones y chalets. [hace referencia a un anuncio publicitario que ha leído en el periódico] Y dicen esto para sacar dinero. ¡Qué listos son aquí también! Aquí también se puede vivir el silencio escuchando la naturaleza, los pájaros hasta mañana, palpando de tan denso que puede ser el silencio. ¡Qué maravilla!

Pues bien, estamos reunidos aquí, ¡qué sensación de cenáculo!, alejados de todo, oyendo estos pájaros que estamos oyendo en este momento con este paisaje a través de la puerta. ¡Qué sensación de cenáculo verdaderamente!

 

En el cenáculo nos cuentan que estaba la Virgen María. Bien, pensábamos hacer esta reunión allí, junto a Tante, pero Tante se nos ha ido al Cielo. Pero estamos en la capilla dedicada a san José, de San José del Molino. Cuando dice Jesús: mi Padre y Yo os enviaremos el Espíritu Santo. San José fue la mejor imagen para Jesús de Dios Padre en la Tierra, y san José también se había ido al Cielo. De manera que estaría como diácono de Dios Padre en esta misión de enviar al Espíritu Santo, él que era la imagen de Dios Padre. Una imagen humana, como humana era la naturaleza de Cristo. De manera que Dios Padre a través de san José, su imagen humana; y el Verbo, a través de su imagen humana también de Jesús, nos envían el Espíritu Santo. ¡Qué bueno que estemos aquí hoy en esta capilla celebrando esta Eucaristía!

El Espíritu Santo es precisamente el infinito Amor de Dios. Por lo tanto, no era baldío lo que hemos estado diciendo en este Evangelio y en la homilía de este Evangelio de hoy, de las lecturas de hoy. Porque, ¿Qué esperamos? Al Espíritu Santo. ¿Qué es el Espíritu Santo? Ante todo, es el Amor de Dios. Entonces, vivir este Amor de Dios, esta Caridad de Dios, no sólo hay que vivirla teóricamente, haciendo elucubraciones intelectuales y teológicas; no, hay que vivirlo realmente, y no sólo de palabras sino de obras. Y las obras tienen una manifestación normal en los seres humanos, una efusión de caridad; y después con servicio llevado al sacrificio, pequeño o grande, siempre es necesario el sacrificio, pequeño, grande, y a veces total hasta la cruz.

Pues bien, lo hacemos en estos instantes el silencio de estar alegres, en paz junto a Nuestra Señora de la Paz y la Alegría, y de Tante, y esperando de la mano de san José, por orden del Padre y del Verbo, de la mano de la naturaleza humana de Jesús, esta infinita caridad, este infinito Amor de Dios. Que lo sepamos vivir en todas sus facetas y en todos sus aspectos. Por Cristo Señor Nuestro. Amén.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 10 de Mayo de 1989 en San José del Molino, Lleida

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