… llenos de temblores y temores. Porque –dice– había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino, y banqueteaba espléndidamente cada día. Bueno, y yo me visto de púrpura, y de lino, porque el alba es de lino, como cada día. Hombre, banqueteando, pues no. Pero tengo en casa ahora, hace una temporada un señor buenísimo, un catequista maravilloso que ha dado su vida, doctrinero, que tiene que caminar a veces, no sé, toda una mañana para ir a misa desde el fondo de la selva –es negro, es del Camerún–. Un hombre de bien. Lo que él ha hecho en Camerún formando comunidades cristianas donde no había curas, todo él. Y para colmo un terrenito que tenía él, fruto de sus esfuerzos –es anciano, los hijos están lejos– quiere darlo a la Casa de Santiago en Camerún para que allí se construya una casita. Ese señor lleva tres meses aquí viviendo con nosotros. Está tan asombrado, porque para él cada comida y cada cena es un banquete, nunca ha soñado en lo que él comía en la selva –comía estos vegetales, cuatro frutas y un puñado de hormigas fritas–. Va él de casa en casa, en la Murtra, la Casa de Santiago, y él se cree que está en el Cielo, en pleno Banquete celestial ya comiendo cosas diferentes, un día es una cosa, otro día es otra, come lo que quiere; bueno, para él es… Y yo digo: ¿y yo vestido de púrpura, de lino, comiendo como las familias normales en Barcelona, auténticos banquetes para todo este tercer mundo?

 

¡Qué horror, je, je…, en el Evangelio, Dios mío, ¡qué espanto! Pero viéndolo así… ¡quién sabe!, tenemos que ir con cuidado, a ver, a ver.

 

En casa por la mañana, en la hora prima, cuando pensamos todo lo que hay que hacer y tal, se lee el Evangelio del día, y hoy lo estábamos comentando, que en Estados Unidos hay unas autopistas impresionantes desde Arizona a California; yo tenía que ir a un sitio y nos perdimos. Y fuimos a parar, ya era tarde, a un lugar, además que aquello tiene fama de calor, bueno, todo nevado, espantoso. Y sí, es que es una zona muy alta en que nieva mucho, hay estaciones de esquí, y bueno, teníamos que ver dónde estábamos. Por la mañana al día siguiente preguntamos a ver cómo podíamos reencontrar nuestro camino, y nos enteramos que estábamos a 20 kilómetros nada más del Cañón del Colorado, 20 o 25 kilómetros. Y dijimos: ¿no será la Providencia que nos ha traído aquí para que, ya con esta ocasión, visitar el Cañón del Colorado, con 25 kilómetros lo vemos y ya después nos volvemos? Bueno, y fuimos. Y cosa curiosa –no sé si alguna de ustedes lo conocen–, íbamos y, ¿Dónde está el Cañón del Colorado? No lo veíamos por ningún lado. Una planicie, llegar, una estación y allí se dejan los coches, un restaurante, y luego ¿Dónde estaba el Cañón? Y el Cañón ¿Dónde está? Porque yo veía enfrente de mí, y decían: allí. Yo veía una llanura y unas montañas al fondo, unos arbolitos. Y claro, cuando uno llega al restaurante y se asoma a la ventana, 1800 metros de profundidad, como el Montseny, una brecha. Pero claro, era una brecha en una llanura y claro, si uno no se asoma a la brecha, uno sigue viendo la llanura del otro lado que a veces es más ancha y a veces más estrecha.

Bueno, pues debe de ser así, que uno ve a Lázaro y ve al otro, y hasta con un teléfono de niños de cuerda si fuera un poco larga, hasta se podría hablar y oír, y con unos pequeños prismáticos ver todos los detalles. Y, sin embargo, entre la planicie de aquí y la planicie de allá, ¡bueno, este Cañón del Colorado!, que hay animales prehistóricos abajo, porque como es que no pasa nadie, y se hacen unas expediciones que cuesta muchísimo recorrerlo, pues hay animales prehistóricos que son fósiles en otras partes, y ahí todavía están vivos.

Realmente uno decía: oye, que, si yo estoy en un lado y el pobre camerunés éste está en el otro, eso debe de ser terrible.

 

Además, pasa otra cosa, que este señor –y eso me consuela–, este señor no es tan malo, porque, bien, vivió…, y no es tan malo, digo, porque tiene buen corazón, porque cuando él dice: no, no, es que no podemos pasar al otro lado. Tiene buen corazón y dice: mis hermanos…, ve a casa de mi padre y diles a mis hermanos… Luego ama a sus hermanos, los ama, luego no es tan malo. En cambio, los que están en el infierno, ésos no aman a nadie, ni a sus hermanos. Luego si todavía este hombre que está aquí se preocupa de sus hermanos, de que a sus hermanos no les pase lo que le está pasando a él, es que eso no es el infierno, eso es el purgatorio. Bueno, eso ya me da un poco de tranquilidad…

 

Y allí en el Cañón del Colorado yo preguntaba: ¿Cómo se pasa al otro lado? Dicen: bueno, imposible bajar, imposible subir. Porque además son paredes tremendas, y no se puede poner ni piolet; además, ¿Quién baja 1800 metros?, porque es arcilloso, todo colorado que se llena toda la tierra y va al mar de Hernán Cortés, o golfo de California, y quedan a veces aguas rojizas de toda la arcilla. Bien, ¿Cómo se pasa al otro lado? Y decían: mire, subiendo por la carretera que bordea este lado, a 70 kilómetros se hace más estrecha a la derecha y allí hay un puente, entonces se pasa el puente y ya se puede venir por aquí

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 27 de Febrero de 1986 en las Hijas de María Inmaculada, Barcelona

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